La venganza de la exesposa no deseada
img img La venganza de la exesposa no deseada img Capítulo 6 El hombre de aquella noche
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Capítulo 9 La novia img
Capítulo 10 Un golpe bajo img
Capítulo 11 Una foto en alta definición img
Capítulo 12 Coqueteando con una mujer casada img
Capítulo 13 Solo mía img
Capítulo 14 Una amante sin pudor img
Capítulo 15 Jugando a las cartas img
Capítulo 16 Solo su esposa img
Capítulo 17 : Un viaje a casa img
Capítulo 18 Un beso imprudente img
Capítulo 19 ¿Por qué le tienes tanto miedo a Alicia img
Capítulo 20 Sin luces img
Capítulo 21 Donde hubo fuego img
Capítulo 22 Un visitante inesperado img
Capítulo 23 ¿Necesitas mi ayuda img
Capítulo 24 Le gustan las mujeres casadas img
Capítulo 25 ¿Quién empezó todo img
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Capítulo 6 El hombre de aquella noche

Entumecida por el frío, Alicia sintió cómo su rostro se encendía de golpe.

La humillación de verse obligada a ser observada por su adversario le dolía más que la lluvia helada que la castigaba.

Se pegó a la puerta del carro, intentando alejarse lo más posible de él.

Los ojos del hombre permanecían fijos en sus piernas.

"Vaya piernas tienes, nena", soltó él con descaro. "A Josua le gustan, y estoy seguro de que a muchos otros hombres también".

Acto seguido, inclinó la cabeza, tamborileando con los dedos sobre el reposabrazos en un ritmo tan irritante como sus palabras. "De hecho, apostaría a que más de uno las encontraría irresistibles".

La garganta de Alicia se tensó, un escalofrío recorriéndole la espalda.

Afuera estaba completamente oscuro y, con la lluvia torrencial, el sentido común dictaba que no era seguro que una mujer estuviera sola. Sin embargo, su forma de decirlo hacía que pareciera inevitable.

¡Qué tipo tan repugnante!

Vaciló, consciente de que sus opciones eran escasas. Con un suspiro resignado, se abrochó el cinturón de seguridad, apretándose contra la puerta como si así pudiera protegerse del hombre a su lado.

Su vestido empapado se le pegaba como una segunda piel; el frío le calaba hasta los huesos y no pudo evitar encogerse de hombros, temblando.

Sin pronunciar palabra, él le tendió su abrigo sobre las piernas.

El peso la sorprendió, pero pronto se envolvió con él, agradecida por el calor.

De la prenda emanaba el inconfundible aroma de aquel hombre: mezcla de colonia con un matiz crudo y masculino.

Ese olor impregnaba la tela y se filtraba en sus sentidos, arrastrándola de vuelta a aquella noche fatídica...

Esa voz y ese aroma, tan familiares...

De pronto, el corazón de Alicia se hundió al comprender, con un golpe seco en el pecho, la terrible verdad. ¿Podría ser él?

¡Dios mío, no puede ser!

La insensatez de aquella sospecha la hizo temblar, pero seguía aferrada a su mente como una garra. Giró el rostro, tensa, para estudiarlo, buscando alguna respuesta en su semblante.

Ajeno a su agitación, él siguió sin apartar la vista del celular. "Deja de mirarme. No me interesas", soltó sin levantar la mirada de la pantalla.

¡Imbécil!

Tomó aire hondo, intentando contener la rabia, y carraspeó. "¿Cuándo demonios volviste tú?", preguntó con voz contenida.

Solo entonces levantó la vista del celular.

Le lanzó una mirada fría, con un deje de diversión, como quien contempla a un pajarillo enjaulado. "El catorce".

Un escalofrío repentino le atravesó la espalda; sintió que el corazón se le hundía, su mente girando con el peso de esas palabras.

¿El catorce?

¡Ese fue el día de su incidente!

Con el corazón latiendo con fuerza, prosiguió: "¿Y dónde te estabas quedando ese día?".

El hombre se recostó, con una sonrisa arrogante en sus labios mientras la veía retorcerse. Parecía disfrutar de su inquietud. "No me acuerdo. Estaba demasiado ocupado acostándome con alguna mujer".

Sus palabras la golpearon como una bofetada. Se le secó la boca de golpe, como si la tensión le robara el aliento.

Eso aún no probaba nada, pero la ansiedad la carcomía por dentro.

Antes de que pudiera seguir, el celular de él sonó, rompiendo la tensión.

Tras unos segundos de silencio, respondió sin entusiasmo, alzando una ceja mientras le lanzaba una mirada. "¿Qué está buscando?".

"Un anillo", se oyó la voz del gerente del cine.

Él fijó la vista en las delicadas manos de la joven.

Ella no alcanzó a escuchar el resto, pero esa mirada bastó para que frunciera el ceño. Sin pensarlo, entrecruzó las manos.

Cuando terminó la llamada, su voz sonó cargada de sorna. "¿No te compró Josua una pulsera carísima?".

La expresión de la joven se ensombreció. Habló con fría indiferencia, ocultando la punzada que sentía.

"La compró para su amante", murmuró.

Él soltó una risa seca, sin humor. "Vaya generosidad, ¿eh? Gastando una fortuna en un maldito collar de perro".

Ella no dijo nada, pero sintió una chispa de insólita satisfacción con sus palabras.

Sus dudas y preocupaciones se disiparon como neblina.

Fuera quien fuera aquel hombre de aquella noche, ya no importaba: lo había usado, y eso era todo. Ya había pasado página.

Al llegar a la casa de Monica, ella vaciló. Se preguntó si debía agradecerle, pero finalmente respondió con frialdad: "Lavaré la prenda y te la mandaré a la Mansión Yates".

Él, lejos de mostrarse caballeroso, le dedicó una sonrisa burlona. "Si lo ensuciaste, me pagas cincuenta mil pesos en efectivo".

"¿Cómo?".

Alicia parpadeó, desconcertada.

¿Cincuenta mil por este abrigo?

Con eso podría comprar uno mil veces mejor que esta prenda barata.

Claro, antes no se había quejado al usarlo. Sin más remedio, acabó cediendo a regañadientes.

Le transfirió el dinero, se secó las piernas y los pies con la pieza y, con una sonrisa maliciosa, se lo devolvió. "La próxima vez, señor Ward, invierte en un mejor abrigo. Esta tela me raspa la piel".

Caden soltó una carcajada que llenó el carro.

¿Áspero? Vaya, qué curioso.

Aquella noche, ella se había aferrado a él, empapando su ropa, sin quejarse entonces.

Su mente volvió a aquella noche, y la garganta se le cerró. Tragó saliva, encendió un cigarrillo para ahogar el deseo que la invadía, pero ni siquiera la nicotina logró calmarlo.

Con ese peso en el pecho, cuando el hombre llegó a su departamento, Hank, su asistente, ya lo esperaba en la puerta, listo para ponerlo al día sobre asuntos de la empresa.

Él había dado órdenes precisas para reorganizar todo, y su asistente las cumplió al pie de la letra.

"Ah, y algo más", añadió tras ponerlo al tanto. "Vi a Josua en la comisaría hoy. Parecía estar buscando a la tal Bennett".

Caden dejó escapar una carcajada breve, con un destello de diversión en los ojos, mientras le lanzaba a su asistente una botella de agua.

"La eternamente dócil Alicia, por fin le plantó cara... y parece que le encantó. Imagínate".

Ya que hablaban de Alicia, el subordinado le entregó un anillo y preguntó: "¿Quiere que le envíe el anillo de Bennett o que ella misma venga a recogerlo?".

Él lo examinó detenidamente.

Era apenas una sencilla banda de plata, sin un solo diamante.

Tan holgada que debió de resbalarse durante la intensidad de aquella noche...

Un metal barato, y un sentimiento aún más pobre.

Sin embargo, Alicia estaba desesperada por recuperarlo.

Caden esbozó una sonrisa cínica. ¿Qué tenía ella aparte de ese cuerpo tan tentador? Casi nada.

El asistente suspiró, casi con pesar. "Si no fuera su cuñada, señor, tal vez sus problemas...".

Caden frunció el ceño, y el otro se calló de inmediato.

"Fue por la droga...", siseó el jefe con voz afilada como el hielo.

Sin pensarlo, su asistente lo corrigió. "Pero la que fue drogada fue la señorita Bennett, señor".

Los dedos de Caden se cerraron con más fuerza alrededor del anillo, el frío del metal mordiéndole la piel y tensándole los músculos. En la sala de estar, el ambiente se volvió helado, como si una sombra pesada se hubiera posado sobre la estancia.

"Lo siento... no debí hablar, señor Ward", murmuró Hank, retrocediendo un paso, con la mirada fija en el suelo y los hombros encogidos.

Caden apartó la mirada, consciente de la tensión que le provocaba pensar en Alicia.

Esbozó una sonrisa lenta y calculada, y murmuró para sí: "Ya veremos dónde está el verdadero problema... en la próxima jugada".

            
            

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