A Hank le tembló la boca, intentando reprimir su diversión.
De todas las mujeres que luchaban por la atención de Caden, ansiosas por asegurarse un lugar a su lado, ninguna se había presentado lista para la batalla. Había visto un sinfín de vestidos deslumbrantes en esta línea de trabajo, pero Alicia... bueno, ella era la primera que combinaba su vestido con armas, pareciendo que estaba lista para acabar con el propio Caden.
Hank rio entre dientes. No era de extrañar que su jefe siempre pareciera tan intrigado a la mujer. Era la pareja perfecta: una némesis implacable.
Tras recibir la señal desde el interior, Hank se hizo a un lado y abrió la puerta. "Puede entrar ahora".
Alicia respiró hondo. Se había preparado mentalmente en el camino, convencida de que no dejaría que él la desestabilizara.
Pero en el instante en que entró en la oficina y vio al hombre sentado tras el escritorio, su fortaleza amurallada se desmoronó al instante.
No, no podía ser.
"¿Caden?", soltó con voz chillona. Como si oyera la cobardía en su propia voz, Alicia enderezó la postura y bajó la voz. "¿Qué estás haciendo aquí?".
El hombre, vestido con un traje impecable que delineaba perfectamente su figura masculina, levantó la vista con pereza.
Su postura era relajada, casi demasiado informal, como si la hubiera estado esperando todo el tiempo. "¿Por qué no iba a estar aquí?".
La cabeza de Alicia daba vueltas. ¿Cómo demonios podía ese hombre estar tan tranquilo? Ella, en cambio, sentía que estaba atrapada en una pesadilla sin fin.
Aferrándose a la esperanza de que todo fuera un gran error, buscó a tientas su teléfono para comprobar la dirección.
Los labios de Caden se curvaron en una leve y sabia sonrisa. "No estás en el lugar equivocado".
La atmósfera en la habitación pareció bajar cien grados. Las manos sudorosas de Alicia temblaban mientras levantaba lentamente la mirada hasta encontrar la suya. "Entonces, eso significa... que esa noche...".
Él ni siquiera parpadeó. "Sí. Fui yo".
No... ¡Oh Dios, no!
Alicia sintió como si su mundo se hubiera puesto patas arriba.
Caden, observando cómo se desmoronaba, se recostó en su silla con aire perezoso, sin apartar la vista de su rostro. "¿Todavía no me crees?", preguntó, con voz lenta y pausada.
Sus dedos se movieron con gracia, revelando un anillo que brillaba bajo la suave luz de la oficina.
La expresión de Alicia cambió bruscamente mientras se lanzaba a agarrar el anillo.
Pero Caden pareció haberlo anticipado, levantando suavemente el brazo fuera de su alcance.
Alicia, completamente desprevenida, tropezó hacia adelante, chocando contra su pecho.
El impacto repentino la dejó momentáneamente sin aliento, y su aroma familiar llenó sus fosas nasales.
La voz de Caden, suave y burlona, retumbó en voz baja. "¿Tan desesperada por abrazarme, eh?".
El calor subió por el cuello de Alicia, sus orejas ardiendo de vergüenza. Instintivamente, intentó apartarse, pero el brazo de Caden cayó, manteniéndola atrapada en su lugar. "¿Qué pasa? ¿Ya no quieres el anillo?", preguntó él. Su voz era casi burlona, la trampa subyacente clara.
La mente de Alicia se aceleró.
Sin el anillo, Josua seguiría siendo una espina constante en su costado. ¿Pero dejarlo con Caden? Las intrigas de este hombre astuto serían infinitamente peores.
Atrapada entre la espada y la pared, se tomó un momento para sopesar cuidadosamente sus opciones. Luego, decidida, fijó su mirada en Caden y preguntó con frialdad: "¿Qué tengo que hacer para conseguir el anillo?".
Los ojos de Caden brillaron con diversión, su mirada deteniéndose en sus orejas sonrojadas. Una sonrisa malvada se curvó en sus labios. "Siéntate primero".
Palmeó su muslo sugestivamente, un gesto que le revolvió el estómago a la mujer.
Alicia lo fulminó con la mirada, con el asco escrito en todo su rostro. "¡Qué asco, no seas asqueroso!".
"Ah, pero parece que no te tomas en serio la negociación, querida cuñada", dijo Caden con voz arrastrada, claramente deleitándose con su incomodidad.
Rechinando los dientes, ella se le acercó.
Justo antes de sentarse, preguntó con voz forzada: "Si me siento, ¿me darás el anillo?".
"Siéntate primero".
Pero Alicia, negándose a estar a su merced, sacudió la cabeza con firmeza. "No hasta que me lo prometas".
Caden hizo girar el anillo entre sus dedos, levantándolo hacia la ventana abierta.
Su determinación se desmoronó en un abrir y cerrar de ojos y se dejó caer pesadamente sobre su regazo.
El calor de su cuerpo se filtró a través de la fina tela de la falda, una sensación no deseada que se extendió por su piel.
Su pulso se aceleró, la intimidad del momento insoportable. Cada segundo en su regazo se sentía como una tortura. "¡Caden, deja de jugar y dámelo de una vez!".
La sonrisa de Caden vaciló ligeramente, dándose cuenta de que su paciencia se había agotado.
Su voz se suavizó, aunque el brillo malvado nunca desapareció en sus ojos. "Compláceme. Hazme sentir algo, y el anillo es tuyo".
Los pensamientos de Alicia se arremolinaron en una tormenta de frustración mientras escupía: "¡Soy tu cuñada!".
"Exactamente".
El rostro de la mujer se oscureció de furia, el calor subiendo a sus mejillas.
Los labios de Caden se curvaron en una sonrisa, pero sus ojos eran tan peligrosos como los de una serpiente venenosa.
Siempre sabía cómo tocar el nervio que la haría tambalearse.
Pero Alicia no era de las que se echaban para atrás. "De acuerdo, pero necesito vendarte los ojos", declaró, con una chispa traviesa parpadeando en sus ojos.
Caden arqueó una ceja, con la curiosidad despertada. "¿Nos estamos poniendo creativos, eh?".
"¿Vas a ponerte la venda o te la pongo yo?".
Caden rio entre dientes, su risa un murmullo bajo. "Haz lo que quieras".
Sin dudarlo, se quitó la corbata y se la lanzó.
Alicia la atrapó, apretando el agarre mientras sus propios nervios amenazaban con traicionarla.
Estabilizándose, la envolvió alrededor de sus ojos, sus manos temblando solo ligeramente antes de asegurarla en su lugar.
A pesar de estar envuelto en la oscuridad, Caden permaneció perfectamente quieto, permitiéndole hacer lo que quisiera.
Las mujeres nunca habían despertado nada en él antes, pero esa noche, algo dentro de él había cambiado... como un interruptor latente que de repente se encendía.
Ahora, quería saber qué había cambiado.
Alicia respiró hondo, sus dedos rozando su cintura mientras desabrochaba su camisa. Un calor sutil floreció bajo sus manos mientras se deslizaban bajo la tela, trazando las líneas de su cuerpo.
Su tacto, suave pero deliberado, le provocó un leve escalofrío.
Sin embargo, Caden no pudo evitar burlarse interiormente.
Podía trazar estrategias impecables cuando se trataba de competir con él, pero con Josua perdía todo el sentido. ¿Todo esto por un estúpido y barato anillo?
Patético.
Entonces, sin previo aviso, sus dedos encontraron su punto más vulnerable.
El dolor lo atravesó como un rayo, y se estremeció, mientras las venas del cuello se le saltaban.
"¡Argh!".
Su mano se cerró de golpe sobre la muñeca de ella, agarrándola con fuerza.
Pero antes de que pudiera decir nada, unos golpes en la puerta rompieron la tensión.
"Señor Ward", llegó la voz de Hank desde el otro lado, "el señor Josua Yates tiene un asunto urgente que discutir con usted".