Mi llegada a la azotea no pasó desapercibida. La cabeza de Carla se giró bruscamente, sus ojos llenos de lágrimas se clavaron en los míos. La actuación se intensificó.
"¡Jimena!", gritó, su voz quebrándose con desesperación teatral. Se arrastró hacia mí y luego, para mi total asombro, se dejó caer de rodillas sobre el duro concreto.
"¡Por favor!", suplicó, agarrando el dobladillo de mis pantalones. "¡Por favor, dile que pararás! Esto es mi culpa. Nos enamoramos. No es su culpa. No... ¡no lo mates por eso!".
La acusación quedó suspendida en el aire, aguda y venenosa. Mátalo. Estaba diciendo explícitamente a las miles de personas que miraban que yo era una asesina. Los comentarios en la transmisión en vivo explotaron con renovada furia.
"Es nuestra culpa", sollozó, mirándome, pero sus ojos eran para la cámara. "Deberíamos haber sabido que no lo dejarías ir. Fuimos tontos al pensar que podíamos ser felices. Solo dile que lo perdonarás. Dile que nos dejarás estar juntos. Eso es todo lo que él quiere".
Se inclinó más cerca, su agarre en mis pantalones se apretó. Su voz bajó a un susurro venenoso que solo yo podía oír, un marcado contraste con su exhibición pública de angustia.
"Perdiste, pendeja", siseó, una sonrisa cruel y triunfante asomando en sus labios. "Mírate. Todo el mundo te odia. Él nunca te amó. Ni por un segundo. Solo eras un banco. Y ahora, el banco está cerrado. Después de esto, sus acciones se dispararán. 'El hombre que sobrevivió a Jimena Garza'. Será una leyenda. ¿Y tú? No serás nada".
La miré fijamente, a esta obra maestra del engaño. La actuación impecable de la amante afligida, la jactancia privada de una vencedora. Era joven, pero era una depredadora.
"Va a conseguir su acuerdo", susurró, sus ojos brillando con malicia. "Uno grande. Y tú vas a pagarlo. Porque si no lo haces, esto nunca terminará. Te arruinaremos".
Luego, tan rápido como se había inclinado, retrocedió, su rostro de nuevo una máscara de trágica pena. Soltó un sollozo ahogado y luego hizo algo tan audaz, tan performativamente brillante, que casi tuve que admirar su pura desfachatez.
Se arrojó hacia atrás, aterrizando con fuerza en el suelo con un grito de dolor.
"¡Ah!", chilló, agarrándose el brazo. "¿Por qué me empujaste?".
Un oficial de policía corrió a su lado. La cámara, sostenida por el amigo de Andrés, giró para capturar el nuevo drama. La narrativa ahora estaba grabada en piedra: la malvada y violenta Jimena Garza, agrediendo físicamente a la pobre chica con el corazón roto.
La ignoré. Ignoré los jadeos, los murmullos, las miradas acusadoras de la policía. Mis ojos estaban fijos en una persona.
Caminé tranquilamente hacia la cornisa, mis tacones resonando con golpes agudos y deliberados sobre el concreto. Me detuve a unos metros de Andrés.
"Me acusas de ser controladora", dije, mi voz cortando el viento.
Él giró la cabeza ligeramente, su perfil recortado contra el horizonte que oscurecía. Su rostro era un estudio de agonía practicada.
"Lo eres", dijo, su voz temblando para la audiencia en vivo. "Controlabas cada parte de mi vida. Mi empresa, mis amigos... incluso mi familia. Amenazaste a mi padre. Usaste tu dinero para poseerme".
"Ya veo", dije, mi voz aún nivelada. "Yo soy la titiritera, y tú eres solo el pobre e inocente títere sin voluntad propia".
Un músculo se contrajo en su mandíbula. Mi calma lo estaba desconcertando. Esta no era la reacción que había guionizado. Esperaba lágrimas, súplicas, ruegos. Esperaba que me quebrara.
"Mi familia y yo no somos tus mascotas, Jimena", escupió, inyectando más veneno en su voz. "No somos solo activos para que los adquieras y descartes cuando te disgustan".
Sentí una sonrisa fría tocar mis labios, una sonrisa que no intenté ocultar. "¿Una mascota? No, Andrés. Siempre he tenido una política estricta en contra de invertir en cosas sin columna vertebral".
Sus ojos brillaron con ira genuina antes de que la enmascarara de nuevo con pena. Este era el momento. El clímax de su gran obra. Me tenía aquí, en vivo, frente al mundo, tildada de villana, de monstruo, de abusadora. Creía que tenía todas las cartas.
Estaba a punto de aprender que yo era la dueña de todo el casino.