Capítulo 3 Como te lo mereces

Vasti, negando con la cabeza, se quitó la ropa y entró a la ducha. Puso la alarma para que sonara temprano, porque lo último que quería era llegar tarde. Aunque el nuevo jefe era guapísimo y, ella no lo negaría, un verdadero bombón, parecía ser el tipo de persona que se fija en todo, y Vasti no quería convertirse en el blanco de su furia. Esa fue una noche llena de sueños húmedos.

Después de unos diez minutos de que la alarma estuviera sonando y ella activando el modo de repetición, Vasti finalmente la apagó, se estiró y se levantó de la cama.

Pensó en dejar que su mal genio tomara el control, haciendo que no se presentara en la empresa. Sin embargo, recordó que necesitaba ese trabajo, no solo por ella, sino por su abuela. Si no fuera por eso, realmente habría fingido que no le importaba el empleo y habría buscado otro.

"Voy a buscar otro... pero mientras no encuentre nada, ¡tengo que seguir en este!", se dijo a sí misma mientras iba al baño a cepillarse los dientes. Le dolía la cabeza a rabiar y Vasti se arrepintió de haber bebido. "Si hubiera sabido que tendría trabajo, no lo habría hecho. Todo es culpa de ese hombre malvado."

Tomó una aspirina, abrió el cajón de las bragas, metió la mano y agarró la primera que salió. No solía combinar sostenes y bragas, sobre todo porque normalmente usaba negro, blanco y beige. No es como si hiciera mucha diferencia. No para ella. Lo único que le importaba era no andar con ropa interior rota, deshilachada o, peor aún, sucia. Por lo menos, si se desmayaba muerta en la calle, no hablarían mal de ella en ese aspecto. Algo que su abuela le había enseñado. El honor de una mujer lo era todo. Y Vasti no sería recordada como una mujer descuidada.

La ropa elegida fue un vestido entubado negro, con un cinturón que formaba parte del vestido en la cintura, lo que hacía que su cuerpo se viera maravilloso y, aun así, adecuado para el ambiente de trabajo. El maquillaje solía ser ligero, pero esa mañana abusaría un poco más del corrector para cubrir las ojeras que había ganado de souvenir por la noche de fiesta. El cabello terminó recogido en un chongo, en ese estilo despeinado-pero-arreglado. Vasti suspiró hondo, tomó su bolso y se fue directo al metro. Iba con tiempo de sobra, no necesitaría tomar ningún taxi.

En menos de una hora llegó al edificio, fue al elevador y esperó pacientemente mientras todos se bajaban, hasta que llegó a su piso.

Heidi había sido avisada de que no necesitaría contratar a otra persona, pues la señorita Phillips había sido reintegrada al cuadro de empleados. A pesar de la curiosidad, Heidi no le preguntó nada al jefe. Temía que él se sintiera desafiado y la tomara contra la pobre chica. No, Heidi decidió que, en cuanto pudiera, le preguntaría a la propia Vasti qué había pasado para que el jefe cambiara de opinión.

-¡Vasti! -la llamó Heidi-. Digo, ¡señorita Phillips!

-Ah, puede llamarme Vasti, señorita Williams.

-Entonces llámame Heidi -la mujer sonrió a Vasti, sinceramente-. Ven, vamos a tu escritorio, que ya te está esperando.

Vasti abrió una sonrisa enorme y la siguió. Nada fuera de lo normal le ocurrió durante el resto del día. Trabajó, aprendió muchas cosas y, cuando ya casi eran las seis de la tarde, Heidi la llamó.

-Vasti, entonces, ¿me puedes hacer un favor?

-Claro -Vasti ya no iría a visitar a su abuela ese día, solo al siguiente.

-Necesito revisar este documento, pero sucedió una pequeña emergencia en mi casa. ¿Puedes hacerlo por mí? -Heidi la miró con cara de perrito regañado.

-No hay problema. Solo dime bien qué es lo que se necesita.

Heidi dio un pequeño brinco de alegría.

-¡Gracias! -y entonces le explicó todo a Vasti, avisándole que, si necesitaba ayuda, podía llamarla.

Vasti volvió a su escritorio y se puso a trabajar. Esperaba que, para las ocho, ya hubiera terminado todo. Y entonces, por fin, se iría a casa y podría dormir cuanto quisiera. Al día siguiente planeaba visitar a su abuela en el hospital, lo que significaba que necesitaría acostarse lo más temprano posible para levantarse bien descansada y no llegar tarde al trabajo.

No se dio cuenta de que la gente a su alrededor se iba, y cuando se levantó para prepararse una taza de café, finalmente se dio cuenta de que el piso parecía abandonado.

-Qué creepy... -murmuró, y fue a la cocineta.

Vasti se apoyó en la encimera mientras esperaba a que el café estuviera listo. Cerró los ojos y respiró hondo. Entonces sintió que alguien la sujetaba por la cintura, lo que la asustó.

-Calma... -la voz seductora del hombre con el que había estado soñando despierta sonó justo en su oído. Ronca, causándole escalofríos a la morena.

-Se-señor MacGyver -dijo, colocando las manos sobre las de él para quitarlas de su cuerpo. Sin embargo, él tomó eso como un incentivo y la jaló aún más hacia él.

-Tan deliciosa -rozó con la punta de la nariz el cuello de Vasti e inhaló profundamente antes de besarle la piel.

Adonis normalmente no se involucraba con las empleadas, no cuando quería conservarlas. Pero esa mujer, Vasti, lo estaba volviendo loco al punto de hacerlo actuar sin pensar. No había logrado sacarla de su cabeza desde el momento en que puso los ojos en ella. Y, después de la noche anterior, solo podía imaginar cómo sería tener más de ella.

-¡No! ¿Qué crees que estás haciendo? -preguntó Vasti y giró el rostro para mirarlo, pero fue un movimiento poco inteligente. Sus caras quedaron muy cerca. Abrió la boca para hablar, pero no salió ningún sonido. Adonis la giró hacia él y la besó. Cuando Vasti reaccionó, él ya le había pasado las manos por detrás de las rodillas y la había sentado sobre la encimera de la cocineta.

-Ahora, deja que vea si fuiste una niña obediente -dijo él, subiendo las manos por los muslos de Vasti, sonriendo de lado y tomando sus labios de nuevo, pero pronto dio un paso atrás y miró hacia abajo-. ¿Beige? -preguntó, decepcionado.

Vasti estaba tan intoxicada por él que no se dio cuenta de que la falda de su vestido ya estaba subida hasta la cintura y su ropa interior, expuesta. Intentó cerrar las piernas, pero él no se lo permitió, quedándose entre ellas.

-¡Esto es muy inapropiado! Usted es mi superior, no puede hacer esto -dijo, colocando las manos en el pecho de él para empujarlo y apoyarse para bajar de la encimera.

-Dije lila, ¿no es cierto? -preguntó él, ignorando lo que Vasti había dicho. La escuchó y sabía que ella tenía razón, pero no quería pensar en eso en ese momento. Adonis alzó una ceja, ahora con una expresión un poco más seria.

-Ah, "lila" era el color de la braga que usted esperaba que yo trajera puesta, ¿es eso? -preguntó Vasti, riendo de nervios-. ¿Y por qué haría eso? ¿Por qué le obedecería en algo tan íntimo? Usted es mi jefe, pero no manda en mi vida personal.

-Porque lo ordené -respondió sin rodeos, como si fuera obvio.

Ella lo miró por unos segundos antes de bufar con desdén.

-Soy su empleada, pero no soy su esclava. ¿Qué se cree?

Él se acercó aún más, mirándola directamente a los ojos, lo que hizo que la boca de Vasti se secara por completo, de inmediato. Sin embargo, otra parte de su cuerpo se humedeció más, le gustara o no la forma en que su cuerpo reaccionaba a él.

-Sé que quieres que te dominen, Señorita Phillips -dijo él, tirando de su cintura para pegarla por completo a él. Vasti podía sentir el bulto en los pantalones de él rozando sus partes, a través de la braga, algo que nunca había experimentado con ningún hombre-. Y voy a dominarte como te lo mereces.

            
            

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