La piedra era el lugar de los juramentos y de las verdades que no admiten matices. Allí se habla con la verdad.
-Lía -Kael se volvió hacia mí-. No te pediré que estés en la piedra si él viene. Pero si quieres, puedes.
Mi boca se secó.
-Quiero.
No era que quisiera ver su cara. Ni volver a oír esa risa insoportable. Era que había pasado demasiadas horas de mi vida callando. Y la piedra no perdonaba silencios.
-Entonces te prepararé -dijo Kael.
Salimos del círculo, el campamento había cambiado: guardias en posiciones altas, corredores, mujeres llevando a los niños a un lugar seguro. Nadie gritaba. Nadie alteraba la mañana. El sol apenas iluminaba los techos.
-¿Qué harás si él dice que te rescató tras la muerte de tus padres? -preguntó Kael, ya en el sendero, sin mirarme, como si hablara con el aire.
-Diré que me encerró en una cocina. Que me quitó el nombre. Que me usó de ejemplo.
-Ahora. ¿Qué harás si él cita la costumbre de acoger sangre de alfa como honor?
-Preguntaré dónde estaba ese honor cuando me golpeó. Dónde estaba cuando prohibió que me entrenaran.
Kael volvió la cabeza, una vez.
-¿Y si me reta a duelo por ti?
-Preguntaré si me reconoce. Si me ve a mí. Si no, no tiene nada que reclamar.
-Bien -dijo. Se detuvo en seco y me miró-. ¿Y si te pide perdón a cambio de dejarte volver en paz?
Mi lobo rió, de verdad. Una risa que mostró mis dientes y mi lengua.
-Le diré que la paz no vive en una cocina, sino en una cama limpia y en una ventana abierta, en libertad.
El sol trepó más alto en el cielo. El campamento olía a harina y metal templado. Mikel se acercó con una banda ancha de cuero.
-Para que no tenses el brazo.
Me ayudó a colocármela.
A mediodía, la piedra ardió. Irene leyó en voz alta mi nombre, la hora y el lugar del amparo.
Firmaron todos con sus símbolos. Yo dejé mi huella con la mano buena.
Al caer la tarde, el primer aullido se acercó. Mikel apretó la mandíbula. Eidan escupió a un lado. Ares tragó saliva y mantuvo la postura.
-Vienen -dijo alguien.
Los vi antes de olerlos. Se ubicaron en la línea de árboles, negros y ocre. Árgon al centro, alto con la espalda ancha, sonreía. Reconocí esa curva, había soñado con ella en mis noches más sucias.
-Kael, dicen que recogiste algo que me pertenece.
Kael dio un paso hacia la piedra. Yo, a su izquierda. El campamento detrás. El bosque, el escenario y mi lobo conmigo.
-A veces -respondió Kael- uno cree que tiene entre las manos una cosa. Y resulta que lo que tiene es la prueba de su vergüenza.
Árgon rió sin humor.
-Devuélvela, Rey. Y quizá me olvide de tu osadía.
Kael no me miró, no hizo falta.
-Hablas de ella como si fuera un objeto -replicó-. Pero aquí las personas se miran a los ojos. Lía.
Mi nombre, la piedra bajo mis pies. La risa de mi lobo.
-No soy tuya. Y no fui tuya nunca.
El bosque calló.
Árgon dejó de sonreír.
-Entonces, hablemos en la lengua que entiendes.
Se desabrochó la capa y la dejó caer. Los suyos se abrieron, hambrientos de espectáculo. Los nuestros no se movieron.
Kael bajó las manos a los costados. No adoptó postura de combate. Adoptó postura de juramento.
-En la piedra -declaró.
Y el mundo se detuvo.
El círculo se cerró.
Árgon sonrió a medias.
-Según ley un Alfa puede reclamar lo que crió bajo su techo.
La piedra tembló. No lo imaginé, un calor me subió por los talones.
La mujer del Consejo dio un paso al frente.
-Según la ley el reclamo sin reconocimiento es humo. Aquí se habla con la verdad.
Kael inclinó la cabeza sin apartarse de mi lado.
El aire cambió. Como cuando se anuncia una tormenta. La piedra, a mis pies, se templó.
-Llama a testigos -pidió la mujer.
-Yo -dije sin pensar.
Árgon soltó una risa breve.
-La muchacha que no grita. Adelante, niña.
Pisé un poco más adentro del círculo.
-Nombre.
-Lía, hija de Helena y de Íñigo, Luna y Alfa del Valle.
Hubo un murmullo contenido. Árgon dejó de jugar con la capa. -¿Reconoces a Árgon como quien te dio techo, cuidado y honor? -preguntó la mujer, con la fórmula antigua.
-Me dio trabajo en la cocina. Me dio el suelo para dormir. Me quitó el nombre y me golpeó.
La piedra se encendió bajo mis plantas aprobando.
-No lo reconozco como honor. No lo reconozco como cuidador. No lo reconozco como nada mío.
Árgon se inclinó hacia delante con los ojos fríos.
-Yo la recogí cuando sangraba -repuso-. Le salvé la vida.
La piedra lanzó una chispa. En Consejo entero miró sus pies y supe que ellos también la sintieron.
-Es una verdad incompleta - dijo el hombre de cabello blanco-. Continúa.
-Me recogiste -asentí-, y me encerraste. No me entrenaste. Me usaste para que nadie olvidara que tu mano era la única que mandaba. Si hoy estoy viva es porque corrí.
Mi lobo rasgó el silencio con una exhalación corta, orgullosa.