Alzó la mirada y la posó sobre su hija menor, Bianca Sinclair, quien permanecía sentada en un extremo del sofá, con los brazos cruzados sobre su pecho, el rostro pálido y los labios presionados con fuerza.
Sabía lo que venía.
-Mamá, no. -La voz de Bianca sonó frágil, casi un susurro.
Eleanor cerró el documento con un movimiento brusco y su mirada se endureció.
-No tenemos opción.
-¿No lo entiendes? -Bianca se levantó de golpe-. ¡Me estás vendiendo!
-Estoy salvando a tu padre. -Eleanor golpeó la mesa con la palma de la mano-. Sin este matrimonio, irá a prisión.
Las palabras retumbaron en la habitación.
Bianca sintió un nudo en la garganta. ¿Cómo podía ser tan fácil para su madre decirlo?
-Este no es un matrimonio, es un contrato de esclavitud. -Tomó los documentos con desesperación-. ¿Lo leíste bien? No podré tener contacto con él, no podré hablar, ni siquiera existir a su lado, tampoco me importa, pero...
Eleanor se cruzó de brazos.
-Eso no importa.
Bianca la miró incrédula.
-¡Por supuesto que importa! Es el novio de Hanna. ¡Su novio!
Eleanor no titubeó.
-Hanna no está aquí.
-¡Porque si estuviera jamás lo permitiría!
El silencio se hizo denso. Bianca respiraba agitadamente. Su pecho subía y bajaba con rapidez mientras trataba de contener las lágrimas.
-Esto es un error... -susurró-. No puedo hacerlo.
Eleanor se inclinó sobre la mesa y le mostró la cláusula más importante:
"Si el matrimonio no se concreta en un lapso de dos horas, la familia Sinclair perderá la única oportunidad de impedir la condena de Héctor Sinclair."
-Si no firmas, en dos horas la policía va a trasladar a tu papá a Prisión absoluta ¿Podrás vivir con la culpa de que tu padre fue a prisión por tu culpa? ¿Serás capaz?
Bianca sintió el peso del mundo caer sobre sus hombros. Su padre.
Cerró los ojos con fuerza, como si así pudiera bloquear la realidad.
-No es justo...
Eleanor suavizó su tono, pero su mirada seguía siendo dura.
-Nada en esta vida es justo, Bianca.
El tiempo se agotaba.
1 hora con 45 minutos restantes.
Bianca se hundió en el sofá, mirando el contrato con las manos temblorosas. Sabía que ya estaba perdida.
-¿Cómo voy a mirarlo a los ojos, mamá? ¿Cómo podré soportarlo? Si llegará a existir una posibilidad de estar cerca de él cosa que efectivamente va a ocurrir el día de la boda.
Eleanor no respondió. No había palabras de consuelo porque no había consuelo posible.
Bianca tomó la pluma con los dedos helados y acercó el documento. Su destino ya estaba escrito.
Y con un solo trazo, su libertad dejó de existir.
La mañana siguiente llegó con una rapidez cruel.
Bianca Sinclair se miró en el espejo, vestida con un elegante vestido blanco de seda que caía con suavidad sobre su delgada figura. No había encaje, no había flores, no había amor.
Las bodas solían ser momentos felices, llenos de risas y sueños compartidos. Pero esta no era una boda.
Era una transacción para salvar a su padre y aunque siempre vivió bajo la sombra de su hermana y la lógica de su padre que ella no merecía reconocimiento, Bianca estaba dispuesta a sacrificarse por el hombre que le dio la vida.
Eleanor Sinclair se encontraba detrás de ella, ajustándole el velo con manos firmes, sin titubeos.
-No llores, Bianca - La voz de Eleanor era baja.
-No estoy llorando. -Pero su voz quebrada la delató.
Eleanor suspiró con impaciencia.
-Nada bueno saldrá de compadecerte a ti misma.
Bianca cerró los ojos, respirando hondo. No tenía a nadie de su lado.
Hanna seguía sin aparecer, sin responder sus llamadas. No sabía si su hermana ya estaba enterada de lo que estaba pasando o si el destino simplemente la mantenía alejada de este desastre.
-Es hora.
El corazón de Bianca dio un vuelco.
Dos hombres de negro la esperaban en la puerta, enviados por Dante Von Adler. No había damas de honor, no había un padre para entregarla, no había una ceremonia que esperaba convertirla en su anfitriona, solo era ella y nadie más.
Solo el camino hacia su sentencia.
Dante Von Adler esperaba de pie, con la postura erguida e imponente.
Vestido con un traje negro impecable, su corbata del mismo color y el reloj de lujo en su muñeca marcaban su nivel de perfección calculada. Su expresión no mostraba nada.
A su lado, Adrian Weston, el gran abogado de la familia revisaba la documentación del matrimonio.
-Todo está en orden, señor Von Adler.
Dante asintió sin apartar la vista de la puerta. Sabía que Bianca llegaría, no tenía otra opción.
Cuando la vio entrar, la evaluó en silencio.
El vestido, aunque elegante, no tenía ningún adorno romántico. No parecía una novia, sino una mujer en duelo.
Bianca avanzó con pasos temblorosos hasta detenerse frente a él. No se atrevió a mirarlo a los ojos.
-Toma mi mano. -La voz de Dante fue firme, sin emociones.
Bianca obedeció sin resistencia. Sus dedos se sintieron fríos y ajenos en la calidez de los de él.
El juez de paz comenzó a hablar. Las palabras del juramento resonaban como una cruel ironía.
"En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe."
Bianca tragó con dificultad. Ninguna de esas promesas era real, porque había un contrato de por medio, un año de contrato.
-Señorita Sinclair, ¿acepta a Dante Von Adler como su esposo?
El silencio se hizo eterno.
Todos esperaban su respuesta.
Su madre contenía el aliento en una esquina. El tiempo se detuvo.
Pero Bianca ya no tenía escapatoria.
-Sí, acepto. -Susurró.
-Señor Von Adler, ¿acepta a Bianca Sinclair como su esposa?
Dante no dudó.
-Sí, acepto.
El juez sonrió.
-Puede besar a la novia.
Bianca sintió que su cuerpo se tensaba.
Dante se inclinó un poco, pero en lugar de besarla en los labios, dejó un beso breve en su mejilla.
No era ternura, era un recordatorio.
"Eres mi esposa en papel, pero nada más."
Cuando todo terminó y firmaron los documentos, Dante soltó su mano sin mirarla siquiera, el hombre se giró hacia su mano derecha
-Alejandro, encárgate de todo. -Ordenó Dante.
Luego, sin otra palabra, dio media vuelta y salió del salón.
Bianca sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Acababa de casarse con un hombre que la odiaba.
Y su nueva vida acababa de empezar.
La mansión Sinclair estaba en completo silencio cuando Bianca cruzó la puerta, su padre ya estaba fuera de la prisión.
Había sido liberado. Su sacrificio no había sido en vano.
A pesar de todo, a pesar del matrimonio sin amor, a pesar de la humillación y el desprecio de Dante Von Adler, Bianca pensó que al menos su padre la recibiría con gratitud.
Quería abrazarlo. Quería escuchar de sus labios un simple "gracias".
Pero cuando Héctor Sinclair la vio, su expresión no fue de alivio.
Fue de asco.
Antes de que Bianca pudiera reaccionar, la bofetada la golpeó con tal fuerza que su cuerpo tambaleó.
Un ardor abrasador se extendió por su mejilla.
-¡Héctor! -Eleanor gritó horrorizada.
Pero Bianca apenas la escuchó.
El dolor en su rostro era nada comparado con el que acababa de instalarse en su pecho.
Miró a su padre con los ojos abiertos por el shock, buscando en él al hombre que la había criado, aquel que solía sonreírle cuando era niña.
Pero ese hombre ya no existía desde hace tiempo.
Solo quedaba un hombre lleno de desprecio.
-¿Cómo te atreves? -susurró Eleanor, acercándose a su marido-. ¡Bianca te salvó de la cárcel!
Héctor la miró con frialdad.
-¿Salvarme? -Su risa fue cruel-. Lo único que hizo fue venderse como una cualquiera.
Bianca sintió un escalofrío recorrer su espalda.
-Papá...
-No me llames así. -La interrumpió con dureza-. Ya no tengo una hija llamada Bianca.
El aire dejó de llegar a sus pulmones.
Eleanor palideció.
-¡No puedes decir algo así!
Héctor volvió su mirada a Bianca, y lo que vio en sus ojos fue repulsión absoluta.
-Vendiste tu cuerpo al novio de tu hermana, Bianca. Eres una vergüenza.
-¡Eso no es cierto! -Bianca se abrazó a sí misma, sintiendo que su mundo se desmoronaba-. ¡Lo hice por ti!
-No pedí tu sacrificio. -Héctor la cortó sin piedad-. Hubiera preferido la cárcel antes de cargar con una hija que se entrega al mejor postor o mejor dicho al hombre de su propia hermana.
Eleanor lo miró con horror.
-¿No entiendes que Bianca salvó a esta familia?
Héctor la ignoró. Solo tenía ojos para Bianca, y en ellos no había amor.
-Desde hoy, estás muerta para mí.
Bianca sintió que su estómago se hundía.
-Papá, por favor...
-¡Fuera de mi casa!
Su voz resonó como una sentencia de muerte.
Bianca sintió que las piernas le fallaban.
Héctor la señaló con un dedo.
-Desaparece maldita mujer. No vuelvas a cruzar esta puerta en tu vida mala mujer, lleva tus porquerías y Lárgate.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas.
Eleanor se aferró al brazo de su esposo, sacudiendo la cabeza.
-No puedes hacerle esto.
Héctor la apartó con frialdad.
-Si tanto la quieres, vete con ella.
Eleanor quedó inmóvil, temblando.
El silencio fue sepulcral.
Entonces, Bianca entendió que estaba sola.
Se tragó el llanto, se irguió con la poca dignidad que le quedaba, y dio media vuelta sin mirar atrás.
Cuando cruzó la puerta de la mansión, supo que ya no tenía un hogar.
Había perdido a su padre.
Había perdido a su hermana.
Y ahora, estaba completamente sola en un matrimonio sin amor.
- Pensando mejor, es mejor que no lleves nada, que te vayas como un perro por la calle y mejor por mi es que te mueras.
- Ya basta Hector. - Eleanor interrumpió.
- Ya sabes Eleanor, si quieres protegerla es mejor que te vayas con ella.
- Es impresionante lo desagradable y malagradecido que eres - Eleanor alzó la voz entonces se coloca al lado de Bianca - Me iré con mi hija.
- Sí, son iguales, tu eres la alcahueta que da alas a su mala vida- Bianca lloraba desconsoladamente, se sentía tan herida e insignificante.
- Espero que no te arrepientas de tus palabras, Hector - Eleanor se veía muy fría.
- Jamás lo haría, están tardando para largarse de aquí, aunque Eleanor creo que tu en menos de dos horas ya volverás porque nadie te dará los lujos qué yo te doy.
- Nunca se trato de los lujos Hector, vamos Bianca - Entonces Eleanor antepuso su rol de madre antes que su rol de esposa.
Las personas que trabajan para ellos observaban como Eleanor y Bianca abandonan los terrenos.
- Papá tiene razón para odiarme - Expuso Bianca.
- No cariño, estas muy equivocada, tú no eres culpable de nada - Madre e hija caminan por la calzada buscando llegar a una parada de taxi, mientras Bianca se sentía a morir además la lluvia amenazaba con llegar pronto.
Las palabras de su padre aún resonaban en los oídos de Bianca, como un eco cruel de lo que acababa de perder.
Su hogar. Su familia. Su padre.
Eleanor, con el rostro tenso y la mirada firme, sacó su teléfono y marcó un número.
-Rafaela, soy yo.
Al otro lado de la línea, la voz de una mujer de tono cálido y preocupado respondió de inmediato.
-Eleanor, querida, ¿qué sucede? ¿Por qué me llamas tan tarde?
-Necesito ayuda. -La voz de Eleanor tembló, pero mantuvo la compostura-. Héctor nos echó.
El silencio al otro lado del teléfono fue corto, pero se sintió eterno.
-¿Qué? -La incredulidad de Rafaela fue evidente.
-Nos sacó sin nada. Bianca y yo no tenemos dónde ir.
Hubo un susurro de indignación antes de que Rafaela respondiera con firmeza:
-Vengan a mi casa ahora mismo y me explicas lo que ocurrió.
Eleanor exhaló con alivio.
-Gracias, Rafaela.
-No me agradezcas. -La voz de la mujer era firme y protectora-. Soy la madrina de Bianca. Ese hombre ha cometido un pecado imperdonable.
Eleanor cortó la llamada y miró a su hija.
Bianca se veía tan pequeña en ese momento.
Sus ojos estaban rojos, su rostro pálido y su cuerpo temblaba ligeramente.
-Vamos, hija. Nos espera Rafaela.
Bianca asintió en silencio.
Un taxi las recogió y se sumergieron en la fría noche londinense que estaba cayendo, el día parecía ser eterno.
Cuando el taxi se detuvo frente a la imponente Mansión Portal, Bianca apenas podía mantenerse en pie.
Era el cansancio. La tristeza. La sensación de sentirse culpable, todo parecía convertirse en latigazos para ella.
Las luces de la mansión se encendieron antes de que tocaran la puerta. Rafaela ya las estaba esperando.
Cuando la puerta se abrió, una mujer de mediana edad, con un elegante vestido de terciopelo azul y el cabello rubio perfectamente peinado, las miró con ojos llenos de compasión.
-Oh, mis niñas... -susurró Rafaela antes de abrir los brazos.
Eleanor la abrazó primero, pero Bianca no pudo moverse.
Cuando finalmente dio un paso adelante y sintió los brazos cálidos de Rafaela rodearla, se quebró.
-Yo solo... -Su voz se ahogó en su propio llanto-. Yo solo quería ayudar...
Las lágrimas cayeron sin control.
Lloró como una niña abandonada, porque eso era lo que era.
Su propio padre la había despreciado.
Su hermana la había dejado sola.
Y ahora... su vida no le pertenecía.
Eleanor la sostuvo contra su pecho.
-Lo sé, mi amor. Lo sé...
Bianca se aferró a su madre, sintiendo que todo el peso del mundo la aplastaba.
Rafaela les acarició el cabello con ternura.
-No están solas. Aquí nadie las va a echar.
Bianca sollozó más fuerte, porque por primera vez en horas, sintió que tenía un refugio que no sea solo los brazos de su madre.
Pero aunque su cuerpo estaba a salvo, su alma estaba hecha pedazos.
Entre tanto, Dante Von Adler estaba en su oficina, sentado en su imponente escritorio de madera oscura, cuando el abogado entró con paso firme.
-Señor Von Adler -dijo con respeto-, tengo noticias sobre la familia Sinclair.
Dante levantó la mirada, su expresión impenetrable.
-Habla.
El abogado dejó un sobre sobre la mesa y continuó:
-Héctor Sinclair ha echado a su esposa e hija de la casa. Bianca Sinclair ya no pertenece a los Sinclair... oficialmente.
Dante giró la silla lentamente, su mandíbula tensándose levemente.
-Continúa.
El abogado tragó saliva. El ambiente se volvió denso.
-He tomado la libertad de investigar más. La señora Von Adler y su madre han encontrado refugio en la Mansión Portal.
El aire en la oficina se congeló.
Dante lo fulminó con la mirada.
El abogado sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
-¿Qué dijiste? -La voz de Dante fue un filo de hielo.
El abogado parpadeó, desconcertado.
-Dije que la señora Von Adler y su madre...
Dante se inclinó sobre el escritorio, sus ojos oscuros eran una amenaza latente.
-Nunca la llames así delante de mí.
El abogado bajó la mirada de inmediato.
-Disculpe, señor.
Dante apretó los dientes. No le gustaba ese título. No para ella.