Había una publicación de la cuenta de Laila. Afirmaba que yo la había estado chantajeando, obligándola a incluir mis teorías \"defectuosas\" en su trabajo, razón por la cual la Academia había marcado su reciente artículo por plagio. Tejió una historia de una hermana celosa y sin lobo que quería arrastrar al genio de la manada al lodo.
Los comentarios eran una avalancha de odio.
*\"Omega inútil.\"*
*\"Debería ser desterrada.\"*
*\"¿Por qué sigue en la manada?\"*
La puerta se abrió, y Simón no entró caminando, entró como una tormenta. No habló. Me agarró del brazo, su agarre magullándome, y me arrastró fuera de la habitación.
-¡Simón, detente! ¡No puedo caminar rápido! -grité, tropezando. Mis pies descalzos golpeaban contra el linóleo frío.
-Vas a arreglar esto -gruñó, sin disminuir la velocidad. Me arrastró como a un desterrado, como basura, directo a la sala de espera principal donde mi familia y algunos ancianos de la manada estaban reunidos.
Me tiró al suelo. Aterricé duro sobre mis rodillas, el impacto sacudiendo mi columna.
Miré hacia arriba y vi a Laila sosteniendo un teléfono. La luz roja estaba encendida. Estaba transmitiendo en vivo.
-Diles -ordenó Simón, su voz retumbando para que todos en la sala -y todos viendo en línea- pudieran escuchar-. Dile a la manada que mentiste. Diles que saboteaste a Laila por celos.
Lo miré, buscando al chico que me había salvado de una tormenta hace cinco años. El chico que me había envuelto con su chaqueta y prometido que estaba a salvo. Ese chico estaba muerto.
Laila comenzó a toser, un sonido delicado y lastimero.
-No puedo respirar -jadeó, agarrándose el pecho-. Su aroma... es tan amargo. Me está asfixiando.
Era una mentira. No me quedaba aroma. El veneno lo había eliminado. Pero Simón reaccionó al instante.
-¡Hazlo ahora, Zora! O juro por la Diosa Luna que te arrojaré al calabozo. Puedes pudrirte en la oscuridad antes de que te deje acercarte a una mesa de cirugía.
El calabozo significaba morir sola, en una agonía lenta e insoportable. La cirugía era una guillotina: rápida, final. La anestesia sería mi libertad.
Miré a la lente de la cámara. Miré a los miles de espectadores.
-Yo... -mi voz se quebró-. Tengo celos de mi hermana.
-Más fuerte -dijo mi padre desde la esquina, con los brazos cruzados.
-Tengo celos -dije, mi voz muerta-. Mentí. Laila es la genio. Yo soy... yo no soy nada.
-¿Y? -instó Laila, con un brillo cruel en sus ojos.
-Y lo siento.
Laila bajó el teléfono, terminando la transmisión. Al instante dejó de jadear. Me miró con una sonrisa beatífica, la imagen de la gracia.
-Te perdono, Zora. Aunque me odies, yo todavía te amo. Por eso te dejo salvarme.
-¿Ven? -dijo mi padre, asintiendo a los ancianos-. Laila tiene el corazón de una verdadera Luna. Zora finalmente ha aprendido su lugar.
-Bien -dijo Simón. Me miró con puro desdén-. Sáquenla de mi vista. La cirugía comienza en diez minutos.
Me dio la espalda para abrazar a Laila.
Me quedé en el suelo por un momento, demasiado débil para moverme. El Enlace Mental zumbaba con los pensamientos colectivos de la manada.
*¿Escucharon que lo admitió?*
*Asquerosa.*
*Merece morir.*
Cerré los ojos, bloqueándolos.
Laila se inclinó, fingiendo ayudarme a levantarme. Sus labios rozaron mi oído.
-Sabes -susurró, su voz como seda envuelta alrededor de una navaja de afeitar-. Incluso la Diosa Luna te ha abandonado. Simón es mío. Siempre fue mío. Y ahora, tu vida es mía también.
Me aparté de ella, usando la pared para ponerme de pie. No dije una palabra. No quedaban palabras. Simplemente me di la vuelta y caminé hacia el quirófano.