Del Omega Rechazado al Lobo Blanco Supremo
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Capítulo 3

Punto de vista de Elena:

Me desperté con el sonido de los pájaros cantando, un contraste cruel con el hecho de que me quedaban aproximadamente dos días de vida.

El veneno se movía más rápido ahora. Podía sentir mis riñones fallando, un dolor sordo y punzante en mi espalda baja.

Apenas me había sentado cuando mi padre, Juan, irrumpió en la habitación.

-¡Levántate! -rugió.

Me estremecí. -¿Padre?

-No me llames así. Nos avergonzaste anoche. ¿Irte del banquete? ¿Hacer una escena con el Anciano? -Caminaba de un lado a otro de la pequeña habitación, pateando una caja de zapatos viejos de Lidia-. Lidia ha estado llorando toda la mañana porque se siente responsable de tus "cambios de humor".

-¿Está llorando? -pregunté secamente-. Eso debe ser terrible para ella.

-Cuida tu tono -advirtió-. Vas a bajar, y vas a disculparte con tu hermana. Y luego vas a ayudarla a preparar los arreglos florales para la ceremonia de esta noche.

No tenía energía para pelear. Me puse un suéter holgado para ocultar los moretones en mis brazos y lo seguí escaleras abajo.

La sala estaba llena de flores. Lirios blancos, rosas y... Flores de Luna.

Lidia estaba sentada en el sofá, secándose los ojos secos con un pañuelo de seda. Cuando me vio, se iluminó.

-¡Elena! Oh, estoy tan contenta de que estés aquí. -Se puso de pie y agarró un ramo de Flores de Luna. Eran hermosas, brillando con una tenue luz nacarada, pero su polen era potente-. Necesito que las tejas en una corona para mí.

Miré las flores.

-Lidia, le dijiste a toda la manada que eras mortalmente alérgica a las Flores de Luna hace tres años. Dijiste que intenté envenenarte con ellas.

Esa mentira me había costado tres latigazos del ejecutor de la manada.

La sonrisa de Lidia no vaciló. Se inclinó cerca, su voz un susurro que solo yo podía escuchar.

-Lo sé. Pero Caleb no está aquí ahora para verificar los hechos, ¿verdad? Y tú vas a sostenerlas.

-No -dije, retrocediendo.

-¿Qué está pasando aquí? -La voz de Caleb retumbó desde la entrada. Acababa de llegar de correr por la mañana, sin camisa, brillando de sudor.

-¡Caleb! -jadeó Lidia-. Solo estaba tratando de vincularme con Elena. Le pedí que me ayudara con las flores, pero se niega. Dice que espera que me ahogue con ellas.

-Yo no dije eso -dije con calma.

-¡Está mintiendo! -chilló Lidia.

Luego, hizo algo demente. Agarró mi mano y forzó el ramo de Flores de Luna en ella.

En el forcejeo, se rozó hábilmente su propio cuello. Vi un destello de polvo en sus dedos: polvo picapica mezclado con un irritante suave.

-¡Ah! -gritó Lidia, cayendo al suelo. Se arañó la garganta. Al instante, ronchas rojas comenzaron a aparecer en su piel-. ¡Mi garganta! ¡Me frotó el polen! ¡Caleb, ayuda!

Mis padres entraron corriendo desde la cocina.

-¿Qué hiciste, monstruo? -gritó mi madre.

Caleb no hizo preguntas. No buscó lógica. Vio a su "verdadera" elección de compañera en el suelo, luchando por aire, y a mí parada allí sosteniendo las flores.

Se movió más rápido de lo que los ojos humanos podían seguir.

No me golpeó con el puño, pero me empujó a un lado con la fuerza descuidada de un Alfa limpiando escombros.

Golpeé la pared con fuerza. El impacto me sacó el aire. Me deslicé hasta el suelo, jadeando, mi visión borrosa. Mis costillas, ya frágiles por el veneno, crujieron bajo la presión.

-¿Te atreves? -rugió Caleb, sus ojos brillando con el ámbar brillante de su lobo-. ¿Te atreves a lastimarla en mi presencia?

Recogió a Lidia en sus brazos. Ella enterró su rostro en su pecho, sollozando ruidosamente, pero sobre su brazo musculoso, sus ojos se encontraron con los míos.

Me guiñó un ojo.

Fue una mirada de pura maldad. Una vuelta de victoria.

-Sácala de mi vista -le gruñó a mi padre, asintiendo hacia mí-. Antes de que la mate yo mismo.

Yací en el suelo, incapaz de respirar, viendo al hombre que amaba acunar a la mujer que me estaba asesinando.

-No te preocupes -susurré, aunque ninguno de ellos me escuchó-. Estaré fuera de tu vista muy pronto.

            
            

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