Me alisté con rapidez para ir al hospital, revisando mentalmente mi agenda y los pacientes que debía atender esa mañana, cuando una frase de Matt me sacó de golpe de mis pensamientos.
-Mi Luna, quiero un bebé -dijo de pronto.
Su voz era firme y seria, sin rastro de broma alguna, por lo que me giré lentamente para mirarlo. Sus ojos estaban clavados en los míos, brillantes, llenos de una determinación que me dejó sin aire.
-¿Matt... hablas en serio? -pregunté, completamente atónita, intentando encontrar alguna señal de que estuviera jugando conmigo.
-Sí, mi Luna -respondió acercándose-. Quiero que tengamos un hermoso hijo, un heredero de K.O. Quiero que lleves en tu vientre el fruto de nuestro amor.
Sentí como si mi corazón se partiera en mil pedazos y, al mismo tiempo, se llenara de una emoción imposible de describir. Matt podía ser frío con el mundo, distante con todos, pero cuando se trataba de mí se transformaba en el ser humano más romántico y sensible que conocía. Estaba profundamente enamorada de él, y en ese instante lo supe con una certeza absoluta.
Le sonreí con ternura, intentando ocultar el torbellino de emociones que se desataba en mi interior, y asentí lentamente con la cabeza.
-Está bien, Matt... dejaré de tomar las píldoras anticonceptivas.
No fue una decisión sencilla. Llevaba un tratamiento hormonal desde joven y sabía que no sería fácil desintoxicar mi cuerpo después de tantos años, pero estaba dispuesta a hacer el esfuerzo. Además, debía realizarme los estudios médicos necesarios; existía la posibilidad de que mi organismo ya no funcionara como correspondía debido al uso prolongado de anticonceptivos. Aun así, estaba decidida a hacer todo lo que estuviera a mi alcance.
Ese día en el trabajo fue uno de los mejores que recordaba en mucho tiempo. Atendí a mis pacientes con una sonrisa genuina, con una ligereza en el pecho que hacía meses no sentía. Sin embargo, todo cambió cuando entré a la habitación para ver a mi próximo paciente y mis ojos se abrieron hasta no poder más.
-Philip... ¿qué haces aquí? -pregunté sorprendida-. Se suponía que estabas en un viaje a China por trabajo.
El hombre frente a mí levantó la vista con calma.
-Volví hace unos días, Sofía. Quería hablar contigo.
Su tono serio me puso en alerta de inmediato. Algo en su mirada me indicó que aquella conversación no traería buenas noticias.
-Dime, Philip, te escucho -dejé el historial médico a un lado y lo miré con total atención.
-Verás... no fui a China por un viaje de negocios -confesó tras unos segundos de silencio-. Más bien fui por un tratamiento. Me estoy muriendo, Sofía, y esta noticia destrozaría a mi hijo. Sé que mi enfermedad no tiene cura y ya acepté mi destino.
Sus palabras cayeron sobre mí como un balde de agua helada. Aun así, su voz permanecía tranquila, serena, como la de alguien que había hecho las paces con la muerte. Lo miré con una pena inmensa; pensar que aquel hombre, tan duro y dominante, había cambiado mi vida para siempre.
-¿No se puede hacer nada más? -pregunté, aunque conocía la respuesta.
-Tú mejor que nadie lo sabe -respondió con una leve sonrisa-. No tengo mucho tiempo y quiero dejar todo en orden. Matt será el nuevo CEO de K.O., y quiero que tú te quedes con una parte de la empresa.
Mi rostro se confundió por completo. Lo miré incrédula, tratando de procesar sus palabras.
-Confío en Matt -continuó-, pero solo porque aún estoy vivo. Cuando yo no esté, no sé cómo reaccionará. Antes de que haga alguna estupidez, quiero dejarte a ti el nombre de la empresa. Eres una buena chica, Sofía, y sé que harás lo correcto.
Así fue como, de un día para otro, yo, con apenas veintitrés años, me convertí en dueña de una de las empresas más grandes de todo Canadá.
Los días siguientes pasaron lentamente. Intenté que los últimos momentos de Philip fueran los mejores posibles, acompañándolo, escuchándolo y cuidándolo como médico y como familia. Cuando le contamos a Matt sobre su estado de salud, algo cambió en él; se volvió más callado, más triste, y su dolor era imposible de ocultar.
Philip no viviría más de un mes, por lo que comenzaron los preparativos legales. Matt no volvió a preguntarme sobre el bebé, y yo tampoco le di información al respecto. Sabía que ese tipo de noticias no harían más que empeorar su ánimo.
Según el doctor Edward, médico de cabecera de la familia Stone, yo era infértil. No podría quedar embarazada. Aquella noticia me destrozó por dentro. Médicamente no había posibilidad alguna, pero aun así, en el fondo de mi corazón, creía en los milagros.
Esa noche, cuando llegué a la mansión, Matt estaba rodeado de papeles legales, completamente frustrado. Al verme, me sonrió con cansancio y soltó un profundo suspiro.
-Esto es terrible... no sé cómo papá podía con todo esto -dijo mientras se acercaba a mí.
-Años de experiencia -susurré-. Además, él vive por su trabajo, no tiene otra preocupación.
-Es verdad... no tenía una maravillosa esposa como yo -murmuró en mi oído, acariciando suavemente mi espalda.
Sus ojos volvieron a brillar de esa forma que siempre lograba conmoverme.
-Tal vez deberías conseguir una secretaria -comenté entre besos.
-Tal vez deberíamos practicar para tener a nuestro futuro heredero -respondió con una sonrisa.
No pude evitar que una lágrima se deslizara por mi mejilla. Me dolía saber que Matt ignoraba la verdad, pero no podía decírselo. Estaba demasiado vulnerable.
Horas después, una llamada telefónica rompió el silencio de la madrugada. Era uno de los guardaespaldas de Philip: estaban en el hospital.
Fuimos de inmediato. Matt conducía con los nudillos blancos aferrados al volante, la mandíbula tensa. Yo, aunque triste, estaba más serena; estaba acostumbrada a la muerte, pero no a ver a Matt de esa manera.
El hospital estaba lleno de cámaras y periodistas. Entramos directo a la habitación de Philip, donde yacía casi irreconocible por la enfermedad.
-¡Salgan todos! -ordené a médicos, enfermeros y guardaespaldas.
Matt lloró como un niño entre mis brazos.
Horas después, mientras realizaba los trámites legales, los noticieros anunciaron oficialmente la muerte de Philip Stone, CEO de K.O. Company.
La noticia dio la vuelta al mundo... y llegó hasta Anais.
En ese momento no lo sabía, pero lo que estaba por venir sería mil veces peor que cualquier otra cosa