"¿Sus amantes?", Lara sonó incrédula. "¿De qué hablas? Ella tenía una cita en el médico hoy. Una muy importante."
Una cita. ¿Y ahora con quién? Mi furia se encendió. Lara, una vieja amiga mía de la universidad, siempre fue su protectora. Siempre la excusaba.
Lara siempre fue mi roca. La única que me defendió de ti, Marco. La única que vio tu verdadera cara.
"¡Tonterías, Lara!", espeté. "Seguramente está buscando atención. Siempre lo hace."
"Marco, no te creo. Llevo días sin saber nada de ella. Su teléfono está apagado. ¿Y tú, su esposo, no sabes dónde está? ¿No te preocupa?" La voz de Lara subió un tono.
"Por supuesto que me preocupa", mentí. "Pero Selena es así. Dramática. Seguramente está escondida en algún lugar, esperando que la busque, que le ruegue. Que le pida perdón por no darle la razón. Siempre buscando atención."
"¡Es increíble que pienses eso!", exclamó Lara, exasperada. "¡Ha cambiado, Marco! ¡Te has vuelto un monstruo! ¡Selena jamás haría algo así! ¡Está embarazada, Marco! ¡Embarazada de tu hijo!"
Mis ojos se abrieron de par en par. La rabia me cegó. "¡No mientas, Lara! ¡Ella no está embarazada! ¡Y si lo estuviera, no es mío! ¡Ella me engañó, me lo dijo Amaya! ¡Selena es una egoísta, una manipuladora!"
"¡No te atrevas a hablar así de mi hermana!", Lara gritó, su voz temblaba de furia. "¡Tú eres el manipulador! ¡Tú eres el ciego! ¡Desde que Amaya volvió, te has convertido en un títere!"
"¡Basta!", rugí. "Si insistes en defenderla, si insistes en creer sus mentiras, entonces no me busques más. ¡Considera que nuestro matrimonio, si es que alguna vez lo fue, ha terminado! ¡No voy a permitir que nadie destruya mi felicidad con Amaya! ¡Ella es la mujer que amo!"
Colgué el teléfono, la furia me ahogaba. Mi rostro se contrajo. El ayudante, Miguel, se acercó con cautela.
"¿Fiscal? ¿Todo bien? ¿Alguna noticia de su esposa?"
Me volteé, la ira aún burbujeaba en mi interior. "¡Mi esposa está perfectamente bien, Miguel! Seguramente está en algún escondite, intentando llamar la atención, como siempre. Es una experta en el drama."
El Comandante Velasco, que había estado observando la escena, negó con la cabeza, una expresión de tristeza en su rostro. "Recuerdo su boda, Marco. Estaba tan feliz."
Feliz. ¿Lo fui, Selena? ¿O solo actué?
Esa fue la primera vez que la conocí. Amaya. Tu primer amor. Llegaste tarde a nuestra cita. Estabas nervioso. Yo solo quería conocer a la mujer que te había amado antes que yo. Quería ser su amiga.
Era un restaurante elegante. Me sentía fuera de lugar con mi vestido sencillo, hecho por mí misma. Tú me habías regañado por no comprar algo más caro. Yo solo quería impresionarte con mi creatividad.
Amaya apareció, como una reina, con un vestido despampanante y una mirada de superioridad. "Así que esta es la 'artista' de la que me hablaste, Marco", dijo, su voz destilando veneno. "No está mal, para ser una provinciana."
Mi estómago se encogió. Me sentí pequeña, insignificante. Tú, Marco, me miraste con una expresión sombría. No por las palabras de Amaya, sino por mí. Por avergonzarte.
"Selena, por favor, ve a casa y cámbiate", me ordenaste con voz fría. "Tu atuendo es... inapropiado para este lugar. Para mi compañía."
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me disculpé, la vergüenza me quemaba el rostro. Mi vestido, que había tardado semanas en diseñar y coser, valía el salario de un mes. El suyo, de diseñador, el de un año.
"Vuelve cuando estés presentable", dijiste, sin mirarme.
Ese fue el principio del fin.
"No hay reportes de personas desaparecidas con ese nombre", dijo un joven oficial, entregándome una pila de papeles.
"¿En serio? ¿Nadie la está buscando?", preguntó otro oficial, con un tono de extrañeza. "Qué raro. ¿Ni siquiera su esposo?"
Marco, mira. Estás más preocupado por un cadáver desconocido que por mí. Siempre ha sido así.
Nunca me amaste. Nunca me buscaste. Siempre fuiste el hombre que te preocupabas por los demás, pero no por mí.
"Seguramente quiere que la busquemos", dije con desdén. "Quiere llamar la atención. Es manipuladora. Siempre lo fue."
¿Manipuladora? ¿Yo? ¿O la mujer por la que abandonaste todo, incluso tu propia familia?
"Fiscal, encontramos esto en el estómago del cadáver", dijo el doctor Hernández, entregándome una pequeña bolsa de plástico con un trozo de papel arrugado.
Lo tomé. ¿Qué significado tendría esto?
Miguel, el ayudante, me miró con timidez. "¿Fiscal? Su esposa... ¿estará bien?"
"¡Miguel, ya basta!", lo corté. "Ella está bien. Seguramente está esperando que la llame, que le ruegue. Pero no lo haré. Nunca más."
No, Marco. No te llamaré. No rogaré. No pediré perdón. Porque ya no estoy viva. Estoy aquí. Justo frente a ti. Y soy solo un reemplazo. Un fantasma. Un estorbo.
Y esta vez, me has abandonado para siempre.