En la Cama de su Hermano: Mi Dulce Venganza
img img En la Cama de su Hermano: Mi Dulce Venganza img Capítulo 6 No.6
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Capítulo 6 No.6

La lluvia caía a cántaros ahora, tamborileando contra el techo del pórtico.

Damián despidió al ayuda de cámara con un movimiento brusco de su mano. Un elegante Aston Martin DB11 negro esperaba, su motor ronroneando como una bestia atrapada. Era un auto de conductor, no de pasajero.

Se volvió hacia Lucero. La fachada educada había desaparecido. Parecía peligroso.

-Te fuiste con prisa -dijo, su voz baja, cortando el sonido de la lluvia.

Lucero se cruzó de brazos, temblando en el aire húmedo. -No sabía quién eras.

-¿Y si lo hubieras sabido? -Dio un paso más cerca. Olía a lluvia y a ese embriagador aroma a humo de leña.

-Yo... fue un error -susurró Lucero, con voz temblorosa-. No era yo misma. El champán...

Damián se rió entre dientes. Esta vez, sonó genuino. -Tienes una terrible cara de póquer para ser una mentirosa.

Notó que temblaba. Sin decir una palabra, se quitó la chaqueta del esmoquin. La colocó sobre los hombros de ella. Era pesada, cálida y olía completamente a él.

-Sube -ordenó.

-Mi esposo está adentro -argumentó Lucero débilmente.

-Tu esposo es un cobarde que actualmente está tratando de averiguar cómo esconderme un bebé. Sube.

Lucero vaciló, luego abrió la puerta del pasajero y se deslizó sobre el cuero.

Damián subió al asiento del conductor. Las pesadas puertas los sellaron. El silencio regresó, íntimo y aterrador.

Se volvió hacia ella. Las luces del tablero proyectaban sombras en su rostro, resaltando la cicatriz en su pómulo.

-¿Por qué dejaste el dinero? -preguntó.

Lucero miró por la ventana hacia la lluvia. -Para convertirlo en una transacción. Las transacciones son limpias. Las emociones son desordenadas.

Damián se inclinó. Estaba cerca. Demasiado cerca. Extendió la mano y tomó la mano izquierda de ella.

Su agarre era de hierro. No llevaba guantes ahora. Su piel quemaba la de ella.

-No hago cosas limpias -susurró-. Y no me meto con mujeres casadas. Usualmente.

Metió la mano en su bolsillo y sacó un objeto pequeño. Lo presionó en la palma de ella.

Su arete de diamantes.

-Encontré esto en las sábanas -dijo.

Lucero miró el diamante en su mano. -Gracias.

-No me des las gracias todavía.

Su pulgar rozó el anillo de zafiro en el dedo de ella. La reliquia Real.

-¿Quieres una transacción? -preguntó Damián-. Bien.

Antes de que ella pudiera reaccionar, agarró el anillo de zafiro. Con un tirón suave y contundente, lo deslizó fuera de su dedo.

-¡Oye! -jadeó Lucero, tratando de retirar su mano.

Damián sostuvo el anillo en alto. -Garantía.

-Devuélvelo -exigió ella-. Julián me matará.

-Que lo intente -dijo Damián oscuramente. Se guardó el anillo en el bolsillo-. Divórciate de él, Lucero.

No fue una sugerencia. Fue una orden.

-¿O qué? -susurró ella.

-O haré tu vida muy complicada. -Se inclinó, sus labios a centímetros de los de ella-. Quiero mis trescientos dólares de vuelta. Pero no en efectivo.

Desbloqueó las puertas.

-Bájate. Antes de que cambie de opinión y te lleve conmigo.

Lucero salió a trompicones del auto, aferrando la chaqueta de él a su alrededor, su corazón latiendo a un ritmo frenético contra sus costillas. Vio las luces traseras del Aston Martin desaparecer en la lluvia, su dedo sintiéndose desnudo y frío sin el anillo.

                         

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