Recetas robadas, amor traicionado
img img Recetas robadas, amor traicionado img Capítulo 2
2
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 2

Carmen POV:

El eco de mis propios sollozos llenó la cocina, ahogando cualquier rastro de la falsa felicidad que una vez había creído habitar en estas paredes. Mis manos, que tan expertamente creaban obras de arte culinarias, ahora temblaban incontrolablemente. La imagen de la inscripción en el reloj, "Para la luz de mi vida... Sandra", se había grabado a fuego en mi retina, una cicatriz permanente en mi alma.

Levanté la vista, mi reflejo en el cristal oscuro de la ventana me devolvió la mirada. Ojos hinchados, mejillas surcadas por las lágrimas. No era la Carmen que conocía. No era la mujer que había sido. Pero pronto, muy pronto, sería otra. Y esa Carmen no lloraría más.

Con un esfuerzo sobrehumano, me recompuse. Cada lágrima era un combustible para la hoguera que estaba a punto de encender. Fui al baño, me lavé la cara con agua helada, intentando borrar los rastros de mi dolor. No podía permitirme más debilidad. No ahora.

Regresé a la cocina, mis movimientos ahora deliberados. La cena de aniversario. Él la había mencionado. Y yo, con mi plan en mente, le di otra capa de ironía.

"Mateo" , dije, abriendo la puerta de la habitación. Él ya estaba acostado, la luz de su teléfono iluminando su rostro concentrado. No le gustaba que lo interrumpieran cuando estaba en su mundo digital.

Él levantó la vista, una mueca de impaciencia en sus labios. "¿Sí, Carmen? ¿Pasa algo?"

"Nada malo" , respondí, mi voz suave y calmada. "Solo quería preguntarte si te gustaría un desayuno especial mañana. Para empezar bien nuestro día."

Su ceño se frunció. Era inusual que yo le hiciera sugerencias tan triviales. Él solía dictar lo que comíamos. "¿Qué tienes en mente?"

"Algo ligero, como te gusta. Quizás unos chilaquiles con pollo y una salsa verde suave. Y... un poco de pan dulce de la panadería de la esquina. Sé que te encanta." Mi voz era tan dulce como el pan que describía.

Él sonrió, la tensión en su rostro se relajó. "Suena bien, cariño. Gracias. Pero no te esfuerces demasiado."

Sonreí, una sonrisa que no llegó a mis ojos. "Nunca me esfuerzo demasiado para ti, Mateo. Descansa."

Cerré la puerta detrás de mí y me apoyé contra ella, el nudo en mi garganta apretándose. Su falsa amabilidad me repugnaba. Pero me servía.

La mañana siguiente, el sol apenas se asomaba por el horizonte cuando ya estaba en la cocina. El aroma a chilaquiles, pollo y cilantro llenaba la casa. Preparé el café, tosté el pan dulce. Todo parecía normal. Todo parecía el inicio de un día más en nuestra vida juntos. Pero no lo sería.

Mateo bajó las escaleras, vestido con una camisa impecable y su sonrisa habitual. "Buenos días, mi amor. Huele delicioso. Como siempre."

Me acerqué a él, y por un momento, mi mano se detuvo antes de tocar su mejilla. "Feliz aniversario, Mateo."

Él me besó en la frente, un gesto tan familiar como vacío. "Feliz aniversario, Carmen. Eres la mejor. De verdad."

Desayunamos en silencio, un silencio que antes era cómodo y ahora era ensordecedor. Cada bocado se sentía como arena en mi boca. Él comía con apetito, ajeno a la tormenta que se gestaba.

"Necesito ir al estudio un momento" , dijo, terminando su café. "Hay unos planos que tengo que revisar antes de la fiesta de Sandra."

Mi mano se apretó alrededor de la taza. "Claro. Pero no te demores. Tenemos planes."

Él me guiñó un ojo. "No te preocupes. Estaré de vuelta en un pis pas. Y esta noche... será especial."

Se fue, y yo me quedé sola en la cocina, los platos sucios testigos silenciosos de mi farsa. Mi corazón latía con fuerza, pero mi mente estaba fría y calculada. El plan estaba en marcha.

Subí a nuestra habitación, mis ojos recorriendo cada objeto, cada mueble. Esta casa, que una vez fue mi refugio, ahora se sentía como una prisión. Me acerqué al armario de Mateo. Sabía dónde guardaba sus cosas importantes. Encontré su viejo iPod, el que me había regalado al inicio de nuestra relación. Solía cargarlo con canciones que me dedicaba, melodías de amor que ahora me sonaban a burla.

Lo encendí. La pantalla se iluminó, mostrando su interfaz anticuada. Navegué por las listas de reproducción. "Para mi amor, Carmen" . Había docenas de canciones. Pero en medio de todas, encontré una carpeta oculta. "Para Sandra, mi musa." Contenía una sola canción. Una melodía que me era dolorosamente familiar. Era la "Canción de Cuna para el Alma" de mi abuela. Mi abuela, que me la había enseñado a mí, que la había compuesto para mí. La canción que yo le había enseñado a Mateo, en nuestros primeros meses, contándole la historia de cómo era mi refugio, mi consuelo cuando me sentía sola.

Mi corazón se apretó. Aquella canción, mi tesoro más íntimo, mi ancla emocional, ahora era suya. Él se la había entregado a Sandra. Se la había dado a mi prima. Lo había convertido en un arma contra mí.

No era solo la canción. Era el violín. Mi violín. El violín que yo había tocado desde niña, el violín que mi abuela me había regalado. Él me había convencido de que lo guardara, que era demasiado frágil, demasiado precioso para ser tocado. Me había dicho que lo cuidaría por mí. Y ahora, Sandra lo tocaba.

Un grito silencioso desgarró mi garganta. Él no solo me había robado mi amor, mi arte, mi felicidad. Me había robado mi identidad. Mi esencia.

Con la mente nublada por la ira, recordé un texto que había leído en línea. Un festival de música en la ciudad. Sandra estaría tocando. Con mi violín. Y, por supuesto, la canción de mi abuela.

No. No podía permitirlo.

Tenía que ir. Tenía que verla. Tenía que ver mi violín. Y entonces, tenía que irme. Para siempre.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022