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La traición de él, la venganza milmillonaria de ella
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Capítulo 5

Abrí los ojos ante el resplandor fluorescente de un hospital de campaña. El olor a antiséptico me picaba en la nariz.

-Eres una chica dura, cariño -dijo una enfermera, su voz amable-. La mayoría de la gente no habría sobrevivido a ese colapso. Debes tener un ángel de la guarda. -Me dio una palmadita suave en el brazo.

Me tendió una tabla con papeles. -¿Puedes llenar tu información para nosotros? Solo detalles básicos.

-¿Mi esposo? -Mi voz era ronca. Se sentía extraña-. ¿César Ochoa?

La enfermera frunció el ceño. -Oh, él estuvo aquí. Pero se fue hace unas horas. Dijo que tenía una misión urgente con su compañera de equipo, Casandra. Parecían muy dedicados.

Una risa fría burbujeó en mi garganta. Dedicados. Sí. Dedicados a dejarme morir.

Lo finalizaría ahora. El divorcio. No más retrasos. No más segundas oportunidades.

Mi teléfono, milagrosamente, había sobrevivido. Un mensaje de Casandra. Una foto. Ella y César. Sonriendo. Su brazo alrededor de ella. El pie de foto: "Algunas personas simplemente saben cómo apreciar lo que tienen".

Todo mi cuerpo gritaba en protesta. Cada músculo magullado, cada ligamento desgarrado, cada terminación nerviosa en carne viva. Sentía como si me estuvieran desollando la piel.

Levanté mi mano temblorosa. Me limpié la sangre seca de la frente.

Tomé la pluma. "Estado Civil", decía el formulario. Marqué "Soltera".

La enfermera, que había estado ocupada con otro paciente, echó un vistazo. -Oh, cielos. ¿Estás segura? Acabas de mencionar a tu esposo. -Sus cejas estaban arqueadas.

La miré a los ojos. Mis labios se curvaron en una fría sonrisa. -Estoy segura. Me voy a divorciar.

La puerta se abrió de golpe. César estaba allí. Su rostro estaba pálido. Sus ojos, abiertos de par en par por la incredulidad, me miraban fijamente.

La enfermera, sobresaltada, se excusó rápidamente. Nos dejó solos en el pequeño espacio separado por cortinas.

Sus ojos se posaron en mi rostro. El profundo moretón carmesí en mi sien. Los furiosos rasguños rojos en mi mejilla. Su respiración se entrecortó.

-Elena... tu cara. ¿Qué pasó? -Su voz era un susurro tenso.

No respondí. Solo lo observé.

Dio un paso más cerca. -Cuando me fui... estabas bien. Dijeron que estabas bien. -Sonaba como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo.

-Era una emergencia, Elena. Casandra estaba... ella estaba justo ahí. Tenía que protegerla. Fue instinto. -Intentó tomar mi mano.

Me estremecí. Retiró la mano como si se hubiera quemado.

-Por favor, Elena. Intenta entender. Era un caos. No sabíamos qué estaba pasando. -Su voz era suplicante. Desesperada.

Mi cuerpo gritaba. El dolor crudo y abrasador me atravesó. Levanté la mano. Le di una bofetada. Fuerte.

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