Cogió su pluma, listo para firmar un nuevo contrato, pero su mano vaciló. El nombre en el paquete, Valeria, parecía destacar, tirando de un hilo de inquietud que no podía ubicar del todo. Recordó su rostro cuando se alejó de la estación de policía, una máscara fría y dura que nunca antes había visto. Sus palabras, "Me arrepiento del día que te conocí, Eduardo", resonaron en su mente. Un pequeño temblor lo recorrió.
Alcanzó el paquete, su corazón latiendo extrañamente. Su pluma, todavía en su mano, resbaló. La punta afilada de metal cortó el papel blanco y nítido de un informe, dejando una fea mancha de tinta. Un mal presagio, quizás. Sacudió la cabeza. Tonterías.
Estaba a punto de rasgar el paquete cuando la puerta de su oficina se abrió de golpe. Sofía, una visión en un vestido de diseñador ajustado, entró contoneándose, con las manos en las caderas y un puchero teatral en el rostro.
-¡Eduardo, cariño! ¡Ahí estás! -Se arrojó a su regazo, sus brazos rodeando su cuello, su perfume, empalagosamente dulce, llenando sus fosas nasales-. ¡Me prometiste un día de paseo! ¡Una tarde de compras! Y estás aquí encerrado, siendo aburrido.
Se puso rígido, el repentino contacto físico lo sobresaltó. Su TOC, que Sofía usualmente eludía mágicamente, se encendió por un momento. Lo reprimió rápidamente. Era solo Sofía. Su salvadora.
-Sofía, tengo una reunión muy importante en una hora. Este acuerdo es crucial. -Intentó separarla suavemente.
-¡No! -se quejó ella, presionando un beso en su mandíbula-. ¡Siempre dices eso! ¡Trabajo, trabajo, trabajo! ¿No te importo? ¿No te importamos nosotros? -Pestañeó, su voz espesa de un dolor fingido.
-Claro que me importas -dijo él, su voz tensa. No quería lidiar con esto ahora mismo-. Pero esta reunión es con el consejo de administración. No se puede posponer.
-¡Solo posponla! -insistió ella, haciendo un puchero-. Diles que estás indispuesto. ¡Diles que tu hermosa novia te necesita! Lo entenderán.
Él suspiró.
-Sofía, esta es una adquisición multimillonaria. Afecta a miles de empleos. No puedo simplemente 'posponerla' por una tarde de compras.
Su labio inferior tembló.
-¿Entonces no soy importante para ti? ¿Mi felicidad no importa? -Lágrimas brotaron de sus ojos, amenazando con derramarse.
Sintió un cansancio familiar. Esta rutina. Siempre era la misma. Sacó su cartera, extrayendo un grueso fajo de billetes.
-Toma. Ve de compras. Compra lo que quieras. Te lo compensaré esta noche.
Sus lágrimas se secaron al instante. Sus ojos se iluminaron, un brillo depredador en sus profundidades. Arrebató el dinero, sus dedos rozando los de él.
-¡Oh, Eduardo! ¡Eres el mejor! ¡Sabía que me amabas! -Lo cubrió de besos rápidos y superficiales, luego se deslizó de su regazo, agarrando el dinero-. ¡Nos vemos esta noche, entonces! -Le lanzó un beso y salió contoneándose de la oficina, tarareando una melodía alegre.
Eduardo la vio irse, una extraña mezcla de alivio y vacío en su pecho. Volvió al paquete, su mano alcanzándolo de nuevo.
Justo en ese momento, su asistente, la Señorita Jiménez, apareció en la puerta.
-Señor De la Garza, su reunión del consejo es en cinco minutos. Están esperando.
Suspiró, apartando el paquete de nuevo.
-Cierto. Ya voy.
La reunión fue un desastre. La empresa oponente, un poderoso gigante tecnológico llamado Innovatech del Norte, liderado por el despiadado CEO Damián Pérez, exigía términos exorbitantes. Eduardo sintió un dolor de cabeza creciendo detrás de sus ojos. Extrañaba la mente aguda de Valeria, su habilidad para cortar la jerga corporativa y llegar al meollo del asunto. Extrañaba su eficiencia silenciosa. Reprimió el pensamiento. Se ha ido. Y buen viaje.
De repente, las puertas de la sala de juntas se abrieron de golpe. Sofía, ahora ataviada con un nuevo y escandalosamente caro atuendo, entró tropezando, con una copa de champán medio vacía en la mano. Su cabello estaba desordenado, sus ojos vidriosos.
-¡Eduardo, cariño! -arrastró las palabras, dirigiéndose directamente hacia él-. ¡Te extrañé! ¡Ven a bailar conmigo! -Antes de que pudiera reaccionar, se abalanzó sobre él, rodeando su cuello con los brazos y plantándole un beso descuidado y de boca abierta directamente en los labios.
Él retrocedió, apartándola con un empujón brusco.
-¡Sofía! ¿Qué estás haciendo? ¡Esta es una reunión privada! -Su TOC gritó ante la violación, el toque inesperado, el olor a alcohol y perfume barato.
Los miembros del consejo, usualmente estoicos y reservados, intercambiaron miradas incómodas. Pérez, mientras tanto, observaba el espectáculo con una sonrisa de suficiencia y complicidad.
-No creo que podamos continuar esta negociación, señor De la Garza -dijo Pérez, su voz goteando condescendencia-. Francamente, sus... distracciones... son poco profesionales. Requerimos socios serios, no espectáculos de circo. -Se levantó, su equipo siguiéndolo-. Quizás reconsideremos esto cuando tenga su casa en orden.
-¡No! ¡Esperen! -gritó Eduardo, pero era demasiado tarde. Pérez y su equipo ya estaban saliendo, dejando tras de sí una espesa nube de juicio tácito.
La sala de juntas quedó en silencio, un silencio pesado y sofocante. El aire crepitaba de ira y decepción. Eduardo sintió una oleada de furia fría. Se volvió hacia Sofía, que ahora lloraba dramáticamente en el suelo.
-¡Eduardo, lo siento mucho! -se lamentó-. ¡Solo... solo quería verte! ¡Te amo tanto!
La miró, realmente la miró, por primera vez en años. Y no vio más que a una niña mimada y manipuladora. La imagen de Valeria, precisa y digna, incluso en su furia, pasó por su mente. Valeria nunca habría hecho esto. Nunca habría saboteado su trabajo, su reputación, por un capricho mezquino.
Sintió una punzada profunda y desconocida de algo que se sentía como... arrepentimiento.
-Lárgate, Sofía -dijo, su voz baja y peligrosa-. Lárgate de mi vista. Ahora.
Ella levantó la vista, sus ojos muy abiertos por la conmoción.
-¿Eduardo? ¿Estás enojado conmigo?
-Dije, lárgate -repitió, su voz elevándose, un temblor de violencia reprimida en su tono. Los miembros del consejo, todavía presentes, se movieron incómodos.
Sofía se puso de pie de un salto, su rostro arrugándose.
-¡Estás siendo malo! ¡Te odio! -Salió corriendo de la habitación en un torbellino de sollozos y cerró la puerta de un portazo.
Eduardo se volvió hacia su consejo, su rostro pálido, su mandíbula apretada.
-Pido disculpas por esta... interrupción poco profesional. Me encargaré de ello. -Hizo un gesto de desdén con la mano-. La reunión se levanta. Volaré a la sede de Innovatech esta noche para salvar este acuerdo.
Voló a Silicon Valley, persiguiendo a Pérez, desesperado por reparar el daño. Pero Pérez fue inflexible.
-Señor De la Garza -dijo, una sonrisa de suficiencia en su rostro-, valoramos la estabilidad. Valoramos a los socios que son enfocados, profesionales. Y francamente, sus recientes... problemas personales... son preocupantes. -Hizo una pausa, luego agregó-: Teníamos grandes esperanzas en la señora Moreno, sin embargo. Parecía poseer una claridad notable, una fuerza silenciosa. Una lástima que ya no esté con su empresa.
Las palabras golpearon a Eduardo como un puñetazo. Señora Moreno. Valeria. Pérez sabía de ella. Se lo estaba restregando sutilmente, recordándole a Eduardo la mujer capaz que había descartado tan descuidadamente.
Un pavor frío y nauseabundo comenzó a instalarse en el estómago de Eduardo. Sofía. Su comportamiento errático. Sus constantes demandas. Su desprecio frívolo por su trabajo. Y luego, Valeria. Su competencia silenciosa. Su lealtad inquebrantable, incluso cuando él no le daba más que desprecio.
Recordó su rostro en el hospital, el fuego frío en sus ojos mientras presentaba la llave criptográfica. Había actuado con precisión, con crueldad, para proteger a su hermano y a su empresa. Nunca había recurrido a teatros baratos o manipulación emocional.
El contraste era crudo, horrible. Había estado ciego. Voluntariamente ciego.
La náusea se agitó. No era solo su TOC. Era una enfermedad más profunda, una revelación que lenta y dolorosamente, estaba amaneciendo en él. Había cometido un error catastrófico. Había tirado oro por purpurina. Y el costo comenzaba a sentirse insoportable.