Juego de poder
img img Juego de poder img Capítulo 4 Yo, tu compañía
4
Capítulo 6 Emociones encontradas img
Capítulo 7 Pesadilla img
Capítulo 8 Una rosa especial img
Capítulo 9 Enojo img
Capítulo 10 Problema img
Capítulo 11 Necesito saber img
Capítulo 12 Bendita familia img
Capítulo 13 Pecados ajenos img
Capítulo 14 Guerra declarada img
Capítulo 15 No le molestan, le duelen img
Capítulo 16 No te des por vencida img
Capítulo 17 La primera batalla img
Capítulo 18 Paz img
Capítulo 19 Pasado img
Capítulo 20 Llamada fatal img
Capítulo 21 Clínica img
Capítulo 22 La sorpresa de Roxana img
Capítulo 23 Una bendición. ¿O dos img
Capítulo 24 Mi amigo img
Capítulo 25 Amenaza img
Capítulo 26 Sospechoso img
Capítulo 27 Envidia img
Capítulo 28 Trabajos img
Capítulo 29 Papá img
Capítulo 30 Soy Almendra img
Capítulo 31 Hermano img
Capítulo 32 Sin perdón img
Capítulo 33 Celos img
Capítulo 34 El Amor img
Capítulo 35 ¿Celebración img
Capítulo 36 Familia img
Capítulo 37 Inauguración img
Capítulo 38 Amor tóxico img
Capítulo 39 Vida y muerte img
Capítulo 40 Enfrentamiento img
Capítulo 41 Todo tiene final img
Capítulo 42 Tornado img
Capítulo 43 Todo terminó img
Capítulo 44 Epílogo img
img
  /  1
img

Capítulo 4 Yo, tu compañía

(Bastián)

Me volvieron a sacar fuera de la sala para revisarla y darle el alta. Mientras tanto, yo volví a revisar si en su teléfono había algún número a quien llamar, pero ningún número decía nada de "Mamá", "Papá" o "Amor". Solo nombres con sus apellidos, como si aquel fuese su teléfono de trabajo.

Lo guardé y busqué en su cartera alguna libreta, pero nada. En eso, sonó una llamada entrante. Dudé en si contestar o no, era "Roxana Montero".

―Aló ―contesté.

―Perdón, estoy llamando a Almendra Ríos, ¿quién es usted?

―¿Usted es amiga o familiar de ella?

―Su amiga y empleada, su mano derecha, ¿le pasó algo?

―Sí, sí, ella tuvo un accidente y está en el Hospital Sur ahora, la están revisando para ver si se puede ir a casa.

―¿Qué le pasó?

―Chocó contra un poste, pero el golpe no fue menor, perdió el conocimiento y ahora no está un poco mejor, aunque creo que necesitará compañía, ¿usted sabe el teléfono de algún familiar?

―No, no, yo voy a buscarla.

―¿Está cerca de acá?

―No, estoy en la tienda, en Vitacura.

―Nosotros estamos en Melipilla, al otro lado de la ciudad, así que, si quiere, mejor espere. Yo la llevo adonde haga falta y le aviso. Puede que le den el alta pronto y no sea necesario que venga, o quizá venga en camino cuando ella salga y no creo que sea conveniente que Almendra espere mucho rato aquí.

―Muchas gracias, señor...

―Bastián Uribe.

―De verdad le agradezco lo que está haciendo por mi amiga.

―No hay de qué. ¿usted conoce a su familia? He buscado entre sus contactos...

―Ella no tiene familia. Solo me tiene a mí.

―Oh. ―No supe qué decir.

―Gracias, estaré esperando su llamado.

―Claro, claro, no hay problema. Hasta pronto.

―Hasta pronto.

Corté y me quedé pensando. No tenía familia, ¿cómo era eso posible?

―¿Qué dijeron? ―me preguntó mi amigo, lo vi acercarse con dos cafés.

―Nada, la están revisando para ver si le dan el alta.

―Ya, ¿lograste comunicarte con su familia?

―No tiene.

―¿Cómo que no tiene? ¿Qué va a pasar con ella, ¿qué vas a hacer? Supongo que no te harás responsable.

―Mira, si quieres te vas, yo puedo esperarla.

―¿Y dejarte solo? No, gracias, amigo, mira que corren mucho peligro ustedes dos juntos y solos.

―¿Peligro? ¿Por qué?

―¿Crees que soy tonto? Te vi cómo la mirabas y cómo te miraba ella a ti.

―¿Ya? ―alargué mucho la palabra, seguro mi amigo me estaba gastando una broma.

―¿Qué? Si ustedes se gustaron altiro, no me lo puedes negar.

―Nada que ver, estás delirando, parece que fuiste tú el que se pegó en la cabeza.

―Bueno, niégamelo a mí, pero no te lo puedes negar a ti mismo.

―Ya, andas filósofo. Mira, me preocupé, sí, ella es mi vecina y tuvo una contusión no menor, ¿qué querías que hiciera, debía dejarla botada como si fuera cualquier cosa?

―No se trata de eso y tú lo sabes.

―¿De qué se trata entonces, Gustavo?

―Es que... esa chica no es para ti. Lo sabes.

Yo me comencé a molestar, él me habló como si yo me fuera a casar con Almendra y apenas la conocía. Sí, era una chica linda, simpática y divertida a pesar de la situación, pero no estaba enamorado de ella ni mucho menos, me gustaba como cualquier chica con la que me podía cruzar en la calle. No era especial ni nada. Además, lo que estaba haciendo, lo de ayudarla, era un acto solidario, humanitario, no podía dejarla allí sola y no quería ni imaginar qué habría pasado si yo no la hubiese visto, casi nadie pasaba por allí, la mayoría de los vecinos tomaban el otro camino; se podría haber muerto antes de que alguien la descubriera.

Sacudí la cabeza para apartar ese horrible pensamiento.

―Oye, ahí viene ―me indicó Gustavo.

Me levanté para ir a recibirla, venía caminando lento, con dificultad.

―¿Cómo te sientes? ―le pregunté, preocupado.

―Como si me acabara de explotar una bomba en la cabeza.

Yo sonreí.

―No te rías, es en serio ―protestó.

―No me río de ti, ¿qué dijo el doctor?

―Tengo que comprarme unos remedios y tengo reposo por tres días, luego de eso, tengo que ir a un médico a ver cómo sigo.

―¿Te dieron licencia?

―Aquí no dan licencia, pero no la necesito, yo soy mi propia jefa.

―Bien, ¿quieres que te lleve a alguna parte?

―Ya has hecho demasiado por mí, no te preocupes.

―No te pregunté si he hecho demasiado o no, y si me preocupo es cosa mía, ¿dónde quieres que te lleve?

―A mi casa, pero que conste que solo porque no tengo ganas de discutir.

―Como digas. Te llamó Roxana, le dije que ya le avisaríamos cómo estabas.

―Gracias, la llamaré cuando esté en casa.

―¿Vamos?

―Tengo que pasar por Recaudación.

―Siéntate aquí, yo voy.

Tomé el papel de sus manos y me dirigí a la ventanilla. Mientras cancelaba la atención, me volví, mi amigo tenía una expresión burlesca y ella parecía en otro planeta, tenía la mirada perdida.

Terminé de pagar y me encaminé hacia mi amigo.

―La llevaremos a su casa ―le dije.

―No se ve muy bien que digamos.

―¿Tú crees? ―dije burlón.

Él meneó la cabeza. Nos acercamos a ella y yo le toqué el hombro para llamar su atención.

―¿Ya? ―preguntó sorprendida.

―Sí, estamos listos, ahora pasaremos a la farmacia a comprar los remedios y nos vamos a tu casa.

Ella afirmó con la cabeza y, al parecer, se mareó, pues se tambaleó y se aferró a mí.

―Cuidado, no hagas movimientos bruscos. Vamos.

Ella se tomó de mi brazo y avanzamos despacio hasta la camioneta que mi amigo fue a buscar para esperarnos a la entrada. La ayudé a subir y luego yo me senté a su lado.

―¿Cómo te sientes?

―Ya te dije, horrible.

―A lo mejor debiste quedarte otro rato en el hospital.

―No, si estando acá o allá va a ser lo mismo.

―Pero acá hay médicos que te pueden atender en caso de cualquier cosa.

―No quería estar más ahí, no me gustan los hospitales, menos las Urgencias.

―Te entiendo, en realidad, a mí tampoco me gustan. ―"De hecho, tengo muy malos recuerdos de ellos", quise decirle, pero me callé.

―¿Dónde queda tu casa? ―le consultó Gustavo.

―Es lejos ―respondió ella y mi amigo y yo nos largamos a reír.

―Con esa información llegaremos altiro ―replicó Gustavo con burla.

―Ay, perdón ―suplicó―, es que es lejos y me da cosa por ustedes.

―Si no nos dices, andaremos dando vueltas por ahí y tendré que manejar más ―respondió Gustavo―, así es que mejor que me digas hacia donde me dirijo.

―Donde vives es todo lo que tienes que contestar, si es muy lejos o no, no es tu problema ―aseguré yo.

―Vivo en Las Condes. ―Y nos dio la dirección.

―Ah, cerquita ―ironizó mi amigo.

―Si es mucho, puedo tomar un taxi.

―¿Cómo se te ocurre? ―exclamé―. No estás en condiciones de andar sola por ahí.

No contestó, se apoyó en mi hombro y así se quedó todo el camino. Nos detuvimos en una farmacia, el resto del camino fue rápido. Al llegar a su casa, se quejó en voz baja.

―¿Qué pasa? ―le pregunté al oído.

―No quiero bajarme ―protestó.

―Vamos, te acuestas y descansas.

Se puso a sollozar y ahí me quedé sin saber qué hacer. ¿Por qué las mujeres lloran? No deberían hacerlo, es lo peor que le pueden hacer a un hombre.

―¿Qué pasa? ―atiné a preguntar

―Pasa que soy una tonta, tengo efecto retardado.

―¿Y eso por qué?

―Porque sí, porque me acabo de dar cuenta de que no quiero estar sola.

―¿Quieres que me quede contigo? Según el informe médico, tienes que estar bajo supervisión al menos durante veinticuatro horas.

Mi amigo tosió para llamar mi atención, pero yo fingí no escucharlo.

―No quiero ser una carga, apenas me conoces y...

―No es problema para mí, yo te puedo cuidar ―me apresuré a contestar.

Otra tos de mi amigo.

―Te estás enfermando, Gustavo, deberías ir a ver al médico, podrías haber aprovechado la Urgencia ―repuse con sorna

―Podrías llamar a tu amiga, quizá ella pueda quedarse contigo ―replicó mi amigo, haciendo caso omiso a mi comentario.

―Ella tiene su propia familia ―respondió algo avergonzada.

―¿Me quedo contigo? ―le hablé a Almendra.

No respondió, solo me obsequió una deliciosa sonrisa.

―Yo puedo quedarme contigo. Gustavo, si quieres te vas, yo me quedaré aquí para cuidarla.

A mi amigo no le pareció y no me importó, por ver esa sonrisa en la cara de Almendra, me pelearía con medio mundo.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022