Juego de poder
img img Juego de poder img Capítulo 5 Yo, la rara
5
Capítulo 6 Emociones encontradas img
Capítulo 7 Pesadilla img
Capítulo 8 Una rosa especial img
Capítulo 9 Enojo img
Capítulo 10 Problema img
Capítulo 11 Necesito saber img
Capítulo 12 Bendita familia img
Capítulo 13 Pecados ajenos img
Capítulo 14 Guerra declarada img
Capítulo 15 No le molestan, le duelen img
Capítulo 16 No te des por vencida img
Capítulo 17 La primera batalla img
Capítulo 18 Paz img
Capítulo 19 Pasado img
Capítulo 20 Llamada fatal img
Capítulo 21 Clínica img
Capítulo 22 La sorpresa de Roxana img
Capítulo 23 Una bendición. ¿O dos img
Capítulo 24 Mi amigo img
Capítulo 25 Amenaza img
Capítulo 26 Sospechoso img
Capítulo 27 Envidia img
Capítulo 28 Trabajos img
Capítulo 29 Papá img
Capítulo 30 Soy Almendra img
Capítulo 31 Hermano img
Capítulo 32 Sin perdón img
Capítulo 33 Celos img
Capítulo 34 El Amor img
Capítulo 35 ¿Celebración img
Capítulo 36 Familia img
Capítulo 37 Inauguración img
Capítulo 38 Amor tóxico img
Capítulo 39 Vida y muerte img
Capítulo 40 Enfrentamiento img
Capítulo 41 Todo tiene final img
Capítulo 42 Tornado img
Capítulo 43 Todo terminó img
Capítulo 44 Epílogo img
img
  /  1
img

Capítulo 5 Yo, la rara

(Almendra)

Debía estar loca para aceptar que un completo desconocido me llevara a mi casa y se quedara conmigo, pero no me importó. Además, llamaría a Roxana para que pasara por mi casa y supiera con quién estaba, así, en caso de cualquier cosa, sabría quién era el culpable.

De hecho, llamé a mi amiga en ese mismo momento.

―Sí, Roxana, estoy en mi casa, ¿puedes traerme la carpeta azul que dejé en mi escritorio? Necesito revisar algunos documentos ―le pedí en cuanto le aseguré mil veces que estaba bien.

―Pero ¿no tienes que descansar? ―replicó.

―Sí, pero puedo hacerlo acostada.

―Te la llevaré, pero no te debes sobre exigir.

―No lo haré, te lo prometo.

―Ya, en una media hora estoy allá, ya estoy cerrando y me voy.

―Gracias, nos vemos.

―Nos vemos.

No le mencioné que estaba con... ¿Cómo se llamaba mi príncipe? Digo, mi acompañante.

Él había ido a preparar unos cafés. A mí me habían dejado en el sofá, me hubiese querido tirar a mi puf, pero la cabeza parecía que me iba a reventar y no podía llegar y tirarme.

―¿Cómo te llamas? ―le grité desde donde estaba.

―Bastián Uribe ―respondió de igual modo.

―Bastián Uribe ―medité, no recordaba dónde había escuchado ese nombre, quizás había enviado flores alguna vez.

―Sí, ¿por qué? ¿No te gusta mi nombre? ¿Te decepciona que no me llame Felipe? ―se burló.

―Claro, esperaba que te llamaras Felipe ―ironicé.

Salió de la cocina con las dos tazas y me entregó una. Se sentó a mi lado.

―¿Te molesta saber quién soy?

―¿Quién eres?

―¿No lo sabes?

―No, sé que he escuchado tu nombre, pero no recuerdo dónde, ¿es importante?

De nuevo ahí, su sonrisa maravillosa.

―Por mi parte, mejor ―repuso.

―¿Quién eres?

―¿Cómo te sientes?

―Un poco mareada.

―Deberías ir a acostarte.

―Me voy a quedar aquí.

―Debes descansar.

―Entonces, me voy a acostar ahí ―señalé el puf.

―¿Duermes ahí?

―Sí, es muy cómodo, yo lo llamo mi puf contenedor.

―Eres muy rara, Almendra, eres todo un caso.

―¿Por qué?

―Porque no eres como el común de las mujeres; usas joyas de lana hechas por ti, vendes flores, tienes un auto que parece una chinita de colores y duermes en un puf gigante.

―¿Te parezco rara por eso?

―El común de las mujeres gustan de las joyas de oro y piedras preciosas, de la elegancia, de los malls, de esas cosas de mujeres.

―Bueno, yo no soy así y si no te gusta...

―No he dicho que no me gusta.

―No hace falta, muy pocas personas entienden mi estilo de vida y menos son las que lo aprueban.

―Yo no soy quién para aprobar o no tu estilo de vida. Y no me molesta, solo me parece extraño.

Bebí el último sorbo de mi café y él hizo lo mismo.

―¿Te vas a acostar?

―Voy al baño primero, me quiero dar una ducha.

―Con cuidado, no te vayas a caer.

―No me voy a caer ―contesté y me fui al baño.

Luego de bañarme y cepillarme los dientes, salí y lo vi, miraba la televisión.

―¿Aburrido?

―No, creí que te demorarías más. Otra cosa en la que eres diferente a las demás.

―Es que yo soy muy especial ―dije divertida y algo atolondrada.

―Ya lo creo.

Me tiré al puf con suavidad porque el dolor de cabeza todavía no se me iba del todo.

―Quedaste súper incómoda ―bromeó.

―Sí, ¿se nota?

Sonó el intercomunicador que anunciaba la llegada de Roxana, Bastián dio la autorización.

―Almendra, ¿qué pasó? ―me interrogo mi amiga nada más entrar.

―Fue un choque tonto, nada más.

―¿Por qué no me llamaste? Me preocupé mucho cuando no llegaste a la tienda como habías dicho.

―No fui capaz, perdón, fue una estupidez, pero me di fuerte en la cabeza, casi pierdo la única neurona que tengo ―bromeé―. Todavía anda rebotando por ahí.

―Pucha, amiga, ¿y qué te dijeron?

―Que tengo que estar en reposo unos tres días, sin hacer fuerza, sin caminar mucho, ojalá acostada el mayor tiempo posible para que las neuronas se asienten, en fin, puras cosas aburridas ―le expliqué.

―¿Por qué no te vas a mi casa? Yo me quedaría aquí contigo, pero con la familia que tengo, imposible; pero puedes venirte tú y así no estarías sola, tú sabes que mi mamá está conmigo, así se pueden hacer compañía en el día y ella te puede cuidar.

Miré a Bastián, dudé por un momento, yo sabía que sería bien recibida en la casa de Roxana, pero no quería molestar, aunque tampoco quería abusar de mi nuevo amigo.

―¿Estás segura? No quiero molestar.

―No es molestia, tú sabes que en la casa van a estar encantados, sobre todo los niños que te adoran y mi mamá va a estar feliz de tener compañía adulta en el día.

Bastián asintió con la cabeza como aprobando el plan.

―Bueno, voy a preparar un bolso.

―No te preocupes, yo lo hago ―ofreció mi amiga.

―Voy a pedir un taxi ―dije yo.

―Si quieren yo las llevo ―propuso Bastián.

―Pero tu amigo se llevó la camioneta ―le recordé.

―No, él vive a unas cuadras de aquí y se fue caminando, me dejó la camioneta porque yo vivo más lejos ―explicó.

―¿Dónde vives tú?

―En Moneda, ahí tengo mi departamento.

―¿Y no te molesta la bulla?

―No, el edificio tiene reductores de sonido y tampoco estoy en el centro-centro, así que no pasa mucha locomoción.

―Ah. ―Quise preguntarle si vivía solo o acompañado, pero no me atreví; claro que, si se había ofrecido a quedarse conmigo, era porque no tenía a nadie a quien darle explicaciones, ¿o sí?

―Almendra, ¿estás bien? ―Bastián me dio unos golpecitos en la mejilla, ¿en qué momento se había acercado a mí?―. Te quedaste pegada, ¿te sientes bien?

―Sí, sí, perdón ―respondí confundida.

―¿Estás segura de que quieres irte donde tu amiga? Tienes que reposar lo que más puedas y si hay mucha bulla...

―Eh... ¿Sí?

―¿Qué pasa?

―No sé, me dio sueño de repente, como que me quedé soñando despierta.

―Estás cansada, deberías estar durmiendo.

―Algo, pero me voy a levantar antes de que me duerma aquí y no me pueda ir.

Bastián me ayudó a salir de mi puf y quedamos muy cerca, como en esas películas románticas y clichés.

―¿Te vas a cuidar?

―Sí.

―Voy a mandar a que traigan tu auto para acá, mi mecánico se hará cargo de él mañana y me dirá lo que tiene.

―Espero que no cobre muy caro.

―No te preocupes por eso; arregle un auto o diez, su sueldo está asegurado.

―O sea, ¿es tu mecánico porque trabaja para ti y no porque le mandes tu auto a él?

Sonrió con esa maravillosa boca que tenía.

―Así es, por eso te digo que no te preocupes.

―Gracias, pero igual te tengo que pagar.

―No te preocupes, además, chocaste en mis terrenos, por un caballo que bien pudo escapársele a alguno de mis peones, así que es mi responsabilidad.

―¿Y los repuestos?

―Ya tengo listo tu bol... ―nos interrumpió mi amiga y dejó la frase a medio terminar al vernos tan cerca.

Nos separamos un poco.

―Bueno, señoritas, ustedes me dicen adónde las llevo.

―Gracias ―atiné a decir, mejor no hubiera dicho nada.

Bastián tomó el bolso de mano de Roxana y luego de apagar todo, me ofreció su brazo para que me afirmara de él.

Yo me subí adelante con él y Roxana se fue en el asiento trasero.

Al llegar, él se bajó primero y nos ayudó a bajar, primero a Roxana y luego a mí. La mamá de mi amiga salió a recibirnos.

―Gracias, joven, ¿quiere pasar a tomarse un refresco o un café? Hace calor, pero yo tomo café en invierno y verano.

―Yo también, así que acepto.

Mi amiga y yo nos miramos, ella me hizo un gesto de complicidad, al parecer, su mamá y ella me querían enganchar con ese perfecto desconocido.

Demasiado perfecto para ser real.

                         

COPYRIGHT(©) 2022