Abrí mis ojos algo perdidos hasta que logré recordar qué había pasado y por qué estaba en ese auto. Luego de agradecer al chofer, descendí y entré en mi supuesto hogar, pero me quedé en la reja para ver marchar el auto de los Bolomir. Cuando vi que estaba lejos, di media vuelta y le sonreí al guardia de la posta en agradecimiento por haber dejado que entrara. Él y el jardinero eran los únicos que no me ignoraban y sabían el secreto que escondía. El guardia siempre me ha apoyado en mis salidas a escondidas, por eso solo las hago cuando es su turno, a no ser que sea inevitable hacerlo en el otro. Luego de hablar unos minutos con Tomás y preguntar por su familia, continué mi camino por el pasillo de los empleados, el cual está húmedo por la lluvia que cayó.
Vengo por aquí para no encontrarme con nadie, aunque como siempre, no escapó a las indiscreciones de la señora de la casa. Puedo escuchar los gemidos de mi madre en la casita de las herramientas del jardín, la cual no está lejos de este camino. Sí, mi madre se acostaba con uno de los guardias cada noche, y quién puede criticarla si su marido no le da ninguna atención. La verdad es que a mí me dejó de importar hace mucho lo que hace con su vida.
Olvidándome de todo eso, solo continúo hasta llegar a la ventana de mi habitación, la cual siempre está abierta para cuando me fugo de casa. Nadie sabe que soy yo cuando me ve caminando; todos piensan que es Eira, mi querida gemela. ¿Quién puede creer que una chica que lleva inválida diecisiete años, de repente camina como si nada? Ah, sí, permítanme darle un breve resumen de quién soy: mi nombre es Aria Mary Manrique, hija menor del senador Manrique, hermana gemela de Eira, la preferida. Soy inválida desde que tengo cinco años. Justo el día de mi cumpleaños fui sentenciada a una silla de ruedas con posibilidades lejanas de caminar.
Sin embargo, aquí estoy, a punto de ser libre de esta horrenda familia que una vez casi me quitó la vida y ahora, por último, me ha entregado en bandeja de plata a otra familia. Negando, me pongo a recoger algunas cosas en mi mochila, como mis documentos, el testamento de mi abuela donde está la propiedad de las tierras. Este estaba en mi escondite secreto; cuando me lo entregaron, lo envolví para protegerlo y lo pegué a la parte de atrás del escaparate. Nadie podría verlo.
Debería tenerlo mi querido abogado, pero no quise que estuviera en peligro y, además, pensé que nadie mejor que yo podría protegerlo. Aunque debo decir que esa decisión me costó sudor, lágrimas y sangre mientras lo mantuve a salvo. Tiemblo por los recuerdos y prosigo echando cosas en el bolso, como algo de ropa, mi laptop que, aunque es vieja, tiene toda mi vida en ella. Voy al baño a recoger mis medicinas, las cuales me tomo antes de guardarlas; necesito aliviar urgentemente el dolor que aún me golpea. Me siento en la cama cuando he terminado de tomar todo lo que necesito para descansar cinco minutos y de paso, aprovecho para llamar a mi mejor amiga.
-Aló, Ana, ¿puedes venir a buscarme?
Está medio dormida, por eso me pregunta de forma remolona.
-¿Es necesario que sea ahora?
-Sí, necesito irme de aquí. Cuando nos veamos, te cuento todo lo que pasó. No te lo vas a creer.
Enseguida le cambia la voz; es que es altamente curiosa por naturaleza.
-Estoy allí, en nada para recogerte; te esperaré en la esquina, como siempre.
-Perfecto, nos vemos.
Con eso, cuelgo y me permito sonreír mientras miro los documentos. Debo firmarlos y sellarlos ahora. Mi padre debe estar afuera cuando mi madre está de escandalosa. Recuerdo que debo hacer una llamada más, así que vuelvo a marcar las teclas.
-Buenas noches, abuelo Alvis. Disculpe que lo moleste tan tarde, pero es sobre el asunto de las tierras de la abuela.
Él siempre ha sido el representante de mi abuela y ella lo dejó encargado de mí antes de morir. Su trabajo era proteger mis derechos y mi vida al saber por experiencia que mi padre haría lo posible por quitarme todo.
-¿Has encontrado al comprador que ella dijo que existía?
-Sí, resultó ser como ella dijo. Una familia se interesó en la finca. Los Bolomir la desean; quiero que haga el traspaso al hijo mayor, Joshua. Y de paso, me gustaría que se hiciera cargo de la compra de Mustafá, el caballo. Por favor, incluya una cláusula para que la vendedora no pueda hacerle ningún mal en esos seis meses al producto.
Siento su risa.
-Eres demasiado lista para tu propio bien.
Supongo que eso lo aprendí de la mejor, la santa Carmen. La única que previó que mi padre trataría de dejarla en la calle y se plantó como nadie.
-Gracias por prestarnos su ayuda todos estos años y protegernos. Sé que lo ha hecho porque lo siente, pero igual debía decírselo. Le enviaré los datos del otro abogado dentro de un rato. Si me necesita, ya sabe cómo localizarme. Lo quiero mucho, por favor, cuídese del mal bicho que conocemos.
-No dejaré de saber de ti, aunque estés en el fin del mundo, lo sabes. -Asiento, aunque no pueda verme-. Recuerda que tu abuela te dejó a mi cargo.
-Lo sé y eso me hace dormir en paz.
Ambos reímos. Él sabe que pretendo escapar del nido de víboras en donde vivo y por eso me desea un buen viaje y una hermosa vida en libertad. Colgando la llamada, pienso en que brindo por eso. No habrá más abusos para mí, no más encierros, y la posibilidad de volverme a quedar incapacitada estará lejana. Tomé los papeles y me levanté con calma para ir a la puerta. Por suerte, mi habitación está en el pasaje de la servidumbre. Hoy le agradezco este trato especial a mi familia, pues me permite moverme sin problemas. Avancé despacio por el pasillo y llegué hasta la oficina de mi padre. Giré el picaporte con calma; no hay luz bajo la puerta, así que no está. Entro y cierro detrás de mí. Enciendo la pantalla del teléfono y me muevo con cuidado para no desordenar nada.
Una vez frente al escritorio, acomodo los documentos encima y con cuidado abro el primer cajón, donde debe estar el sello de mi padre. No me equivoqué, justo ahí lo encontré, así que lo tomé y puse su marca en todo lo que era necesario para luego regresarlo a su lugar. Por desgracia, necesito el cuño para autenticar el documento de matrimonio; es algo que las familias adineradas deben hacer con todo lo que debe legalizarse, un total incordio.
Inmediatamente, tomé el bolígrafo preferido de mi padre y firmé donde tenía que hacerlo, pero antes de devolverlo a su sitio, le hice una pequeña broma al viejo. Sería divertido poder ver lo que le pasara. Imaginarlo lleno de tinta es algo infantil, pero de cierto modo placentero. Mientras sonrío, escucho su voz y mi rostro se paraliza de terror. "¡Oh por Dios! Ya llegó." Recojo todo, me muevo lo más rápido que me es posible y me escondo en su armario. Sé que a donde primero vendrá es aquí. Y ahí está, entrando con su teléfono en mano. Apuesto a que sé a quién va a llamar.
-¿Dónde estás, cariño? -Espera a que le den respuesta. Se acerca a su bar y se sirve una copa, como siempre. Remueve su vaso y se lo lleva a los labios-. Sí, no te preocupes, la estúpida debe estar totalmente asustada en esa casa. -Se ríe y siento que mi corazón se quiebra porque aún soy esa tonta rogando a ver si su papi la mira al menos una vez-. Les diré que no la aceptaré de vuelta, a no ser que ella me dé las tierras. -Una lágrima se me escapa. Eso es por lo único que estoy en su mente-. Tienes razón, si no dijo nada luego de las palizas que le daba, no creo que lo haga ahora. Pues mañana haré que registren su habitación y, si eso no funciona, fingiré que la quiero. De seguro la estúpida caerá por eso.
Aprieto mis labios para reprimir el estúpido gemido que se me quiere escapar y cierro los ojos porque no lo logré. Escucho que se despide y comienza a caminar hacia mí. Rezo porque se detenga. Pero sus pasos son más decididos. Siento su respiración por las ventanillas y abro los ojos asustada, abrazando fuertemente los papeles. Veo el picaporte comenzar a girar y la puerta empezar a abrirse cuando tocan a la entrada.
-¿Sí?
-Perdoné, señor, pero la señora está de nuevo dando un escándalo.
-¡Demonios! -Cierra y suelta la puerta-. ¡Ya voy para allá!
Veo cómo se aleja, subiéndose las mangas y tomando su saco para salir. Mi padre siempre utiliza trajes. Es un presumido sin medida que se acuesta con todo lo que se mueve, inclusive... olvídenlo.
Tan solo espero a que apague la luz y cierre la puerta. Cuento hasta cien y salgo del armario. Me dirijo a la ventana enorme que posee. Por suerte, sigue siendo el primer piso y mi madre me ha dado la coartada perfecta para salir sin ser vista. Con calma, la cruzo y vuelvo a cerrarla para luego acomodar la mochila que cuelga de mi hombro y hacer la retirada. Mis zapatos se humedecen al caminar por la hierba para no ser vista y no me importa porque me dice que estoy de pie.
Como siempre, mi curiosidad me traiciona. No puedo evitar observar lo que sucede cuando estoy cerca de la reja. Como es usual desde que volví a esta casa, la hermosa Teresa está gritando desde su balcón, alcoholizada hasta la raíz. La observé por última vez; a ese ser que supongo que alguna vez me quiso, o eso quiero creer. Digo adiós a la horrible casa que más que ser un hogar, fue una horrible prisión para una chica en silla de ruedas, abusada por su familia e ignorada por todos. O casi todos, había pocas excepciones.
Devuelvo mi vista hacia al frente y me dirijo a la salida con paso seguro. De vez en cuando, me fallan las piernas, pero ya las sé manejar. En la entrada está el auto de mi amiga. Le sonrío y hago señas de despedida al guardia, que moviendo los labios, me desea buena suerte. Monto en el auto, lanzando mi mochila hacia los asientos de atrás, y así dejo en el olvido mi pasado, la sombra que me obligaron a ser.