DAFNE
Estaba tan... tan... ¿Cuál era la palabra? ¿Furiosa? ¿Enfadada? ¿Rabiosa? Digamos que estaba las tres cosas juntas y con unas terribles ganas de cometer un asesinato. Había visto las suficientes series de televisión para saber cómo matar a alguien y ocultar el cadáver, además, su padre era policía y su madre fiscal, conocía de sobra las leyes del país y eso le permitía poder usarlas a su favor.
Una vez más, restregó su mano derecha contra sus labios, ¡ese cabrón la había besado! ¡La había besado por sorpresa, así sin más! Volvió a frotarse los labios con fuerza intentando eliminar el hormigueo que aún sentía sobre la piel. ¡¿Cómo se había atrevido?! Se tiró sobre la cama y se puso a patalear un buen rato sobre ella; hasta que, cansada, hundió la cabeza en la almohada.
Pero esto no iba a quedar así, de eso nada... Iba a vengarse, y su venganza sería terrible; que ese idiota no creyese que iba a mancillar sus labios e iba a quedar impune. Apretó la almohada entre sus manos y luego apretó la cabeza sobre ella para comenzar a gritar insultos. Realmente no sabía con quién estaba más enfadada, si con el imbécil de Damián por besarla, o con ella misma por no haberle partido la cara allí mismo. De hecho, su reacción fue de lo más patética; se quedó quieta, callada y sonrojada... y cuando por fin reaccionó, con grandes instintos asesinos, Damián ya se había marchado de la cafetería, aunque claro, el muy cobarde había huido nada más separarse de ella.
Ese chico podía darse por muerto.
De todas las putadas que se habían hecho durante todos estos años, esta había sido la peor. ¡¿En qué narices estaba pensando cuando decidió besarla?! Obviamente, lo había hecho como venganza por haberle tirado el plato de comida encima y humillarlo, pero había una línea que no debían cruzar y Damián la había ignorado por completo. De hecho, el falso pelirrojo había pisoteado esa línea y posteriormente bailado sobre ella.
Estrujó la almohada antes de lanzar un gruñido y tirarla contra el escritorio. Llevaba un par de horas encerrada en su habitación con un humor de perros pensando en una buena forma de vengarse, pero ninguna idea le parecía lo bastante cruel. Únicamente la idea de ver su cabeza clavada en una pica la satisfacía.
-¿Qué haces? -preguntó Ann entrando por la puerta y sentándose de un ágil salto sobre su escritorio.
Dafne miró a su amiga. Annalise era su mejor amiga desde que la conoció, con unos cinco o seis años; ella era su alma gemela en el tema de las travesuras, y una gran amiga que le proporcionaba apoyo moral en todo. Físicamente era una chica delgada y bastante atlética (como ella), tenía el rostro ligeramente redondeado, el cabello rubio -como toda inglesa- y muy largo, y unos brillantes ojos azules. Pero que su dulce y delicada apariencia de ángel caído del cielo no os engañase, ella era un demonio, un lobo con piel de cordero, una mujer de armas tomar... Iba quedando clara la idea, ¿no? Ann era muy inteligente y, por suerte para ella, esa inteligencia la usaba para el mal, siempre con indicaciones suyas para que ese mal diese frutos rápidos y divertidos.
-Estoy pensando en formas de joderle la vida a Damián -contestó Dafne mirando hacia su amiga, la rubia cruzó las piernas elegantemente y la miró.
-¿Y se puede saber qué te hizo hoy? -curioseó la rubia mirándola con interés, Dafne gruñó y meditó unos instantes si debía o no contarle lo sucedido; al final, se decantó por hacerlo, al fin y al cabo, ellas no se ocultaban nada.
-El muy desgraciado me besó des...
-¡¿Cómo que te besó?! -exclamó Ann abriendo los ojos de forma desorbitada e interrumpiéndola-. ¿Y besa bien?
-¡Ann! ¡Ese imbécil me besó por sorpresa para humillarme y dejarme en ridículo delante de toda la facultad! -indicó ella poniéndose en pie de la rabia y lanzándole una mirada atemorizante-. Voy a matarlo, te juro que voy a matarlo.
-¿Pero besa bien? -Dafne le lanzó una mirada asesina y la rubia entendió que, si no quería morir, sería mejor que dejase ese tema-.
¿Y en qué has pensado?
-En arrancarle la cabeza y clavarla en una pica, como en Juego de Tronos* -expuso Dafne con ojos brillantes; Ann suspiró, y ella la miró-. ¿Qué? Me besó sin mi autorización, merece morir.
Juego de Tronos*: Serie americana de fantasía, la cual es adaptación de la novela escrita del mismo género: Una canción de hielo y fuego.
-Vamos, que no tienes ideas -dijo Ann.
-Oye, oye... sí que tengo ideas, arrancarle los ojos con un sacacorchos es una idea.
-¿Alguna idea en la que no lo mutiles y que no acabe con nosotras arrestadas? -preguntó Ann; Dafne se quedó unos segundos en silencio repasando sus planes, hasta que negó.
-Lo suponía -indicó su amiga poniéndose en pie. Dafne la vio dar un par de vueltas, para luego detenerse y mirarla con media sonrisa-. Tengo una idea, ¿qué te parece ignorarlo durante un par de días?
-¡¿Quién eres tú y qué has hecho con mi mejor amiga?! -bramó Dafne tomándola de los hombros y zarandeándola de un lado a otro.
-Ay... me mareo -murmuró Ann. Dafne se separó de ella dispuesta a darle dos guantazos para que volviese en sí, pero la rubia aprovechó el momento para tirarse sobre el puf * nuevo que había comprado-. Piénsalo bien, Damián está esperando tu venganza y que mañana montes una escena. Por lo que si no haces nada lo desorientarás, y estará tan confuso que se herirá a sí mismo.
Puf*: Es un asiento relleno de un material blando cubierto por una tela rígida que puede ser de diferentes materiales. El relleno es de trozos de poliestireno, lo que hace al asiento adaptable a diferentes espacios y usos.
-Ann, que no es un pokemon -recordó Dafne.
-Bien, pues como futura psicóloga te digo que lo ignores, ya verás que se queda hecho un lío; de hecho, mañana voy a escaparme de alguna de mis clases, para poder ver cómo mi teoría se demuestra -aseguró la rubia, Dafne rodó los ojos y se tiró sobre su cama con los brazos abiertos.
Desde que había empezado la carrera de Psicología no había quien la soportase; haciendo perfiles de todo el mundo, analizándolos como si fueran conejillos de indias, por no mencionar que se compró un diván para su dormitorio y que había empezado a pasar consulta a algunos vecinos. Pero tenía que reconocer que era una psicóloga muy buena y analizaba muy bien a sus pacientes; así que, si ella recomendaba ignorar al pelirrojo, lo haría. Por primera vez en diecinueve años ignoraría a Damián, sonrió de medio lado, ¿de verdad se desconcertaría?
-Matt está empezando a sospechar -habló Ann mirándola con preocupación.
Dafne asintió, sabía a lo que se refería. Ann llevaba un mes saliendo en secreto con Kyle, una especie de científico loco adicto a llevar sudaderas de colores. Era un buen chico y quería mucho a su amiga, pero el problema (y la principal razón por la que estaban saliendo en secreto) era el superprotector hermano mayor de la rubia. Matt era una de las personas más increíbles que había conocido en su vida, era guapo, inteligente, valiente, audaz, capaz de crear una estrategia de combate en cuestión de segundos, conocía todos los trucos de los videojuegos y era el mejor amigo de su hermana; pero el chico había desarrollado un exagerado sentido de la protección sobre Ann y Nora.
Actualmente, solo ella y Nora tenían conocimiento de la relación de Ann con Kyle y, pese a que Nora había insistido en que lo mejor era contarle la verdad a Matt, ni Ann ni Kyle estaban por la labor. Siendo sincera, había empezado a pensar que eso de estar saliendo en secreto les daba morbo.
-Oye, oye... deberías decírselo -dijo Dafne, Ann enarcó una ceja.
-El beso con Damien te ha trastornado.
-Se llama Damián, y no me recuerdes ese horrible momento. Ann soltó una carcajada y ella infló las mejillas con enojo.
-Me lavé los dientes cinco veces y gasté todo el enjuague bucal.
-Podríamos coger cucarachas, escacharlas y metérselas en la comida -propuso Ann, ella ladeó la cabeza.
No era mala idea, pero el que no hubiese sangre de por medio la desanimó un poco.
-Sé que puedes pensar en algo mejor. -Dafne miró hacia Ann y la rubia asintió convencida.
-Mmm... hay algo que me tiene intrigada. -Dafne le hizo una señal para que hablase-. Te besó y no le partiste la cara allí mismo; sé que el decano os ha llamado la atención varias veces, pero algo así no te impediría golpearlo hasta el agotamiento.
-El muy cobarde huyó rápido, no me dio tiempo de reaccionar -explicó brevemente.
Estaba ocultando el pequeño detalle de su parálisis y sonrojo momentáneo, pero eso había sido a causa de la sorpresa; no obstante, sabía que, si se lo contaba a Ann, ella comenzaría a analizar la situación y a ella también, y no tenía ganas de que su amiga le hiciese un perfil psicológico -otra vez-. Además, la rubia sacaría conclusiones estúpidas sobre lo sucedido, y ya tenía bastante con sus pensamientos.
-Interesante... -masculló Ann llevándose la mano derecha a la barbilla para luego ponerse a mirar hacia el techo.
Dafne rodó los ojos molesta y estiró la mano para tomar una de sus zapatillas, que le lanzó a la rubia a la cabeza.
-¡No me analices! -exclamó furiosa.
-¿Tienes miedo de que descubra algo? Como, por ejemplo, ¿que te gustó besarlo? -curioseó Ann enarcando una ceja y escondiendo de forma penosa una sonrisa traviesa.
-¡¿Tú estás mal de la cabeza?! No me gustó besarlo, de hecho, fue la peor experiencia de mi vida; mírame, estoy traumatizada, ¡traumatizada por culpa de ese engendro! -chilló Dafne haciendo que su amiga comenzase a reírse de forma descontrolada, por lo que la morena le lanzó una mirada asesina antes de caminar hasta ella y tirarla del puf.
-¡Ay!
-Oye, oye... me voy a matar zombis -dijo tirándole el puf encima y abandonando la habitación.
¡A ella no le había gustado besarlo! Fue horrible, espantoso, terrible, fue como besar a un puercoespín, algo realmente asqueroso y que nada más de recordarlo le daban ganas de vomitar. ¿Gustarle? ¿A ella? Pero si sintió cómo el estómago le daba un vuelco, claramente por el asco que le había dado el contacto de los labios de Damián sobre los suyos, por no hablar del hormigueo tan extraño que sentía aún en los labios (otra muestra más del asco que sentía por ese chico). ¿Gustarle? ¿En serio? Annalise había perdido el juicio por completo. A ella jamás le gustaría besar a Damián, de hecho, «besar» y «Damián» ni siquiera deberían coexistir en una misma frase.
Caminó hasta el salón y tomó el mando de la Xbox; mataría zombis imaginándose que su cara era la del falso pelirrojo.
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DAMIÁN
...cuarenta y ocho, cuarenta y nueve, y cincuenta; contó mentalmente, deteniéndose y sacando los brazos detrás del cuello. Había hecho cincuenta abdominales, sabía que podía hacer más, pero hoy no tenía ganas; bostezó y se quedó mirando hacia el techo.
¿En qué momento de lucidez mental había decidido que era buena idea besar a la «Oye, oye»? Desde entonces llevaba todo el día con un extraño pálpito, y eso lo preocupaba, ¿esa mujer diabólica le habría pasado alguna enfermedad mortal? Porque con ella nunca se sabía; quizás debería ir mañana a hacerse un análisis de sangre, porque ese ritmo cardíaco tan acelerado no era normal. Pero tenía que reconocer que había sido un puntazo, lástima que por miedo a su integridad física huyese rápidamente; aunque la reacción de Dafne tuvo que ser espectacular, seguro que hasta escupió espuma por la boca de lo rabiosa que estaría... y quién la vería mañana, con los ojos en llamas y dando voces pidiendo su muerte.
No pudo evitar reírse con satisfacción, seguro a estas horas esa mujer estaría desquiciada y maldiciéndolo en todos los idiomas existentes.
Se puso en pie con un ágil salto y recogió la esterilla que usaba para las flexiones y los abdominales, la colocó al lado del armario y miró su habitación. Eso de tener más energía que el resto de los humanos a veces estaba bien, no solo había recogido y limpiado la cocina, sino también su dormitorio, e incluso le habían sobrado energías y se había puesto a hacer abdominales para matar el tiempo. No es que quisiera moldear aún más su cuerpo, pero cuando tu padre se dedica a castigarte haciendo flexiones o abdominales de forma tan seguida uno se acostumbra y hasta acaba por gustarte.
Se pasó la mano por el cabello y al llegar al lado izquierdo, entorno los ojos... Hacía cosa de un mes Dafne había ido a su casa obligada por su padre -que sus progenitores fueran amigos íntimos era un auténtico asco- y casualmente él estaba durmiendo, ya que se había pasado la noche entera viendo un maratón de capítulos de Mentes Criminales*. Pues a esa mujer no se le ocurrió otra cosa que raparle al cero un cuarto de cabeza, afortunadamente, se despertó; ya que el objetivo de la...¿chica? -a veces dudaba de que fuera una mujer- era raparle media cabeza, y en la otra media cortarle el pelo como si una cabra le hubiese comido el cabello. A consecuencia de ese acto terrorista contra su imagen, había tenido que ir a toda prisa a la peluquería donde, más o menos, arreglaron el desperfecto; y decía «Más o menos» porque quedó con la parte izquierda irremediablemente rapada. Lo sorprendente de todo eso fue que luego su extravagante corte de pelo se puso de moda y muchos estudiantes lo imitaron.
Mentes Criminales*: Serie estadounidense de drama criminológico.
Modas, ¿quién las entiende?
Por suerte, su cabello había crecido y ahora no quedaba tan ridículo; seguía teniendo el pelo disparejo, pero tenía que reconocer que aquello le sentaba bien, de hecho, le quedaba muy bien y los piropos del sector femenino lo demostraban.
Miró a su alrededor buscando el monopatín nuevo. Como no lo vio, decidió buscarlo debajo de la cama y ¡bingo! Sacó el monopatín negro y se lo colocó en la espalda, iría a la calle a practicar un poco.
Tomó las llaves del escritorio y se guardó la cartera en el bolsillo posterior. Después de volverse un experto en la disciplina del parkour*, o también llamado el arte del desplazamiento, decidió que sería bueno probar cosas nuevas y qué mejor que el skate. Además, las habilidades del parkour le facilitaban las cosas. Salió de su casa e inmediatamente se subió sobre el monopatín tratando de impulsarse cada vez más. Le encantaban los deportes de riesgo, le hacían sentir vivo y libre. Y hoy necesitaba sentirse así, desde el beso con la «Oye, oye» todo había sido muy raro... y lo peor de todo era que no podía sacarse esa imagen de la cabeza.
Parkour*: Disciplina física de origen francés centrada en la capacidad motriz (escalar, saltar, correr, mantener el equilibrio, etc.), consiste en desplazarse eficazmente en cualquier entorno.
¡¿Pero en qué coño había pensado?! Quería venganza, venganza por dejarlo en ridículo en la cafetería delante de toda la facultad, pero se suponía que la venganza no debía afectarle a él; tenía que hacer que ella sufriera y no dejarlo a él con ese extraño cosquilleo en el fondo del estómago durante todo el día. Joder, seguro que le había pegado alguna enfermedad, si esa chica era puro veneno y al veneno no se le besa, se destruye y punto.
Dio un pequeño salto e intentó voltear la tabla, pero lo único que consiguió fue golpearse el tobillo... bueno, a nadie le salen los trucos a la primera.
-¿Skate? -Levantó la mirada y se encontró con Ren a unos metros, por lo que le pegó una patada a la tabla hasta ponerla en posición vertical, para así poder cogerla sin apenas agacharse.
Ren era de origen japonés, como demostraban sus rasgos: ojos rasgados, piel pálida y pelo negro extremadamente liso. Al contrario que él, a Ren le gustaba llevar el pelo largo (ahora mismo lo tenía hasta el final del cuello) y siempre usaba gorros a juego con sus gafas. Otro objeto que llevaba siempre consigo era una tablet o un laptop para poder conectarse desde cualquier parte a Internet, ya que la tecnología era algo así como su obsesión. Pero tenía que reconocer que era el mejor hacker que había conocido en su vida (y había conocido a unos cuantos). De hecho, era esa gran habilidad suya de piratear cualquier cosa la que le había permitido ser uno de los jefes del Instituto Quevedo; y posteriormente, él se encargó de enseñarle defensa personal para poder enfrentarse a los líderes del instituto rival -donde, obviamente, estaba su gran enemiga Dafne dirigiendo a los alumnos.
Vio como Ren pulsaba la tablet a una velocidad increíble, se acercó a él para curiosear.
-Es divertido, ¿y tú qué haces? -Ren levantó la cabeza y señaló el semáforo.
-Trato de entrar en Tráfico para poder hacerme con el control de todos los semáforos de la ciudad, estoy harto de llegar tarde porque mi autobús coge todos los semáforos en rojo -explicó Ren con seriedad, Damián enarcó una ceja y lo miró con serias dudas sobre lo que estaba haciendo.
-Eso es un delito.
-Solo si te pillan, y créeme, no van a pillarme -dijo Ren para volver a mirar la pantalla-. Maldita sea.
-¿Ocurre algo?
-Nah... solo que voy a tardar más de lo que había pensado. -Ren guardó la tablet en su funda y miró hacia su tabla-. ¿Es que ya te cansaste de corretear y trepar por las paredes?
-No, pero pensé hacer algo diferente -comentó Damián mientras ambos comenzaban a caminar-. Ya sabes que no me gusta estar parado sin hacer nada, y como al parkour ya le cogí el truco, pues decidí probar con el skate.
-A veces me encantaría tener toda tu energía -comentó Ren mirándolo, Damián asintió con orgullo; la mayoría de las veces la gente se quejaba de su exceso de energía, por lo que debía aprovechar las raras ocasiones en las que lo alababan-. Había pensado pasarme mañana por tu facultad, la mía es demasiado aburrida. Nunca pasa nada.
El japonés no hacía sino quejarse de lo aburrida que era su facultad, pero claro, su antiguo instituto era una locura; por no mencionar la guerra que tenían con los del Instituto Góngora. Así que todos los días se los pasaban ideando planes para someter a la «Oye, oye» y al resto de jefes; y a eso había que sumarle los intentos de sublevación de varias bandas y las bromas que le gastaban a la patrulla policial que había a la entrada del instituto. Suspiró con melancolía, a veces echaba de menos el instituto y tener tanto poder... porque en Quevedo era uno de los jefes; pero en la universidad no era más que un estudiante insignificante que mantenía una guerra con un demonio disfrazado de mujer.
-Genial, así lucharemos los dos contra la «Oye, oye», como en los viejos tiempos -dijo tomando a Ren del hombro y medio abrazándolo-. Entre los dos podemos someterla y obligarla a que se rinda y reconozca que yo soy mejor y más fuerte e inteligente.
-¿Aún sigues con eso? -preguntó Ren con una mezcla de aburrimiento y diversión, Damián asintió con fuerza y el japonés se liberó de su agarre-. Sabes perfectamente que jamás reconocerá nada de eso.
-Eso ya lo veremos -contestó con total convicción.
Aunque le costase otros cincuenta años de vida, él no iba a parar hasta que Dafne Castillo reconociese que él era un ser superior y se disculpase por todos los actos criminales en contra suya que había realizado a lo largo de los años. Porque aún no olvidaba la cantidad de veces que había sido castigado e ingresado en el hospital por su culpa. El día de su venganza llegaría, tarde o temprano esa cosa con cuerpo de mujer sería derrotada; pero, por ahora, se conformaría con ver su cara de fastidio y soportar sus gritos y protestas por haberla besado. Ah... qué lindo día sería mañana.