/0/9797/coverbig.jpg?v=a458abc4a877f43f45fbbbd56058d505)
Sara
-Mi madre comenzó la mañana de buena gana, amenazando con quitarme el auto por un mes si no voy como princesa al evento benéfico del viernes -dijo Leyla con cara de asco.
Me reí de su cara de fastidio mientras caminábamos al salón de clases. Leyla suele ser muy dramática con casi todo.
-Te puedo prestar algo -ofrecí, aunque sabía la respuesta a eso.
-¿Y parecer un estúpido brote de primavera? Definitivamente no, gracias.
-Entonces podemos ir de compras -sugerí simplemente.
Ambas tomamos asiento en el mismo lugar de siempre. Localicé a nuestro amigo Samuel ya sentado en diagonal. Lo saludé y él nos guiñó un ojo. Nos tocaba Historia, que aburrido era empezar la mañana teniendo Historia. La profesora asignó un último trabajo de manera individual para aprobar la materia. Estábamos entrando en la época final de exámenes.
Leyla me comentó que el evento del que hablaba su madre era para conseguir fondos para un hogar de adolescentes mujeres. Sus padres casi siempre participaban o organizaban actos benéficos. Ambos son abogados y personas demasiado agradables, pero casi nunca estaban en casa con mi amiga. Creo que por esa razón es que siempre le dieron con todos sus gustos, aparte de que también es hija única. Cuando era chica sentía un poco de pena por ella, yo tenía a mi hermano mayor para jugar, pero ella no tenía a nadie. Así que siempre quería ir a su casa para hacerle compañía.
Por la tarde definitivamente fuimos a muchos locales. Ya hasta me dolían las plantas de los pies por tanto caminar. Compré un paquete de gomitas y unos chupetines porque comenzaba a tener ansiedad de tantas vueltas que me hacía dar y nada le convencía. Ella era heredera de una increíble altura y ojos verdes que resaltaban debajo de su flequillo negro, y un cuerpo bastante voluptuoso debido al deporte, pero aún así decía que nada le quedaba bien. Era demasiado complicada a veces.
-Creo que vas a tener que entregar el auto -me burlé.
Me fulminó con su mirada mientras pasaba las prendas de un perchero. Una vendedora del local, de mediana edad y cabello rubio teñido, se acercó a nosotras.
-No se permite comida en el local señoritas -me dijo no muy amablemente.
Le mostré mis manos vacías y ella me miró muy obvia, levantando una ceja. Bueno, si tenía un chupetín en mi boca pero eso no significaba que iba a pasarlo por las ropas de la tienda. Puse mis ojos en blanco por lo absurdo que me resultaba el reclamo.
-¿Dónde tienen un cesto de basura? -pregunté.
-No tenemos -respondió ella de mala gana.
De repente me percaté de su blusa color verde vómito, yo veía uno tuve ganas de decirle, pero simplemente le avisé a mi amiga que la iba a esperar afuera. Ella asistió, esperaba que definitivamente nada del lugar le gustara. Salí a la vereda y vi cruzar a Samuel en compañía de su mamá.
-Hey -me saludó y ambos me dieron un beso.
-¿Cómo estas Sara?
-Bien señora, ¿usted?
-Me alegro hija. Justo estaba yendo a trabajar, si quieren pueden ir luego a merendar
-Claro que sí -acepté sonriente- Se lo diré a Leyla cuando salga.
Señalé hacia el interior de la tienda en la que estaba. Judith, la madre de mi amigo, trabajaba en el pub de Kissimie hace muchos años y siempre nos invitaba a merendar por más que no era cafetería. Hasta el dueño ya se había acostumbrado a eso, así que teníamos nuestro propio lugar ahí dentro. Por lo general Samuel la ayudaba a veces después de la escuela y en fines de semana.
-Nos vemos luego -me dijo mi amigo antes de continuar su camino.
Cuando Leyla salió, visitamos algunos locales más hasta que por fin encontró algo que mas o menos llamó su atención y era un chaleco de sastre tipo vestido. En color negro obviamente. La parte de abajo la dejamos para buscar en otro momento y fuimos a Kissimie. Nos sentamos donde siempre, adentro a la derecha y al fondo en la última mesa al lado de la ventana. Al rato vino Samuel cargando una bandeja, tres tazas de café y un paquete de galletitas con chispas de chocolate. Se unió a nosotras en la mesa, sentándose al lado de Leyla.
-¿Ya hicieron lo de física? -preguntó él.
-Agh ni me hables -respondí, odiaba física y todo lo que contenga números.
-¿Necesitas ayuda? -preguntó mientras revolvía su café.
-¿Alguna vez no? -se burló Leyla y le tiré con un bollo de servilleta.
Ambos se rieron de mí. Si, no era muy buena que digamos. Pero ahora más que nunca tenía que aprobar todo si quería terminar bien el año e ir a la universidad. No es que alguna vez haya reprobado alguna materia, pero mis calificaciones en todas ellas no eran las mejores. Particularmente en matemáticas, física y química. Es que las fórmulas numéricas no eran lo mío.
-¿Qué haremos para tu cumpleaños? -de pronto cambió de tema Leyla.
Me encogí de hombros, no tenía motivos para festejar. Mi madre ya no iba a estar para eso ni cualquier otra fecha importante, entonces no tenía sentido. No me emocionaba ni provocaba nada cumplir la mayoría de edad.
-Ya veremos que sale -dijo Samuel por mí.
Desvié la vista hacia la barra y mis ojos se clavaron ahí. Habían dos chicos sentados en los taburetes, conversando, y uno de ellos me resultaba demasiado familiar. Tenía una remera negra, un jean oscuro y unos borcegos. Fruncí el ceño, pensando en que momento habrían entrado. Cuando puso su rostro de perfil lo reconocí. Sentí unos retorcijones en mi estómago y mis manos un poco húmedas de repente. Leyla hablaba sobre algún partido que iba a tener pero no presté mucha atención.
-Voy al baño -dije.
Me levanté de inmediato y caminé por el pasillo que llevaba hacia los baños. Se me hizo algo largo, pero una vez dentro lavé mis manos. Vi mi cara en el espejo, era demasiado pálida para mi gusto y los rulos no estaban tan alborotados hoy, aún así los recogí en una cola alta. Acomodé las mangas de mi vestido azul con lunares que estaban algo dobladas. Yo no era una chica insegura, ni tonta, así que tomé aire y salí. Cuando estaba terminando de cruzar el pasillo, él apareció de frente. Su mirada no decía absolutamente nada.
-¿Otra casualidad? -dijo como si fuera algo divertido de repente, cerca de mí.
–Quien sabe, quizás es tu día de suerte -respondí.
No podía dejar de estar asombrada por la oscuridad que desprendían sus ojos. Jamás había visto algo igual. Pero su mirada no era nada oscura en lo absoluto. Más bien parecía animado.
-Seguro que sí.
Él pasó tan cerca de mi cuerpo, por lo estrecho que era el pasillo, y continuó su camino al baño. Lo seguí con la mirada, necesitaba decir algo, estaba demasiado intrigada por volver a verlo una vez más. Caminaba con cierto aire de seguridad y misterio, pero animado. Todo a la misma vez. Era bastante alto, la tela de su remera se adhería por toda su ancha espalda.
-Román -llamé y se detuvo a mirarme nuevamente- Gracias por lo del otro día.
-Acepto invitaciones -me guiñó un ojo y desapareció.
¿Qué? Me esforcé mentalmente por ignorar esa diminuta y peculiar "charla" y volví a la mesa con mis amigos. A los pocos minutos lo vi a él volver a su lugar en la barra donde estaba junto con el otro chico. Sentí su mirada sobre mí al pasar, pero la ignoré, pretendiendo escuchar lo que Samuel decía.
-¿Qué dicen, vamos? -preguntó él y Leyla pausó la charla cuando su celular comenzó a sonar.
-¿Qué ma? -respondió con poco humor- Si ya sé... Estoy con los chicos, en seguida iré... Bueno. Adiós.
Colgó la llamada y ambos la miramos, ella soltó un suspiro de fastidio. Ya quisiera yo tener a mi madre para simplemente sentir cualquier cosa que ella me provocara.
-Tengo que irme -dijo tomando sus cosas- ¿Te llevo? -me preguntó.
-No, iré en seguida -la liberé, su humor no era bueno de repente.
-Bien, nos vemos mañana entonces.
Nos dió a ambos un beso y luego se fué. Continuamos merendando con Samuel, aunque en realidad en nuestras tazas ya no había nada, pero no paramos de conversar hasta que ni siquiera quedaron más galletas. Me comentó que ya estaba totalmente seguro sobre estudiar ingeniería civil cuando vaya a la universidad. Yo aun tenia mis opciones en mente, pero no estaba segura de nada definitivamente.
-Todavía tendrás las vacaciones para seguir pensando -dijo él divertido.
-El tema es que no sean eternas -nos reímos un poco.
-Samuel -ambos nos dimos vuelta al oír la voz de su madre- ¿Puedes venir a ayudarme hijo? -preguntó desde el otro lado de la barra.
Me percaté de que Román y su amigo ya no estaban más ahí, la barra estaba limpia y los taburetes en su lugar. ¿En qué momento se habrían ido? Ignoré esa curiosidad en mi cabeza y me levanté de inmediato.
-Te ayudo con esto -le dije a mi amigo.
Levantamos las cosas que habíamos ensuciado y las dejamos en la cocina. Ya había caído la noche, el movimiento en Kissimie ya estaba comenzando a ser cada vez más, así que no quería seguir reteniendo a Samuel conmigo. Los saludé a los dos con su mamá y me fui a casa. El aire afuera estaba un poco más fresco, me apresuré al caminar para entrar en calor. Aunque crucé mis brazos para abrazarme un poco a mi misma. Amaba los días así, sol ligeramente caliente de día y frío durante la noche. No me gustaba el calor extremo ni el frío extremo. Por eso es que la primavera me parecía la estación del año perfecta.
Me paré en una esquina a esperar que el semáforo diera el paso para peatones, no había mucha gente en la calle ya. Por suerte no vivía tan lejos de aquí, solo a un poco más de diez cuadras y estaba acostumbrada a caminar. Me gustaba hacerlo. De repente un auto negro se paró frente a mi y bajó el vidrio del copiloto. Fruncí el ceño al reconocerlo y mi corazón se aceleró.
-¿Te alcanzo? -preguntó Román.
-¿Estás seguro que no tengo que pensar que eres un acosador?
-Huelo un poquito de ego -dijo algo divertido pero sin sonreír- Vamos, entra -se estiró y abrió la puerta para mí sin esperar realmente una respuesta de mi parte.
-No dije que sí, puedo tomar un taxi -dije aunque en realidad era lo que menos quería hacer.
No sabia porqué, pero sentía la necesidad internamente de meterme en su auto y aceptar que me llevara. El chico me causaba curiosidad desde el día uno en que nos vimos.
-No quieres hacer eso -aseguró y me guiñó un ojo. Otra vez.
-Huelo un poquito de ego -reparé su frase y finalmente sonrió.
Era una pequeña y bonita sonrisa, me gustó y también me gustó haberla provocado. Era la primera vez que lo veía sonreír genuinamente desde que nos habíamos visto. Su mirada siempre se veía dura y forzada. Eso, simplemente eso, me convenció automáticamente de subirme a su auto. Mantuvo su mirada en mí hasta que terminé de acomodarme.
-¿Bien? Vamos -dije como algo obvio cuando seguía mirándome.
Arrancó el auto y se dirigió a hacía mi casa, esta vez no le di ninguna indicación. Todavía no me olvido que se detuvo en mi dirección exacta la vez anterior que me había llevado, pero mi curiosidad más grande era otra en ese momento.
-Al parecer soy una chica con suerte -comencé a hablar, rompiendo el silencio- Me ayudaste en el mercado y ahora, oh casualidad, te encuentro cada vez que salgo.
Él simplemente sonrió apenas, sin decir nada y mantuvo su vista al frente. Conducía a una velocidad demasiado prudente. Podía asegurar de que no lo hacía así cuando iba solo.
-¿Porqué me ayudaste ese día? -pregunté, mirando su perfil- No era la única persona ahí definitivamente.
-Porque vi al mismo hombre que tú, bastante conocido -respondió sin quitar su vista del frente.
Lo recordé automáticamente, era alto, pelado y con muchos tatuajes. Llevaba una musculosa negra y al parecer tenía intenciones de alcanzarme ese día. Volví a sentir un poco ese escalofrío por la situación. Uno suele ver o escuchar actos delictivos, pero no espera que le sucedan a uno mismo.
-¿Conocido? ¿Sabes como se llama?
Permaneció unos segundos en silencio, quizás dudando si compartirme la información.
-Morrison.
-¿Qué crees que quieren? -dije al recordar lo que me había comentado antes, sobre que no robaban nada.
-No tengo idea -dijo aunque no muy convencido- Veo que eres curiosa -me miró de reojo.
-Solo un poco -me encogí de hombros.
-Solo un poco -repitió en voz baja- Por eso estas en este auto ¿no?
Sentí mis mejillas arder de repente y desvié la vista hacia la ventanilla de mi lado. ¿Porqué me sentía nerviosa? Pero es verdad, era la primera vez que me subía al auto de un chico sin conocerlo y a solas. Bueno, dos veces mejor dicho. Mi curiosidad sobre él era más grande de lo que quería admitir.
-¿Quién se ofreció a traerme? -repliqué en cambio.
-No te obligué en ningún momento -dijo con la voz pausada y con aire divertido, aunque en su rostro no se veía rastro de sonrisa alguna.
Me sentí atrapada, él tenía razón. Mordí mi labio inferior para evitar escapar una sonrisa tonta. A pesar de que estaba nerviosa, me sentía ligeramente cómoda. No como la primera vez que me había subido en su auto. Su presencia, aunque de extrañas coincidencias, se sentía segura. Terminamos llegando en silencio a mi casa, no quería verme más tonta de lo que ya parecía si seguía diciendo algo. Abrí mi bolso y saqué unos caramelos rellenos de dulce de leche, siempre tenía que tener algo dulce conmigo.
-Gracias por traerme -dije abriendo la puerta del auto- Toma.
Él frunció su ceño, mirando mi puño cerrado, y extendió su mano derecha curioso. Deposité tres caramelos en ella. Desde niña acostumbraba a pagar con caramelos cada vez que alguien me hacía un favor, lo comencé haciendo con mi hermano y se había vuelto un hábito divertido.
-No me gustan los dulces -dijo aún con su ceño fruncido.
-Entonces te equivocaste de persona.
Eso lo hizo sonreír y, otra vez, me hizo sentir bien. No pude evitar quedarme poco más de dos segundos a admirarla. Entonces me bajé del auto y casi que corrí hasta el interior de mi casa sin mirar atrás. Mi hermano estaba sentado en la sala con su computadora, me miró cuando aparecí.
-Hola -saludé con una sonrisa, aunque en realidad nunca se me había ido.
-¿Todo bien? –preguntó dándome una mirada curiosa.
-Si ¿por?
-No todos los días apareces con una sonrisa.
Puse los ojos en blanco, no iba a negarlo pero tampoco admitirselo, por lo que solo me limité a subir a mi habitación. Repetí el regreso a casa más de mil veces en mi mente, hasta cuando trataba de dejar de pensarlo, volvía a hacerlo sin poder evitarlo. ¿Quién era Román? ¿Porqué había aparecido tan repentinamente?
...-