Tres días después, me desperté a altas horas de la noche con un terrible dolor de cabeza. Se suponía que tenía que ir a cenar a casa de Vivian, pero mi vuelo se había retrasado y la compañía aérea sólo tenía un vuelo reservado para el día siguiente, así que disgustada y con una terrible migraña, preferí quedarme en casa. Bajé lentamente las escaleras y pude oír parte de la discusión. - ¡No eres más que un mercenario aprovechado! - reconocí la voz de mi padre. Oí una risa seca y luego la voz de Jamie. - Son negocios, mi viejo amigo.
- ¡No son sólo negocios! ¡Te acercaste a mi familia, te acercaste a mi hija! - No he hecho nada que ella no aprobaría. - Incluso podía sentir su sonrisa burlona. - ¿Cómo has podido...? - La voz de mi padre adquirió un tono de indignación. - Le gustabas mucho a mi hija. - Estoy seguro de que los planes de mi padre para ti y tu familia eran de lo más perversos. Puedes estar seguro de que el hecho de que ella se enamorara de mí es el menor de los problemas en los que TÚ los has metido. - ¿No es suficiente lo que me has quitado? ¡Me lo has quitado todo! Doy otro paso, todavía escondido. La voz de mi padre se vuelve inestable, como si estuviera a punto de llorar. El corazón se me acelera, la adrenalina de este enfrentamiento hace que la sangre se me agolpe en los oídos. - ¿Todo? - Jamie se ríe. - Eso no es ni la mitad de lo que nos debes. Todo tiene intereses, son negocios. - Dice, como si fuera obvio. - ¡No me queda nada! ¿Qué quieres que haga? ¡Estoy arruinado! Me pongo rígido de inmediato y me trago el nudo que tengo en la garganta. ¡Dios mío! No podía creerlo todo. Jamie estaba chantajeando a mi padre. Eso, en cierto modo, explicaba la desaparición del dinero de mi cuenta. - Podía matarlo. - Oí hablar a Jamie. Y ese es el problema. Literalmente habló, su voz sedosa y calmada. Totalmente indiferente. Como si estuviera eligiendo un sabor de helado. Mi cuerpo se estremeció, cada rayo de vello de mi cuerpo se erizó. ¿Matar a mi padre? ¿Haría eso el Jamie que yo conocía? Aunque apenas nos conocíamos. - ¡Como quieras! Escupió mi padre. - ¡Moriré! Mátame de una vez. - Suplicó mi padre. - Ah, - Jamie chasqueó la lengua. - ¡Pobre hombre! ¿Qué ganaría matando a un viejo zorro? Me aprieto la mano contra el corazón acelerado, intentando recuperar el aliento. - Ni se te ocurra. - Mi padre levanta la voz. - Te daré cualquier cosa menos eso. Cualquier cosa. - suplicó. - ¿Ni se te ocurra? - gruñó Jamie. - Teníamos un trato. Hablarías con ella hasta su cumpleaños, la convencerías de que soy el hombre para ella, nos comprometeríamos, nos casaríamos y luego me olvidaría de sus deudas. Tu discurso me retiene en mi sitio, estoy a punto de sacar mi almuerzo. - ¡Olvídalo! ¡Te lo dije, Alice es joven, soñadora, no se merece a un malvado como tú! Jamie se ríe. - Eso no es lo que grita cuando está debajo de mí. Oí un ruido fuerte y un gemido, probablemente un puñetazo. Quería intervenir, gritar, pedirle que se fuera, exigir información a mi padre. Pero estaba en estado de shock, con el corazón latiéndome en el pecho y la respiración agitada. - No vuelvas a hablar así de ella. Jamie soltó una carcajada y luego habló. - Me da igual lo que le digas, la quiero. Me invadió una oleada de humillación y rabia. Yo era una puta moneda de cambio para Jamie. TODO EL TIEMPO. - Entonces será mejor que la convenzas de que lo mejor es casarse conmigo. - Puedo sentir cómo sus labios se curvan ante su exigencia. - No voy a darte otra oportunidad, has jodido uno de los mayores casinos de mi padre. No hará la vista gorda. Te estoy ofreciendo una bandera blanca, su hija.
Desde donde estoy puedo sentir el gemido frustrado de mi padre - Y eso es entre nosotros. Yo pago tu deuda, tú me das a la chica. Tienes tres días. Sabes dónde encontrarme. Entonces oí la puerta de la habitación cerrarse de golpe. Respiré hondo varias veces, sentía que el corazón se me iba a salir por la boca, me sudaban las manos y me temblaba todo el cuerpo. Pero me armé de valor y fui al despacho de mi padre, segura de que si no le interrogaba entonces, no volvería a hacerlo. - ¿Papá? Empujé la puerta despacio y estaba sentado en su sillón, con las manos apoyadas en la cara y los codos sobre el escritorio. Se sobresaltó al verme. Unas pesadas líneas de expresión se apoderaron de su rostro al verme. Estaba claramente disgustado. - ¿Qué haces aquí? Pensé que estarías en casa de Vivian. - Ni siquiera puede disimular el hecho de que hay algo muy mal - que no era un padre. Su postura se volvió aún más rígida. - Lo he oído todo, papá. Todo. - solté de golpe. Hice hincapié en "todo". - Lo siento mucho, querida. - Una suave pena llegó desde el otro lado de la habitación. Mi madre. ¿Estuvo aquí todo el tiempo? Me di la vuelta y la miré. Estaba sentada al otro lado del despacho. Silenciosa, con los ojos hinchados, probablemente de llorar. - ¿Cómo que lo sientes, mamá? ¿Estuviste aquí todo el tiempo? ¿Lo sabías? - Vuelvo a hablar en voz baja. Ella aprieta sus labios tensos sobre su diente. - No estamos tan bien como crees. Algo en mi pecho se tensa y se retuerce violentamente. - Ahora no pienso en nada, mamá. - Me estremezco al oír el eco de mi voz. - No después de oír lo que he oído. - Cariño, lo siento, esta no es la forma adecuada de que te enteres de todo -¿Iba a llorar otra vez? Le temblaba la voz. Mi padre miró a mi madre con desaprobación, como si no quisiera que hablara. - Vamos, papá. - resoplé con rabia-. - Ya he oído suficiente mierda de ti y de Jamie. Quiero saber la verdad. - Tu padre tiene problemas con el juego. Póquer, ruleta, Black Jack, tragaperras... -Hizo una pausa por si mi padre interrumpía, pero no lo hizo, así que ella continuó. - "Siempre ha apostado, desde que nos conocimos, por desgracia se convirtió rápidamente en una adicción. - Elisabeth... - mi padre le llamó la atención. - ¡No! ¡Dios! Tiene que saberlo, tiene veintidós años, ya no es una niña. ¡Ahora es su vida la que está en juego! - mi padre se calló. - Ya sabes, viaja mucho, en uno de esos viajes acabó acumulando una gran deuda en uno de los principales casinos de la costa este de Seattle, no es una deuda justa, pero es lo que se espera del juego. Sólo que cuando no pagas, tienes que vértelas con los cobradores. - Jamie -mi voz sale en un susurro. Los ojos me escuecen por las lágrimas. - Lo siento, no... no lo sabía, hija mía. - Suspira con tristeza. - En un intento de saldar la deuda, vendió algunos bienes, se endeudó más, llevó a la quiebra toda la herencia familiar. No consiguió nada. Al final, seguía teniendo deudas millonarias de juego. Aunque lo vendiera todo, la deuda seguía siendo absurda. Todo se convirtió en una bola de nieve. Oh, no. - Debe haber algo que podamos hacer... No sé, tal vez llevarlo con alguien... ¿llevarlo con el banco? - Lo hemos intentado todo. Préstamos legales e incluso usureros, pero a él también le funcionan. Mi miedo empieza a crecer bajo mi ira. Jesús, ¿quién era Jamie? - No tenemos parientes -continúa mi madre-. - No quiero involucrar a tu primo John. - Quizá a la policía. - El pavor se me hunde en el estómago. - ¿Has pensado en ir allí a denunciar los planes de los Juegos? - Mis ojos suplican. - ¿Denunciar a las amenazas que estás sufriendo? - Por desgracia, las cosas no funcionan así -dice mi padre-. - Muchos de ellos son gente influyente, muchos policías forman parte de su clientela. No tengo elección. La decepción me golpea con fuerza. - "Tenía algo de dinero, se ha acabado, no era mucho, pero si lo has ahorrado, quizá podamos conseguirlo de otra persona, puedo pedir un préstamo, o conseguir un trabajo... Seguro que si hablo con Jamie puede ampliar el plazo. - No acudirás a él, Alice, ¡prométemelo! - Mi padre se levanta de la silla, apoya las dos manos en la mesa y me fulmina con la mirada.