Capítulo 8 El acuerdo

- Y lo que hizo tu padre no es mi puta responsabilidad. - Me estudia, su mirada fría y llena de hostilidad me observa, luego una expresión de satisfacción cruza su rostro. - He venido a hacer una puta pregunta. Si no puedes pagar con dinero, hay otras formas de superarlo. Un sollozo salió de mi boca. ¿Qué voy a hacer? Cuando ve que se me saltan las lágrimas, su cara se transforma en una de fuerte disgusto. - ¿Y tu padre, como el cabrón que es, no puede venir a hablar él mismo? - Un visceral sonido de indignación salió de su boca. - Mi padre está en cuidados intensivos, Jamie.

- Levanto la barbilla, como si eso fuera a darle motivos para compadecerse. - Ha tenido un grave problema de salud. Por eso he venido. - Suelto un chasquido, con la voz cada vez más deprimida. - No podemos pagar la deuda. Pero estoy dispuesta a darte lo que sea para que dejes en paz a mi familia. Jamie se acerco mas, sus labios casi pegados a los mios. Por Dios, podía sentir cómo se le revolvía el estómago. Una fracción de segundo. Ni siquiera eso. Eso es lo que tardó en sacar algo del cajón de la isla que estaba a mi lado. Se me erizaron los pelos de la nuca. Un escalofrío me recorrió la espalda. Cuando sentí el frío cañón de la pistola. Su pistola, apoyada en mi sien. Apretó los dientes, acercando aún más su cara a la mía. - En uno de esos compartimentos hay una bala cargada. - Susurra. Y hace girar el cañón de la pistola como si estuviera jugando a la ruleta rusa. Un gruñido bajo es todo lo que obtengo como respuesta. El miedo me envuelve por dentro con tanta fuerza que se me cierra la garganta. Entonces sus labios se apoderan de los míos en un beso de castigo. Es tan cruel, vil y repugnante que no puedo hacer otra cosa que llorar. Ni siquiera puedo devolverle el beso, aunque me apunte con una pistola a la cabeza. - ¿Morirías por ese gusano? - Separa un poco sus labios de los míos. Y, mierda, aprieta el gatillo. Clic, presión. - ¿Darías la vida por él? - Aprieta el gatillo. Click, presión. - ¿Y por qué no hacerlo ahora? Clic, presión. Apartó la pistola de mi cabeza, apoyándola en la isla junto a ella. Me temblaba todo el cuerpo y no podía contener los fuertes y feos sollozos que salían de mis labios. Nunca me había sentido tan humillada en mi vida, tan enfadada, tan asqueada. - Yo... no tengo... no podemos pagar la deuda. Por eso he venido aquí. - Mis sollozos salieron sin forma. Jamie dejó escapar un sonido de indignación. Ahora, mirándole a los ojos, no parecía nada contento. - Hay una manera. - Todo su cuerpo se puso rígido y la sonrisa de sus labios vaciló. - Pero tú ya lo sabes, o en el fondo no estarías aquí. La ansiedad me aprieta la garganta, robándome cualquier excusa que pueda dar. Y eso es porque sencillamente no hay ninguna. Jamie me observa un momento más, analizando mi rostro como si fuera a revelarle algo que quiere confirmar, como si buscara alguna verdad. - Llévame lejos. - le ruego. - Llévame lejos y deja en paz a mi familia. Alarga la mano y me agarra la mejilla, frotando la punta áspera y callosa de su pulgar con una ternura enfermiza. - Es una mala idea. - advierte, estudiando mi rostro. Entonces la comisura de su boca se curva. - Un buen hombre rechazaría esa posibilidad. - Hay chispas de ira en sus ojos. - Pero yo no soy un buen hombre, y no me iré de esta ciudad sin mi recompensa. Mi pago. Sus palabras me revuelven el estómago.

Sería el pago de una deuda, un puto pago. - Pero, ¿qué me vas a hacer? Mi pecho bombea erráticamente a medida que el miedo se hace más potente. - No te preocupes. - Retrocede un poco y vuelve a coger su whisky. - No quiero nada más que una esposa. - dice alegremente, como si fuera la primera vez que le miro. - ¿Por qué? ¿Por qué casarse conmigo? Desde luego no soy la más guapa, ni la única de la que disfrutas. También es obvio que mi familia está arruinada. ¿Por qué yo? ¿Qué puedo ofrecerte? - ¿Aparte de la infelicidad de tu padre al saber que eres mía? - Aprieta el puño que no sujeta el vaso junto a su cuerpo, el cuerpo tenso, la mandíbula apretada. - Nada, dulce Principessa. La bilis me sube a la garganta e intentar tragarla sólo amenaza con ahogarme. - Entonces, si me caso contigo, ¿prometes dejar en paz a mi familia? - No sólo dejarlos en paz -juguetea con el dedo en el borde de la copa, sin apartarse de mis ojos-. - Sino a saldar las deudas y mantenerlos el tiempo que haga falta para que alguien se dé cuenta de que en realidad no son más que un par de jodidos. - Me dedica esa sonrisa angelical. Pero cariño, deberías saber que el matrimonio con alguien de la Cosa Nostra significa más que eso, significa lealtad, deber, compromiso de sangre. - ¿Así que te vas a olvidar de las deudas? ¿Nos dejarás en paz? - Soy un hombre de palabra. Bajo la cara a las palmas de las manos y me las froto. ¿Qué otra opción tenía? Mi casa en venta, miles de dólares en deudas, mi padre enfermo. La verdad era que solo habia dos salidas, o moriamos todos o me casaba con Jamie y salvaba a todos. ¿Qué podía hacer? Era verdad; no conocía a ese Jamie. Pero acabé bajo la lluvia, ahora tenía que capear el temporal. - Acepto." Las palabras salen tranquilas y firmes, mucho más firmes de lo que creía que podría llegar a decirlas, pero él sigue mirándome como si pudiera ver, a través de ellas, las cosas que no estoy diciendo. - Me molesta que tu padre haya tardado tanto en contarte toda la verdad. - Chasquea la lengua, indignado. Siempre he visto potencial en ti. Todo este problema podría haberse resuelto hace meses. Una vena me palpita en un lado de la cabeza cuando lo veo acercarse de nuevo. - Tienes que saber, Alice, que un matrimonio conmigo no es ninguna broma. Se me llenan los ojos de lágrimas mientras se me pasan por la cabeza los peores escenarios posibles. - Espero lealtad de una esposa, obediencia y sumisión. Sus palabras flotan en el aire entre nosotros, un sombrío recordatorio de mi decisión. - Y si dices que sí. - Continúa. - Por nada del mundo volveré. No suelto mis juguetes. Y una vez que sea mío, no te dejaré. Unos ojos duros, oscuros y salvajes se encuentran con los míos. El corazón se me para en el pecho y el miedo me atenaza. - Entonces tienes que saber en lo que te estás metiendo. Voy a poseer cada parte de ti. Luego la destruiré y la volveré a unir, hasta que no sea más que una sombra de lo que es hoy. - Su voz sale baja y letal. - No me retracto de un acuerdo hecho, y eso es lo menos que espero a cambio. Hay algo muy peligroso en el tono de su voz, como si estuviera enfadado conmigo por alguna razón, pero en el fondo hay algo más. No puedo definirlo. Empujando mi miedo en otra dirección, le miro a los ojos y aprieto los dientes. - Acepto. Acepto casarme contigo. Mi corazón empieza a latir tan fuerte que estoy segura de que él puede oírlo. Su boca se curva en una amplia sonrisa como si mi espanto fuera lo más divertido que ha visto en su vida. Coge otro vaso del aparador, lo llena de whisky y me lo ofrece. Mis hombros se desploman derrotados y aprieto la mandíbula con rabia frustrada, tragándome el trago de un tirón. - Por tu larga vida a mi lado, princesa. La bebida baja ardiendo y contengo la tos. - Por razones de seguridad, a partir de hoy estoy a cargo de tu cuenta bancaria, tu teléfono móvil, tu correo electrónico y tus redes sociales. - Golpeó su vaso contra el mío. - ¡Lunga vita a noi! Subí las escaleras llorando. Todo parecía una pesadilla. Odiaba a Jamie. Dios, odiaba a esa familia por no dejarme elegir. Me odiaba a mí misma por ser egoísta y llorar. ¿Cuál es el problema?

            
            

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