Capítulo 7 El carnicero

- Es una enfermedad rara, que afecta sólo a 30 de cada millón de personas en el mundo. - Nos mira con pesar. - Los síntomas se confunden fácilmente con otro tipo de problemas. - Sé que está enfermo, sé que necesitará cuidados, pero está curado, ¿no? - pregunté, sintiendo mucho pánico por la respuesta. - Por desgracia, no existe cura para este problema, pero hay algunos tratamientos que pueden dar al paciente una vida prácticamente normal. Por supuesto, necesitará cuidados, pero el tratamiento es muy eficaz. - ¡Dios mío! - mi madre lloraba a mi lado.

- ¿Podemos verle? - dije con voz temblorosa, sintiendo un dolor palpitante en la cabeza por contener las lágrimas. - Sí, pero de momento sólo a través del observador de la UCI hasta que vaya al ambulatorio. Yo le acompañaré. Fue cuando vi a mi padre lleno de aparatos, intubado, con la cara pálida, los ojos cerrados, parecía muerto, cuando me di cuenta. ¡Dios, mi padre! Lágrimas silenciosas corrían por mi cara, mi madre hablaba con el médico sobre los procedimientos que se habían llevado a cabo, pero yo no podía prestar atención. La rabia había pasado, sustituida por el miedo y el arrepentimiento. Mi padre podría haber muerto, podría no haber sobrevivido en aquel hospital, qué egoísta había sido por acusarle, por no intentar comprenderle. Estaba enfermo, en ese momento pude verlo, ¿qué es la adicción sino una enfermedad? Acerqué la mano al frío cristal y sollocé suavemente. Sentí una mano apoyada en mi hombro y me di la vuelta. Era mi madre. - Son casi cien mil en gastos médicos, incluidos los días que tendrá que quedarse aquí para recuperarse. La operación ha ido bien, parece estable, pero además de los caros medicamentos que necesitará de por vida, tendrá que ser tratado en este hospital, lo que generará unos gastos que no tenemos. Dios, esto parece una pesadilla. - Mi madre lloraba mientras se acercaba a él. - Mamá... yo... lo siento, necesito salir... necesito calmarme. - Consigo decir las palabras entre los sollozos que salen de mis labios. Mamá no dijo nada, estaba ensimismada. Así que me fui. Mi familia se estaba perdiendo y no podía dejar que eso ocurriera. Pronto, cogí mi Land Rover y me dirigí a la única persona a la que no quería preguntar, pero era la única que podía ayudarme. Llegué al piso donde vivía Jamie y no hubo ninguna barrera, el personal estaba acostumbrado a que yo estuviera allí. Introduje el código de acceso. Cuando llegué a su piso, llamé tres veces, casi segura de que no había nadie. Estaba a punto de darme por vencida porque tardaba mucho en entrar. Oí pasos suaves al otro lado de la puerta y me di cuenta de que era él. Apareció una hermosa mujer, llevaba una bata rosa chicle y el pelo revuelto, olía a perfume Channel, que sólo le quedaba bien a Vivian. - Quiero hablar con Jamie, ¿está? - Mi suave voz vaciló ligeramente. - Guapo, tienes visita -dijo irónicamente, mirándome con burla. La miré con seriedad. Porque Jesús, esto no era una competición. Y levanté los pies, intentando ver detrás de ella, que estaba de pie en medio de la puerta, impidiéndome ver nada. - Necesito hablar con él, es urgente -respiré hondo y reprimí las ganas de golpearla. - ¡Jamie! - grito. - ¡Jamie! - Intenté pasar junto a ella. Finalmente oí su voz. - ¿Qué coño son esos gritos a estas horas de la noche? - ¡Jamie! - Grité. - Es Alice. - ¿Alice? - preguntó sorprendido. Llevaba unos vaqueros oscuros que se ceñían a su cuerpo delgado y definido. Estaba sin camiseta. Su pelo castaño, claramente desordenado, mostraba fácilmente lo que ambos estaban haciendo antes de que yo llegara. Su rostro cuadrado y llamativo estaba bien afeitado, sus pómulos eran robustos y sus labios carnosos: parecía un puto modelo de Vogue. Cogió el brazo de la mujer y dijo estúpidamente. - Vístete y vete, ahora. - Me miró seriamente. Y luego añadió. - ¿Qué haces aquí a estas horas? - Se pasó las manos por el pelo. - Tengo que entrar. Mi corazón latía con fuerza en la base de mi caja torácica. Me costaba literalmente respirar. Nada más entrar, la mujer salió vestida. Jamie caminó conmigo por su piso. Estaba tan alterada que ni siquiera miré a nuestro alrededor. Sólo quería acabar cuanto antes. Nos acomodamos frente a la isla de la cocina. Y se sirvió una copa. - ¿Un bourbon? - llenó su vaso.

Me sentía claustrofóbico. Todo lo que habíamos construido cayendo sobre mí como un puto tsunami. - No lo hagas. - Le miro a los ojos y aprieto los dientes. - Ven conmigo al despacho, podemos sentarnos con calma. Siento lo de ella -dice-. - Es sólo una amiga. Sonreí sarcásticamente. Claro que lo es. - No necesito ir a su despacho. - Me sudaban las manos y tuve que morderme fuerte los labios para contener mi excitación. - Entonces podemos quedarnos aquí, si lo prefieres. - Jamie, lo sé todo sobre mi padre. Los juegos, las deudas. Sonrió entre copas y luego preguntó. Me alegro de que te lo haya dicho, ahora por fin podremos jugar limpio. - ¿Jugar limpio? - Me pellizco el puente de la nariz. - Jamie, nunca te he mentido. Y cuando me despierto de repente, descubro que estás amenazando a mi padre, que nunca he sido más que un negocio para ti. Sus ojos permanecen fijos en mí. Parece que nunca se apartan de mí. - No les dejamos jugar por caridad, Alice. - dice con voz tranquila y monótona. - Si contraes una deuda, la pagas. Así de sencillo. - No tiene tanto dinero. Estamos arruinados, ¡gracias a ti! Su boca se curva en una media sonrisa. - No, cariño, fue él quien vino a nosotros, el que te ahogó en deudas. - Da un sorbo a su whisky y apenas me mira. - ¡Tú! Tú... no deberías haberle dejado jugar, no deberías haber dejado que la deuda llegara tan alto. ¿Cómo pudiste? - Me muerdo un gemido de angustia. - ¿Siempre supiste cómo funcionaba esto? ¿Te acostabas conmigo y luego amenazabas a mi padre? ¡No eres más que un gusano enfermo! Apretó los músculos de la mandíbula y vi cómo se le flexionaban los brazos y se le abultaban las venas. - ¿Qué crees que soy, Alice? ¿Una maldita niñera? - grita Jamie. Las líneas de su cara son afiladas y duras. - ¡No! Es un gran negocio allí, tú hiciste la deuda, ¡tú la pagas! Si no pagas, o nos devuelves, ¡morirás! Tu padre siempre conoció las reglas. Él eligió ese camino, por desgracia ahora estás pisando sobre hielo delgado. Apretando los dientes contra una oleada de ira, pregunto: - ¿Vas... a matarme? ¿Matar a mis padres? No serías capaz. - Me tiembla la voz. Jamie se acercó a mí, con una pequeña sonrisa traviesa en sus hermosos labios. - ¿Eso es lo que piensas, Alice? - Dio un paso amenazador hacia mi y el corazon casi se me sale por la boca. - ¿Sabes siquiera quién soy? Porque yo sí -sonríe sin ningún humor-. - Todo sobre ti. Y no estás en ventaja aquí. Todo mi cuerpo vibra de miedo al darme cuenta de este hecho. Y retrocedo unos pasos hasta que mi trasero toca el borde de su isla. Vine aquí sola, cuando mi padre me había pedido expresamente que no viniera. Cuando le dije que era un hombre peligroso. Cuando Thomas estaba fuera de servicio y no había nadie para defenderme en caso de que algo saliera muy mal. Él siente mi miedo, porque Jesús, no se detiene hasta que estamos casi tocándonos. Está tan cerca que temo que sienta mi corazón acelerado por el miedo. Me rodea con los dos brazos, en la lujosa isla de la cocina, detrás de mí, atrapándome en una especie de prisión. Y cuando acerca su cara a mi oído, Jamie susurra. - Soy El Carnicero. El próximo capo del capo de Outft. Su voz gana peso, como si me estuviera enseñando su puto currículum.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022