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Capítulo 10 De acuerdo

Capítulo 11 Mala idea

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Se me corta la respiración cuando me avisa. - Está bien, papá. Pero al menos tenemos la opción del dinero... - ¿Qué dinero? - Mi madre se ha metido. - Mi cuenta de ahorros, he llamado al banco, han vaciado las dos cuentas de ahorros. Hace cinco días, mi padre... - Sentí que se me iba el tono. - ¡Dios mío! No me digas que cogiste el dinero de la cuenta de nuestra propia hija. - Sus labios se curvaron hacia abajo. Mi padre se quedó callado. - No puedo creerlo. ¿A qué has llegado? ¡Ese era nuestro acuerdo! Nunca tocarías su cuenta de ahorros, nunca se enteraría de tus problemas.
¿Cómo podrías? Ese era su futuro. Mi padre agachó la cabeza avergonzado. - No lo entiendes - suspiró, mirando a mi madre. - Necesitaba olvidar todos estos problemas durante un tiempo. Necesitaba una escapatoria. - Su mandíbula se apretó, una mezcla de vergüenza y rabia. ¿Cómo ha podido? - No puedo creerlo, papá, ¿gastaste mi dinero, no para pagar deudas, no para que pudiera invertir en mi futuro, sino para alimentar tu adicción? - susurro mientras los ojos se me llenan de lágrimas. Me duele su falta de responsabilidad y su traición. - No fue así -dice en voz baja, mirándome fijamente-. - Estaba mal, no podía pensar. Te prometo que lo solucionaremos. - ¿Pero qué coño...? - Pongo mi cara llorosa entre las manos e intento fingir que no acaba de decir eso. - No me lo puedo creer. ¿Cómo ha podido? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué vamos a hacer ahora? Me lanza una mirada de disculpa. - Debe de haber otra opción. - Me llevo la manga de la chaqueta a la cara y me froto las lágrimas. - Quizá podamos vender esta casa y mudarnos a nuestra casa de verano. De todas formas, esta casa es demasiado grande para nosotros tres -sugiero, con la voz nasal por el llanto. - Papá, ¿cómo puedes ser tan imprudente? La expresión de su cara se vuelve incómoda - La casa... la casa está hipotecada... y saldrá a subasta dentro de cinco días. - Mi madre habla desde detrás de mí con calma. - ¿Qué? - Aprieto la mandíbula y los puños, las uñas cortas y rojas me magullan la palma de la mano con tanta fuerza que me crujen los nudillos. No puede ser peor. Mi padre se mueve incómodo, sus ojos inexpresivos durante un segundo. Luego, con un gemido agónico de dolor y la mano en el pecho, cae con un golpe sobrehumano. Él - ¡Dios mío! Alice, ¡llama a urgencias! - Mi madre estaba a su lado en un segundo. Bueno, en cuestión de minutos me retracté, definitivamente podía empeorar. Y era sólo el principio. Llegamos al UC San Diego Health Hospital y nos atendieron enseguida. Los médicos no nos dieron mucha información sobre la situación de mi padre. Lo que sí sabíamos era que tendrían que operarle de urgencia, lo que hacía que la situación fuera aún más aterradora. Mi madre y yo estábamos sentadas en la sala de espera cuando empezó a hablar suavemente. - Seguía siendo un buen padre. - Su voz era baja y temblorosa, parecía que quería llorar. - Lo intentó, Alice. Dios sabe que lo intentó, la mayor parte del tiempo nos dio una buena vida. Hizo todo lo que pudo. Y tú lo sabes. - ¿Todo lo que pudo? ¡Mamá! ¿Puedes siquiera escucharte? Prácticamente no tenemos donde vivir, ¡estamos arruinados! ¿Qué vamos a hacer? - Mi voz tiembla miserablemente. Bajo la voz al darme cuenta de que otras personas en la sala de espera nos observan.
- Creo que podemos ir a pasar un rato con John, pedir refugio... No sé, yo también puedo trabajar. - Se da golpecitos con el dedo en la barbilla mientras hace la observación. - Mamá, ¡no puedo irme a vivir con John! ¿Y tú? ¡Nunca te graduaste en nada, ¿en qué trabajarías... mamá... y yo?! - La vergüenza que nunca había sentido recorrió mi cuerpo. - Lo siento Alice, sé que crees que no pensamos en ti, pero hemos hecho todo lo posible por ocultártelo, desgraciadamente tu padre está enfermo. - Tiene la mandíbula apretada mientras intenta no llorar más. - Ahí está. No deberías haber ocultado algo así. - Arruga la nariz, molesta. - Podría haber ayudado, haber empezado a trabajar antes. No lo sé. Mira en lo que se ha convertido todo esto. - Me levanto, metiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta. - Toda esa relación con Jamie, ¡Dios, me acosté con él! Lo sabías, y aun así no me lo dijiste. - Realmente no sabia de toda la involucracion detras de la relacion con tu padre y Jamie. - Sus mejillas ardían de vergüenza. - Me enteré después del ataque a nuestra casa. Por desgracia, tu padre también me mintió. Lo único que quería era mantenerte alejada de todo aquello. - Se frota los ojos casada. -Por desgracia, cuando me enteré ya era demasiado tarde. - ¿Por qué mamá, por qué me quiere Jamie? ¿Qué gana con ello? - La preocupación envolvió mi tono. - Yo tampoco lo sé -con los labios apretados en una línea dura, sacude la cabeza-. - Sólo puede ser un juego enfermizo, para hacer sufrir a tu padre. Eso es lo que hace la gente como él. Gente como él. - No te preocupes, cariño, nunca dejaríamos que te llevara. - Sostiene mi mano entre las suyas. - Nunca lo aceptaríamos sin una buena pelea. No te preocupes, en cuanto tu padre salga de esta, nos las arreglaremos. Todo irá bien. - Dijo la última frase más para sí misma que para mí. - Sí, mamá -dije, aunque en el fondo sabía que no era verdad. Era Jamie quien no perdería sin una buena pelea. Unos minutos después, un médico cruzó el pasillo. - ¿Señora Elisabeth Madox? - ¿Sra. Elisabeth Madox? - Mi madre y yo nos levantamos. - Bueno, tengo buenas y malas noticias. El Sr. Trevor tuvo que ser operado de urgencia. Tiene un raro síndrome cardíaco llamado disección aórtica. Mi mamá inmediatamente comenzó a llorar de nuevo. Incluso más de lo posible. ¿Una enfermedad rara? ¿Cómo? Mi padre siempre había estado sano. - ¿Está seguro, doctor... Bruno? - dije, con los ojos recorriendo su placa. - Sí, estoy seguro. La mayoría de las veces, cuando el corazón está dañado, es fatal. - Pero, ¿cómo? - preguntó mi madre. - ¿Cómo es que nunca nos dimos cuenta?