Contagio de amor
img img Contagio de amor img Capítulo 3 III
3
Capítulo 7 VII img
Capítulo 8 VIII img
Capítulo 9 IX img
Capítulo 10 X img
Capítulo 11 XI img
Capítulo 12 XII img
Capítulo 13 XIII img
Capítulo 14 XIV img
Capítulo 15 XV img
Capítulo 16 XVI img
Capítulo 17 XVII img
Capítulo 18 XVIII img
Capítulo 19 XIX img
Capítulo 20 XX img
Capítulo 21 XXI img
Capítulo 22 XXII img
Capítulo 23 XXIII img
Capítulo 24 XXIV img
Capítulo 25 XXV img
Capítulo 26 XXVI img
Capítulo 27 XXVII img
Capítulo 28 XXVIII img
Capítulo 29 XXIX img
Capítulo 30 XXX img
Capítulo 31 XXXI img
Capítulo 32 XXXII img
Capítulo 33 XXXIII img
Capítulo 34 XXXIV img
Capítulo 35 XXXV img
Capítulo 36 XXXVI img
Capítulo 37 XXXVII img
Capítulo 38 XXXVIII img
Capítulo 39 XXXIX img
Capítulo 40 XL img
Capítulo 41 XLI img
Capítulo 42 XLII img
Capítulo 43 XLIII img
Capítulo 44 XLIV img
Capítulo 45 XLV img
Capítulo 46 XLVI img
Capítulo 47 XLVII img
Capítulo 48 XLVIII img
Capítulo 49 XLIX img
Capítulo 50 L img
Capítulo 51 LI img
Capítulo 52 LII img
Capítulo 53 LIII img
Capítulo 54 LIV img
Capítulo 55 LV img
Capítulo 56 LVI img
Capítulo 57 LVII img
Capítulo 58 LVIII img
Capítulo 59 LIX img
Capítulo 60 LX img
Capítulo 61 LXI img
Capítulo 62 LXII img
Capítulo 63 LXIII img
Capítulo 64 LXIV img
Capítulo 65 LXV img
Capítulo 66 LXVI img
img
  /  1
img

Capítulo 3 III

Nunca lo voy a olvidar. Estaba con Nataniel en el comedor, atendiendo las inquietudes de los huéspedes, cuando en la televisión dieron la noticia que la pandemia ya había llegado al país, "pero que el caso se encuentra aislado y que se estaban tomando todas las previsiones del caso".

Me dio mala espina. Apreté los puños y miré a Nataniel. -No me gusta nadita eso-, le dije preocupada, arrugando a nariz.

-Igual se dijo de otras pestes, la gripe aviar, la del mono, la vaca loca, el cólera ¿recuerdas?-, restó importancia Nataniel.

Pero ahora era diferente. Había alarma en todo el mundo, se hablaba que era un virus altamente contagioso, mortífero y que ya estaba haciendo mella en Europa y se hablaban de posibilidades como las de cerrar aeropuertos y fronteras. En Estados Unidos ya habían casos de contagio, y su presidente anunció que negaría el ingreso de personas que hayan estado en Asia.

-Hay mucha alarma-, dije fastidiada.

-Creo que están haciendo una tormenta en un vaso de agua-, me dijo Nataniel antes de atender a un huésped búlgaro que no entendía el menú del día.

Por la tarde me llamó Jean Pierre. -Parece que será obligatorio usar mascarillas-, me dijo.

-¿Qué es eso?-, me extrañó.

-Esos tapabocas que usan los médicos-, me aclaró.

Era lo que había escuchado, también, y que ya se estaba empleando en varios países donde el contagio aumentaba febrilmente. Yo estaba extrañada, no entendía, en realidad, todo lo que estaba pasando.

Me llamó mi mamá. Yo ya estaba por irme a la casa cuando timbró el móvil.

-Tu hermanito Luis empezó sus clases, pero parece que las van a suspender por el virus que está atacando Europa-, me contó.

-Ay mamá, no seas exagerada, es difícil que llegue al país-, intenté tranquilizarla.

-Es lo que están diciendo las otras mamás, sopló su preocupación, ya te contaré más-

Me quedé muy preocupada.

*****

Ese jueves llegué temprano al hotel y después e cambiarme y presentarme ante Jean Pierre y Alyson, fui al hall, a esperar a los nuevos huéspedes, cuando hubo un gran alboroto en la puerta. Un tipo alto, rubio, de cejas muy pobladas discutía con Damián y hasta le daba empellones. Miré a Douglas, el seguridad de la puerta, y me hizo el gesto para que hablara con el sujeto. Estaba sulfurado, iracundo y gritaba.

-Soy el valet, señor, estoy llevando sus maletas a la recepción-, intentaba disculparse Damián, pero el tipo rebuznaba colérico.

-Ce sont mes valises, où vas-tu les emmener?-, decía. Era francés.

-Ne vous inquiétez pas monsieur, le voiturier, Damián, déposera vos bagages à la réception où vous pourrez vous enregistrer-, intervine. El sujeto recién despintó su rostro que estaba coloreado de rojo intenso, sonrió y se sintió aliviado.

-Ahh, lo siento, recién entender, le ruego perdones, ser yo tosco y bruto, pensar otra cosa, confundir maletas-, le dijo el tipo a Damián en un imposible castellano. Sonreí con encanto y alcé un hombro coqueta.

-Au contraire monsieur, nous nous excusons pour le malentendu-, le pedí disculpas por el incidente.

El sujeto me quedó mirando, encandilado con mi sonrisita. Sus ojos celestes brillaron y sonrió largo, sin despegar los dientes. Lo invité a pasar a la recepción, donde Lisseth.

-J'admire beaucoup les belles femmes, tu es très belle-, me dijo que yo era muy hermosa. Me gusta que me halaguen, je.

No voy a mentir. Me encantó mucho ese tipo. Lo vi demasiado guapo, muy arrollador, bastante masculino y me prendaba su voz tan divina y mágica. Por algo dicen que el francés es el idioma del amor.

-Pidió un cuarto y dijo que se quedaría por lo menos un mes, que estaba de vacaciones y que es soltero-, me dijo Lisseth, también encandilada de ese sujeto.

-Está lindo ¿no?-, le dije, juntando los dientes, sintiendo los fuegos revoloteando por mis entrañas. Lisseth miró el techo meneando la cara. -Un papacito-, sonrió.

Hacia el mediodía, Alyson me dijo que muchos huéspedes iban a almorzar junto a la piscina. -Quieren aprovechar los fuertes rayos de sol-, me dijo resoluta. Ya habían puesto las mesas, los toldos, dispuso a los mozos y me dijo que estuviera atenta. -Julissa se va a encargar del hall-, me informó.

La piscina, en realidad, estaba repleta. Muchos huéspedes chapoteaban felices en sus cristalinas aguas, otros tantos descansaban en las perezosas tostándose al sol, tomando limonada y tragos cortos. Algunos ya se habían instalado junto a las mesas que había ordenado poner Alyson, y ya habían pedido los sabrosos platos que preparaba Marcia, la chef del hotel.

-Dites-moi, mademoiselle, quelle est la spécialité de l'hôtel ?-, me volvió en sí, una voz muy musical, con un tono varonil, dulce, arrollador.

--La meilleure chose que fait la cuisinière Marcia est du saumon cuit en papillote avec des légumes, monsieur-, recomendé salmón al horno, y ¡plop! me vi cara a cara con el mismo huésped que me había dejado completamente turbada.

-Oh, qué bien, pediré eso-, me dijo, entonces, él en castellano.

Se acomodó junto a una mesa. Achinó los ojos para ver mi nombre en la placa colgada en mi blusa.

-¿Conoces París, Vanessa?-, me preguntó entonces, deleitándose con mis ojos, mi sonrisita y mis pelos resbalando sobre mis hombros. Mis rodillas empezaron a golpearse impetuosas.

-No he tenido la suerte-, me sentí en las nubes.

-Tengo una agencia de viajes, encantando sería atenderte-, dijo él, rebuscando en su billetera una tarjeta. -Allí está mi e-mail, mi página web, mi whatsapp-, me enumeró.

-Eres muy amable-, me volví a sentir muy halagada.

-¿Cuántos idiomas hablas?-, se interesó.

-Inglés, francés, alemán e italiano pero también sé algo de vasco, uzbeco, japonés y sueco-, sonreí.

-¿Cómo hace?-, estaba sorprendido.

-Me gusta aprender por el internet, tengo buena memoria también-, quise ser modesta.

Un mozo atendió el pedido del hombre. Luego él me miró preocupado.

-¿Ya sabe que ha habido un muerto en Francia, por el virus? Es el primero que fallece en Europa-, me detalló.

No lo sabía. Ese tipo de noticias empezaban a angustiarme, pero Jean Pierre había ordenado a todo el personal no alarmar a los huéspedes. -Espero que todo pueda controlarse, monsieur-, soplé mi desencanto.

-Deschapms. Laurent Deschamps-, me aclaró entonces.

-Monsieur Deschamps-, le hice una venia virreinal.

-Solo Laurent, por favor, belle jeune mademoiselle-, se divirtió él conmigo. Le sonreí y me di vuelta para seguir con mi rutina. Mauro, uno de los mozos, se me acercó camino a la cocina. -Se nota que le gustas mucho a ese sujeto, Vanessa-, me susurró.

-Ay, siempre el mismo celoso de siempre-, le recriminé. Mauro es como mi guardaespaldas. Siempre está atento a lo que hago o hablo con los huéspedes. Una vez, hace ya varios años, vio a un huésped desquiciado y neurótico apuñalar a una azafata porque no le entendía lo que hablaba y todo ocurrió frente a sus narices. Vio a la chica desangrarse con un gran corte en el pecho, tumbada en la alfombra, con los ojos desorbitados y la boquita dibujando un embudo, empalidecida y mal herida, y aunque ella no murió, Mauro quedó aterrado. Yo le recordaba a ella y entonces, se convirtió en mi sombra, siempre pendiente de lo que hiciera.

-Está enamorado de ti-, se reía Julissa, pero a mí no me parecía. Mauro ya sumaba 63 años, tenía quince nietos y pensaba, seriamente en su jubilación. Simplemente yo le parecía aquella azafata que fue herida atacada por un huésped.

-De todas maneras estaré vigilante-, me anunció, marchando de prisa a la cocina. Meneé la cabeza y miré las nubes. -Hombres-, dije divertida.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022