Contagio de amor
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Capítulo 5 V

Apenas me había dormido, cuando Jean Pierre me llamó. -Te vienes ahorita mismo al hotel, Vanessa-, me dijo perturbado, con la voz atildada de miedo y angustia.

-Estaba durmiendo, Jean Pierre-, le protesté somnolienta.

-Vente, caramba-, se molestó.

Me mandó un mensaje de texto amplio, que informaba el Gobierno había declarado emergencia sanitaria a nivel nacional durante noventa días, luego que la organización mundial de la salud declarara al contagio de pandemia a nivel mundial.

¿Y eso qué quiere decir? me rasqué los pelos, bostezando y estirando mis brazos, perezosa y tediosa a la vez. Me duché de inmediato, me puse jean, camiseta y zapatillas y fui al hotel, pensando en que era una reunión de rutina para informarnos sobre el peligro de contagio que empezaba a aterrar a todos. Encontré a Damián y Douglas con mascarillas. En ese momento me asusté. Ya era algo grave.

Alyson me dio una mascarilla. -Póntela y no te la saques para nada-, fue lo que me dijo.

Jean Pierre estaba sudoroso, pálido y tenía la frente arrugada. Todos estábamos con mascarillas, reunidos en el salón de conferencias del hotel. Nataniel nos daba un chorro de alcohol en las manos a todos y Lisseth abrió todas las ventanas.

-El gobierno ha declarado cuarentena a nivel nacional-, dijo, entonces, con la voz atildada por el miedo. Nos miramos perplejos sin saber qué decirnos. Lo que yo me imaginaba es que el hotel cerraría las puertas y me quedaría sin empleo.

-Lo bueno, siguió diciendo Jean Pierre, es que solo serán quince días, luego todo volverá a la normalidad-

Cuchicheamos buen rato y la sala se hizo una enorme vocinglería. Me sentía incierta, llena de dudas, con mi cabeza dibujando mil imágenes. Jean Pierre aún tenía una disposición que terminaría por noquearnos a todos.

-Debido a que nuestros huéspedes no se pueden moverse del hotel por ese espacio de tiempo y tendrán que quedarse recluidos aquí, ustedes tampoco se irán a sus casas-, anunció.

En efecto, quedamos congelados en nuestros asientos, con la boca abierta detrás de las mascarillas, los ojos desorbitados, empalidecidos y ciertamente extraviados en el desconcierto.

-Avisen a sus familias, los que viven solo tomen sus precauciones, cierren bien sus puertas, aseguren que no dejan nada encendido, dejen sus mascotas con vecinos, en fin, como si se fueran de viaje por dos semanas-, nos pidió, aunque yo era la única que vivía sola en mi apartamento.

-Es obligatorio el uso de la mascarilla, en todo momento y en todo lugar y a estar dos metros de distancia con absolutamente todos-, dijo, finalmente.

Rayos, rayos, rayos, rayos. Regresé a mi casa, llené una maleta con mis artículos personales, ropa interior, también algunos jeans, camisetas, blusas y minifaldas. En la televisión informaban que nadie podía salir de sus casas tan solo para comprar al mercado (uno por familia), ir a bancos, hospitales en casos de emergencia, farmacias y a sus trabajos pero con un salvoconducto especial. El ejército saldría a las calles, era obligatorio el uso de mascarillas y el distanciamiento social.

La medida empezaría a medianoche. Dejé encargado mi apartamento a una vecina. -Ten mucho cuidado, hija-, me pidió doña Sofía. Las dos estábamos con nuestras mascarillas puestas.

Cuando volví al hotel, todo era un laberinto. --Hau tratu txarra da!-, vociferaba el vasco iracundo.

-¡¡¡No pueden tenerme prisionero en el hotel!!!-, ladraba un español.

-Me regreso a mi país-, amenazó una ciudadana colombiana.

-Men ham darrov yurtimga qaytaman! Meni hozir aeroportga olib boring!-, dispuso a marcharse el uzbeco.

Jean Pierre no sabía qué hacer. El griterío era atroz. Jamás en todos esos años que estaba trabajando allí había visto tremendo caos y desorden, entre maldiciones, amenazas, gritos y empellones al personal. A Julissa la zarandeaban como si fuera una piltrafa.

Varios de los huéspedes no querían ponerse mascarillas. -No hay contagios, es mentira-, soplaba su furia otro español.

Jean Pierre había solicitado a los dueños del hotel cumplir con pruebas para determinar si alguien de nuestros casi 300 huéspedes estaban contagiados. Los propietarios se comunicaron con el ministerio e informaron de que los últimos en llegar habían sido visitantes de Suecia e Italia. Pensé, entonces, en el play boy que me había encandilado.

-El huésped Gianni Anastasi tuvo mucho contacto con el personal-, le informé de inmediato a Alyson.

-Sí, no te preocupes, Vanessa, todos estamos en peligro de contagio-, estaba ella aterrada.

De pronto, por primera vez , las puertas del hotel, se cerraron. Jamás me imaginé ver eso. El hotel estaba abierto, incluso en las madrugadas, y ahora sus grandes portones de fierro, se juntaban, tapando el sol que estaba prendido como un foco frente a nosotros. Chirriaron las bisagras y el ¡bum! del portazo final, nos sobrecogió a todos.

Me sentí una presa.

            
            

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