Contagio de amor
img img Contagio de amor img Capítulo 4 IV
4
Capítulo 7 VII img
Capítulo 8 VIII img
Capítulo 9 IX img
Capítulo 10 X img
Capítulo 11 XI img
Capítulo 12 XII img
Capítulo 13 XIII img
Capítulo 14 XIV img
Capítulo 15 XV img
Capítulo 16 XVI img
Capítulo 17 XVII img
Capítulo 18 XVIII img
Capítulo 19 XIX img
Capítulo 20 XX img
Capítulo 21 XXI img
Capítulo 22 XXII img
Capítulo 23 XXIII img
Capítulo 24 XXIV img
Capítulo 25 XXV img
Capítulo 26 XXVI img
Capítulo 27 XXVII img
Capítulo 28 XXVIII img
Capítulo 29 XXIX img
Capítulo 30 XXX img
Capítulo 31 XXXI img
Capítulo 32 XXXII img
Capítulo 33 XXXIII img
Capítulo 34 XXXIV img
Capítulo 35 XXXV img
Capítulo 36 XXXVI img
Capítulo 37 XXXVII img
Capítulo 38 XXXVIII img
Capítulo 39 XXXIX img
Capítulo 40 XL img
Capítulo 41 XLI img
Capítulo 42 XLII img
Capítulo 43 XLIII img
Capítulo 44 XLIV img
Capítulo 45 XLV img
Capítulo 46 XLVI img
Capítulo 47 XLVII img
Capítulo 48 XLVIII img
Capítulo 49 XLIX img
Capítulo 50 L img
Capítulo 51 LI img
Capítulo 52 LII img
Capítulo 53 LIII img
Capítulo 54 LIV img
Capítulo 55 LV img
Capítulo 56 LVI img
Capítulo 57 LVII img
Capítulo 58 LVIII img
Capítulo 59 LIX img
Capítulo 60 LX img
Capítulo 61 LXI img
Capítulo 62 LXII img
Capítulo 63 LXIII img
Capítulo 64 LXIV img
Capítulo 65 LXV img
Capítulo 66 LXVI img
img
  /  1
img

Capítulo 4 IV

Estábamos en temporada alta. Cada día venían más huéspedes que se alojaban en el hotel. Jean Pierre además de la gerencia, también organizaba los tours de la ciudad, con mucho afán y esmero. Era licenciado en turismo y se divertía mucho acompañando las excursiones por la ciudad con los visitantes, contándole historias, anécdotas, recuerdos, vivencias y hasta les cantaba diversas canciones. Le encantaba su trabajo, pero esa mañana lo encontré demasiado preocupado, con el rostro desencajado y la mirada extraviada por los rincones del hotel.

Me extrañó sobremanera.

-Han declarado cuarentena en Turquía y Francia-, me anunció, tartamudeando.

¿Cuarentena? ¿Aislamiento total?, empecé a rascarme el pelo. -¿Por el virus?-, le pregunté.

-Sí, Vanessa, eso está realmente feo-, fue lo que me dijo. Se dio vuelta y se marchó hacia el bus que esperaba en la puerta para salir con los visitantes para el tour por la ciudad. Alyson iría con ellos.

-Estás a cargo Vanessa, me anunció, Jeanette estará en el hall, Julissa en la terraza y que Nataniel se encargue de los pasadizos-

Ya era una rutina. Siempre había reemplazado a Alyson cuando acompañaba los tours, pero ahora todo me parecía diferente. No habían sonrisas, se pintaba la preocupación en los rostros, habían miradas perdidas y todos cuchicheaban con un tono de misterio, angustia y hasta desolación.

Mi madre volvió a llamarme. -Suspendieron las clases de tu hermanito, hasta fin de mes, dicen que es en previsión por los contagios, ten cuidado hija, parece que esto es muy en serio. Hablan que el gobierno establecerá el aislamiento social obligatorio-, me reveló.

-Ya mamá, cuídate también-, le pedí. Me quedé pensativa.

-¡¡¡Vanessa!!!-, me volvió en sí el vozarrón de Douglas, el seguridad de la puerta.

-Me llamaron del aeropuerto, están llegando turistas de Italia al hotel-, anunció a todo pulmón. Asentí con la cabeza.

El miniván se detuvo en la puerta y Damián se apuró a llevar las maletas. Le ayudaron los otros botones.

-Buenos días señor, un gusto tenerlo con nosotros, adelante señorita, regístrese, bienvenida madame, pase usted adelante caballero-, fui recibiendo a los huéspedes, de diferentes países, que habían llegado, sonrientes, chillando de gusto, en medio de una gran vocinglería.

-¿Qué pasa en el aeropuerto?-, preguntó un español muy maduro, casi calvo y de pronunciadas arrugas.

-No sé señor, ¿tuvo dificultades?-, me mostré solícita.

-Han dicho que van a cerrarlo, que nadie saldrá ni entrará desde el quince de marzo, que nos someterán a pruebas de sangre, que no podremos regresar al país-, estaba desconcertado. Escuchaba su corazón rebotando, febril, en el pecho.

-Debe ser en previsión por el virus que está afectando Asia y Europa-, dije lo poco que sabía.

-Tanto problema por un resfrío sin importancia-, exhaló el tipo su desconcierto y fue donde Lisseth a registrarse.

- Bella signorina, non è vero che ci sarà il confinamento totale, che non potremo visitare la città?-, me habló otro tipo. Era alto, delgado, pelo rubio, los ojos tan celestes que casi no se veían, los músculos grandes y su pecho amplio como un tractor. Quedé estupefacta. Era hermoso.

-No, no habrá encierro y sí podrán conocer la ciudad-, balbuceé admirada de su encanto, olvidándome de traducir.

-Pensé que hablaba, italiano, perdón signorina-, se divirtió conmigo.

-Ay, scusate, stavo pensando a quello che vi avevano detto sulla quarantena, non volevo offendervi-, me puse roja como un tomate.

-No se preocupe, solo bromeaba-, me dijo y se fue arrastrando una maleta, golpeándola con los muebles, pues las rueditas no giraban. Yo seguía tonta, murando y admirando su porte de play boy, su espalda maciza y los bíceps que se desbordaban en la camisa que colgaba en su perfecta anatomía.

*****

Después que hice el turno de madrugada en el hotel, una noche muy tranquila y apacible pese a la incertidumbre y preocupación que empezaba a multiplicarse entre los huéspedes, aproveché para ir al mercado. Tenía la despensa vacía, me faltaban abarrotes y verduras. También quería comprar algunos artículos de aseo. Esperé que fueran las ocho de la mañana. Ya me había duchado y estaba cambiada. Me puse un jean pegadito, una camiseta y mis zapatillas rosadas. Me calcé lentes oscuros. Me despedí de los chicos de seguridad y del parqueo, y me fui en mi carro al mercado de mi zona. Puse música en la radio, salsa que es lo que más me gusta, y reparé que había mucho apuro en las calles. Parecía que se había desbordado un río o hubiera un tsunami. Olas de gente iba y venía por las calles, jalando carritos de compras, y con bolsas de mercado colgando de los hombros, acelerando más y más, como si el tiempo se les hubiera acabar.

Alcé mi naricita extrañada. Y vi una imagen que jamás voy a olvidar. Quedé boquiabierta. No una ni dos, ni tres, ni cinco, ni diez, sino muchísimas personas regresaban a sus casas llevando planchas de papel higiénico y papel toalla, por decenas, incluso a rastras. -¿Qué ocurre?-, me pregunté sorprendida. Todos llevaban papeles sanitarios por montones, como si se hubieran a escasear. También botellones de alcohol.

El mercado donde hago mis compras es poco concurrido, pero esa mañana estaba repleto. No cabía un alfiler. El bullicio era insoportable. Todos gritaban. Yo estaba estupefacta viendo a hombres y mujeres de todas las edades arremolinados en torno a los puestos, dándose empellones, alzando la voz, reclamando atención, empujándose, aullando, comprando sin cesar lo que alcanzaban. Verduras, frutas, carnes, pescado, absolutamente todo.

-¿Empezó la guerra?-, me pregunté rascándome los pelos.

-Lleva más arroz, más azúcar, fideos, no te fijes en gastos, compra lo que puedas-, decía un hombre a su mujer. Me dieron un empellón, apartándome del camino y fueron hacia un puesto que surtía de todo, pero que, paulatinamente, estaba quedando desabastecido ante la embestida de la gente, comprando y comprando, sin cesar, como automatizados.

Me contagié. De repente sentí la necesidad de comprar todo lo que sea, también. El pánico se apoderó de mí y tenía la misma sensación de esa gente: comprar, comprar y comprar, como una loca. Corrí de prisa y busqué, en medio del tumulto, a la vendedora a la que siempre me despacha. Ella me reconoció, se empinó sobre sus pies. -Dime Vanessa todo lo que necesites-, me dijo en medio de la selva de manos que querían alcanzar, con desesperación, y encono lo que estuviera a su disposición.

Compré leche, aceite, arroz, azúcar, huevos, menestras, todo lo que se me ocurrió, como para no tener dificultades por un año.

Parecía Papá Noel cargado de regalos. Aún compré artículos de aseo, frutas y verduras a granel y, por supuesto, papel higiénico, tal igual que lo hacía la otra gente.

-El martes empieza la cuarentena-, escuché decir a alguien.

-No vamos a poder vivir encerrados-, dijo otra persona.

-Ya compré para un mes-, subrayó una mujer.

Metí todas las cosas que compré en mi auto y prendí la radio. Busqué de inmediato la emisora de noticias.

- El gobierno declaró estado de emergencia y aislamiento social obligatorio a nivel nacional por quince días-, anunció un periodista.

Todo me parecía un caso, una gran confusión y me sentía tonta en medio de esa intensa vocinglería y apuro. Miré las calles y eran ríos de gente, llevando sus compras, cargando costalillos de compras. Y todos llevaban papel higiénico.

El edificio donde vivo también estaba alborotado, tanto o más que las calles. El vigilante me dijo que el presidente de la asociación de propietarios había decidido que todos usemos mascarillas. -¿Como los médicos?-, me dio risa.

-Sí, Vanessa-, me dijo. Tomó una botella de alcohol y remojó sus manos. Luego las frotó impetuoso y febril. Me dejó perpleja.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022