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Amor me despertó intentando cazar los dedos de mis pies que se asomaban por debajo de la delgada sábana de algodón rosada. No necesito un despertador si tengo a mi pequeña bola de pelos para despertarme a tiempo aunque sea fin de semana.
―Buen día, espero que hayas tenido una noche relajada. Ven aquí.
Cargué al pequeño hacia mi pecho como cada mañana, necesitaba su dosis matutina de mimos y caricias antes de marcharse corriendo al comedor para recibir su dotación de comida.
―Si te portas bien seguramente habrá unas rebanadas de jamón para ti también.
Como si entendiera el dio un suave maullido y talló su pequeño rostro contra mi mejilla, haciéndome cosquillas con sus finos bigotes.
―Basta, basta. Eres un gatito juguetón. Tu ganas, vamos por ese jamón.
Puse mis pies descalzos sobre el suelo y caminé hacia el refrigerador para sacar las rebanadas de jabón que desgarré para ponerlas en su plato de comida. Ni siquiera recordó agradecerme, fue corriendo enloquecido hacia el embutido que descansaba sobre el pequeño tazón.
Guardé la bolsita en el refrigerador y fui directo al baño para lavarme la cara antes de preparar el desayuno.
―¿Por qué es tan difícil ordenar todo esto?― me quejé en voz alta mientras acariciaba a Amor en mi regazo.
Hacer la planeación era algo que me quitaba mucho tiempo y era peor el acomodar todo en ese formato que se movía cuando lo quería editar. Necesitaba pagarle a alguien para que me evitara hacer todo ese trámite o terminaría por volverme loca.
Una vez que terminé la parte difícil del documento me permití alejar mi retaguardia del asiento para poder estirar las piernas, necesitaba moverme de ese lugar lo más pronto posible o terminaría con los músculos atrofiados.
―Espérame para la comida...o más bien la cena. ¿Por qué no me dijiste que ya era tan tarde?
Las calles ya estában tenuemente iluminadas por el ocaso y por el alumbrado público.
―Iré a comprar un poco de pan con los padres de Annie, ya vuelvo.
Salí de la casa y fui a dar una vuelta por el pacífico vecindario. Todos ahí me saludaban con una sonrisa cuando se encontraban conmigo por la calle.
Me gustaba el ambiente que teníamos todos como vecinos, eso me había ayudado en el proceso de integración cuando decidí mudarme cerca de mi centro de trabajo. Aunque era aún muy joven ellos nunca me rechazaron ni se interesaron por mi pasado, mucho menos volví a ver esas miradas cargadas de lástima a las que me había acostumbrado en mi antigua casa.
La campanilla de la entrada de la panadería sonó y el alegre padre de mi amiga me saludó con entusiasmo.
―Gabrielle, qué sorpresa verte aquí a esta hora ¿Cómo se encuentra amor?
―Causando desastres y durmiendo con la conciencia tranquila. Que envidia le tengo a ese gato.
―Le separé la mitad de una lata de atún que mi esposa no utilizó. Llévala y dile que es un regalo de su abuelo.
―Gracias, me encargaré de que se la coma toda. Si sigue consintiendo tanto a Amor se volverá un felino malcriado.
―Por eso tiene a una dueña tan atlética, serás la única capaz de llevarle el ritmo.
Una vez que seleccioné las piezas de pan pagué salí del establecimiento sintiendo que mi buen humor había regresado.
Envidiaba un poco a Anne por tener una grandiosa familia que me trataba como un miembro más, que me cuidaba a la distancia y se preocupaban por mí aunque me vieran casi todos los días. Ellos me habían aceptado sin preguntar demasiado por mi pasado.
Para volver a casa decidí tomar una ruta diferente para pasar frente al parque donde estaban las canchas de futbol, me gustaba ver a esta hora a las personas gritando bulliciosas para apoyar a sus hijos durante los entrenamientos del equipo infantil del vecindario.
Se preparaban tan arduamente para el torneo regional de este año que esperaba con ansias verlos competir el mes siguiente, seguro lograban posicionarse en el podio..
Continué andando hasta llegar a casa donde Amor me recibió con una serie de maullidos estridentes, como si reclamara mi ausencia durante todo este tiempo. Tal vez sea consciente de que estos dos últimos días de la semana normalmente la paso en casa a su lado atendiendo todas sus necesidades.
―Ya llegué, no tienes que regañarme. Mira lo que te mandó tu abuelo.
En cuanto el aroma del atún salió de la bolsa él comenzó a correr como loco por la casa anticipándose al festín que tendría como cena. Yo, por el contrario, disfrutaría de una pieza de pan y un poco de leche sabor fresa para no alterar mi estómago.
La noche cayó más fresca que en los últimos días, eso me permitió ponerle al pequeño gato una de sus cobijas más calientitas con las que adoraba descansar en la orilla de la cama.
Aunque ya estaba todo oscuro y con las luces apagadas no podía dormir, tenía tantas cosas en mente que era imposible centrarme en algo que me hiciera caer profundamente dormida.
Mi mente no podía alejarse del recuerdo de aquel sueño, o de la sensación de saber que la vida no será la misma porque has perdido todo aquello que dabas por sentado en la vida. Imposibilitada para conciliar el sueño me levanté de golpe y volví a caminar hacia la cocina para servirme un vaso de agua esperando a que nuevamente fuera este líquido vital el que se llevara todas las preocupaciones que me habían formado un nudo en la garganta.
Me pregunto si habrá algún día en el que pueda dejar de fingir que todo va bien, que la vida ha sido sencilla y que he llegado hasta aquí sin ninguna preocupación.
Resignada a pasar toda la noche en vela, tomé la computadora portátil y abrí el documento de la planeación para terminar de editarlo. Sacaría provecho a la noche de insomnio para terminar aquellos informes que no había entregado a inicios del ciclo escolar.
Mis dedos se movían con avidez sobre el teclado hasta que el sonoro maullido de Amor interrumpió mi concentración, agaché la vista y revisé que faltaban solo dos horas para que dieran las seis de la mañana.
―Perdona Amor, enseguida iré contigo a la cama.
Cerré el portátil y dejé todo como estaba en la mesa antes de irme a recostar al lado de mi peludo acompañante.
―Lamento haberte despertado pero no podía dormir.
Él bajó de su cama y se hizo un ovillo al lado de mi, como si buscara darme consuelo una vez más. No había ningún ser en esta tierra que fuera capaz de comprenderme tal y como él lo hacía, mi fiel compañero en este arduo recorrido.
Acariciar su espeso pelaje me llevó a la calma que no había podido encontrar horas antes y así, con su suave ronroneo y las repetidas caricias me quedé profundamente dormida, pero no duró tanto tiempo como hubiese deseado porque Amor nuevamente estaba listo para iniciar la rutina en la que me obligaba a poner los pies fuera de la cama para atender sus caprichos.