Capítulo 3 III: Encuentros inesperados

La nueva semana se acercó de la mano de las nuevas evaluaciones bimestrales, lo que significaba volver a hacer otra planeación de actividades para el bimestre entrante, también significaba que tenía que ir a casa de Anne para ayudarle a revisar las evaluaciones de los más de cien alumnos que estaban a su cuidado.

El lado positivo de ser la maestra de educación física era que no tenía que leer tantas evaluaciones sólo debía estar atenta toda la semana a que cada uno de mis alumnos y alumnas cumpliera con las pruebas físicas que les establecía para ser evaluados.

La campanilla de una bicicleta sonó detrás de mí y tuve que hacerme a la orilla de la vía para ceder el paso. Quien me rebasó era un hombre en traje gris pedaleando su bicicleta a toda velocidad, como si estuviera llegando tarde al trabajo.

―¡Olvidaste tu almuerzo!― gritó una voz familiar.

Detuve mi avance para ver a la persona que estaba corriendo detrás de mí, se trataba de Sara, la alumna que se había lastimado hace dos semanas.

―¿Le hablas al tipo de la bicicleta?

―Es mi hermano, olvidó llevarse su comida y ayer tuvimos que pagar la renta así que tal vez no tenga mucho dinero.

―Dame ese almuerzo, la alcanzaré por ti.

Los ojos de mi alumna brillaron mientras ataba la lonchera en el manubrio de la bicicleta. Podía hacer una pequeña desviación antes de ir al colegio, solamente me tomaría un par de minutos darle alcance.

Pedaleando a toda velocidad pude finalmente verlo a la distancia avanzando sin detenerse en dirección a los tres grandes edificios de oficinas de una empresa de telecomunicaciones.

―¡Espere, olvidó su almuerzo!―grité con fuerza cuando un semáforo en rojo lo obligó a detenerse.

Él giró para verme y dio la media vuelta para darme alcance.

―¿Quién es usted?― interrogó con recelo observando directo a mis ojos.

Su mirada de ojos verdes estaba buscando respuesta en mis expresiones, intentando leer mi rostro antes de que alcanzara a responder verbalmente.

―Soy maestra de Sara. Iba camino al colegio cuando me topé con ella, me comentó que había olvidado su almuerzo y le dije que podría entregarlo.

―No debía molestar a su profesora, discúlpela por favor.

―No es ninguna molestia, yo fui quien se ofreció a traer su almuerzo.

Él desató rápidamente la lonchera y la tomó entre sus manos aferrándose a las asas de aquella bolsa de tela que parecía hecha a mano por un niño de cinco años. Tal vez fuera el trabajo escolar de la pequeña Sara.

El silencio ya se estaba prolongando y nadie de los dos decía palabra alguna.

―Debo irme. Hablaré con mi hermana para que estas cosas no vuelvan a suceder.

―No se preocupe, ella está creciendo y no tiene por qué entender la vida de un adulto antes de tiempo. Para mí no significó ninguna molestia.

Para no seguir conversando me di la media vuelta y emprendí mi camino de regreso a la escuela pedaleando casi a la misma velocidad con la que había llegado hasta ahí. La directora me mataría si nuevamente llegaba fuera de tiempo aunque no tuviera que dar clases a esa hora.

Llegué al estacionamiento jadeando y casi tuve que abalanzarme sobre el profesor de matemáticas para llegar a tiempo a checar mi horario de entrada presionando mi pulgar sobre el lector de huellas dactilares.

―Gabrielle, me asustaste― rió mientras sacaba su bolígrafo del bolsillo de su camisa para firmar el libro de asistencia. ―Dejaré que te apuntes primero, toma.

Agradecí el gesto y anoté mi nombre y firma en el espacio en blanco que me correspondía. Aún con la respiración agitada le di las gracias antes de ir directo al cubículo para preparar el material con el que practicaría voleibol más tarde con los alumnos de grados superiores.

Coloqué uno por uno los balones en los carritos especiales para transportarlos y después comencé a ensamblar los tubos metálicos que sostenían la red en medio de la cancha de basket que servía para el volei de salón.

―¿Ya tan rápido estás preparando la clase?

La profunda voz del docente me sacó del ensimismamiento haciéndome girar la vista hacia él.

―Sam, vaya sorpresa.

El maestro de matemáticas se adentró en la duela para botar el balón de baloncesto y lanzarlo a la canasta sin tener éxito. Yo reí sin dejar de sostener el tubo metálico que no terminaba de embonar en el agujero dispuesto para eso.

Samuel volvió a tomar el balón y lo lanzó desde una distancia más cercana a su objetivo. Cuando la pelota entró por el aro él festejó como si hubiera encestado desde el otro extremo de la cancha y no desde los pocos pasos a los que se encontraba del aro.

―Deja de perder el tiempo y ven aquí a ayudarme.

Muy a su pesar caminó para ayudarme a sostener el tubo al que le até con fuerza los cordones de la red.

―No lo sueltes, tengo que poner el otro.

Corrí al otro lado para volver a hacer el mismo procedimiento, aunque esta vez ese tubo si que entró en el orificio al que pertenecía.

―¿Por qué no le pides a la directora que mande a arreglar estos orificios?

―Porque si lo hago seguramente va a volverme a decir que soy demasiado exigente, estoy acumulando todos esos favores para solicitar un torneo interino de voleibol entre los alumnos de nuevo ingreso.

―¿Para qué quieres más trabajo? Siempre te veo correr por toda la escuela como si tus actividades diarias no fueran suficientes.

―Porque así podría subir el nivel de la escuela hasta que puedan competir en torneos locales. Hasta los niños de la primaria hacen torneos y salen a diferentes puntos de la ciudad para representar a su escuela.

―Eres ambiciosa, deberías plantear tu idea en el siguiente consejo técnico. Te apoyaré en lo que pueda.

―Gracias Sam. Sé que cuento contigo y con Anne para hacerle frente a estas cosas.

Él sonrió con amabilidad y asintió con la cabeza.

―Ahora trae ese balón para que te enseñe cómo encestamos los profesionales.

Sonriendo obedeció y se aventuró a jugar un pequeño partido entre los dos utilizando sólo la mitad de la cancha. Rápidamente ambos nos sumergimos por completo en la competencia mientras intentábamos driblar y encestar, por lo menos así fue hasta que su teléfono sonó en el bolsillo de su pantalón obligándolo a proclamar su renuncia al partido.

―Lo siento, debo ir a mi clase.

―Carra profesor, antes de que las alumnas se decepcionen de verlo aquí jugando conmigo.

―No quiero perder mi popularidad― bromeó y tomó el portafolios que había dejado dentro del cubículo.

―Piensa rápido― grité mientras arrojaba una botella de agua para que la atrapara en el aire.

―¿Un regalo? Debo haberte conmovido, para la próxima no aceptaré otra cosa que no sea una cita para comer.

Agitando la mano se alejó con rumbo a la dirección, tal vez iría a sacar copias para las actividades de sus alumnos. Aun así escuché las risas de las alumnas que caminaban y a las que él iba saludando en su trayecto.

Nunca cambiaba, no había ciclo escolar en el que su número de fans redujera. Sam era muy popular entre las adolescentes que seguramente lo habían convertido en su prototipo de hombre perfecto, pero no podía culparlas.

Samuel era una persona muy alegre, bastante servicial y educado, además era muy alto, tal vez era el profesor más alto de la escuela y tenía ese peculiar cabello castaño cruzado por pequeñas vetas de cabello dorado que le daban un aspecto casi principesco. Las gafas ya las utilizaba por vanidad, porque sabía que eso lo hacía ver aún mejor.

―Vayan a tomar uno de los balones y sosténganlo sobre su cabeza con los brazos estirados.

―¿Otra vez calentamiento?― se quejó uno de los chicos a pesar de estar obedeciendo mi orden.

―Así es. Ahora dejen de quejarse y muevan esas piernas, yo los guiaré.

Tomé uno de los balones e hice lo que había indicado previamente, fue así como comencé a correr detrás de todos ellos para que ninguno se atreviera a intentar engañarme para faltar al calentamiento.

            
            

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