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Se retiró parsimoniosamente luego de haber tenido esa leve plática conmigo. Lo sucedido fue como algo suspendido en un instante sólo entre él y yo. Continuó en lo suyo, no sin antes mirarme tiernamente de soslayo. La gente le siguió como si no hubiese pasado nada. Yo me quedé en el sitio, no podía digerir así de fácil las bellas palabras que mi señor Jesús me dijo y mucho menos la misión que me encomendó. Ya estaba exhausto de tanto andar. El modernismo y la tecnología nos hacen hacer cada vez menos cosas. Y una de las cosas que yo casi no hacía, era caminar.
Para todas partes iba siempre en mi vehículo. Por ello, habiendo caminado varios días seguidos, me excusé con mis compañeros que ya eran varios y me dispuse a descansar bajo la sombra de un gran árbol que no determiné a que familia pertenecía. Las palabras de nuestro señor me aturdieron considerablemente. Pensé mucho en esas sabias expresiones y en verdad entiendo que nuestra fe en Dios ha decrecido mucho con el tiempo. Muchísimas personas en el transcurso de los siglos se apartaron de él y se unieron a las fuerzas del maligno. Se transformaron en endemoniados emperadores, dictadores, presidentes incapaces y otros pecadores que cometieron y aún cometen las más grandes atrocidades en genocidios, por sólo nombrar un ejemplo. Eso debe terminar pronto. Cuando se hizo de noche, desperté confundido. Escuché pasos cercanos. Me percaté de que Josafat y su hermano venían en mi búsqueda. Traían un asno consigo. Me ofrecieron al animal para que montara en él. Comprendiendo que no estaba en condiciones de caminar en ese momento; me quisieron ayudar. Querían que me dirigiera al sitio donde estaba reunido nuestro señor con sus discípulos.
En efecto Jesús estaba hablando con sus apóstoles en el monte de los Olivos, acerca de la señal de su presencia con el poder del Reino y de la conclusión del sistema de cosas. Les advertía que no fuesen tras falsos Cristos. Les dijo que algunos tratarán de "extraviar, si fuera posible, hasta a los escogidos". Mientras lo escuchaba, hacía un extenso análisis tal como siempre lo hacía al leer la biblia. Pero, como águilas que tienen vista aguda, estos escogidos se reunirán donde haya verdadero alimento espiritual; es decir, acudirán al Cristo verdadero durante su presencia invisible. No se les extraviará y reunirá alrededor de un Cristo falso. Los falsos Cristos sólo pueden presentarse visiblemente. En contraste con eso, la presencia de Jesús será invisible. Acontecerá durante un período temible de la historia humana, como dice Jesús: "El sol será oscurecido, y la luna no dará su luz". Sí, éste será el tiempo más tenebroso de la existencia de la humanidad. Será como si el sol se oscureciera durante el día y como si la luna no diera su luz por la noche.
Mi señor Jesús continuó explicando: "Los poderes de los cielos serán sacudidos. Habrá angustia de naciones, por no conocer la salida a causa del bramido del mar y de su agitación, mientras que los hombres desmayan por el temor y la expectación de las cosas que vienen sobre la tierra habitada, aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre, y entonces todas las tribus de la tierra se golpearán en lamento". Eso mismo he interpretado de sus profecías. Así indica que los cielos físicos tomarán una apariencia que anunciará males.
En ese momento sentí una honda perturbación al apreciar que muchas personas han dudado de la existencia de nuestro señor. De su vida, de su obra y de sus milagros. Muchos creen que un milagro es resucitar a un muerto, sanar a un enfermo, devolver la vista a un ciego o que un lisiado pueda caminar. No, ¡están equivocados! Los milagros de Jesús, de Dios, es la vida misma, es el milagro de un nacimiento, de crecer, de hacernos seres útiles, de formar nuestras familias, de tener papá y mamá que nos amen y a quienes amar. Es el milagro del nacimiento de nuestros hijos, el milagro de ayudar al prójimo. El milagro de amar, de mirar las aves volar, los animales correr, los peces en el agua. El milagro de estar vivos y ver el amanecer de un nuevo día. El milagro de sentirnos útiles. Todo lo que nos sucede a diario es un milagro del señor. Por eso debemos glorificarlo, alabarlo, darle gracias por cada instante de nuestras vidas, por su gran benevolencia y su inmenso amor. Ese es el verdadero milagro de Dios.
En éste humilde servidor Dios ha obrado muchos milagros: el más grande de todos fue que nací de una gran mujer, puedo decir con gran orgullo que tuve a la mejor madre del mundo. Hoy en día, es decir, en la época de dónde vengo, ya partió a la gloria de Dios. Tengo un padre que a pesar de sus errores que al igual que él, todos tenemos, aun siendo un anciano de casi noventa años, es un excelente padre y pido en mi época y en ésta en la que he venido a parar, que mi señor me le de vida y mucha salud por varios años más. Recibí el milagro de tener una hermosa familia a quien amo, de haber obtenido muchos conocimientos. Dios me regaló el milagro de ser enfermero y ayudar a salvar muchísimas vidas y socorrer a muchos enfermos, mayoritariamente niños. Lo hice por más de treinta años. Me regaló el milagro de ser locutor. Me obsequió la dicha de ser abogado especialista en Derecho Penal; pero uno de los milagro más grande que he recibido del creador y por el que durante toda la eternidad le daré las gracias, es el hecho de poner en mi camino a una prestante dama con la que aún permanezco felizmente casado y a quien amo con un amor puro. Ella, Francelina, es la mejor pediatra del mundo. Excelente persona, inigualable madre, hija, hermana y amante de toda su familia. La madre de mi hijo, aún sin haberlo procreado. Ella lo tomó como su hijo desde que él tenía apenas tres añitos. Es su único hijo. La amo y estoy muy orgulloso de ella. Adoro a toda su familia a quien Dios bendice grandemente. Dios me glorificó por haberme regalado la dicha de ser padre, de tener a Edward Alberto conmigo, en mi corazón, en mi vida y en mi alma. Pido en ésta época y en la mía, que nuestro señor le conceda mucha salud, prosperidad, bendiciones y que sea un exitoso abogado penalista, que sea feliz con su pareja, que forme un hogar bendito y que sean muy felices. Y que me regale la dicha de ser abuelo.
Nunca he dudado, pero ahora más que nunca percibo su benevolencia, su amor y toda su enseñanza con más vehemencia que nunca. Hoy día, después de ésta fascinante aventura a través del tiempo en esta magnífica máquina que entre mi bisabuelo y yo fabricamos, grito a los cuatro vientos que Jesús es nuestro salvador. Considero, después de haber contemplado varias de las escenas de las enseñanzas de Jesús, que aquellos que lo conocieron y fueron enseñados personalmente por él, y que luego escribieron la mayor parte del Nuevo Testamento, estaban completamente de acuerdo con lo que Jesús decía acerca de sí mismo. Sus discípulos eran judíos monoteístas. El que ellos hayan estado de acuerdo en que Jesús era Dios, y que luego estuvieran dispuestos a morir por esta creencia, nos demuestra que lo que vieron en Jesús y le oyeron decir fue tan convincente que no tuvieron ninguna duda al respecto. Yo nunca la he tenido y no lo digo porque he presenciado y presenciaré en ésta época que he venido a contemplar. Nunca he tenido duda de su existencia por que a cada instante me ha dado muestra de su gran amor, de su gran benevolencia y de su gran poder sobre el mal.
Las enseñanzas divinas que entregaba nuestro señor en el Monte de los Olivos eran excelsas. Conversaba con sus discípulos largamente mientras la muchedumbre contemplaba y escuchaba atenta. En respuesta a lo que ellos le habían pedido, una señal de su presencia y de la conclusión del sistema de cosas, ahora les daba la última de la serie de tres ilustraciones. Jesús la empezó así: "Cuando el Hijo del hombre llegue en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará sobre su glorioso trono". Alguien preguntó: "¿Pero qué propósito tiene?" Jesús explicó: "Todas las naciones serán reunidas delante de él, y separará a la gente unos de otros, así como el pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha, pero las cabras a su izquierda". Deduje de inmediato que Jesús daba ésta descripción de lo que les sucederá a las personas a quienes se separan hacia el lado favorecido: "Entonces dirá el rey a los de su derecha: 'Vengan, ustedes que han sido bendecidos por mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo'".
Vuelve esa persona a realizar otra pregunta: "¿Pero por qué se separa a las ovejas hacia el lado del favor de Rey, hacia su derecha?" Jesús agrega: "Porque me dio hambre, contesta el rey, y ustedes me dieron de comer; me dio sed, y me dieron de beber. Fui extraño, y me recibieron hospitalariamente; desnudo estuve, y me vistieron. Enfermé, y me cuidaron. Estuve en prisión, y vinieron a mí." Uno de sus discípulos (no pude distinguir cual) le preguntó: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos extraño y te recibimos hospitalariamente, o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo, o en prisión, y fuimos a ti?" Su respuesta fue tajante: "En verdad les digo: Al grado que lo hicieron a uno de los más pequeños de estos hermanos míos, a mí me lo hicieron."
En ese momento, sentí que algo extraño sucedía. Algo del que nadie se percató. Fue como si un extraño remolino me hubiese elevado por los aires. Sentí que era extrañamente transportado hacia un sitio desconocido. Al cabo de varios largos minutos, sentí que mis pies tocaban nuevamente el suelo. Desde ese entonces pude observar y escuchar todo lo que sucedía, pero mi presencia no era sentida por nadie. Resultaba obvio que eso sucediese y así mismo lo sentí. Dios es el creador de todo, nuestro señor todopoderoso y omnipotente. Decidió él que yo estuviese allí, pero eso nada más. Así que desde ese instante, era sólo un espectador sin voz ni voto. Consideró mi señor que lo que teníamos que decirnos ya estaba dicho. Ya me había dado sus sabias instrucciones, y yo las acepté y le di las gracias por todas las bendiciones recibidas y las que me continuará dando al igual que a todos mis familiares. Decidió entonces que no interviniera más, puesto que cualquier error involuntario en una época que no era la mía y sabiendo yo todo lo que se avecinaba, por el gran amor y mi infinita fe tal vez pudiese yo intervenir equivocadamente para evitar lo inevitable y eso sería desastroso. Había que dejar que todo sucediera como estaba en las escrituras.
Jesús pasó el día siguiente, el miércoles 12 de Nisán, descansando tranquilamente con sus apóstoles. El día anterior él había reprendido públicamente a los líderes religiosos, y se dio cuenta de que procuran matarlo. Por eso el miércoles no se manifestó abiertamente en público, pues no quiso que nada le impidiese celebrar la Pascua con sus apóstoles la noche siguiente. Mientras tanto, los sacerdotes principales y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote, Caifás. Heridos por el ataque de Jesús contra ellos el día anterior, idearon prenderlo mediante un artificio ladino y darle muerte. Pero dijeron: "No en la fiesta, para que no se levante un alboroto entre el pueblo". Temían al pueblo, pues éste favorecía a Jesús.
Mientras los dirigentes religiosos confabulaban protervamente para matar a Jesús, fue alguien a visitarlos. Para asombro de ellos, era uno de los mismos discípulos de Jesús, Judas Iscariote, ¡aquel en quien Satanás había instaurado la soez idea de delatar a su Maestro! Según había yo leído en la biblia, ellos se alegraron mucho cuando Judas preguntó: "¿Qué me darán para que lo traicione a ustedes?". Con satisfacción pactaron en sufragar 30 piezas de plata, el importe de un esclavo según la convención de la Ley de Moisés. Desde aquel momento en adelante, Judas escudriñó el momento oportuno para entregarle a Jesús, sin que hubiese una multitud presente.
Lo que presencié casi a final de mi viaje fue sorprendente. Mi bisabuelo me habló mucho de ello cuando evocaba aquellos bellos recuerdos acerca de Da Vinci. Se refería a la última cena, aquel excelso cuadro del artista que en mi época reposa en un museo muy famoso de Europa. Respecto a la última cena debo acotar que me sentí halagado de estar cerca de ellos. Nadie lo supo salvo mi señor Jesucristo que con un gesto, me permitió compartir ese aposento, sólo como invitado, sin intervención alguna. Solamente él me miraba. Era como si yo fuese invisible prácticamente. Aunque soy un hombre hecho y derecho en todo el sentido de la palabra, expreso que Jesús era un hombre precioso en todos los sentidos. Muy lindo físicamente. En poco tiempo Jesús y sus compañeros llegaron a la ciudad y se dirigieron al hogar donde iban de celebrar la Pascua. Subieron las escaleras al cuarto grande de arriba y hallaron todo preparado para su celebración privada de la Pascua. Nuestro señor Jesús anheló esa ocasión, pues dijo: "En gran manera he deseado comer con ustedes esta pascua antes que sufra".
Por tradición, en la celebración de la Pascua se bebían cuatro copas de vino. Después de aceptar lo que evidentemente era la tercera copa, Jesús dio gracias y dijo: "Tomen ésta y pásenla del uno al otro entre ustedes; porque les digo: De ahora en adelante no volveré a beber del producto de la vid hasta que llegue el reino de Dios". Mientras la cena progresaba, Jesús se levantó, puso a un lado sus prendas de vestir exteriores, tomó una toalla y llenó de agua una palangana. Por lo general el anfitrión era quien se encargaba de que se les lavaran los pies a sus invitados. Pero en vista de que en esa ocasión no había ningún anfitrión presente, Jesús atendió ese servicio personalmente. Cualquiera de los apóstoles pudo haber aprovechado la oportunidad para hacerlo; sin embargo, quizás porque todavía existía cierta rivalidad entre ellos, ninguno lo hizo. Luego se avergonzaron a medida que Jesús empezó a lavarles los pies.
Cuando Jesús llegó a Pedro, este protestó: "Tú ciertamente no me lavarás los pies nunca". "A menos que te lave, no tienes parte conmigo", dijo Jesús. Pedro respondió: "Señor, no los pies solamente, sino también las manos y la cabeza." Jesús acotó: "El que se ha bañado, no necesita lavarse más que los pies, sino que está todo limpio. Y ustedes están limpios, pero no todos." Dijo esto porque sabía que Judas Iscariote tenía planes de traicionarlo. No me canso de repetir ahora que estoy tranquilamente en mi casa escribiendo estas memorias, que doy gracias a mi señor, pues me colocó en ese plano en el que sólo podía observar. En verdad en éste momento confieso que hubiese matado con mis propias manos a ese traidor para que no delatara a mi señor. Menos mal que no sucedió de esa manera, puesto que eso estaba escrito y debería cumplirse tal cual. Mi atrevimiento pudo cambiar toda la historia sagrada y nada fuese como Dios lo planificó desde siempre. Lo que tiene que pasar, pues, pasará. Y pasó. Cuando Jesús había lavado los pies de los 12, incluso los de Judas, el que lo iba a entregar, se puso sus prendas de vestir exteriores y se reclinó de nuevo a la mesa. Entonces inquirió: "¿Saben lo que les he hecho? Ustedes me llaman: 'Maestro', y, 'Señor', y hablan correctamente, porque lo soy. Por eso, si yo, aunque soy Señor y Maestro, les he lavado los pies a ustedes, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque yo les he puesto el modelo, que, así como yo hice con ustedes, ustedes también deben hacerlo. Muy verdaderamente les digo: El esclavo no es mayor que su amo, ni es el enviado mayor que el que lo envió. Si saben estas cosas, felices son si las hacen". ¡Qué hermosa lección de servicio humilde! Los apóstoles no deberían procurar el primer lugar, ni pensar que eran tan importantes que otros siempre deberían servirles. Era necesario que siguiese el modelo que puso Jesús. No era un modelo de lavar pies en un rito. No; era de estar uno dispuesto a servir sin parcialidad, sin importar cuán servil o desagradable fuese la tarea. Considero que en mi época se perdió definitivamente esa lección tan acertada. Aquí el que no tiene nada es pisoteado vilmente por quien lo tiene todo. No eres nada ni nadie sino tienes dinero y poder. Ningún rico se acerca a un pobre. Es una lástima. Es menester, si se puede hacer, de acercarse a quien tiene hambre y sed y darle de comer y de beber, aunque nos quedemos nosotros sin comer ni beber.
Después que Jesús lavó los pies a sus apóstoles, dijo: "Uno de ustedes me traicionará". Los apóstoles empezaron a contristarse y a decir a Jesús, uno por uno: "No soy yo, ¿verdad?". Hasta Judas Iscariote preguntó lo mismo. Juan, quien estaba reclinado a la mesa al lado de Jesús, se recostó sobre el pecho de Jesús y le preguntó: "Señor, ¿quién es?". Y nuestro señor le ripostó: "Es uno de los doce, que moja conmigo en la fuente común. Cierto, el Hijo del hombre se va, así como está escrito respecto a él, mas ¡ay de aquel hombre por medio de quien el Hijo del hombre es traicionado! Le hubiera sido mejor a aquel hombre no haber nacido." Jesús luego le dijo a Judas: "Lo que haces, hazlo más pronto". Ninguno de los demás apóstoles comprendió lo que Jesús quiso decir. Algunos se imaginaban que, como Judas tenía la caja del dinero, Jesús le estaba diciendo: "Compra las cosas que necesitamos para la fiesta", o algo por el estilo. Después que Judas salió, Jesús instituyó con sus apóstoles fieles, una celebración o conmemoración completamente nueva.
Tomó un pan, hizo una oración de gracias, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: "Tomen, coman". Explicó: "Esto significa mi cuerpo que ha de ser dado a favor de ustedes. Sigan haciendo esto en memoria de mí". Después que cada uno hubo comido del pan, Jesús tomó una copa de vino, evidentemente la cuarta copa que se usaba en el servicio de la Pascua. También dio gracias en oración por esta, se la pasó a ellos, les pidió que bebiesen de ella, y declaró: "Esta copa significa el nuevo pacto en virtud de mi sangre, que ha de ser derramada a favor de ustedes". De modo que eso era, en realidad, una conmemoración de la muerte de Jesús. Se sucedieron luego varios otros sucesos pero, extrañamente, mis sentidos se obnubilaron y quedé prendido en un sitio tal vez distante, como para que no presenciara nada de ello. Pasó mucho tiempo para que retornara a la realidad vivida. Ya Jesús había sido juzgado, azotado demoniacamente, maltratado sin piedad, vejado; condenado a muerte en la cruz.
Mientras llevaban a Jesús para ejecutarlo en la cruz, hicieron que él cargara su propia cruz. Había adelantado ya bastante la mañana del viernes 14 de Nisán; puede que haya sido casi el mediodía. Jesús había estado despierto desde temprano el jueves por la mañana, y había sufrido, una tras otra, experiencias angustiosas. Se entendió, pues, por qué le fallaban las fuerzas pronto bajo el peso de a cruz. Entonces se hizo que un transeúnte, un tal Simón de Cirene, de África, cargara la cruz por él. Mientras seguían, muchas personas venían tras ellos, entre ellas unas mujeres que se golpeaban en desconsuelo y gemían por Jesús. Volviéndose hacia las mujeres, Jesús dijo: "Hijas de Jerusalén, dejen de llorar por mí. Al contrario, lloren por ustedes mismas y por sus hijos; porque, ¡miren!, vienen días en que se dirá: '¡Felices son las estériles, y las matrices que no dieron a luz y los pechos que no dieron de mamar!'. Porque si hacen estas cosas cuando el árbol está húmedo, ¿qué ocurrirá cuando esté marchito?".
Dos salteadores fueron llevados con Jesús a la ejecución. La procesión se detuvo no muy lejos de la ciudad, en un lugar llamado Gólgotha. Les quitaron a los prisioneros sus prendas de vestir. Entonces les proveyeron vino drogado con mirra. Pareció que las mujeres de Jerusalén lo preparaban, y los romanos no negaban a los que eran colgados en maderos esta bebida que embotaba los sentidos al dolor. Sin embargo, cuando Jesús lo probó, rehusó tomarlo. Obviamente Jesús quiso estar en pleno dominio de sus facultades durante esta prueba suprema que se impone a su fe. Ahora extendieron a Jesús sobre el madero, con las manos por encima de la cabeza. Entonces, a martillazos, los soldados introdujeron grandes clavos en las manos y los pies de Jesús. Él se retorcía de dolor cuando los clavos atravesaron carne y ligamentos. Cuando levantaron la cruz, el dolor era insoportable, se deducía por los gestos que hacía, pues el peso del cuerpo desgarraba las heridas causadas por los clavos. Pero en vez de amenazar a los soldados romanos, Jesús oró por ellos diciendo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".
Pilato mandó poner sobre el madero un letrero que decía: "Jesús el Nazareno el rey de los judíos". Parecía que escribían eso no sólo porque Pilato respetaba a Jesús, sino porque detestaba a los sacerdotes judíos por haberle obligado a dictar la pena de muerte contra Jesús. Para que todos pudieran leer el letrero, Pilato hizo que se escribiese en tres idiomas: en hebreo, en el latín oficial y en el griego común. Esto desalentó a los sacerdotes principales, entre ellos Caifás y Anás. Esta proclamación categórica les dañó su hora de triunfo. Por eso se opusieron, y dijeron: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino que él dijo: 'Soy rey de los judíos'". Pilato, irritado porque se le había hecho instrumento de los sacerdotes, respondió con resuelto desdén: "Lo que he escrito, he escrito". Los sacerdotes, junto con una muchedumbre grande, se reunieron ahora en el lugar de la ejecución, y los sacerdotes contradijeron el testimonio del letrero. Volvieron a mencionar el testimonio falso que se había presentado antes en los juicios ante el Sanedrín. No sorprendía, pues, que los que pasaban por allí empezaran a lanzar insultos y a menear la cabeza en burla, diciendo: "¡Oh tú, supuesto derribador del templo y edificador de él en tres días, sálvate! Si eres hijo de Dios, ¡baja de la cruz!".
Los sacerdotes principales y sus secuaces religiosos también se burlaban: "¡A otros salvó; a sí mismo no se puede salvar! Él es rey de Israel; baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha puesto en Dios su confianza; líbrelo Él ahora si le quiere, puesto que dijo: 'Soy Hijo de Dios'". Contagiados por el espíritu de la situación, los soldados también se mofaban de Jesús. Burlándose, le ofrecieron vino agrio, al parecer aguantándolo precisamente ante sus labios resecos. Lo desafiaron, diciendo: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate". Aun los salteadores, colgados uno a la derecha de Jesús y el otro a su izquierda, se burlaban de él. ¡Imagínese! ¡El hombre más grande de todos los tiempos, sí, la persona que colaboró con Jehová Dios en la creación de todas las cosas, sufre con resolución todo éste insulto!
Los soldados tomaron las prendas de vestir exteriores de Jesús y las dividieron en cuatro partes. Echaron suertes para ver de quiénes serían. Sin embargo, la prenda de vestir interior no tenía costura, pues era de calidad superior. Por eso los soldados se dijeron unos a otros: "No la rasguemos, sino que por suertes sobre ella decidamos de quién será". Así, sin darse cuenta, cumplieron la Escritura que decía: "Repartieron entre sí mis prendas de vestir exteriores, y sobre mi vestidura echaron suertes".
Con el tiempo, uno de los salteadores se dio cuenta de que Jesús en realidad tenía que ser un rey. Por lo tanto, reprendió a su compañero con las palabras: "¿No temes tú a Dios de ninguna manera, ahora que estás en el mismo juicio? Y nosotros, en verdad, justamente, porque estamos recibiendo de lleno lo que merecemos por las cosas que hicimos; pero éste no ha hecho nada indebido". Entonces se dirigió a Jesús y le rogó: "Acuérdate de mí cuando entres en tu reino". Contestó Jesús: "Verdaderamente te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso."
Jesús no estuvo colgando en la cruz por mucho tiempo cuando, al mediodía, ocurrió una oscuridad misteriosa que duró tres horas. No pudo ser un eclipse solar, porque estos sólo ocurrían cuando había luna nueva y durante la Pascua había luna llena. Además, los eclipses solares sólo duraban unos minutos. ¡Así que la oscuridad era de origen divino! Puede que esto hiciera vacilar a los que se burlaban de Jesús y hasta que dejaran de mofarse. Si ese pavoroso fenómeno ocurría, antes de que uno de los malhechores corrigiese a su compañero y pidiera a Jesús que lo recordara, puede que hubiese sido un factor en su arrepentimiento. Quizás durante esa oscuridad cuatro mujeres, a saber, la madre de Jesús y la hermana de ella, Salomé, María Magdalena y María la madre del apóstol Santiago el Menos, se acercaron a la cruz. Juan, el apóstol amado de Jesús, estaba con ellas.
¡Qué dolor sintió la madre de Jesús cuando vio al hijo que amamantó y crió colgando allí en agonía! En cuanto a Jesús, él no pensaba en su propio dolor, sino en el bienestar de ella. Con gran esfuerzo inclinó la cabeza hacia Juan y dijo a su madre: "Mujer, ¡ahí está tu hijo!". Entonces, inclinando la cabeza hacia María, dijo a Juan: "¡Ahí está tu madre!". Así Jesús encomendó a su muy amado apóstol, el cuidado de su madre, quien evidentemente era viuda ya. Hizo esto porque los demás hijos de María todavía no habían manifestado fe en él. De esta manera dio un excelente ejemplo de hacer provisión, no sólo para las necesidades físicas de su madre, sino también para sus necesidades espirituales.
Como a las tres de la tarde Jesús dijo: "Tengo sed". Jesús percibió que, por decirlo así, su Padre había retirado de él su protección para que su integridad fuese probada hasta el límite. Por eso clamó con voz fuerte: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?". Al oír esto, algunos de los que estaban de pie cerca exclamaron: "¡Miren! Llama a Elías". Inmediatamente uno de ellos corrió y colocando una esponja empapada de vino agrio en la punta de una caña de hisopo, le dio de beber. Pero otros dijeron: "¡Déjenlo! Veamos si Elías viene a bajarlo". Cuando Jesús recibió el vino agrio, clamó: "¡Se ha realizado!". Sí, él había hecho todo lo que su Padre lo envió a hacer en la Tierra. Finalmente dijo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Así Jesús encomendó a Dios la fuerza que le había sostenido la vida y confió en que Dios se la devolvería. Entonces inclinó la cabeza y murió. De inmediato, la máquina del tiempo apareció a mi lado. Fue programada para ello. Cuando se abrió la portezuela, me introduje y se perdió en la inmensidad del cielo rumbo a la siguiente parada. No quise recorrer otros caminos en el tiempo, lo que presencie, viví y sufrí en los últimos momentos de mi señor, me bastó. Regresé a casa y escribí todo cuanto presencié. Y realmente en la biblia se narra absolutamente todo. Me jacto de decirlo que yo lo leí muchas veces y gracias a mi máquina del tiempo que construí junto con mi viejito Zenón, viví cada paso que dio mi señor Jesús. Amén.