Capítulo 8 8

Aquello atrajo a cientos de griegos filósofos y matemáticos, quienes cimentaron el aprendizaje de sus jóvenes. Del mismo modo, llegó a atraer a grandes constructores, quienes edificaron una moderna ciudad. Poseyeron un imponente alcantarillado, hermosos palacios, majestuosos templos, edificios de hasta cuatro pisos de altura; basílicas para administrar justicia y teatros donde se escenificaron diversas comedia e historias inéditas. Todo ello, comprendido dentro de la mayor obra de ingeniería Turzana; aquellos grandes muros que salvaguardaron a la provincia de cualquier amenaza.

Por otra parte, la sociedad se encargó de erradicarla miseria, la criminalidad y la corrupción. La pena de muerte se aplicaba por igual a quienes infringían la ley, sin importar que fuere rico o plebeyo. Dichas leyes se regían a través de la corte egregia; un concilio formado por Niorisis cuatro siglos antes. En esencia, la corte había sido creada con una sola finalidad; diecisiete hombres desinteresados, velarían para que la riqueza se repartiera a beneficio de Turzania. Era una exigencia ineludible, que para evitar actos de corrupción, cada señor nombrado para cumplir aquella privilegiada tarea; tenía la obligación de renunciar a cualquier tipo de comodidad.

Convertirse en miembro de la corte, era un alto honor no comparado con absolutamente nada. Por ello, sus miembros tenían la obligación de portar credenciales que los acreditara de manera irrefutable, en la gran devoción a la provincia. Una vez en el concilio, cada miembro de la corte tenía la misma voz y el mismo voto, gozando todos del mismo privilegio de servidumbre y seguridad. Con aquellas diecisiete personalidades gobernando, los Turzanos se aseguraban de que las decisiones del poder, no recayeran en una sola persona. Aquel precepto también había sido mérito de Niorisis, quien se aseguró de que la figura de rey, nunca llegara a ser parte de nuestra legislación.

Con el linaje desechado, los primeros miembros de la corte, se encargaron de cerrar la brecha de otra amenaza que había llevado a otros reinos al colapso; el hambre de poder. Los Turzanos sabían que la ambición del poder era un mal que se tenía que erradicar, por ello, dictaminaron que cualquier acto que atentara contra la autoridad de la corte, sería penado con la muerte. Al mismo tiempo, se encargaron de cerrar el paso a aquellos cortesanos que habían llegado a abusar de sus privilegios dentro del concilio, por lo tanto, dentro de sus leyes también habían castigos para los corruptos; tal como aquel que rezaba: "todo aquel representante de la provincia elegido a formar parte de la corte, que ejecute un acto mal visto ante el pueblo; será decapitado." Por ello, los hombres elegidos a servir, realmente lo hacían; porque siempre estuvieron bajo el escrutinio público y en más de alguna ocasión; los corruptos dentro de la corte llegaron a ser ejecutados en plazas públicas.

En la Turzania de aquella época no existía la esclavitud, tampoco los ciudadanos pagaban impuestos; el oro recolectado en las minas era propiedad de Turzania y con el mismo se sufragaba el gasto público. También fueron pioneros en el uso del nombre de familia, mucho antes de que los romanos lo hicieran. Igualmente fueron los precursores del uso de la moneda como método de pago en transacciones comerciales, un hecho que la historia conocida jamás dará por sentado. Además, poseyeron su propio método de escritura y su propio calendario, mismo que constaba de trece meses de veintiocho días cada uno; variando una vez cada ocho años, cuando se otorgaban doce días al sexto mes, para así; apegarlo a la temporada de cosecha.

Los Turzanos construyeron Tupa, el puerto más ambicioso de la época, tan grande; que podían anclar cuarenta barcos al mismo tiempo. En dicha Dársena, siempre había una gran flota marítima turzana, con barcos cuya forma de navegar se asimilaba a la ejercida en las veloces embarcaciones Fenicias. Con ello, la ciudad logró catapultar su comercio a lo largo del continente, llevando grandes producciones de trigo, cebada, cereales y su afamada industria textil, desde el mar de Arabia hasta Egipto e incluso logrando llegar a Cartago. La grandeza de aquella ciudad fue tal, que llegó a estar a la misma altura de Babilonia y Ninive.

Como en todos lados, también existieron ricos y pobres; infortunados que en su mayoría, provenían de tribus pequeñas que si bien es cierto no morirían de hambre; pasaban la mayor parte de su vida añorando títulos qué heredar. En cambio, los ricos se llegaron a establecer desde el comienzo de la época "dorada" y desde entonces, la clase Fabinia surgió para marcar la diferencia entre opulentos e infortunados. Con el nombre de "Fabinio" se conoció a las familias adineradas, a quienes los plebeyos hacían reverencia; algo muy parecido a la aristocracia medieval. De las veintidós tribus que en ese entonces conformaron Turzania, únicamente seis pertenecían al círculo Fabinio.

En el aspecto legislativo y pese a la desigualdad entre las tribus, la justicia y la ley iban de la mano. La población en general se medía con la misma vara, sin que la riqueza, la tribu, el credo o el nombre familiar; dieran lugar a un trato distinto. Quien infringía la ley, resultaba castigado, para ello estaban los ediles y los mercul; figuras públicas que sobreponían los estatutos dictados por la corte egregia. Ellos constituían la cara de la ley y, tal como los miembros de la corte, eran hombres incorruptibles. Bajo su mando, estaba la guardia Pruskovita, palabra Vaziad que traducida significa algo como látigo protector. Aquella fuerza representaba el brazo armado de los ediles y estaban facultados para aplicar la fuerza necesaria, con el fin de castigar a los infractores de la ley.

En el aspecto religioso estaban los verenicios, un credo bien posicionado en la vida cotidiana y en el ámbito político, los cuales basaban su doctrina en "la vereda de los dioses", cuya convicción había nacido tras la gran sequía. El principal propósito de dicha creencia, consistía en la veneración al dios de la prosperidad; deidad que los había bendecido con las montañas de oro, mismas que fueron obsequiadas sin el derramamiento de sangre, por lo tanto, la devoción a la paz siempre fue un precepto sagrado.

Desafortunadamente, los sacerdotes que profesaban aquella fe, se extinguieron en cierto punto de nuestra historia; pero su aporte fue crucial para que la creencia de la vida después de la muerte, no se convirtiera en una obsesión; ya que llegaron a aborrecer tal pensamiento. Ese había sido el motivo por el cual, los Turzanos nunca edificaron tumbas. Asimismo, la mesurada conducta por parte de los religiosos, ayudó a no alimentar el ego humano; algo muy usual en aquel entonces, cuando los reyes se veían a sí mismos, como seres divinos; gastando inmensurables fortunas, edificando extravagantes palacios en su honor. Los sacerdotes verenicios escuchaban aquellos relatos, que llegaban desde Egipto hasta los imperios de oriente y que no habían permitido que aquella conducta corrompiera a su pueblo.

Incluso, gracias a los verenicios, los Turzanos no enterraban a sus muertos junto con oro, sirvientes o carruajes. Tampoco obligaban a las concubinas a quitarse la vida para morir junto con su amante. No momificaban a sus difuntos ni realizaban sacrificios con seres vivos. La religión les había enseñado a incinerar a sus muertos. La práctica de no enaltecer la muerte, los condujo a tampoco glorificar la vida y, gracias a ello, en cuatro siglos no hubo un megalómano turzano en nuestro historial.

La adoración a aquella doctrina, se basó en los ostentosos templos que se erigieron en la ciudad; por lo que no hubo mejores edificaciones, que los templos en honor a los dioses sin nombre. Pero a pesar de su enorme influencia, no todas las tribus se apegaron a ella; al menos cinco tenían su fe puesta en el Donsay, una religión contraria al monoteísmo y que en determinada parte de nuestra historia, fue perseguida y segregada. Los verenicios llegaron a ser tan influyentes, que Turzania no contaba con un ejército como tal; porque los edictos de su doctrina lo prohibían. La única fuerza militar que se implementó, fue apenas de siete mil hombres encargados de custodiar a los muros; la única hueste que cuidó a los turzanos fueron los ulirios.

La distancia entre Turzania y el imperio Asirio-Babilonio, constituyó el muro más efectivo entre ellos y su apetito voraz de conquista. Los poblados más cercanos en la India, nunca llegaron a mostrar hostilidad y los imperios de oriente menos aún; incluso, muchos ni siquiera sabían de su existencia. De modo que los Ulirios al norte, constituían la única y verdadera amenaza de invasión a quienes los Turzanos tenían que estar atentos. Uliria fue un imperio compuesto por cinco regiones, a saber: Bacdrivia, Noor, Mellysha, Yudea y Uliria Central, las cuales radicaron sus territorios en lo que es en la actualidad las fronteras de Pakistán y la India.

Conocido como "El Reino de la Rosa", nombre que honraba al extraño capullo amarillo que solo floraba en su región, Uliria había crecido como un imperio habituado a los conflictos militares, gracias a los invasores Medos quienes regularmente invadían las aldeas más al norte de su territorio; por tal razón, a diferencia de sus vecinos Turzanos, ellos sí estaban prestos a combatir, a saquear y ser saqueados y a conquistar y ser conquistados. Su motor económico provino de los campos: la lenteja, el aceite y el prolífico comercio de esclavos, lo que no bastó para construir los exuberantes palacios y basílicas que se construyeron en Turzania.

Pero a diferencia de estos últimos, en Uliria sí existían los reyes, así como también; numerosos ejércitos bien entrenados, dispuestos a morir por el imperio. Fue precisamente por ese motivo que la corte egregia, sacando partida de la necesidad de oro de los ulirios, se hubo acercado a su rey en el año 365 C.T., para comprar una alianza que no solo habría de brindar la promesa de no agresión; sino también el juramento de que su ejército defendería al territorio turzano, en caso de una eventual invasión. A cambio de ello, los ulirios tendrían que recibir una colosal cantidad de oro cada año, suficiente para mantener a sus soldados bien alimentados y perfectamente equipados. Posterior al acuerdo, hubo un natural acercamiento entre su población, creando un robusto vínculo comercial. Fue entonces cuando para los ulirios, entender la lengua vaciad se convirtió en una necesidad, como lo fue también para los turzanos comprender el idioma ulirio.

Pero todo aquello llegó a cambiar en el año 448 C.T. (596 A.C), cuando el rey de los Medos, UvarKshatra; mejor conocido como Ciaxares, posterior a sus exitosas campañas al este del imperio Asirio, decidió desviar su conquista a las regiones ulirias de Bacdrivia y Yudea. Aquello provocó que el rey Ulirio Malthus II, apuntara su mirada al único territorio capaz de obtener el recurso para afrontar la guerra que pronto iba a llegar a su patio. Dicho territorio no era otro que Turzania. Fue durante aquella coyuntura, que el rey Ulirio se transformó en leyenda, trazando un ambicioso plan que no solo llegó a frenar la invasión Meda, sino que también se apoderó del territorio turzano y su riqueza.

En verdad, me hubiese encantado brindar todos los detalles de aquella ingeniosa conquista, pero me temo que tendría que necesitar un libro entero para escribirla; aún así, ni siquiera podría precisar en un solo capítulo, la genialidad con la que Malthus II incrustó las intrigas con las que los cortesanos y los miembros de su conclave de honor cayeron. Los pormenores de aquella traición fueron tan fascinantes, que aún como descendiente turzano, no dejo de predicar más que admiración por el modo como nuestro enemigo manipuló a los cortesanos, a nuestros generales de azúcar y a las mismas prostitutas que acudieron al palacio Morzaz aquel día. Todavía no puedo creer que Malthus II, había llegado solo a Turzania, sin su ejército y aun así, nos hizo caer derrotados.

Al siguiente día del festín en Morzaz y todavía con los integrantes de la corte egregia apestando a licor y con una centena de prostitutas en la cama; el paisaje en las afueras del muro de la ciudad era cruelmente bizarro, pues había treinta mil soldados ulirios acechando en las puertas; dispuestos a saquearlo todo. Aquello llegó a provocar un miedo tan profundo en la población, que todos se preguntaban, por qué aquellos soldados habían llegado desde tan lejos a violar a sus mujeres, a mancillar a sus dioses quemando los ídolos en templos de una religión que no había insultado a la suya y a esclavizarlos a ellos y a sus hijos.

La guerra había llegado a Turzania por primera vez. El pueblo había vivido la aterrante experiencia de estar bajo sitio, lo cual hubo desatado la histeria colectiva, misma que llegó a propagarse en todos los estratos de la sociedad; desde los fabinios que se atrincheraron en sus palacios, hasta los nosgus que se ocultaron en sus graneros. Todo aquello fue tan delirante, que los mismos soldaditos de paja que jamás habían combatido en una guerra, desertaron. Quienes no lo hicieron, no salían del asombro de que aquella amenaza, había provenido de un ejército cuyo rey, hacía apenas un día, había cenado al lado de sus líderes políticos. Pero a esas alturas, el desconcierto de lo sucedido llegó a opacarse ante la desidia de los hombres, quienes no se consideraron capaces de montar un plan para resguardar la ciudad, puesto que la única acción defensiva resultó ser, la docena de arqueros apostados sobre los muros. Juro por mis dioses, que me avergüenzo de escribir eso.

Fue entonces cuando llegó el legendario pronunciamiento de Malthus II, mismo que se escribió en todos los papiros. Proclama que describió el instante exacto de nuestra caída: "Abrid las puertas para que mi ejército entre y os doy mi palabra de que vosotros viviréis, vuestras mujeres no serán violadas y vuestros hijos no serán esclavizados, eso sí; no importará si lo hacéis o no, pero os prometo que al final del día, vosotros llamaréis a un ulirio, mi rey. Aquellas palabras fueron expresadas en los muros de Turzania, frente a una decena de incrédulos; llegando a ser él, el único ulirio que se encontraba en el interior de la ciudad. Los generales turzanos, desorientados y aturdidos, se preguntaban dónde carajos estaban los 17 miembros de la corte egregia. No tuvieron otra alternativa más que aceptar la demanda y así entregar la ciudad, sin ningún ápice de valentía o vergüenza. No sé cuál término emplear, aunque no creo que sea importante la nomenclatura que pueda utilizar.

Después de aquella humillante capitulación, el ejército ulirio colmó los callejones, avenidas y foros, ante los ojos de una ciudadanía atónita; quienes solo podían atestiguar, cómo el estandarte invasor ondeaba altivo, en poder de treinta mil soldados que no habían desenfundado sus estoques para someterlos. Por fortuna, Malthus II llegó a cumplir su promesa; no hubo saqueos, violaciones y no asesinaron a nadie. El rey Ulirio había planeado conquistarla sin destruirla, pues siempre estuvo maravillado de su riqueza, de sus templos, de sus palacios y de sus calles. Sabía que una urbe así, no tendría que ser alterada en ningún sentido. Solo un idiota podría llegar a saquear una metrópolis, que por sí misma mostraba su grandeza. Por lo tanto, con astucia, supuso que una población sometida sería más redituable que trescientos mil esclavos que no producían absolutamente nada.

            
            

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