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Mis hermanos ahora están muertos. La fraternidad en la cual desde pequeño fui adoctrinado, resultó arrasada por hombres cuya existencia retrataban mis convicciones. El día que aquello sucedió, tuve que permanecer en el rincón de la recámara agazapado, mordiéndome la lengua; evitando emitir algún sonido que advirtiera mi presencia a los seis asesinos, quienes, inmisericordes, asesinaban a las últimas personas que como yo; compartían un vínculo con el origen de las piezas halladas en Egipto. Sé que aquellas personas algún día regresarán por mí.
Mi nombre no tiene relevancia alguna, no tengo nacionalidad, tampoco mi religión importa. Cuando pongo una rodilla en el suelo, procuro que no existan testigos que me inquieran: "¿A qué dios le rezas?". Lo que importa es el mandato de nuestra orden; mantener nuestro legado oculto. Solo que ahora, con mis hermanos muertos, no creo que sea una buena idea callar todo lo que sé; porque cuando yo caiga, no será justo que nuestra historia también lo haga conmigo. El mundo merece saber de nosotros, del linaje Turjain, de los grandes corceles negros; de los 17 clanes guerreros que se adiestraron en Isla Cilicio, de nuestras tribus y religión y, lo más importante, que no hubo un reino extranjero capaz de subyugarnos. Aunque al final, inevitablemente, tendremos que redundar en el vergonzoso epilogo de nuestra caída y contar la forma como lo hicimos; peleando como perros entre nosotros, cegados por el poder.
No obstante, siempre hay un inicio para cada cosa y el nuestro también fue uno humilde, en el que debimos agonizar para levantarnos, sangrar para cicatrizar la herida y llorar a muchos muertos. Pues no siempre fuimos poderosos. Previo a nuestra grandeza, fuimos una comuna como cualquiera, la simplicidad de nuestros anhelos se basaba en las plegarias que pedían a los dioses la fertilidad de la tierra, un invierno generoso y el bienestar de sus seres queridos.
Sé que la descripción de los sucesos se difundió de generación en generación, pero siempre tuvimos la certeza de que los hechos no habían sufrido relevantes alteraciones, dado que cada vez que se relataban los desaciertos de nuestros antepasados, los mismos se recalcaban con tenacidad. Mi padre solía decir que las acciones honorables se enaltecían tanto, que con el paso del tiempo la verdad se distorsionaba, llevándola a borde del mito. En cambio, destacar las equivocaciones provoca que el ego humano se oculte tras un efímero sentimiento de autocrítica. Con nosotros, aquella aseveración había funcionado muy bien.
Fuimos perseguidos, humillados y vistos como leprosos. Cuando errábamos sin hogar, la autoridad romana se había empecinado en cazarnos; pero a pesar de aquello, a pesar, inclusive, de que el fuego y el agua nos habían despojado de nuestro territorio, existe un tenue latido de nuestra existencia. Creo que es el momento de estampar los relatos que mi padre me contó. Ansío escribir sobre las cabalgatas en el desierto de los razocilicios, con sus jinetes hondeando el gran corcel negro de nuestro estandarte. Ansió escribir con orgullo y pasión; la gran historia turzana.
Colocar sobre un mapa el alfiler que señale el punto exacto donde se situó Turzania es imposible; el mar se había tragado nuestra tierra de un solo bocado, succionándolo todo en una noche; borrando cualquier huella de nuestra cultura, dejándonos solo como un recuerdo. Sin embargo, aunque a la humanidad se le obligó a no escribir sobre ella, para nuestra hermandad aquel decreto careció de validez; la orden de nuestro enemigo hubo sido el alimento que nutrió el deseo de mantenerlo vivo. Así que por ello sabemos todo sobre nuestra cuna; la época, sus puntos geográficos y sus costumbres.
De modo tal, que sabemos que mi gente se llegó a establecer al oeste de la India, en una zona costera adyacente al mar de Arabia. Me encantaría adentrarme al grueso de lo que escribiré de inmediato, pero, tal como lo he referido con anterioridad; al ser un don nadie con una pobre noción acerca del arte de escribir, temo que dejarían de leerme si lo hago; porque podrían toparse con un montón de disparates carentes de sentido. Deberían, al menos, saber un poco de nuestra historia para que yo pueda contar la misma. Hela aquí:
En el año 1086 antes de Cristo, en la era dominadora Asiria, un conjunto de tribus pacíficas se vieron forzadas a huir de sus tierras, debido a la incursión Aria en el valle del Indo. Durante décadas, aquellas tribus vagaron sin rumbo, radicándose temporalmente en territorios que podían cultivar y una vez que la tierra dejaba de ser fértil; dichas tribus retornaban a su tumultuoso éxodo. Aquella constante búsqueda de territorios provisionales, los condujo a orillarse a la depresión, puesto que no asimilaban una identidad, no podían llamar hogar a ninguna tierra; no existían vínculos hacia alguna religión, no había lazos que los unieran más allá del hambre y no existían festividades ni siquiera leyes, a las cuales tuvieran que adherirse. Solo se trataba de nómadas que vivían una temporada a la vez.
Luego de varias décadas vagando por el desierto, arribaron a una extensa pradera, sumamente boscosa, deshabitada; la cual extrañamente desentonaba con el entorno rocoso y árido de miles de kilómetros desérticos y de pedregosas cordilleras. Los nómadas al fin habían encontrado un lugar donde establecerse, un hogar entre el Océano y el desierto; dos inmensidades del planeta que, gracias a su envergadura, llegara a ser capaz de aterrorizar a quienes se atrevieran a cruzarlas. Con aquellas dos fortalezas naturales rodeando la pradera, el paraje pronto se iba a convertir en una verdadera joya de la naturaleza; posiblemente el mayor oasis jamás visto.
Aquel territorio rebosante de ríos a la orilla del océano, hizo que los nómadas integraran mar y tierra en un solo ecosistema, colonizándolo hábilmente; convirtiendo un terreno silvestre, en fértiles tierras de cultivo. Fue entonces cuando, seguros de adoptar aquella pradera como propia, las seiscientas personas que habían deambulado sin hogar; denominaron a su nueva terruño: "Turazania"; un juego de palabras que, traducida al castellano, significaba "Desierto Próspero".
Durante los primeros años, distintas tribus pacíficas que como ellos, huían de las guerras, se unieron a la provincia, ya que lo único que buscaban era vivir en paz. Con aquel incremento demográfico, resultó necesario adoptar una especie de ley que, aunque incipiente, fuese capaz de hacer posible que se lograra la paz y la armonía. También entonces, las veintidós tribus que habitaron aquellos parajes, decidieron acoger la lengua "Vaziad "como su idioma oficial. La razón de aquella decisión, se debió a que la tribu en cuestión, resultó ser la etnia más numerosa de la aldea, manteniendo su hegemonía como la tribu más influyente en Turzania; desde aquel entonces, hasta el final de sus días.
Diez años después, se produjo el acontecimiento que marcó un antes y un después; la gran sequía que casi los mató de hambre. La calamidad de aquel acontecimiento fue tal, que hasta los animales salvajes se vieron en la necesidad de emigrar a otro sitio, ya que casi toda la vegetación se secaba y la única fuente de alimento a la mano; el pescado, tenía un sabor tan inmundo que era imposible comerlo. A pesar de todo, aquel desventurado suceso, irónicamente, resultó ser el detonante del ascenso de la civilización Turzana; puesto que en medio de aquella tragedia natural, llegaron a descubrir yacimientos de oro.
Aquel descubrimiento ocurrió, gracias a los cazadores que habían salido en busca de alimento, no obstante, en lugar de llegar con comida, lo hicieron, pero con carretas rebosantes del preciado mineral. Eso no fue todo, el retorno a casa también coincidió con la llegada del invierno; dando pie a la creencia de que los dioses de aquel territorio, habían recompensado su fe. A partir de aquel momento, Turzania no iba a ser la misma, la población se enfocó en la explotación del oro y se desarrolló en torno a este, toda vez que dicho hallazgo; llegó a propiciar el conteo del año uno en el propio calendario Turzano (CT); tiempo que para el calendario actual, se equipararía con el año 1044 antes de Cristo.
Hombres nobles liderados por Niorisis, integrante de la tribu Zenis, quienes llegaron a forjar la base de una sociedad que se fundamentaba en el bienestar del pueblo; considerando que la riqueza proveniente del oro, iba a ser para Turzania y su gente y no para lucrar a una familia o tribu en particular. Gracias al oro, Turzania pasaría a convertirse en un territorio rico, el cual llegó a desarrollarse a pasos agigantados; abriendo sus fronteras al comercio. En los siguientes 400 años, aquella aldea fundada con menos de seiscientas personas, llegó a convertirse en una próspero Estado de casi trescientos mil habitantes.