Capítulo 9 9

Lo siguiente que el nuevo patriarca hizo, fue reunir en Morzaz a los mismos cortesanos que la noche anterior habían dado un banquete en su nombre, con el fin de informarles las normas que se iban a implementar a partir de entonces. Lo insólito fue el tono mesurado con el cual se dirigió a ellos; no los humilló, no se mofó de la forma como los había manipulado e incluso, tuvo la oportunidad de retratar aquel momento, como que si lo ocurrido aquella anoche no hubiera pasado nunca.

Se dio perfecta cuenta de que el hecho de amedrentarlos no le iba a servir de nada, por lo que aún en la victoria el rey ulirio se comportó gallardamente. Ya había prometido que no iba a saquear la ciudad y que no se convertiría en su verdugo. De ese modo, nuevamente llegó a sorprender a propios y extraños con su conducta; dictaminando que la corte egregia iba a mantener la regencia de la ciudad y que su deber era mantenerla tal como estaba. Las cosechas no tenían por qué disminuir, asimismo la industria textil y el comercio con reinos extranjeros, tampoco tenían por qué detenerse.

Por supuesto, la producción entonces le pertenecía al imperio ulirio, quien con toda libertad podría embarcar a casa, todo lo producido en la región sin pagarlo; en cambio, a la producción que se quedaba en Turzania y la que se comercializaría con otros reinos, les aguardaban elevados impuestos en su haber. Los nuevos decretos de Malthus también abarcaban las expropiación de cabezas de ganado, ovejas y barcos, de quienes tomó la mitad y ordenó su traslado a Uliria. De igual manera, los ganaderos, pastores y navieros llegaron a pagar elevados impuestos por conservar lo restante.

También ordenó tomar los caballos y camellos de la ciudad, así como todo el oro que fuera propiedad de la corte; recursos con los que pagaría la deuda que había contraído con el rey de los Medos, UvarKshatra; para frenar su conquista de los territorios al norte de Uliria. Ante el inesperado convenio, los cortesanos aceptaron a sabiendas del precio tan alto que pagaban y del repudió popular que esto acarrearía, sin embargo, ellos actuaron creyendo que hacían lo correcto; porque de no haber aceptado, cada hombre, mujer y niño en Turzania hubiese sido esclavizado.

No obstante, el rey ulirio todavía necesitaba hacerle ver al turzano común, quien era el amo y señor de su tierra, por lo que congregó a la mitad de su ejército en el gran foro de la ciudad e hizo un llamamiento público. Una vez que la plaza estuvo abarrotada, cometió el mayor acto de crueldad que atemorizó a todo aquel que dudó de su mandato y a su vez, puso a prueba la lealtad de los integrantes de la corte; obligándolos a que ordenaran a la guardia proskovita, que asesinaran a todos los generales y soldados del débil ejército turzano, quienes eran siete mil.

Aquello causó el efecto intimidatorio que Malthus había deseado. Al inicio hubo renuencia al acatamiento del mandato, los miembros de la corte no deseaban llevarlo a cabo y mucho menos, con miles de turzanos siendo testigos; pero sabían que el nuevo voto de lealtad al imperio los forzaba y que si no lo hacían, probablemente toda la población iba a pagar su desobediencia. Fue así como la pasarela de ejecuciones inició espadas, sujetas por turzanos que mataron a sus propios hermanos en una verdadera carnicería sin sentido, ante la mirada horrorizada de miles de ellos. Aquella acción despertó el repudio de la población hacia la corte egregia, quienes a partir de aquel día fueron vistos como vendidos y cobardes; pero lo más importante, les había quedado clarísimo quien era el nuevo amo y señor de esa tierra.

La matanza de aquel día no se detuvo con la ejecución de los militares turzanos, hubo otras más impactantes que marcaron la determinación del rey ulirio de acaparar el poder absoluto y eso se vio cuando, súbitamente, su guardia personal apresó a los miembros del conclave de honor del imperio; a quienes ordenó asesinar allí mismo, en el gran foro de la ciudad frente a todas aquellas personas. Resultó que el conclave, por mucho tiempo había entorpecido la acción de los reyes ulirios y, con el tiempo, su influencia política logró socavar muchas veces la autoridad de dichos monarcas; de hecho, aquella fue la razón de ese sínodo, por lo que disolverlos siempre fue una meta trazada en la cabeza de Malthus II.

Aquel día no solo se puso a prueba la lealtad de la corte egregia, sino también quedó demostrado que en Turzania no había espacio para soldados derrotados que pudieran levantar una eventual insurrección. De raíz, todo aquello se zanjó aquel día en el gran foro de la ciudad y por ello, lo único que puedo proclamar es fascinación por sus acciones. El rey Ulirio había conquistado Turzania sin desgastar a su ejército, sin arrastrar a su carente economía a una guerra costosísima, al tiempo que hizo la paz con los Medos; todas espléndidas maniobras dignas de admirar de un gran estratega, cuyo legado, al pasar los siglos, fue laureado como el mejor rey que rigió en el imperio durante toda su existencia. Tal fue así que Ciro, el primero de la dinastía de Ménida, emuló sus actuaciones y lo tomó como ejemplo a seguir; acción que lo llevó a convertirse en un gobernante eficiente y benévolo, lo cual la historia llegó a reconocer.

El siguiente acontecimiento que ocurrió fue la entrega de las minas de oro, un sitio hasta entonces desconocido para los ulirios, del cual solo había pequeños indicios; pero nunca se imaginaron cuán abundantes eran. Por lo tanto Turzania entonces estuvo bajo las órdenes de un regente invasor y la corte egregia, acompañada de un numeroso ejército que resguardó la ciudad y los yacimientos de oro que, gracias a su enorme riqueza, Malthus no iba a permitir que nadie se la quitara. En los siguientes años, aquello repercutió en los fabinios, quienes vieron como sus enormes fortunas se redujeron a la mitad sin poder hacer nada. No solo tuvieron que lidiar con ello, entonces estaban obligados a compartir sus negocios con mercaderes ulirios, quienes reclamaron un pedazo del pastel. En cambio, para el ciudadano promedio, el nuevo orden pareció no alterar su rutina. Los lesgivos y nosgus continuaron trabajando día a día, con el propósito de llevar pan a la mesa. En lo que a ellos les concernía, la gobernanza era un asunto de ricos.

En los primeros años de ocupación, la riqueza turzana no fue lo único que los ulirios plagiaron, también lo hicieron con su arquitectura y sus habilidades manuales; desde entonces, todos los palacios en las cinco regiones del imperio, se construyeron con su ingeniería y mano de obra; así como sus puertos y sus barcos. También adoptaron el uso del nombre familiar, al igual que el de las monedas en sus transacciones comerciales. En poco tiempo, Uliria dio el vuelco que su rey había esperado y a lo largo de once años, gobernó a Turzania sin flagelarla. Y si bien fue verdad, privó a sus ciudadanos de su autodeterminación, fue justo con ellos y durante aquel periodo; jamás empleó la espada para someterlos. Pero no solo fue justo en ese periodo, sino también un gobernante tan hábil, que con su visión hizo que Turzania fuera más próspera de lo que había sido en el pasado.

Para tristeza nuestra, aquella etapa fue la más benévola durante la ocupación Uliria. Aquello cambió durante el año 460 T.C. después de su trágica muerte en Noor. El sepelio de Malthus II, fue todo un acontecimiento que congregó a miles de personas, quienes sabían que nunca iba a existir otro gobernante como él, por lo que, en su honor, los reyes ulirios adoptaron su nombre como el nombre de familia. Para desgracia nuestra, y sé que puedo decir también para desgracia de los Ulirios, el sucesor del rey no llegó a parecerse a su padre. Tadeo Malthus fue una peste, un joven gamberro que sabía tanto de gobernar como un elefante sabía de cocina.

                         

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