-Todo esto es por culpa de esta mujer patética-espetó Eduardo refiriéndose a mí, con desprecio, su voz impregnada de rabia-Ahora me va a escuchar.
Dio un paso hacia mí, pero antes de que pudiera tocarme, Guillermo lo detuvo en seco, colocando una mano firme sobre su pecho.
-No te atrevas a tocarla nunca más -advirtió Guillermo, su voz baja y contenida, pero con una fuerza inquebrantable.
Eduardo se quedó inmóvil. Parecía como si las palabras de su hermano hubieran sido una daga que lo atravesaba. Había algo en Guillermo que lo detenía, algo que no entendía, pero que no podía desafiar.
-Guillermo, es suficiente. Salgamos de aquí. Todo está claro... Además, ya firmé el divorcio -dije, con un nudo en la garganta. No quería más problemas, solo deseaba alejarme de ese lugar.
-Es verdad, lárguense de mi casa o llamaré a la policía -espetó Eduardo con frialdad.
Guillermo lo miró con decepción.
-Eduardo... estoy tan decepcionado de ti -dijo, y por primera vez, su voz sonó realmente herida-Nunca pensé que llegarías a esto.
Eduardo bufó con una sonrisa amarga.
-¿Decepcionado de mí? ¡Por favor! Amanda es una mujer con problemas. No puede tener hijos.
El comentario me golpeó como un puñetazo en el estómago. La humillación ardía en mi pecho, pero antes de que pudiera reaccionar, Guillermo ya estaba sobre Eduardo.
-El que ella pueda o no tener hijos no es asunto tuyo -espetó Guillermo con rabia contenida-Lo que importa es que la trates con respeto y dignidad.
-¿Respeto y dignidad? -Eduardo soltó una carcajada seca-No es nada para mí. Es una mujer inservible.
Guillermo cerró los puños con fuerza, respiró hondo y negó con la cabeza.
-Ya no importa. Es demasiado tarde para ti–dijo Guillermo, pero Eduardo frunció el ceño.
-¿Demasiado tarde? No entiendo qué quieres decir. Guillermo solo lo miró con seriedad.
-Tranquilo, hermano. El tiempo lo dirá. Y con eso, me tomó del antebrazo y me llevó hacia la salida. Por un momento pensé que Eduardo intentaría detenernos, o que diría algo... pero no. En su lugar, nos observó en silencio y, apenas cruzamos la puerta, la cerró con un golpe seco.
Fuera de la casa, me solté bruscamente del agarre de Guillermo.
-¿Qué pretendes? -le exigí, sintiendo aún la adrenalina correr por mi cuerpo.
Guillermo no se inmutó.
-Amanda, te llevaré a mi casa. Necesitas descansar.
Se giró y con un leve movimiento de la mano, uno de sus hombres tomó mi bolso y lo llevó al auto.
-No necesito tu ayuda -insistí, intentando recuperar un poco de mi dignidad.
-Pero sí la necesitas -respondió él con firmeza, mirándome con intensidad- No puedes quedarte aquí, sola, después de lo que pasó.
Su preocupación era palpable. Sus ojos me estudiaban con determinación y algo más... ¿Culpa? ¿Compasión?
-Amanda, por favor, déjame ayudarte. Te llevaré a un lugar seguro donde puedas descansar y recuperarte.
Quería rechazarlo, aferrarme a mi orgullo, pero... ¿qué otra opción tenía? Eduardo me había despojado de todo: mi hogar, mi matrimonio, mi dignidad. Estaba cansada, herida. No podía permitirme otro enfrentamiento.
Suspiré y asentí con desgano.
Caminamos hacia el auto en silencio, hasta que las palabras de Guillermo volvieron a resonar en mi cabeza: "El tiempo lo dirá."
Me giré hacia él.
-¿Por qué dijiste eso? "El tiempo lo dirá."hice las comillas con mis dedos
Él sonrió, pero su expresión tenía un aire de misterio.
-Porque creo que Eduardo se arrepentirá de lo que ha hecho -dijo-Y cuando lo haga, será demasiado tarde.
-¿Entonces vienes a mi casa? -preguntó con una carcajada coqueta.
Fruncí el ceño.
-Guillermo, te hice una pregunta -dije con seriedad.
Él se detuvo y me miró fijamente.
-Lo he dicho porque creo que mereces algo mejor que lo que Eduardo te ha dado -dijo. Su voz era serena, pero sus palabras me dejaron sin aliento.
-¿Qué quieres decir con eso?-Guillermo se acercó un poco más. Lo cual me intimida. Sentía su respiración de cerca.
-Quiero decir que creo en ti, Amanda. Y quiero ayudarte a construir un futuro mejor. Sus palabras me desconcertaron. Había algo en su mirada, en su tono... algo que no esperaba.
-¿Qué quieres de mí, Guillermo? -pregunté, sintiendo curiosidad.
Él se detuvo, respiró profundo y, sin apartar la mirada de la mía, respondió por fin.
-Amanda, desde que te conocí supe que eras una mujer especial -dijo con voz firme-Y después de lo que pasó con Eduardo, me di cuenta de que eres la indicada.
Mi corazón empezo a latir desbocado.
-¿Qué estás diciendo...?
-Amanda... ¿quieres casarte conmigo? -preguntó, extendiendo su mano hacia la mía. El aire parecía desaparecer de mis pulmones.
-¿Estás bromeando? -mi voz tembló de incredulidad.
-No, Amanda -respondió con seriedad-. Estoy completamente seguro de esto. La rabia burbujeaba en mi pecho.
-¿Cómo puedes pedirme matrimonio después de todo lo que ha pasado?
-Porque quiero darte lo que realmente mereces -dijo con sinceridad.
-¡No! -grité, abofeteándolo con fuerza-¡No te creo! ¡Eres solo un hombre rico que se está aprovechando de mí!
Guillermo no reaccionó. Solo bajó la mirada y murmuró:
-Lo siento, Amanda.
Su tono había cambiado. Ya no era el hombre seguro de antes.
-No me queda mucho tiempo de vida... y quiero dejar todo lo que tengo en tus manos. No quiero que Eduardo se siga aprovechando de ti. Su confesión me dejó helada.
-No entiendo...
Guillermo respiró hondo antes de mirarme con tristeza.
-Amanda... estoy enfermo.
El mundo pareció desmoronarse a mi alrededor.
-¿Y ahora quieres echarme toda tu carga encima? -le espeté, con el corazón latiendome en la garganta. Guillermo exhaló con frustración y, sin decir más, me tomó del antebrazo con firmeza. Obligándome a subir al auto.
-Ya basta, por favor. Vamos.
Intenté resistirme, pero estaba demasiado agotada. Cada fibra de mi cuerpo se sentía drenada, sin fuerzas para seguir peleando.
-¿Acaso me estás secuestrando? -pregunté en un hilo de voz.
Guillermo no respondió directamente. Solo abrió la puerta del auto y, con fuerza me hizo entrar.
-Llévanos a casa, Carvajal -ordenó con seguridad al conductor.
Me encogí en mi asiento, abrazándome a mí misma. A estas alturas, mi cuerpo no daba más. No tenía energía para discutir, ni siquiera para pensar. Sentí la mano cálida de Guillermo sobre mi hombro. Su toque era suave, casi tranquilizador, pero yo aún no podía entender si sus palabras eran verdad o una mentira más. ¿Por qué ahora? ¿Por qué de esta manera? Y entonces, un dolor punzante en mi vientre me hizo jadear.
-¿Amanda? -preguntó Guillermo, inclinándose hacia mí con preocupación.
No pude responder. Un escalofrío recorrió mi espalda y, de repente, algo frío y húmedo tocó mi entrepierna.
Levanté la mirada lentamente y, al ver a Guillermo, sentí un miedo profundo...