Una Niñera con Suerte
img img Una Niñera con Suerte img Capítulo 5 Sombras en el silencio
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Capítulo 6 Desafío y tormenta img
Capítulo 7 Un momento de cercanía img
Capítulo 8 La sombra del pasado img
Capítulo 9 Encuentros img
Capítulo 10 Salidas en secreto img
Capítulo 11 La preparación img
Capítulo 12 La llegada img
Capítulo 13 Una Advertencia img
Capítulo 14 ¡Sueltame! img
Capítulo 15 Enfrentamiento img
Capítulo 16 Reconocimiento img
Capítulo 17 Copas img
Capítulo 18 Error img
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Capítulo 5 Sombras en el silencio

Me despierto con el sonido de algo golpeando suavemente contra la ventana. Es un ruido rítmico, casi hipnótico, y por un segundo pienso que sigue siendo parte de un sueño. Pero al abrir los ojos, la realidad me golpea de nuevo: estoy en la mansión de Damián Valtor, mi segundo día como niñera de Lucas comienza ahora. Miro el reloj: 6:40 a.m. Me levanto rápido, ignorando el cansancio que se arrastra por mis músculos. No puedo permitirme llegar tarde.

La habitación sigue sintiéndose ajena, como si no terminara de pertenecerme. Las cortinas pesadas apenas dejan pasar un hilo de luz grisácea, y el golpeteo resulta ser una rama movida por el viento. Me visto con la misma urgencia de ayer, optando por una camisa gris y jeans oscuros. Mientras bajo las escaleras, la casa está tan silenciosa que mis pasos resuenan como intrusos.

En la cocina, preparo el desayuno de Lucas: huevos revueltos, tostada, jugo natural sin azúcar. Todo sigue la lista al pie de la letra. A las 7:25, él aparece en la puerta, igual que ayer, con el mismo pijama azul y esa mirada gris que parece atravesarme.

-Buenos días, Lucas -digo, forzando una sonrisa-. ¿Listo para el desayuno?

Él asiente y se sienta en silencio. Sirvo el plato y me quedo cerca, buscando alguna señal de que ayer logré algo con él. Pero su rostro sigue siendo una máscara, comiendo con movimientos mecánicos.

-¿Te gustó el cuento de anoche? -intento, apoyándome en el pequeño avance que tuvimos.

Lucas levanta la vista por un segundo, y creo ver un destello en sus ojos.

-Sí -dice, tan bajo que casi no lo escucho.

Sonrío, animada por esa pequeña victoria.

-Podemos leer otro hoy, si quieres.

Él asiente de nuevo, y justo cuando estoy a punto de preguntarle cuál prefiere, Damián entra en el comedor. Su presencia llena el espacio como una sombra que se extiende sin permiso. Lleva otro traje impecable, negro esta vez, y su expresión es tan fría como siempre.

-Buenos días -dice, su voz cortante como el filo de un cuchillo.

-Buenos días, señor Valtor -respondo, enderezándome.

Él examina el plato de Lucas con un vistazo rápido, luego me mira.

-Hoy llegaré más tarde -anuncia-. Clara estará disponible si necesitas algo. Y recuerda: nada de salir de la propiedad sin mi autorización.

-Lo tengo claro -digo, asintiendo.

Damián se acerca a Lucas y posa una mano en su hombro, un gesto que parece más formal que afectuoso.

-Pórtate bien -le dice, y Lucas baja la mirada, asintiendo.

Sin otra palabra, Damián se marcha, y el aire parece aligerarse un poco cuando la puerta principal se cierra tras él.

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El día avanza con la misma rutina estricta. Después del desayuno, ayudo a Lucas a vestirse y seguimos las actividades de la carpeta: más matemáticas, lectura, un dibujo que él termina en silencio. Intento hablarle, hacerle preguntas sobre lo que le gusta, pero sus respuestas son cortas, evasivas. Es como si tuviera un muro invisible alrededor, uno que no sé cómo atravesar.

A mediodía, preparo el almuerzo: sopa de verduras y un sándwich, todo según las instrucciones. Mientras comemos, decido probar algo diferente.

-Lucas, ¿qué te parece si después armamos ese rompecabezas que mencionaste ayer? -pregunto, manteniendo mi tono ligero.

Él me mira, piensa un momento y asiente.

-Está bien -dice, y por primera vez, su voz suena un poco menos distante.

Después de lavar los platos, lo sigo al salón donde guarda sus juegos. Saca una caja grande de un rompecabezas de 500 piezas, una imagen de un castillo en las montañas. Nos sentamos en el suelo y empezamos a clasificar las piezas en silencio. Poco a poco, siento que el ambiente se relaja. Lucas se concentra, colocando las piezas con precisión, y yo lo imito, dejando que el silencio entre nosotros sea menos pesado.

-¿Te gustan los castillos? -pregunto después de un rato, señalando la imagen.

Él asiente.

-Son fuertes -dice, casi para sí mismo.

-¿Fuertes como esta casa? -intento, buscando una conexión.

Lucas frunce el ceño, como si la pregunta lo confundiera, pero no responde. En cambio, sigue armando el rompecabezas, y yo decido no insistir.

Después del rompecabezas, mientras Lucas descansa, decido explorar un poco más la mansión. Camino por los pasillos del segundo piso, notando los detalles que ayer me pasaron desapercibidos: un cuadro torcido, una grieta en una pared que parece haber sido tapada con prisa. Llego a una puerta al final del corredor, diferente a las demás. Es de madera oscura, con un cerrojo que parece nuevo. Recuerdo la advertencia de Damián sobre las áreas restringidas, pero mi curiosidad me empuja a tocar el pomo. Está frío, y por un segundo, juro que siento un leve ruido del otro lado, como un susurro o un roce.

Me aparto rápido, el corazón acelerado. Probablemente sea mi imaginación, pero la sensación de que algo no está bien se queda conmigo.

Bajo al salón principal y encuentro a Lucas esperándome, con el libro de cuentos en las manos.

-¿Vamos a leer? -pregunta, y su voz me saca del trance.

-Claro -respondo, forzando una sonrisa.

Nos sentamos en la biblioteca, y esta vez elige un cuento sobre un bosque encantado. Mientras leo, noto que está más atento, incluso se inclina un poco hacia mí cuando describo las criaturas mágicas. Cuando termino, me mira y dice:

-¿Crees que los bosques así existen?

-No lo sé -admito-. Pero me gusta pensar que sí, en algún lugar.

Él asiente, pensativo, y por un momento siento que estamos compartiendo algo, aunque no pueda nombrarlo.

El resto de la tarde pasa rápido: un paseo por el jardín, donde Lucas corre entre los árboles pero evita una esquina específica, cerca de un cobertizo cerrado con candado; luego la cena, que preparo con el mismo cuidado de siempre. A las 9 p.m., cuando estoy recogiendo los platos, escucho la puerta principal abrirse. Damián ha vuelto.

Entra en el comedor, su rostro más tenso de lo habitual. Lleva el traje ligeramente desarreglado, como si hubiera tenido un día largo.

-¿Todo en orden? -pregunta, directo al grano.

-Sí, señor Valtor. Seguimos el horario, y Lucas y yo armamos un rompecabezas -respondo, esperando que eso sea suficiente.

Él asiente, pero sus ojos se detienen en mí más tiempo del necesario.

-¿Algo más que deba saber? -insiste, y su tono me pone nerviosa.

-No, todo estuvo bien -digo, aunque la imagen de esa puerta cerrada pasa por mi mente.

Damián se acerca a Lucas, que está sentado en la mesa, y le revuelve el cabello con un gesto que parece automático.

-Ve a lavarte los dientes. Yo te acuesto hoy -le dice.

Lucas obedece sin protestar, y Damián se gira hacia mí.

-Buen trabajo hoy. Puedes irte a descansar.

-Gracias, señor -respondo, y subo las escaleras con una mezcla de alivio y ansiedad.

En mi habitación, me cambio y me siento en la cama, mirando por la ventana. La rama sigue golpeando el cristal, un recordatorio constante de dónde estoy. Pienso en Lucas, en cómo poco a poco empieza a abrirse, y en Damián, cuya presencia me sigue desconcertando. Pero sobre todo, pienso en esa puerta. ¿Qué hay detrás? ¿Por qué siento que la mansión guarda algo que no debería saber?

Mientras me acuesto, escucho pasos en el pasillo, pesados y lentos. Sé que es Damián, probablemente yendo a su habitación. Pero entonces, los pasos se detienen, justo fuera de mi puerta. Contengo la respiración, esperando. Pasan unos segundos eternos, y luego los pasos se alejan.

Cierro los ojos, pero el sueño no llega fácil. Hay demasiadas sombras en esta casa, y siento que, tarde o temprano, tendré que enfrentarlas.

                         

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