Una Niñera con Suerte
img img Una Niñera con Suerte img Capítulo 4 La llamada inesperada
4
Capítulo 6 Desafío y tormenta img
Capítulo 7 Un momento de cercanía img
Capítulo 8 La sombra del pasado img
Capítulo 9 Encuentros img
Capítulo 10 Salidas en secreto img
Capítulo 11 La preparación img
Capítulo 12 La llegada img
Capítulo 13 Una Advertencia img
Capítulo 14 ¡Sueltame! img
Capítulo 15 Enfrentamiento img
Capítulo 16 Reconocimiento img
Capítulo 17 Copas img
Capítulo 18 Error img
img
  /  1
img

Capítulo 4 La llamada inesperada

Estoy sentada en el borde de mi cama, mirando el techo agrietado de mi apartamento como si pudiera darme respuestas. El folder con el contrato de Damián Valtor está abierto sobre mi regazo, las páginas llenas de letra pequeña que he leído una y otra vez desde que volví de su mansión hace unas horas. Mi firma garabateada en la última hoja me mira como un recordatorio de que acabo de vender mi vida por un sueldo que aún no creo real. Seis cifras al mes. Podría pagar mis deudas, respirar sin sentir que me ahogo, pero cada palabra de ese documento me pesa como una cadena invisible.

Y luego está esa cláusula, la que no vi venir hasta que la releí en el autobús de regreso: "La empleada residirá en la propiedad del empleador durante la duración del contrato, con alojamiento proporcionado."

¿Vivir ahí? ¿En esa mansión enorme y fría con Damián Valtor y su hijo silencioso? Mi estómago se retuerce solo de pensarlo. No sé si es miedo o algo más, algo que no quiero nombrar, pero la idea de estar bajo su techo, bajo su mirada todo el tiempo, hace que mi piel se erice. No tuve tiempo de procesarlo en su despacho, con él dictando órdenes como un rey desde su trono, pero ahora, en la quietud de mi apartamento, me golpea con fuerza. Firmé sin dudar, desesperada por el dinero, pero ¿en qué me metí?

El teléfono fijo suena de repente, arrancándome de mis pensamientos con un chillido que me hace saltar. Corro a contestar, tropezando con una caja de ropa que aún no he desempacado desde mi última mudanza barata. Mi voz sale entrecortada cuando hablo.

-¿Hola? -pregunto, y mi corazón late más rápido, como si supiera que algo grande está al otro lado de la línea.

-Señorita Montes, soy Clara, asistente del señor Valtor -responde una voz femenina, seca y profesional, la misma que me citó antes-. Ha sido seleccionada como niñera de Lucas Valtor. Debe presentarse mañana a las siete en punto en la mansión. Traiga sus pertenencias personales. El contrato estipula que vivirá en la propiedad.

Mi mente se queda en blanco. ¿Seleccionada? ¿Ya? Pensé que habría otra ronda, más entrevistas, algo que me diera tiempo para prepararme mentalmente. Pero no. Esto es real, y está pasando ahora. Trago saliva, intentando sonar calmada aunque mi voz tiembla.

-No, ninguna pregunta. Estaré ahí a las siete. Gracias -respondo, y cuelgo antes de que ella pueda decir más.

Me dejo caer en el sofá, el folder resbalando de mi regazo al suelo. Vivir en la mansión. Las palabras giran en mi cabeza como un torbellino. Pienso en Lucas, ese niño pequeño con ojos tristes que apenas me miró, y en Damián, con su voz grave y su manera de ordenar el mundo a su alrededor. ¿Cómo voy a sobrevivir bajo el mismo techo que él? Mi apartamento es un desastre -facturas sin pagar, muebles rotos, un fregadero que gotea-, pero es mío. Es mi refugio, por más patético que sea. Ahora voy a dejarlo todo atrás por una habitación en su reino de vidrio y acero.

El resto del día pasa en una neblina. Empaco lo poco que tengo: ropa vieja, un par de libros gastados, mi cepillo de dientes y una foto arrugada de mi madre que guardo en el fondo de mi bolso. No tengo mucho que llevar; mi vida cabe en una maleta de segunda mano con una rueda rota que arrastro por el suelo. Cuando termino, me miro en el espejo del baño, y lo que veo no me gusta: ojeras, cabello desordenado, una mujer que parece más perdida que nunca. Pero no hay vuelta atrás. Firmé ese contrato, y ahora soy suya -o de Lucas, al menos- por el tiempo que él decida.

La noche cae pesada, y apenas duermo. Me despierto cada hora, sobresaltada por pesadillas donde caigo una y otra vez frente a Damián, su voz resonando con ese sarcasmo frío: "¿Siempre eres tan elegante al presentarte?" Cuando el reloj marca las cinco de la mañana, me rindo y me levanto, preparándome con manos temblorosas. Me pongo una blusa azul sencilla y unos jeans, nada elegante, pero al menos limpio. Agarro mi maleta y salgo al amanecer, el cielo gris reflejando cómo me siento por dentro.

El trayecto en autobús es un borrón de nervios. Cuando llego a la mansión, el sol apenas empieza a salir, bañando las paredes de vidrio en tonos dorados que no logran suavizar su frialdad. Toco el timbre con un dedo sudoroso, y una mujer mayor con un delantal me abre la puerta.

-Soy Valeria Montes. La niñera -digo, y mi voz suena más pequeña de lo que quiero.

-Pase. El señor Valtor la espera -responde ella, y me guía por el vestíbulo hasta el mismo salón donde conocí a Lucas ayer.

Damián está ahí, de pie junto a una ventana, con un traje gris que lo hace parecer aún más inalcanzable. Lucas está sentado en el suelo otra vez, con el mismo rompecabezas, y no levanta la vista cuando entro. Mi maleta hace un ruido vergonzoso al arrastrarla, y Damián se gira, sus ojos grises clavándose en mí como dagas.

-Llegas a tiempo -dice, y hay una aprobación mínima en su tono que me hace enderezarme-. Clara te mostró el contrato, supongo. Vivirás aquí. Hay una habitación preparada en el ala este. No entres en las áreas restringidas. ¿Entendido?

-Sí -respondo, asintiendo rápido-. Gracias por... por esto.

-No me agradezcas. Haz tu trabajo -corta él, y su voz es tan afilada que siento que me reprende por existir-. Lucas es tu prioridad. Sígueme.

Deja la ventana y camina hacia el pasillo, y yo lo sigo, arrastrando mi maleta detrás de mí. Pasamos por puertas cerradas y escaleras que parecen no terminar, hasta que llegamos a una habitación sencilla pero elegante: una cama con sábanas blancas, un armario pequeño, una ventana que da al jardín. Es más de lo que he tenido en meses, pero se siente como una jaula dorada.

-Instálate. A las siete y media bajas al comedor con Lucas. No te retrases -ordena, y se va sin mirarme otra vez.

Dejo mi maleta en el suelo y me siento en la cama, el colchón firme bajo mi peso. Mi mente da vueltas. Vivir aquí. Con él. Con Lucas. Saco el contrato de mi bolso y releo esa cláusula: "La empleada residirá en la propiedad..." No hay escapatoria ahora. Este es mi nuevo mundo, y Damián Valtor es el rey que lo gobierna.

Bajo al comedor a las siete y media en punto, con Lucas caminando a mi lado en silencio. Él no me habla, solo me sigue como una sombra pequeña, y me pregunto qué hay detrás de esos ojos grises tan parecidos a los de su padre. Damián ya no está; la mujer del delantal me dice que salió a Vortex Enterprises, y una parte de mí se alivia. Pero mientras sirvo el desayuno de Lucas -huevos revueltos y jugo, según la lista de reglas-, siento su ausencia como un peso igual de grande que su presencia.

-¿Te gusta el rompecabezas? -pregunto, intentando romper el hielo con Lucas.

Él asiente apenas, sin mirarme, y sigue comiendo en silencio. Hay algo en él, una tristeza que no entiendo, y me pregunto cuánto tiempo lleva así, solo en esta casa enorme con un padre que parece más máquina que hombre.

El día pasa lento, instalándome en mi nueva realidad. Pero mientras miro por la ventana de mi habitación esa noche, con la mansión oscura y silenciosa a mi alrededor, no puedo evitar sentir que acabo de cruzar un umbral del que no hay regreso. Firmé ese contrato, y ahora estoy aquí, atrapada en el mundo de Damián Valtor, con un niño que es un misterio y un hombre que podría consumir mi vida si se lo permito.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022