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La noche había llegado con la misma calma que siempre acompañaba a su hogar. Sofía ya había se había retirado a su habitación y los niños dormían en sus camas. La casa estaba sumida en un silencio profundo, interrumpido solo por los sonidos distantes de la ciudad que seguían su curso. Pero Víctor no podía disfrutar de esa quietud. Su mente, que normalmente encontraba refugio en la rutina, se veía ahora arrastrada por pensamientos confusos y enredados.
Se encontraba en el comedor, frente a una copa de vino que apenas había tocado, la cual permanecía casi intacta. La luz tenue de las lámparas de techo le daba a la sala una sensación acogedora, pero para Víctor, todo parecía estar teñido por una capa de incertidumbre. Estaba acostumbrado a tener el control sobre su vida, sobre su entorno, sobre las decisiones que tomaba. Pero ahora, se encontraba al borde de un abismo emocional del cual no sabía si debía saltar o retroceder.
Había intentado concentrarse en sus obligaciones, en la familia, en su empresa. Había vuelto a la oficina con la esperanza de que la rutina le devolviera el enfoque, pero los pensamientos de Ricardo seguían acechándolo. Cada vez que veía su rostro, cada vez que escuchaba su voz, el cosquilleo en su estómago lo sorprendía, como una corriente eléctrica que no podía ignorar. Y lo peor de todo era que no sabía qué hacer con esos sentimientos. Nunca había sido un hombre que sucumbiera a la debilidad emocional, siempre se había mantenido firme y centrado. Pero lo que estaba experimentando era algo completamente nuevo.
Esa tarde, durante una reunión con sus directores, Víctor había sentido cómo su mente se deslizaba lejos de la conversación. Las palabras de sus colaboradores ya no le llegaban con claridad; su atención se había desvanecido, desplazada por recuerdos de su última conversación con Ricardo. En su cabeza, una pregunta rondaba sin descanso: ¿por qué alguien como él, un hombre exitoso, casado, con una vida aparentemente perfecta, se sentía atraído por otro hombre?
A pesar de sus intentos por racionalizarlo, la atracción no desaparecía. No era solo una atracción física; era algo más profundo, algo que tocaba su sentido de identidad, sus creencias y su propia vida. La seguridad que siempre había tenido en su matrimonio y en su imagen personal se desmoronaba lentamente. No podía entender por qué, pero lo que sentía por Ricardo era real. Era confuso, sí, pero no era algo que pudiera simplemente ignorar.
Decidió levantarse y caminar por la casa, buscando un momento de claridad. Caminó hacia la biblioteca, donde una gran cantidad de libros sobre liderazgo, negocios y filosofía se apilaban, esperando ser leídos. Sin embargo, esa noche, ningún libro parecía ser suficiente para darle respuestas. Víctor sabía que, aunque el mundo estuviera lleno de consejos sobre cómo manejar el éxito y las relaciones, había algo mucho más grande en juego para él ahora. La realidad que había construido durante años comenzaba a agrietarse, y no sabía si había algo que pudiera hacer para repararla.
La puerta del comedor se abrió suavemente y Sofía apareció en el umbral, con el cabello aún mojado por la ducha. Ella lo miró, su rostro lleno de una curiosidad tranquila, como si hubiera notado la atmósfera tensa que había llenado la casa desde que Víctor llegara esa tarde.
- ¿Todo bien? -preguntó, su tono suave, pero con una inquietud sutil en su voz.
Víctor la observó, sintiendo una punzada de culpa. Sofía siempre había sido su compañera, su aliada. Habían compartido tanto tiempo juntos, tantas experiencias. ¿Cómo podía estar pensando en traicionar esa relación? ¿Cómo podía ser tan egoísta como para cuestionar lo que había sido una vida aparentemente perfecta?
- Sí, Sofía. Solo estoy pensando en algunas cosas. Nada de qué preocuparse. -Respondió, tratando de sonar convincente, aunque su voz sonó vacía incluso para él.
Sofía no pareció completamente satisfecha con su respuesta, pero asintió suavemente y se acercó para sentarse junto a él en la mesa.
- Sabes que siempre me puedes contar lo que te preocupa, ¿verdad? -dijo ella, mirando con ternura a Víctor, como si esperara que él dejara de lado sus pensamientos y hablara de lo que realmente lo aquejaba.
Pero Víctor no podía. La verdad que se escondía en su corazón era demasiado abrumadora. No podía arriesgarse a perderlo todo, a destruir la vida que habían construido juntos, solo por algo que ni siquiera él entendía por completo.
- Aprecio mucho eso, Sofía. Pero no es nada grave. Solo estoy cansado, ya sabes, de todo el trabajo. -Respondió, sonriendo débilmente mientras tomaba la copa de vino y la levantaba ligeramente hacia ella. -Mañana será otro día.
Sofía lo miró un momento más, claramente aún preocupada, pero luego se inclinó hacia él y lo besó en la mejilla.
- No te esfuerces demasiado. Estaré aquí para ti, siempre. -dijo, antes de levantarse y dirigirse hacia el pasillo que conducía a su habitación.
Víctor observó su figura alejarse, y mientras se quedaba solo, no pudo evitar sentirse más desconectado de ella que nunca. No porque Sofía no fuera lo que él necesitaba en su vida, sino porque su corazón, por primera vez en mucho tiempo, no podía seguir el mismo camino que había seguido hasta ese momento. Había algo dentro de él que lo estaba llamando en otra dirección, algo que le era ajeno pero al mismo tiempo irresistiblemente familiar.
Al día siguiente, Víctor se encontró nuevamente frente a la oficina, donde Ricardo le había dejado una carpeta con más detalles sobre las estrategias que discutieron el día anterior. Era una cuestión de trabajo, simplemente negocios, o eso pensó al principio. Abrió la carpeta, pero sus ojos no lograban concentrarse en los números. Cada palabra, cada gráfico, parecía borroso, desplazado por la memoria de la última vez que estuvo cerca de Ricardo. Su mente volvió a recorrer los momentos en los que sus ojos se habían encontrado, cómo había sentido esa chispa entre ellos. Era una sensación que lo había desconcertado en ese entonces y que ahora le quemaba por dentro.
No podía ignorar lo que estaba sucediendo. No podía seguir viviendo en esta niebla de duda. Algo tenía que cambiar, y sabía que no podía seguir adelante con su vida como si nada hubiera ocurrido. Tenía que enfrentar la verdad, sin importar las consecuencias.
Al final de la jornada, Víctor tomó una decisión. No podía seguir huyendo de lo que sentía. Necesitaba hablar con Ricardo, poner sobre la mesa lo que estaba ocurriendo dentro de él. No sabía si eso significaba que su vida cambiaría para siempre, pero no podía seguir viviendo con la angustia de no ser honesto consigo mismo.
Ricardo estaba en su oficina cuando Víctor lo llamó para que se encontrara con él. A medida que el hombre se acercaba, Víctor sintió esa misma intensidad en el aire. Algo estaba a punto de cambiar entre ellos, y por primera vez en mucho tiempo, Víctor se permitió imaginar qué podría ser.
- Ricardo, necesito hablar contigo. -Dijo Víctor, su voz firme pero llena de una incertidumbre palpable.
Ricardo lo miró, con su típica expresión serena, pero sus ojos parecían reconocer la gravedad del momento. Sin decir una palabra, se sentó frente a Víctor y esperó.
- He estado pensando mucho en lo que ocurrió ayer... -comenzó Víctor, con la garganta seca. -Y necesito saber si... si lo que siento es algo real o solo una confusión.
Ricardo no respondió de inmediato, pero su silencio, en lugar de incómodo, parecía ser la respuesta más honesta que Víctor podría recibir. Ambos sabían que algo había cambiado irremediablemente.