Capítulo 2 No Soy Una Princesa

Si tuviera que describir esta situación con precisión científica, diría: "esto huele más raro que los pies de mi roommate después del gimnasio".

Ahí estaba yo, en mi micrococina que olía a sopa instantánea y desesperación universitaria, enfrentándome a dos personas que claramente no pertenecían al mismo planeta que yo. Ella: elegante, impecable, con aires de haber nacido sobre una alfombra roja. Él: un tipo con porte militar, seriedad de villano alemán en una película de espías, y la mirada de alguien que sabe exactamente cuántas veces has visto El Diario de la Princesa en secreto.

La mujer se presentó como la baronesa Lisette von Braun, y el hombre como el señor Heinrich Müller, asesor de seguridad del Gran Ducado de Luxemburgo.

–Elena Whitmore, ¿correcto? –dijo Lisette, con una sonrisa amable pero demasiado calculada.

–¿Depende de quién pregunta? –respondí, abrazando mi taza de café como si me diera superpoderes.

–Venimos en nombre de la corona luxemburguesa –dijo Heinrich con un acento tan marcado que me dieron ganas de responder en alemán solo para molestarlo.

Solté una risa nerviosa.

–Ah, ya entiendo. Esto es una broma, ¿no? ¿Dónde están las cámaras? ¿Es un experimento social? ¿Un reality show con gente aleatoria para ver quién cae primero?

Lisette dejó una carpeta de aspecto caro sobre mi mesa y la abrió lentamente.

–No es una broma, Elena. Es una petición... de carácter urgente. La archiduquesa Amalia Therese de Luxemburgo ha desaparecido. Y tú eres la única persona que puede suplantarla sin levantar sospechas.

Silencio.

–¿Perdón? ¿Me está diciendo que me parezco a una princesa desaparecida?

–Archiduquesa –corrigió Heinrich, como si eso hiciera la locura más lógica.

–¿Y qué? ¿Quieren que me ponga una tiara y finja ser ella? ¡No sé ni usar tacones sin parecer un pollo borracho!

Lisette deslizó otra hoja con una foto de Amalia. Casi me atraganto con el café. Esa chica... era yo. Mis ojos, mi nariz, hasta el lunar junto al labio. La única diferencia era el peinado y la expresión fría y elegante que yo solo podría imitar si me pagaran por ello. (Spoiler: estaban por hacerlo).

–¿Esto es Photoshop?

–No. Es genética –dijo Heinrich.

–Esto tiene que ser un error. Yo soy huérfana, sí, pero siempre lo he sabido. Crecí en un orfanato en Cornualles. Me llamo Elena Whitmore. Tengo una vida bastante común y miserable como para... para... ¡esto!

–Sabemos todo sobre ti, Elena. Tu historia. Tus estudios de Historia del Arte. Tus trabajos de medio tiempo. Tus deudas. Tus habilidades lingüísticas... hablas francés con fluidez y alemán con precisión casi nativa.

–¡Gracias, YouTube y películas subtituladas! –intenté bromear, pero nadie rió.

Entonces sacaron el arma secreta: las cuentas.

–Tus deudas con la universidad superan las ocho mil libras. Estás al borde de perder tu beca. Y tu cuenta bancaria actual tiene... –Heinrich hojeó un papel–... exactamente cuatro libras con veintisiete peniques.

Sentí cómo mi alma abandonaba el cuerpo por un momento.

–No es un chantaje, Elena –intervino Lisette suavemente–. Es una propuesta. Si aceptas viajar a Luxemburgo y entrenarte para ocupar temporalmente el lugar de Amalia Therese, recibirás alojamiento, comidas, seguridad... y una compensación económica que podría resolver todos tus problemas.

–¿Y qué pasa si me niego?

–Entonces lamentablemente tendremos que informar a tu universidad sobre tu situación financiera. Y la oferta expirará. Esta noche tienes para pensarlo. A las nueve de la mañana, una limusina estará abajo. Si no bajas... entenderemos tu decisión.

Me quedé allí, sola, con los documentos frente a mí, la foto de esa otra yo mirándome como un reflejo distorsionado de lo que podría ser...

No era una princesa. No soy una princesa. Pero si todo esto era cierto, si todo esto tenía sentido...

¿Y si lo fuera, aunque fuera solo por un tiempo?

Porque el té real no paga las cuentas... pero el chantaje con glamour, quizás sí.

Y ahí estaba yo, en medio de mi desordenado apartamento, sopesando la propuesta más absurda (y tentadora) de mi existencia. Porque por muy loca que sonara, también era la primera vez que alguien veía algo más en mí que una estudiante sin suerte y con ojeras perpetuas. Por primera vez, alguien creía que podía ser más... incluso si era actuando.

Así que, ¿qué haría Elena Whitmore?

Tal vez, solo tal vez... me pondría una tiara, aprendería a caminar como una reina y fingiría que no tengo miedo.

Porque si iba a arriesgarlo todo... al menos lo haría con estilo.

            
            

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