Capítulo 2 El precio de la curiosidad

La oficina era todo lo que había imaginado y más. Un espacio tan lujoso que parecía sacado de una revista de arquitectura, con vistas panorámicas de la ciudad y muebles de diseñador que me hacían sentir como una intrusa en un mundo que no era el mío. La computadora en el escritorio era de última generación, y todo estaba perfectamente organizado, como si alguien hubiera estado esperando que llegara.

Y lo había hecho.

Me senté en la silla ergonómica, mi espalda se hundió en el respaldo suave, pero no era el tipo de comodidad que podía disfrutar. Sabía que todo esto tenía un precio, y no solo el que estaba en ese maldito contrato que me había obligado a firmar.

Mi primer impulso fue tirar la computadora por la ventana, pero la lógica se impuso: no tenía a dónde ir. Estaba atrapada en su juego, y tenía que jugar según sus reglas. Al menos hasta encontrar una salida.

El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos. Gael Devereux entró en la oficina como si fuera suya, como si el lugar hubiera sido diseñado exclusivamente para él. Y, probablemente, lo había sido.

-¿Todo bien, Daphne? -preguntó sin mirarme, mientras se sentaba en una silla frente a mí, colocándose con calma los puños de la camisa, una camisa que costaba más que mi alquiler de tres meses.

-Lo que sea que hayas planeado, lo voy a arruinar -dije, sin mirar la pantalla de la computadora.

Gael levantó una ceja, algo que se estaba volviendo cada vez más molesto, pero entendí que no lo hacía por diversión. Lo hacía porque podía.

-Eso lo veremos -respondió, dándome una sonrisa desafiante. Su tono era arrogante, como si fuera el dueño de todo lo que tocaba, y, en cierto modo, lo era.

-Voy a escribir tu historia, pero no te equivoques, no soy una marioneta, y mucho menos una escritora sumisa -le advertí, con la voz temblando por la ira que sentía en ese momento.

Él no dijo nada durante un largo minuto. Solo me miró con esa mirada fría, esa que decía "no me importa lo que digas". Finalmente, se inclinó hacia adelante, colocando ambos codos sobre la mesa.

-Lo sé. Por eso te elegí -dijo, y esas palabras me dejaron helada.

Mi corazón latió más rápido, pero me negué a mostrar ninguna emoción. Sabía exactamente qué intentaba hacer: me estaba estudiando, probando mis límites. Y yo no iba a dárselo tan fácil.

-Vamos, Daphne. Sabes que quieres saber más. Todos tenemos secretos, y tú... eres demasiado curiosa para resistirte a los míos -continuó, con esa sonrisa arrogante que me ponía los pelos de punta.

Y tenía razón. Mi maldita curiosidad siempre había sido mi perdición. No podía evitarlo. Era como si mi mente estuviera atrapada en un rompecabezas, uno que solo él podía resolver.

Respiré profundamente, tratando de mantener la calma.

-Esto es un juego para ti, ¿verdad?

El sonrió confirmando mi pregunta- No, solo que nadie conoce como soy en realidad y quiero darme a conocer.

-Quieres ser más temido?- su expresión era impenetrable pero un breve momento visualice incomodidad, leve pero algo.- te molesta?

-Parece que tu no me temes, ¿no es así?- me analizo de arriba abajo tal vez buscando indicios de miedo.

-No me asustas, señor Devereux -respondí, manteniendo la calma mientras mi corazón seguía latiendo rápido, pero sin mostrarlo. Me había enfrentado a situaciones peores en mi vida, aunque esta definitivamente se sentía diferente. Gael no era un simple villano con pretensiones de poder. Había algo en él que lo hacía peligroso, pero también... intrigante.

Él sonrió, como si estuviera complacido con mi respuesta. Se recostó en su silla y cruzó los brazos, observándome con una mirada penetrante.

-Tienes una lengua afilada, Daphne, y eso me gusta. Es justo lo que necesito de ti. Pero no te equivoques, este "juego", como lo llamas, tiene reglas. Y yo soy quien las establece.

Mi estómago se apretó al escuchar sus palabras. ¿Qué significaba eso? Sabía que no podía seguir jugando a ser la heroína de mi propia historia. Estaba atrapada en su red, y no podía permitirme dejar que me arrastrara sin más.

-Y si no las juego, ¿qué pasa? -le pregunté, manteniendo la mirada fija en la suya.

Gael se reclinó un poco, sus ojos brillaban con pura diversión. La sonrisa en su rostro era como la de un depredador que había encontrado una presa interesante.

-Entonces descubrirás que, a veces, la curiosidad no solo mata al gato. También mata al escritor.

Mis manos se tensaron sobre el escritorio. Podía sentir cómo su presencia invadía todo el espacio, como si ya hubiera tomado posesión de cada rincón de mi mente. No me gustaba cómo se sentía, pero no podía apartarlo. No podía huir.

-Eso suena muy dramático -respondí, aunque mi voz sonó más tensa de lo que quería. Estaba perdiendo el control de la situación, y eso me aterraba.

-La vida es dramática, Daphne -respondió él, levantándose de la silla y acercándose lentamente. Sus pasos resonaban con un eco que me hacía sentir pequeña, vulnerable. -Y si vas a escribir mi historia, tendrás que enfrentarte a mi drama. Todos los secretos, todas las mentiras, todo lo que he construido. Quiero que lo escribas todo.

Mi respiración se aceleró mientras él se detenía frente a mí, apenas a unos centímetros de distancia. Estaba atrapada. Literalmente atrapada entre sus ojos fríos y esa presión invisible que me apretaba el pecho.

-No lo haré. No escribiré lo que tú quieras, Gael. No seré tu marioneta -le dije con firmeza, aunque sabía que estaba mintiendo. Ya no tenía control sobre lo que pasaba, y esa era la verdad más aterradora de todas.

La sonrisa de Gael se ensanchó. Y, por un momento, creí que algo peligroso brillaba en su mirada.

-Lo veremos, Daphne. Lo veremos. Pero por ahora, ¿por qué no te concentras en escribir lo primero que pienses? Algo que tenga que ver con mí, claro. Imagina todo lo que me has descubierto hasta ahora.

Quería gritarle que no lo haría, que no caería en su trampa. Pero la verdad es que, cuando se trata de Gael Devereux, cualquier "no" parecía ser solo una invitación a querer decir "sí".

            
            

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