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EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO.
Capítulo 3.
Patricia López.
Luego de unos minutos llegamos. En ese lugar había varias tiendas hasta una pequeña capilla. Pasé a la casa de mi amigo a recoger mi encargo, Sandra no se despegaba de mi lado. Me dolía el estómago de tanto reírme. La invité a un helado y no quiso, le pregunté si quería algo de comer y tampoco. Seguía rechazándome.
-Ok -me crucé de brazos-, como no quieres recibir nada, ya no soy tu novio, ahora tu verás como pasas por el lado de todos esos hombres -me giré y empecé a caminar.
-Espera -me tomó de la mano-, no es justo-hizo un gesto en señal de puchero-, eres un tramposo.
-Es la única manera que me aceptes algo -sonreí-, tranquila no te voy a drogar.
-Que chistoso -me sacó la lengua y soltó una risita-, no es eso, es solo que no estoy acostumbrada a esas cosas, que los hombres me inviten.
-Tú lo acabas de decir, los hombres, pero yo soy tu primo.
La tomé de la mano, escuché una risita. Nos sentamos en una mesa, le dije que pidiera lo que quisiera y no quiso, me dijo que si yo la invité yo podía escoger, que no le gustaba estar pidiendo. Era como terca la muchachita, aunque era admirable, sin duda una mujer única, muy pocas como ella. Me levanté y pedí todo tipo de mecato, papitas, doritos, por último, dos helados de chocolate. Me moría de risa por su cara, me encogí de hombros y le dije; tú dejaste que yo eligiera.
No podía explicar la manera en la que me hacía sentir cuando estaba con ella, disfrutamos nuestro helado, luego de unos minutos era hora de regresar.
Me tomó de la mano con su hermosa sonrisa, el camino hasta casa fue demasiado corto. Ahora entendía porque mi hermanito disfrutaba tanto con ella. Me dijo que estaba llena de tanto mecato y que por mi culpa no le iba a caber la comida de mi madre.
Llegamos a mi casa, mi padre la saludó con mucha ilusión, a mí solo me ignoró. Me fui a mi habitación, desde lejos la observé y sin duda alguna esa niña con solo una sonrisa podría cambiar tu día, no podía olvidar mi objetivo. Decidí regresarme al pueblo al día siguiente, solo me despedí de mi madre porque Sandra aún dormía. Seguí con mi entrenamiento, en los días que Sandra se quedó en mi casa no volví, solo pasaba por el frente y desde lejos saludaba, esa fue la última vez que la vi.
...
Me dediqué a entrenar duro, ya tenía equipo patrocinador, empecé a correr profesionalmente. La felicidad más grande para mí fue cuando gané y quedé en primer lugar. Por primera vez mis padres se sentían orgullosos de mí, al fin logré sentir un poco de amor por su parte. Me presumían delante de todo el mundo y de toda la familia como el campeón. Me sentía feliz, por fin tanto esfuerzo había valido la pena. Pude ver que todo mi esfuerzo daba resultados y al final tuve mi recompensa.
Pensé que después de ese día la relación con mis padres cambiaría, sobretodo la que tenía con mi padre, pero no, todo empeoró. Mi padre se obsesionó tanto con mi carrera que decía que tenía que entrenar más duro todos los días, que siempre tenía que ganar y dejar el apellido de la familia en alto. Empezó a exigirme más y más cada día, hasta el punto de no poder salir con amigos, ni poder tener amigas, ni siquiera novia.
Cuando trataba de empezar una relación con alguien, él se encargaba de espantarla, estaba peor que un papá celoso con su hija. Según él, todo eso era una distracción que me impediría seguir con mi carrera.
Aunque cumplí mi sueño no era feliz, me sentía vacio por dentro. Siempre tenía que hacer lo que mi padre quería para tenerlo feliz, no salía con nadie, no tenía novia, era una persona muy solitaria. Tenía que esforzarme cada día más para que mi padre no terminara sacándome en cara todo lo que me había dado.
Seguí compitiendo en carreras más exigentes, siempre quedaba en segundo o tercer lugar, ganaba medallas y cosas así. Entre más ganaba, mi padre más me exigía. Pasaba el tiempo y yo crecía profesionalmente, la exigencia de mi padre aumentaba. A pesar de cumplir mis sueños no era para nada feliz, no tenía vida social con nadie porque mi padre no lo permitía. Recuerdo que ese día después de terminar una carrera el entrenador me felicitó.
-Esteban, ¡te felicito! - estrechó mi mano-, cada vez mejor, eres un excelente escalador, sigue así, llegarás muy lejos.
-Gracias -sonreí entre dientes-, el entrenamiento duro ha dado resultados.
-¿Qué pasa? No te veo feliz.
-Digamos que profesionalmente soy feliz, pero -respiré profundo-, en lo personal no.
-Hace tiempo lo he notado -me miró-, si no dije nada fue para no incomodar, te diré cuál es el problema, tú padre. Él quiere controlar tu vida a su antojo, está bien que esta carrera necesita disciplina, pero tu padre se pasa con las cosas que te prohíbe. Eres un hombre lo suficientemente grande para saber cuáles son tus responsabilidades.
-Tiene toda la razón, mi padre quiere controlar mi vida a su antojo y mientras viva bajo el mismo techo, así será.
-No es justo, tú eres joven y necesitas salir de vez en cuando y divertirte. Si no lo haces te amargaras más y más, parecerás un anciano. Yo tengo la solución al problema.
-¿No entiendo? -pregunté con curiosidad.
Me comentó que había un patrocinador escogiendo nuevas promesas del ciclismo para llevarlos a la ciudad y si les veía futuro, hasta podrían viajar a Italia. Me dijo que él podía ayudarme y conseguir que me entrevistara. Podía tener suerte, no lo dudé ni un momento, además con él sí empezaría a ganar más dinero. Eso era lo que yo necesitaba, una solvencia económica para poder salirme de mi casa e independizarme.
No aguantaba más que mi padre me estuviera reprochando todo lo que me daba. El entrenador prometió ayudarme. Les comenté a mis padres, pero no les gustó, obviamente a mi padre no le gustaba la idea de saber que no podría manejarme a su antojo. Les dije que era una decisión tomada, ellos decidían si me apoyaban o no. Mi padre respondió de mala manera que ojalá todo saliera bien y empezara a ganar más dinero para que un día le devolviera todo lo que él invirtió en mí.
¡Qué más podía esperar de él! Me daba pena por mi hermanito y mi madre, pero yo no quería seguir viviendo en esa casa. Ahora resultaba que mi padre quería obligar a mi hermanito a ser ciclista como yo. Simplemente le dije que nadie podía obligarlo a hacer algo que él no quería. Uno tiene que amar lo que hace o lo que quiere hacer para que las cosas funcionen.
Hice mis maletas para irme a la ciudad de Medellín, me quedaría en una escuela. Era como una casa para ciclistas donde apoyaban a las nuevas promesas de bajos recursos. No quería pedirle nada más a mi padre, si tenía que empezar desde cero lo haría. Mi madre lloró mucho cuando me despedí, mi padre era de los hombres que no demostraba nada.
Llegué a la ciudad, me instalé en el que sería mi nuevo hogar. Entrenaría y en las tardes trabajaría para ayudarme con mis gastos. Estaba dispuesto a arriesgarme por este nuevo propósito. En la escuela, no tan escuela, digamos que era una casa donde ayudaban a cumplir los sueños de los nuevos ciclistas para poder salir adelante, ya que muchos venían del campo. Todo era mucho más económico para nosotros poder pagarlo.
En ese lugar hice nuevas amistades, salíamos los fines de semana a divertirnos sanamente pues los ciclistas aparte de tener una dieta saludable no podíamos tomar licor. Me divertía mucho con mis nuevos amigos, estuve un año viviendo, trabajando y entrenando en la ciudad. Tenía muchos amigos incluso amigas, siempre la cantaleta de mi padre cuando hablamos por teléfono era la misma; me decía que no descuidara mi carrera y cosas así.
Tenía que admitir que me iba de maravilla porque había ganado muchas medallas y trofeos. En la misma casa donde me quedaba llegó una chica que también era ciclista, viajó aquí a la ciudad a perseguir su sueño. Desde que la vi llamo mi atención, era una mujer hermosa, alta de cabello negro y ojos marrones, su piel blanca y unos labios definidos. Imaginé que ella al igual que yo cuando llegué aquí la primera vez se sentía extraña, me acerqué y la saludé.
-Hola, mucho gusto, Esteban -me presenté.
-Hola, mucho gusto -estrechó mi mano -. Mariana.
-¿Eres nueva por aquí? -Indagué.
-Sí, de hecho, acabo de llegar -sonrió.
Era una chica muy guapa, era de estatura media, lo que más me gustaba era que también amaba las bicicletas. Tenía la misma edad que yo y se había mudado aquí a la ciudad para perseguir su sueño, poder ser una gran ciclista. Empecé a platicar con ella, como ya conocía la ciudad le dije que la ayudaría.
Incluso a veces entrenábamos juntos.
Mariana era una chica muy simpática y tenía grandes cualidades. Con el paso de los meses entablamos una linda amistad, aunque reconozco que había otros sentimientos de por medio. Teníamos varias cosas en común, la más importante, que ambos éramos deportistas y perseguíamos un mismo objetivo. En nuestros tiempos libres salíamos a pasear.
La invité a salir en la noche, primero cenamos algo y luego la invité a bailar. Se veía tan guapa, casi siempre la veía con su uniforme y ese día traía su cabello suelto, un vestido negro a la altura de la rodillas y zapatillas del mismo color, un tono de maquillaje sencillo.
-¡Que hermosa luces hoy! -besé su mano, e hice que girara.
-Gracias -sonrió-, casi nunca me organizo, pero hoy es diferente.
-¿Por qué es diferente? - puse mi mano en su cintura y entramos a la discoteca.
-Pues -sonrió, con las mejillas ruborizadas-, quería verme hermosa para salir contigo.
-Pero si tú eres hermosa, hoy lo estás mucho más.
Nos sentamos en una de las mesas, pedimos dos refrescos, empezamos a bailar, no era muy bueno para esas cosas, pero trataba de hacer lo mejor. Bailamos como dos horas entre risas, porque yo tenía dos pies izquierdos, luego caminamos por el parque, la tomé de la mano disfrutando de su compañía.
-Gracias por esta noche -solté una risita-, aunque creo que te pise muchas veces, lo siento por eso, no sé bailar mucho.
-No te preocupes por eso, para mí fue una noche muy bonita, además tampoco bailé mucho -recostó su cabeza en mi hombro-, nada mejor que estar contigo.
-Qué bueno escuchar eso - inhalé-, quería aprovechar el momento para decirte algo Mariana.
-¡Te escucho! -se giró mirándome con curiosidad.
-Desde que te conocí llamaste mucho mi atención -tomé sus manos-, eres una mujer hermosa, me gusta la manera que tienes para luchar por tus sueños. Lo que más me gusta es que nos apasiona lo mismo, las bicicletas, perseguimos un mismo objetivo, me gustas Mariana, me enamoré de ti, por eso quiero pedirte que seas mi novia.
-Me dejas sin palabras -una hermosa sonrisa se dibujó en sus labios-, desde el primer momento que te vi- sonrió-, fue algo así como amor a primera vista, me encanta tu forma de ser, todo tú. Lo que más me gusta es tu sencillez, claro que quiero ser tu novia.
Tomé su rostro en mis manos pegando sus labios a los míos. Qué ricos sabían sus besos. Sus labios tan cálidos y dulces. Decidimos empezar una relación, para ver cómo funcionaban las cosas, y me dispuse a disfrutar de esa nueva etapa de mi vida.
Caminamos tomados de la mano hasta llegar a la casa donde ambos nos quedábamos. Cuando mi padre se enterara de que tenía novia, no tomaría nada bien la noticia.
Nota:
Veremos cómo le va a Esteban en este nuevo camino
Continuará...