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Mia intentó contener su incomodidad, pero el interrogatorio del hombre había cruzado la línea. Su paciencia estaba al límite, y su voz, aunque firme, dejó entrever su creciente molestia.
-Te lo pedí amablemente, y ahora te lo pido de nuevo: por favor, váyase -dijo, mirándolo directamente a los ojos.
El hombre no pareció inmutarse. Al contrario, soltó una sonrisa, una mezcla de burla y desafío, antes de responder con calma:
-No, en realidad no creo que lo haga. Creo que me gusta este lugar.
Mia sintió cómo la ira burbujeaba dentro de ella. ¿Quién se creía este hombre para ignorar sus límites de esa manera?
-¿Estás loco? -espetó, su tono ahora más elevado. Pero antes de que él pudiera responder con otra de sus enigmáticas frases, Mia tomó una decisión. Elevó la voz lo suficiente como para que la escucharan fuera de la habitación.
-¡Enfermera! ¡Necesito ayuda aquí! -gritó.
La reacción del hombre fue inmediata. Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión seria, casi frustrada. No parecía haber esperado que Mia llegara tan lejos, y claramente no estaba dispuesto a arriesgarse a un enfrentamiento público. Se puso de pie con un movimiento elegante, pero su mirada permaneció fija en ella un segundo más, como si quisiera dejar algo claro sin necesidad de palabras.
-Esto no termina aquí -murmuró antes de girarse y salir de la habitación con pasos firmes, su porte tan imponente como cuando había entrado.
Mia lo observó marcharse, sintiendo una mezcla de alivio y confusión. Una enfermera apareció casi al instante, alarmada por los gritos.
-¿Está todo bien, señorita Douglas? -preguntó, mirando alrededor de la habitación.
-Sí... ya está todo bien -respondió Mia, intentando sonar más tranquila de lo que realmente estaba-. Solo alguien que no debería haber estado aquí.
La enfermera asintió, lanzando una mirada hacia el pasillo como si buscara al intruso, pero al no verlo, simplemente le sonrió a Mia antes de retirarse. La habitación volvió a sumirse en el silencio.
Mia se recostó lentamente, su mente dando vueltas en torno a lo que acababa de suceder. El comportamiento de ese hombre era más que extraño, y aunque había intentado no prestarle importancia, una inquietud persistente no la dejaba en paz. Por un momento, una idea fugaz cruzó su mente: ¿Y si ese hombre era mi benefactor?
Sacudió la cabeza rápidamente. No tenía sentido. Si realmente lo fuera, ¿por qué comportarse de manera tan misteriosa e intimidante? Además, si él estuviera detrás del trasplante, ¿no tendría que haber algún tipo de formalidad, algo más directo?
Pero cuanto más trataba de descartar la posibilidad, más difícil le resultaba ignorarla. Había algo en su actitud, en su interés excesivo por la operación y el estado de su corazón, que no podía ser coincidencia.
"No, no puede ser. Nadie hace algo tan grande y luego actúa así. Tiene que haber otra explicación," pensó, aunque la duda seguía rondando en su mente.
A pesar de sus esfuerzos por relajarse, Mia sabía que este no sería el último encuentro con aquel hombre. Y lo peor era que una parte de ella quería saber más, aunque eso implicara enfrentar preguntas que tal vez preferiría no responder.
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Mia se incorporó de golpe en su cama, el eco de su respiración acelerada resonando en la habitación silenciosa. Su frente estaba perlada de sudor, y el corazón que latía en su pecho, aunque nuevo, parecía tan agitado como ella. Miró el reloj en su mesa de noche: las 3:17 a.m. Era la tercera vez esa semana que se despertaba abruptamente, presa de la misma pesadilla.
Había pasado ya cuatro meses desde su operación, pero el sueño recurrente no la dejaba en paz. Las imágenes eran confusas, fragmentadas: rostros desconocidos, el sonido de gritos, sangre... y, siempre al final, el hombre del hospital. Su mirada intensa y la sensación de que la observaba con una mezcla de interés y algo más oscuro. No entendía qué significaban esas visiones, pero cada noche la dejaban más inquieta.
A veces, incluso sentía que lo veía en la vida real. Al cruzar una calle, en el reflejo de una tienda, en el campus mientras iba a clases. Siempre era una sombra fugaz, nunca lo suficientemente cerca para confirmar si era real. Mia se había convencido de que era paranoia, un truco de su mente después de aquella experiencia tan extraña en el hospital. Pero ahora no estaba tan segura.
Se llevó una mano al pecho, sintiendo los latidos bajo la piel. Aunque el médico había asegurado que su cuerpo había aceptado perfectamente el corazón, Mia no podía evitar una sensación extraña, como si algo no terminara de encajar. A veces sentía que el corazón no le pertenecía, como si tuviera su propia voluntad y ella fuera una intrusa.
Sacudió la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos. Se levantó, se vistió rápidamente y salió para ir a clases, esperando distraerse con algo más tangible.
Cuando llegó al campus, su amiga Sol ya la esperaba frente al aula, con una sonrisa radiante.
-¡Mia! -la saludó efusivamente-. ¿Lista para el gran día?
Mia frunció el ceño, confundida.
-¿Qué gran día?
-¡Tu última revisión médica! ¿Recuerdas? Dijiste que el doctor te daría de alta oficialmente hoy. ¡Eso es enorme!
-Ah, claro -respondió Mia, tratando de sonreír, aunque su mente estaba en otro lugar.
-¿Y cómo va todo con tu corazón? -preguntó Sol con curiosidad.
Mia se encogió de hombros, respondiendo con honestidad.
-El médico dice que estoy bien, que no hay riesgos de rechazo. Pero a veces siento... -hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas-. No sé, como si este corazón no fuera mío. Como si... yo fuera la que no pertenece a él.
Sol la miró con preocupación, pero antes de que pudiera responder, algo captó la atención de Mia. A lo lejos, junto a un árbol, vio una figura conocida. Su corazón dio un vuelco. Era él. El hombre del hospital. Estaba ahí, observándola desde la distancia.
Mia sintió un escalofrío recorrer su espalda. Se frotó los ojos, preguntándose si su mente le estaba jugando una mala pasada otra vez. Pero no, esta vez no era una ilusión. Era real. Estaba allí, mirándola directamente.
-¿Mia? -preguntó Sol, al notar el cambio en su expresión-. ¿Qué pasa?
Mia no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en el hombre, pero en el momento en que decidió señalarlo, él giró sobre sus talones y desapareció entre la multitud de estudiantes.
-Nada... creo que solo estoy cansada -murmuró finalmente, obligándose a apartar la mirada.
Pero en su interior, Mia sabía que ya no podía ignorarlo. Él estaba allí, siguiéndola, vigilándola. Y esta vez no se trataba de paranoia. Era real.