Capítulo 2 El Juego Comienza

Capítulo 2: El Juego Comienza

Mia se acomodó en su silla mientras observaba con discreción al hombre sentado frente a ella. Era imposible ignorarlo. El modo en que su pecho se movía con la respiración profunda, como si aún intentara controlar su ansiedad. Los músculos tensos bajo la camisa ajustada, ligeramente arrugada, que apenas disimulaba la solidez de su cuerpo. Las manos grandes, venosas, se entrelazaban sobre sus muslos como si intentara sostenerse a algo más que el presente.

Pero era su rostro lo que la descolocaba.

Barba recortada con precisión. Mandíbula firme. Ojos marrones oscuros, intensos, que parecían estudiarla tanto como ella lo estudiaba a él.

¿Qué hace un hombre como él en mi consultorio?, pensó, reprimiendo un suspiro. No era un pensamiento profesional. Pero era real.

Él la miraba también, y no con la desesperación de alguien al borde del colapso, sino con una calma calculada. Había algo en él... algo que la hacía sentir expuesta, como si sus propias paredes mentales se agrietaran frente a su presencia.

-¿Brandon? -comenzó ella, cruzando las piernas mientras tomaba su bolígrafo-. Quiero que me hables un poco de ti. ¿Cuál es tu historia?

Él sonrió apenas, un gesto suave pero cargado de intención.

-No hay mucho que decir. Treinta y tres años. Trabajo en seguridad. Tengo una empresa pequeña, privada. Manejo clientes exigentes, protección personal, investigaciones... todo lo que implique riesgo. Supongo que eso también me consume mucho .

Mia asintió. Anotó con rapidez en su libreta, pero no dejó de observarlo.

Seguridad privada. Hombre acostumbrado al control, al peligro. Pero también a leer personas, pensó.

-¿Familia? ¿Pareja? ¿Hijos?

Brandon inclinó la cabeza, sus ojos fijos en los de ella.

-Soltero. Nunca casado. No hijos... que yo sepa -añadió con una media sonrisa provocadora.

Ella no pudo evitar reír levemente. La respuesta la había tomado por sorpresa. Su sonrisa se desvaneció tan rápido como llegó, y retomó el tono profesional.

-¿Y relaciones largas? ¿Has tenido alguna que consideres significativa?

Brandon pareció pensar un momento, luego bajó la mirada.

-Sí. Una, hace años. Creí que era real... pero las personas no siempre son lo que parecen.

La frase la tocó más de lo que esperaba. Sintió una punzada en el pecho. ¿Cuántas veces ella había pensado lo mismo sobre Dylan últimamente?

La habitación se llenó de un silencio espeso. El aire era denso, cargado.

Brandon levantó la vista y cambió de posición. Se inclinó apenas hacia adelante, los codos sobre las rodillas.

-¿Y tú? -preguntó, con tono casual-. ¿Estás casada?

La pregunta cayó como una piedra en el agua. Mia parpadeó. No porque la pregunta fuera inapropiada, sino por cómo la formuló. Como si no fuera una curiosidad trivial, sino algo que quería confirmar por sí mismo.

-Sí, estoy casada -respondió, con un tono que intentó sonar neutral-. Pero eso no es relevante aquí. Soy yo quien hace las preguntas, Brandon.

Él alzó las cejas y sonrió, no con burla, sino con admiración.

-Lo siento. Tienes razón. Solo... supongo que parte de mí quería saber si alguien como tú podía estar con alguien como yo.

Mia tragó saliva.

¿Alguien como tú?, pensó.

¿A qué se refería? ¿A su atractivo físico? ¿A su intensidad? ¿A esa manera en que la estaba desarmando sin siquiera tocarla?

Se aclaró la garganta.

-¿Tienes antecedentes de ansiedad en tu familia?

-Mi madre -respondió él, esta vez con una sombra de sinceridad-. Era nerviosa. Medicada por temporadas. Murió hace unos años.

-¿Y tú? ¿Has consultado antes?

Brandon negó.

-Nunca. Supongo que tenía miedo de mostrarme vulnerable.

-¿Y qué cambió?

-Tu foto en la página web -respondió sin pestañear-. No sé por qué... sentí que podía confiar.

Mia sintió el calor subirle por el cuello. No era la primera vez que un paciente cruzaba la línea con un comentario ambiguo, pero esto era distinto. Brandon no jugaba. No era un adolescente coqueteando. Era un hombre que sabía muy bien el poder de sus palabras.

-Brandon... esta será una relación profesional. Si en algún momento sientes que no puedes manejar la línea entre lo terapéutico y lo personal, será necesario derivarte.

Él asintió, sin perder esa sonrisa enigmática.

-Entiendo. Te aseguro que no cruzaré la línea. A menos que tú me lo permitas.

Esa frase. Ese maldito tono. Esa mirada.

Mia desvió los ojos hacia la libreta. Sus dedos apretaron el bolígrafo.

Necesitaba recuperar el control.

-Volvamos al motivo de la consulta. ¿Qué te provoca exactamente los ataques de ansiedad?

Brandon se recostó levemente. Su mirada cambió. Dejó de ser tan provocadora y se volvió más introspectiva.

-No dormir bien. Ruido mental constante. Desconfianza. A veces siento que la gente que tengo cerca... miente. Que no dicen la verdad. Que hay algo detrás de cada gesto.

Mia sintió el corazón acelerarse.

Como Dylan.

Como las noches en que él llegaba tarde.

Como las veces que lo sentía desconectado, ausente, culpable.

Se obligó a mantener la compostura.

-¿Sueles investigar a la gente que te rodea?

Brandon la miró fijamente.

-Todo el tiempo. Es parte de mi trabajo... pero también de mi naturaleza. Me gusta descubrir lo que otros ocultan. Lo que no dicen. Lo que sus ojos traicionan.

Silencio. Largo. Tenso. Insoportable.

Mia desvió la vista al reloj.

-Nos queda poco tiempo hoy. Pero para la próxima sesión quiero que completes un registro de emociones. Anota cada vez que sientas ansiedad, con hora, lugar, situación. ¿De acuerdo?

Brandon asintió. Se levantó despacio, sin apuro. Su altura llenó el espacio entre ellos. Se inclinó apenas sobre el escritorio mientras ella escribía.

-Gracias por aceptarme sin cita. Lo necesitaba.

Ella levantó la vista. Su mirada se cruzó con la de él.

-De nada, Brandon. Nos vemos la próxima semana.

-Lo estoy deseando.

Y con esa última frase, salió de la consulta, dejando tras de sí un aroma leve a loción amaderada... y una tensión que aún flotaba en el aire como electricidad estática.

Mia respiró hondo. Cerró su libreta.

Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que algo la había tocado... bajo la piel.

Brandon salió del consultorio de Mia con paso firme, pero su mente estaba lejos de su entorno. Caminó por el pasillo de la clínica sin mirar a nadie, ignorando el bullicio habitual, las voces bajas, el olor a café y desinfectante. Todo se desvanecía detrás de un pensamiento dominante: ella.

Fase uno completada.

El contacto inicial. La entrada. La puerta entreabierta a su mundo.

Hasta ahora, no había señales que la señalaran como infiel. Ningún gesto esquivo, ninguna mirada de culpa o ansiedad relacionada con una doble vida. Todo en Mia gritaba equilibrio, responsabilidad, incluso nobleza. Estaba completamente centrada en su papel, en su vocación.

Era evidente que se tomaba su trabajo muy en serio.

Y sin embargo...

¿Por qué Dylan sospechaba tanto de ella?

Brandon repasó mentalmente las palabras del esposo: "Llega tarde. Me esquiva. Está rara. La conozco. Me está ocultando algo."

Pero lo que Brandon había visto no encajaba con ese perfil.

Mia no parecía una mujer infiel.

Parecía una mujer leal. Cansada, quizás. Tensa, sí. ¿Pero infiel?

Entonces... ¿y si el problema no era ella?

Se detuvo en la calle, apoyándose contra su moto, con la chaqueta de cuero medio abierta. Respiró hondo. El aire frío le ayudó a centrarse, aunque no del todo.

Porque su mente todavía estaba allá dentro.

Con ella.

Mia.

Sus labios carnosos, naturales, sin maquillaje excesivo. Su forma de morderlos brevemente cuando pensaba.

Sus ojos marrones, profundos, expresivos, con ese brillo que oscilaba entre el profesionalismo y algo más... algo que él no terminaba de descifrar.

Su voz. Su forma de hablar: firme, directa, pero envolvente.

Se le había quedado grabada. Como una imagen impresa a fuego.

-Concéntrate, Brandon -murmuró para sí, pasándose una mano por la nuca.

Esto era un trabajo. Uno más. Ya había hecho esto antes. Hacerse pasar por paciente, infiltrarse en la vida de alguien, conseguir información, descubrir la verdad.

Era su especialidad. Su terreno.

Pero esta vez...

Había algo que no encajaba.

Ella.

Mia no era como otras mujeres que había observado, investigado, expuesto.

No era frívola. No era coqueta. No era una mujer que buscara ser deseada.

Y sin embargo... había algo magnético en ella. Algo que no se esforzaba por mostrar, pero que brillaba igual.

Brandon se subió a su moto y encendió el motor. Pero no arrancó de inmediato. Se quedó inmóvil, mirando al frente, mientras el sonido grave del motor vibraba bajo él.

-¿Qué tienes de especial, Mia?

Era una pregunta que no podía responder todavía.

Pero lo haría.

Porque eso era lo que mejor sabía hacer: mirar debajo de la superficie.

Y esta vez, no solo estaba motivado por el pago de Dylan...

Estaba motivado por ella.

            
            

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