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Capítulo 5- Líneas borrosas
Ese día, Mia llegó temprano a casa, cerca de las seis de la tarde. Había tomado una decisión firme: no haría ni una hora extra más, y mucho menos le compraría un regalo a Dylan. Se lo había repetido mentalmente durante todo el trayecto, pero no podía engañarse.
Porque pensaba en ese beso.
Ese maldito beso que le había robado el aliento y el juicio. No sabía cómo describirlo, pero lo sentía todavía ardiendo en sus labios. ¿La había convertido en infiel? Tal vez. Porque en ese instante, ella había querido más. Mucho más. Y eso la asustaba.
Se había sentido deseada, viva, vista. Algo que no le pasaba desde hacía meses. Con su paciente, Brandon, había sentido algo que su esposo ya no le provocaba. Algo que la descolocaba, pero al mismo tiempo la arrastraba sin freno.
Mientras tanto, Brandon también pensaba en ella... y en Dylan. Algo en aquel hombre no le cerraba. ¿Por qué estaba tan empeñado en señalarla a ella como infiel? ¿Qué escondía detrás de esa fachada de esposo perfecto?
La sospecha lo carcomía, así que lo siguió. Y no tardó en encontrar la respuesta.
Dylan estaba con una mujer. Una pelirroja espectacular, sí, no podía negarlo. Pero no tenía ni una décima del aura, de la elegancia, del fuego contenido que tenía Mia. Los observó desde el otro lado de la calle, oculto tras unos lentes oscuros, cuando estaban a punto de entrar a un hotel.
Los vio besarse. Sintió rabia.
Sacó fotos. Pidió los vídeos de las cámaras de seguridad. Todo legal, todo frío... pero su sangre hervía.
-Tú eres el verdadero hijo de puta -murmuró entre dientes, apretando el teléfono con las imágenes-. ¿Por qué? ¿Por qué cambiar un diamante por una piedra?
Al día siguiente, Brandon volvió a la consulta. Pero esta vez no lo hizo como detective. Ya no era el hombre que buscaba pistas ni pruebas para resolver un caso. Era simplemente un hombre que deseaba estar a su lado, aunque no supiera cómo ni hasta cuándo.
Ella lo recibió con una sonrisa suave, como si el recuerdo del beso aún flotara en el aire entre los dos. Pero también con cierta incomodidad, la que deja una noche llena de pensamientos prohibidos.
-¿Dormiste bien? -preguntó ella, con voz profesional, casi automática.
Brandon la miró en silencio por un segundo. Sabía que no era el momento de contarle que Dylan la engañaba. Que mientras ella se preguntaba si era infiel por sentir algo por otro, su marido la traicionaba sin remordimientos. No, todavía no. Antes quería asegurarse de que ella estuviera preparada para ver la verdad. Para dejar de culparse por sentir, por vivir, por desear algo mejor.
-Digamos que pensé en ti más de lo que debería -respondió con sinceridad, sin desviar la mirada.
Mia bajó los ojos, nerviosa. Él lo notó. Esa tensión entre ambos no era solo atracción. Era algo más profundo. Complicado. Real.
-¿Y tú? -preguntó él-. ¿Pudiste dejar de pensar en lo que pasó?
Ella tragó saliva.
-No. No pude. No sé qué me pasa contigo, Brandon. No debería sentir esto. No puedo. Estoy casada...
-¿Y eres feliz? -interrumpió él con suavidad.
Mia lo miró, sorprendida por la pregunta. No supo qué responder. Porque la verdad era dolorosa. La respuesta era un silencio cargado de años de abandono emocional, de rutinas vacías, de caricias que ya no decían nada.
Brandon se levantó del sillón y se acercó, despacio, con respeto.
-No quiero confundirte, Mia. Pero me importas.
Ella lo miró, con los ojos brillantes. No sabía si por rabia, tristeza o esperanza. Quizá por todo a la vez.
Y aunque él tenía en su poder la prueba que podía romperle el corazón, decidió esperar. Porque no se trataba solo de mostrarle la verdad. Se trataba de sostenerla cuando cayera.
(...)
Mientras tanto...
Dylan y la pelirroja se habían despertado entre sábanas revueltas, sudor y olor a sexo. El sol apenas se colaba por las cortinas del hotel donde pasaban la mayoría de sus encuentros. Ella fumaba recostada sobre su pecho, con la piel aún marcada por sus caricias bruscas.
-¿Cuándo vas a dejar a la gilipollas de tu mujer? -preguntó la pelirroja con tono molesto, exhalando el humo lentamente.
Dylan se pasó una mano por el rostro, fastidiado por la insistencia, pero con una sonrisa cínica que se le escapaba por la comisura.
-Pronto, muy pronto. Pero tienes que entender que no puedo dejarla así como así. Por mi trabajo no puedo aparecer como el infiel... sería un escándalo. Pero tengo una idea.
Ella lo miró, arqueando una ceja.
-¿Qué idea?
-Ya que la muy tonta es fiel, haremos que parezca infiel -respondió él, levantándose de la cama para buscar una caja que había dejado en su abrigo. Al abrirla, mostró una pequeña bolsita con un polvo blanco-. Tú te harás amiga de ella.
-¿¡Qué!? ¿Estás loco? -saltó la pelirroja, sentándose de golpe-. ¡Ni siquiera sabe que existo!
-¡Escucha! -gruñó Dylan, tomándola del brazo con firmeza-. Te harás amiga de ella. Le ganarás la confianza, no es de salir, pero si le das un buen motivo... una copa, una charla sobre "tu infidelidad imaginaria" o alguna mierda que se trague, saldrá. Entonces... le pones esto en la bebida.
Ella miró la bolsita, comprendiendo el plan.
-¿Y después?
-Después yo me ocupo. Tengo a un detective privado siguiéndola. Lo volveré a llamar esa noche para que la vigile otra vez. Con un poco de suerte, la graba desorientada, entrando con algún desconocido. Yo tendré la evidencia. Yo seré la víctima.
La pelirroja lo miró, ahora divertida.
-Hmmm... Qué listo eres, mi amor.
Dylan sonrió con satisfacción.
-¿Merezco un premio, mi zorrita?
Sin decir más, ella se inclinó sobre él, empezando a besarlo por el pecho, bajando lentamente, mientras sus manos lo acariciaban. Dylan cerró los ojos, sujetándola del cabello con fuerza para guiar sus movimientos. Todo estaba saliendo como él quería.
O eso creía.
(...)
-Bien, Brandon. La vez pasada hablábamos de tus dificultades para confiar... ¿te gustaría retomar eso?
Él la miró unos segundos en silencio, luego ladeó la cabeza y sonrió con suavidad.
-¿Tú confías en tu marido, Mia?
Ella se tensó. La pregunta la tomó desprevenida. No estaba acostumbrada a que los roles se invirtieran así, pero Brandon lo hacía tan naturalmente, con ese tono cálido y profundo, que era difícil resistirse.
-Esto no se trata de mí -respondió, recuperando el control-. Volvamos a ti.
-¿Nunca has sentido que estás viviendo con un desconocido? -insistió él-. Que la persona que duerme a tu lado guarda una versión suya que tú no conoces.
Mia tragó saliva. Sintió cómo se le erizaba la piel.
-Brandon... entiendo tu necesidad de crear conexión, pero estas preguntas personales no forman parte de la terapia.
Él sonrió, esta vez más directo.
-¿Y si ya no estoy aquí solo por terapia?
Ella lo miró fijamente. Su corazón empezó a latir más rápido.
-No sigas por ese camino, por favor.
Brandon se recostó de nuevo, como si no tuviera prisa por ganar la batalla, como si simplemente le bastara con estar allí.
-¿Y si solo quiero conocerte más? No como psicóloga. Como mujer. Como Mia.
Ella desvió la mirada, incómoda... o tal vez expuesta. Porque algo en esas palabras despertaba un deseo que llevaba meses enterrado.
-Si no estás dispuesto a seguir con el proceso, no puedo continuar con estas sesiones.
Brandon se levantó despacio, caminó hacia la puerta y, antes de salir, se giró y le dijo:
-Entonces quizá deje de venir como paciente... y empiece a buscarte fuera de aquí.
Mia se quedó helada.
Sabía que debía poner límites. Pero también sabía que esos límites se volvían cada vez más borrosos... y que había una parte de ella que ya los había cruzado.