Capítulo 4 El límite invisible

Capítulo 4 – El límite invisible

El reloj marcaba las once y veinte cuando Mia cerró la puerta de su casa. Se quitó los tacones apenas entró, dejando que su cuerpo se desplomara en el sofá. El silencio era espeso, casi asfixiante, como si cada rincón de la casa supiera lo que había pasado la noche anterior. Como si las paredes la miraran, como si el eco de la amenaza de Dylan todavía flotara en el aire.

Pasó una mano por su cuello. No había marcas, no había dolor... pero la presión seguía ahí, grabada en su piel como una advertencia muda. Jamás había sido así. Jamás le había hablado de esa forma. Ni siquiera cuando discutían por celos, ni siquiera en sus peores días. Dylan había cruzado una línea, y aunque no la había apretado con fuerza, el gesto lo decía todo.

-¿En qué momento me perdí a mí misma? -susurró al techo mientras cerraba los ojos.

Psicóloga. Terapeuta. Ayudaba a otras personas a encontrar claridad en sus vidas, a resolver traumas, a reconocer relaciones tóxicas. Pero ella... ella estaba atrapada en una que se desmoronaba cada día un poco más. Y lo peor no era la amenaza, ni el control, ni las ausencias. Lo peor era que... empezaba a dejar de importarle.

Dylan no llegó esa noche. Ni un mensaje. Ni una llamada. Y por primera vez en meses, Mia no se quedó mirando el móvil esperando que vibrara. Lo dejó en la mesa, boca abajo. Cenó sola. En silencio. Y mientras masticaba, pensó que quizás así era más fácil: sin preguntas, sin silencios forzados, sin una sonrisa vacía al otro lado de la mesa.

Se recostó en el sofá con una manta sobre las piernas y pensó en Brandon.

Ese paciente que no parecía un paciente. Que no hablaba como tal. Que observaba más de lo que decía. Que no evitaba mirarla a los ojos. Que respondía a sus preguntas con la misma curiosidad con la que él formulaba las suyas. Ese hombre con barba cuidada, mirada intensa y voz firme, que decía tener ansiedad, pero que tenía un control impresionante sobre su cuerpo... y su presencia.

"¿Qué hacía un hombre como él en su consultorio?", se preguntó de nuevo. No parecía necesitar ayuda. Parecía más bien estudiar el terreno. Y sin embargo, había algo... algo en él que la hacía dudar. Que la inquietaba. Que le provocaba un cosquilleo difícil de ignorar.

"Concéntrate, Mia", pensó, alzando la cabeza del respaldo del sofá. No podía permitirse ese tipo de pensamientos. Era una profesional. Tenía una vida, aunque estuviera hecha pedazos. Un matrimonio, aunque se sintiera sola. Un compromiso, aunque ya nadie lo respetara.

Pero entonces la imagen volvió: Brandon inclinándose hacia ella, sus palabras al final de la sesión:

"Tal vez... no estoy fingiendo tanto como pensé."

Ella sabía cuándo alguien decía algo con intención. Y él lo había hecho. No fue un desliz. No fue una broma. Fue una provocación cuidadosamente medida.

Suspiró con fuerza y se incorporó. La bata de dormir colgaba del respaldo de la silla. La tomó, se la puso y fue a la cocina a preparar un té. Quizás si dormía, todo estaría más claro por la mañana. Quizás...

Pero la noche no le ofreció descanso.

Los pensamientos se enredaban en su mente, las imágenes superpuestas de dos hombres completamente distintos: Dylan y su sombra posesiva, Brandon y su presencia inesperada. Y en medio... ella. Cansada. Confundida. Deseando... algo que ni siquiera podía nombrar todavía.

Mia no durmió.

La noche fue una sucesión interminable de vueltas en la cama, pensamientos fragmentados y la imagen de Brandon cruzándose con los recuerdos turbios de Dylan. Una parte de ella seguía reproduciendo mentalmente la escena de la noche anterior: la amenaza, los dedos de Dylan alrededor de su cuello, la frialdad de su voz.

Pero otra parte -una que no quería reconocer del todo- repetía las palabras de Brandon como un susurro que se colaba entre cada pausa de silencio:

"Tal vez... no estoy fingiendo tanto como pensé."

¿Qué quiso decir exactamente con eso? ¿Fue una confesión? ¿Una insinuación? ¿Una advertencia?

A las siete de la mañana estaba de pie frente al espejo, con los ojos hinchados por el insomnio. Tomó una ducha larga, tratando de calmar el nudo que sentía en el pecho. Se vistió con más cuidado de lo habitual. Blusa blanca, falda lápiz negra, cabello recogido en una coleta baja. Profesional. Intocable. Aunque por dentro se sentía todo menos eso.

Al llegar a la clínica, se compró un café de la máquina. Lo necesitaba como nunca.

Entró a su despacho, cerró la puerta y se sentó frente al escritorio con la carpeta de Brandon en las manos. Repasó sus notas. Técnicamente, todo parecía encajar: ansiedad, insomnio, episodios de vacío emocional, dificultad para vincularse. Pero... algo no cuadraba. No con él.

El lenguaje de su cuerpo no coincidía con lo que le había contado. Era demasiado seguro, demasiado autocontrolado. No temblaba, no evitaba el contacto visual, no dudaba al hablar. ¿Y ese comentario al final? No fue inocente. Él la estaba desafiando.

Cuando la puerta sonó a media mañana, ella supo quién era antes de que entrara.

Brandon.

Vestía una camiseta negra ajustada que marcaba perfectamente sus brazos y el contorno de sus hombros, un pantalón vaquero oscuro y una chaqueta ligera. Su barba estaba perfectamente delineada, su mirada... igual de directa que la última vez.

-Buenos días, doctora -dijo con una media sonrisa mientras cerraba la puerta detrás de sí.

-Brandon -saludó Mia, intentando mantener la voz firme-. Adelante, siéntate.

Él lo hizo sin prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

-¿Pudiste dormir algo anoche? -preguntó ella, profesional.

-Lo suficiente para seguir pensando en usted -respondió, con una sinceridad incómoda.

Mia apretó el bolígrafo entre los dedos.

-Brandon, este es un espacio para que trabajemos tus emociones. No para distraernos con... insinuaciones.

-¿Distraernos? -repitió él, ladeando la cabeza-. Interesante elección de palabras.

Mia tragó saliva. Ese hombre jugaba con fuego. Y ella... no estaba tan segura de querer apagarlo.

-¿Tienes dificultades para respetar límites?

-Solo cuando se me imponen por razones que no son del todo honestas -contestó él, mirándola con intensidad-. ¿Estás segura de que el que necesita poner límites... soy yo?

El silencio que se hizo después de esa frase fue denso. Ella no respondió. No podía.

Brandon se incorporó con calma. Dio un paso hacia su escritorio.

Ella sintió cómo su pulso se aceleraba. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no lo detenía?

-Dime si quieres que me detenga -susurró él, inclinándose hacia ella.

Y entonces la besó.

Sus labios la atraparon en un movimiento suave, decidido. El mundo desapareció por unos segundos. El sabor de su boca, el calor de su cuerpo, su olor masculino y limpio... Todo era demasiado. Y Mia, pese a sí misma, se dejó llevar. Por unos segundos.

Su boca respondió. Su cuerpo tembló. Cerró los ojos y se permitió ese instante.

Pero entonces la realidad se estrelló contra ella como un muro.

Se apartó bruscamente, con la respiración agitada.

-No... no. Esto está mal. Estoy casada. No puedo hacer esto.

Brandon no insistió. Solo la observó. En silencio. Sin una palabra.

-Aunque no estoy en un buen momento con mi marido... eso no justifica traicionarlo. Y además... no es ético. Eres mi paciente. ¡Oh, Dios mío, qué me está pasando!

Se llevó las manos al rostro, abrumada.

Brandon dio un paso atrás.

-Mia...

-No. Hemos terminado por hoy -interrumpió ella, sin mirarlo.

Brandon asintió lentamente. No dijo nada más. Solo salió del despacho, cerrando la puerta tras él con suavidad.

Y Mia se dejó caer en la silla, temblando. Porque sabía que algo había cambiado. Y ya no había marcha atrás.

Brandon salió de la consulta con el pulso todavía acelerado. El sabor de sus labios seguía en los suyos. No debía haberlo hecho. Lo sabía. Pero tampoco podía negar lo que sintió... lo que ambos sintieron.

Apenas cruzó la puerta del edificio, se encontró con Dylan, apoyado en su coche, con cara de pocos amigos. Fumaba con impaciencia.

-¿Y bien? -preguntó Dylan apenas lo vio acercarse.

Brandon se acomodó la chaqueta y tomó aire.

-No hay nada. Tu esposa no te está engañando.

-¿Eso es todo? ¿Tan rápido lo sabes?

-Es psicóloga. Profesional. Responsable. Y está completamente comprometida con su trabajo. Lo que tienes es paranoia. No seguiré con esto -le dijo Brandon, firme.

Dylan arqueó una ceja con incredulidad.

-¿De verdad te creíste ese cuento? Dice que hace horas extras para comprarme un reloj. Como si yo no supiera cuánto gana.

Brandon lo miró, y por primera vez desde que aceptó el encargo, lo hizo con desdén.

-Pues créela. Respetala. Porque hay pocas mujeres como ella. Y no deberías perderla.

Dylan entornó los ojos, desconfiado.

-¿Qué estás insinuando? ¿Qué te contó?

Brandon sostuvo su mirada.

-Nada que tú merezcas saber.

El silencio entre ellos se volvió espeso. Dylan dio un paso hacia él, claramente irritado.

-Espero que no te estés pasando de listo con mi mujer.

Brandon no se inmutó.

-Espero que no sigas buscándole fallos a una mujer que vale más de lo que tú no sabrás nunca apreciar.

Dicho eso, se dio la vuelta y se alejó, dejando a Dylan con la expresión de un hombre al que acababan de quitarle el control. Porque Brandon ya no era solo un detective contratado. Había cruzado una línea. Y lo sabía.

Lo peor... es que no se arrepentía.

            
            

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