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El amanecer trae consigo el sonido de botas golpeando el suelo, órdenes gritadas y el eco de disparos en el campo de entrenamiento. Otro día en la base. Otro día sobreviviendo.
Me pongo el uniforme rápidamente, ajustando las botas y asegurándome de que todo esté en su lugar. La chaqueta ceñida resalta mi figura atlética, pero no es algo en lo que piense demasiado. En este mundo, ser mujer significa pelear el doble para ganarse el respeto. Y yo ya estoy harta de demostrar que merezco estar aquí.
El espejo en la habitación refleja mi imagen con crudeza. Katherine Johnson, 25 años. 1.70 de estatura, cuerpo fuerte y definido por el entrenamiento. La piel bronceada por el sol, el cabello oscuro recogido en dos trenzas fuertemente desde la raíz y los ojos marrón avellana que siempre ocultan más de lo que muestran. Dura por fuera. Aún más por dentro.
Suspiro y salgo de la habitación. No tengo tiempo para distracciones.
Cuando llego al comedor, el lugar está lleno de soldados desayunando entre conversaciones cortas y miradas serias. Aquí nadie es realmente amigo de nadie. La confianza es un lujo en un ambiente donde cualquier error puede costarte la vida.
Me sirvo un café y un poco de comida, pero antes de siquiera sentarme, alguien deja caer una bandeja junto a la mía.
-Hoy tienes cara de querer matar a alguien -dice Clarisse, con su tono despreocupado de siempre.
Sargento Clarisse Evans. 27 años, pelo rubio cenizo corto, ojos azules fríos como el hielo, alta y de complexión fuerte. Es de las pocas personas aquí que respeto. No por su rango, sino porque, como yo, ha aprendido a sobrevivir en un mundo dominado por hombres.
-No necesito cara para eso -respondo, dándole un sorbo al café amargo.
Clarisse suelta una carcajada seca y empieza a comer. Pero su mirada astuta no tarda en posarse en un punto detrás de mí.
-Adivina quién viene directo hacia aquí.
No necesito girarme. Lo siento.
Su presencia es como una maldita corriente eléctrica que se mete por la nuca y baja recorriendo por toda la columna.
Él estaba detrás de mí, y todo mi cuerpo lo supo antes de que su voz me atravesara como cuchilla.
Capitán Mason Hunter. 28 años. 1.85 de estatura, cuerpo de guerrero, con músculos marcados bajo el uniforme que se mueve con la seguridad de alguien que sabe que tiene el control. Su cabello negro está siempre corto, perfectamente arreglado, y sus ojos grises son una tormenta en la que cualquiera podría perderse. Pero yo ya aprendí a nadar en ese maldito océano.
Se detiene junto a nuestra mesa, sosteniendo su taza de café con esa expresión neutral que esconde demasiado.
-Johnson, Evans.
Clarisse levanta una ceja sin dejar de masticar su comida.
-Capitán.
Yo apenas lo miro.
-¿Qué quiere?
Quería golpearlo. O besarlo. O ambas cosas en ese orden. Porque su voz seguía teniendo ese tono que me hacía recordar cómo decía mi nombre en medio de la noche. Susurrándolo contra mi piel.
Mason ignora mi tono cortante y se cruza de brazos.
-Nuevo entrenamiento esta tarde. Quiero que estés lista.
Su forma de decirlo es clara. No está pidiendo. Está ordenando.
Aprieto los dientes y asiento con la cabeza.
-Siempre lo estoy.
Mason deja escapar una media sonrisa.
-Eso espero.
Y se va, dejándome con la sangre hirviendo.
Cuando se aleja, me quedo con la mandíbula tensa y el café enfriándose en mis manos mientras que por mi lado pasan dos soldados con ropa de entrenamiento que se utiliza solamente en el gimnasio.
No puedo evitarlo y los recuerdos aparecen sin permiso.
El aire en la base era más frío en aquel entonces, o tal vez era yo quien aún no se había endurecido del todo. Mason y yo estábamos sentados en una esquina del gimnasio, ambos exhaustos tras una sesión de combate. Él tenía un corte en la ceja, cortesía mía.
-Deberías controlarte, Johnson -dijo con una media sonrisa, limpiándose la sangre con la manga de su camiseta.
-Y usted debería aprender a esquivar, Capitán.
Él soltó una risa baja y su mirada se volvió más intensa.
-Siempre tienes una respuesta para todo.
-¿Eso le molesta?
-Me vuelve loco.
Antes de que pudiera responder, Mason se inclinó hacia mí. Su mano atrapó mi nuca y sus labios se estrellaron contra los míos con una necesidad desesperada. No hubo palabras, solo la sensación abrumadora de su cuerpo contra el mío, su sabor, su calor y nada más.
Sus manos me alzaron con fuerza, haciéndome sentir que el mundo podía arder si lo teníamos a nosotros en el centro. Me besó con rabia, con hambre, con esa necesidad salvaje que solo teníamos el uno con el otro. Y yo... me dejé quemar.
Fue un beso de esos que deberían ser ilegales. No por lo que prometía... sino por todo lo que después me quitó.
Sacudo la cabeza, obligándome a regresar al presente. No. No puedo pensar en eso. Mason es pasado, y yo no cometo el mismo error dos veces.
Clarisse me observa con diversión.
-Te odia y le gustas al mismo tiempo. Eso debe ser agotador.
-Que se joda.
-Eso ya lo hiciste. Y mira dónde estás.
Le lanzo un trozo de pan que esquiva con una carcajada. Maldita sea.
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Horas después, el entrenamiento es un infierno.
Mason no da tregua. Él nunca lo hace.
-¡Más rápido, Johnson! -grita cuando estoy a punto de terminar la última ronda de resistencia.
Mi cuerpo arde, pero no le doy la satisfacción de verme caer.
-¡Si tiene tanta prisa, corra usted, Capitán!
Algunos soldados ahogan risas, pero Mason solo sonríe. Y eso es peor.
Cuando finalmente terminamos, mi camiseta está empapada de sudor y mis músculos piden descanso. Me apoyo en una de las vallas del campo de entrenamiento, tratando de recuperar el aliento.
Pero entonces, siento su presencia otra vez.
-No ha sido tu mejor desempeño, Johnson
Levanto la mirada y lo encuentro de pie frente a mí, con los brazos cruzados sobre su pecho y esa maldita expresión de superioridad en el rostro.
Y sin embargo, cuando se acercó, cuando bajó la mirada a mi boca por un segundo eterno, supe que ambos estábamos mintiendo. Él no me corregía. Me probaba. Me provocaba. Y yo... respondía.
-¿Quiere que haga una pirueta también?
Mason sonríe apenas y da un paso más cerca.
-Quiero que recuerdes quién soy.
Mi corazón late con fuerza, pero no le dejo ver nada.
-Créame, Capitán. No hay forma de olvidar a alguien como usted.
Su mirada se oscurece, y por un momento, hay algo más en su expresión. Algo que no es solo autoridad ni rivalidad. Algo peligroso.
Pero no digo nada más. No ahora. No cuando aún siento su tacto grabado en mi piel de la última vez que cruzamos la línea.
-Descansa, Johnson -dice finalmente, su voz baja y cargada de algo que no quiero descifrar.
Se fue, pero aún así deja tras de si una guerra que aún no termina.
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Cuando la noche cae sobre la base, me encuentro en mi habitación, mirando el techo sin poder dormir. Mason es un error que ya cometí.
Pero el problema con los errores es que a veces... queremos repetirlos.
Me giro en la cama, mirando el techo, pero el sueño no llega. Mason está en mi cabeza. Otra vez.
Sus órdenes, su forma de empujarme al límite, su maldita manera de mirarme como si pudiera ver a través de mí. No debería afectarme. No después de tanto tiempo. Pero lo hace.
Un golpe en la puerta me saca de mis pensamientos.
-¿Qué? -gruño, sentándome.
La puerta se abre sin esperar respuesta. Clarisse.
-Deberías cerrar con llave. -Se apoya en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
-No tengo nada que valga la pena robar.
-No hablaba de cosas materiales.
Le lanzo una almohada, pero ella la esquiva con una sonrisa burlona. Luego, su expresión se vuelve más seria.
-Hay una reunión con el capitán. Ahora.
Frunzo el ceño.
-¿A esta hora?
-Sí. Parece que hay un operativo en camino.
Me pongo las botas rápidamente y la sigo hasta la sala de reuniones. La mayoría de los oficiales ya están ahí, incluyendo a Mason.
Su mirada me encuentra al instante.
-Llegas tarde, Johnson.
-No me avisaron a tiempo, Capitán.
-Siempre hay que estar lista.
Me quedo en silencio, con la mandíbula apretada.
-Tenemos información de un grupo armado moviéndose cerca del perímetro -explica Mason, pasando una carpeta con fotos satelitales-. Si cruzan la línea, actuamos.
Observo las imágenes con atención. Es un terreno complicado, con poca visibilidad y muchos puntos ciegos.
-¿Se sabe cuántos son? -pregunta Clarisse.
-Entre diez y quince. Fuertemente armados.
Miro a Mason.
-¿Y si no cruzan?
-Entonces los observamos. No quiero errores.
La reunión sigue por unos minutos más antes de que Mason la dé por finalizada. Cuando todos empiezan a salir, siento su mirada fija en mí.
-Johnson. Quédate.
Clarisse me lanza una mirada de "suerte" antes de salir.
Cruzo los brazos y lo miro.
-¿Qué quiere ahora, Capitán?
Se acerca lentamente, su presencia tan imponente como siempre.
-No me gusta la manera en que me desafías frente a los demás.
Sonrío con ironía.
-¿Le molesta que no le tenga miedo?
-No, Johnson. Me molesta que creas que puedes jugar conmigo.
Su voz es baja, pero intensa. Me rodea, me atrapa.
Y lo peor es que me gusta.
Aprieto los dientes y doy un paso atrás.
-No estoy jugando.
-Eso espero. Porque si lo haces... pierdes.
Su mirada baja a mi boca por un segundo. Un instante demasiado largo.
-Puede irse, soldado.
Me tardo un segundo en reaccionar. Luego, con la respiración agitada y el corazón desbocado, salgo de ahí sin mirar atrás.
Pero sé que esta guerra entre nosotros solo acaba de empezar.