Me recuesto y quedo dormida por unos minutos, hasta que escucho la bocina del auto del papá de Rebeca. Salgo a recibirla, saludo al señor Darío. Me mira con cierta picardía. Rebe se despide de él, entramos a la casa, volteó para ver que sigue allí detenido. Acelera y me lanza un beso. ¡Dios! Que descarado es, pienso mientras la despistada de Rebeca entra hasta mi cuarto, ansiosa de saber lo que pasó entre Emilio y yo.
–¡Marina, apúrate! No te hagas de rogar –grita desde la habitación Rebeca, mientras yo cierro la puerta con el candado y apago las luces.
–¡Voy Rebeca! Deja la ansiedad ¡Dios mío!
Rebeca ya está instalada en la cama, con todas las cosas que trajo para chuchear. Yo me siento a su lado, cruzo mis piernas, tal cual Buda. Antes de empezar se pido que hagamos un pacto de amigas.
–¡Debes jurarme, que no le dirás a nadie sobre esto que voy a contarte!
–¡Lo juro! Por mi madre linda, que no le diré a nadie –me dice y levanta su mano derecha.
Yo escupí la mía y la frote en la de ella.
–¡Jurado! Sí llegaras a mentir o traicionarme nunca más, volverás a saber de mí.
–Ya deja de dar tantos rodeos. Comienza a contarme cómo pasó.
–Pues, antes de eso debes saber algo, que nadie más a parte de mí, sabe.
–¡Uyyy! Que misteriosa ¿Eres gay?
–No tonta. Es muy en serio.
–¡Echa pa' fuera de una vez!
–A los trece años... –respiro profundo para tomar fuerzas–me violaron.
Al decir aquello, sentí como si un lastre cayera de mi espalda y fuese libre de aquel secreto. Rebeca me miró atónita, sus ojos se iluminaron y llenaron de lágrimas; me abrazó con fuerza.
Estuvimos por unos segundos abrazadas. Como siempre evité llorar.
–¿Quién lo hizo?
–No lo sé. No lo conocía. Pero ya no quiero hablar de eso ¿vale?
–Está bien. Cuéntame entonces lo otro.
–Emilio y yo... ¡hicimos el amor! –digo poniéndole todo la máxima emoción a aquella frase.
–¡Wow! Pero cuenta con lujos de detalles perra.
–¡Jajajaja! –río sin parar y ella rié también.
De pronto se levanta molesta de la cama. Y camina hacia la ventana.
–¿Qué te pasa?
–¡Nada! –contesta displicente.
–¿Cómo nada? Te paraste de la cama y ahora me miras con remilgos.
Ella regresa a la cama y se sienta como una niña malcriada.
–Vine para que me cuentes todo y en tres palabras ¡ya, dices todo!
–Son cosas íntimas Rebe.
–Pero yo quiero saber. Nunca he estado con ningún chico y aparte mis padres me cuidan como si fuese monja.
–¡Esta bien! Te contaré.
Ella se alegra, destapa el paquete de papas fritas y mientras le cuento, ella las va devorando como si estuviese viendo la más entretenida de las serie de TV.
–¿Qué te gustó más? Anda dime.
–¡Wow! Cuando sus labios y su lengua se unieron a los míos.
–¿Un beso? ¿Hablas en serio?
–¡Un beso labiovaginal!
Rebeca soltó la risa y con un buche de refresco, me salpicó. Parecía una bomba de repelente. Reí sin más poder, me dolían las tripas. Exhausta caímos en el colchón. De pronto, ella me miró de forma rara. Se fue acercando y me dijo:
–¡Quiero masturbarme! ¿Me enseñas?
La miré boquiabierta, no esparaba aquella propuesta. Asentí y boca arriba ambas, comenzamos a relatar las explicaciones de la profe Miguelina.
Bajé mi pijama hasta los muslos. Metí la mano, debajo de mi pantie. Separé mis labios con mis dedos índice y medio. Dejando que ambos circundaran mi clitoris, ella hizo lo mismo, movíamos nuestros dedos de arriba abajo, dejando que frotaran nuestro cartílago rosado. Ella me miraba y yo a ella. Aquello se sentía bien. Luego con un dedo hicimos movimientos circulares en el clitoris, y este se iba endureciendo y eyectando de sangre.
Comenzamos a gemir, yo lamia mis labios sedientos. Ella reía con cada roce de sus dedos. Aceleramos a la par y escuché cuando gritó:
–¡Ahhhh! Carajos, ¡que rico!
Fue una experiencia atípica hacerlo juntas, ambas habíamos tenido nuestro primer autoorgasmo. Ese sería, nuestro segundo secreto.
Después de aquella masturbada noche, comimos chocolates y torta de la que preparó su madre Sarah. Era de coco y papelón, ese peculiar sabor me recordaba los dulces que preparaba mi madre para vender en la casa.
Bastaba que salieran del horno y el olor se dispersara por la ventana para que se abarrotara la puerta, con los clientes.
Siempre recordaré su voz desde la puerta anunciando:
–¡Besos, los besos de Soledad ya están listos!
Soledad que nombre tan estimagtizante. Dicen que los nombres marcan a las personas y el de ella, la marcó de por vida. Luego que mi padre nos abandonara cuando apenas tenía cinco meses de nacida, ella nunca más volvió a creer en el amor y se dedicó a cuidarme.
Y que yo me llame Marina, no cambia mucho mi destino.
Marina tiene su origen en el latín "marinus" que significa del Mar. Marina carga consigo las cualidades inherentes al mar, su belleza y grandiosidad; refleja seguridad y sosiego. Pero también se refiere en analogia, al lugar donde las embarcaciones atracan.
Déjenme seguir contando mi historia y ustedes me dirán al final, si ese nombre marcó mi vida.