Lo cierto es, que Don Darío, fue a buscarnos muy temprano para llevarnos hasta el colegio, aunque queda bastante cerca de mi casa. Empiezo a creer que fue sólo una excusa para verme, pues durante el corto trayecto no despegó ni un momento su mirada del retrovisor, ni de mis piernas.
Al llegar al patio central, no pude ver a Emilio, él no había llegado aún. Sonó el timbre de entrada, pasamos hasta el salón. En ese primer bloque debíamos tener clases de matemáticas, pero el profe Alfredo, nunca llegó.
–¿Viste a Emilio? –me pregunta Rebeca con curiosidad extrema.
–¡No! No estaba en el patio. Pero vamos a dar una vuelta por los pasillos de 5to. Tal vez ya haya llegado.
Ella se recostó de mi hombro mientras caminábamos hacia el salón donde debía estar Emilio. Discretamente miramos dentro, pero él no estaba. No había ido a clases. Eso era bastante raro pues solía ser de los que nunca falta.
Un pensamiento vino a mi mente ¿le habría ocurrido algo? Me estremecí al pensarlo.
–¡Estás pálida! ¿Te ocurre algo?
–No, estoy bien. Ha de ser hambre. No hemos comido aún.
–Vamos al cafetín. ¡Yo invito!
Caminamos hacia el cafetín del colegio, yo no tenía ni pizca de hambre, era sólo un vacío en el estómago de sólo imaginar que algo malo le hubiese sucedido a Emilio.
Mientras yo iba hacia una de los bancos a sentarme, Rebeca fue hasta el mostrador a pedir el desayuno de ambas.
La hora transcurrió volando. Sonó el timbre del segundo bloque y segundos después aparecían Lucas y Diego. ¿No sé si les ha pasado, que cuando hacen algo a escondidas, ven y sienten que todos los miran con dedo acusador? Así me sentía. Más aún cuando Diego me miró y río de forma burlona para luego susurrarle al oído algo a Lucas y que este me mirase de forma despectiva.
Pero eso, no me preocupaba. Sólo quería saber de Emilio. Y como dicen que existe la telepatía, una de las chicas de 3er año, se acercó a ellos y le preguntó lo que yo también deseaba saber.
–¿Dónde está el papacito de Emilio? –preguntó Sofía, una de las populares del colegio.
–No pudo venir hoy. Creo que su mamá está enferma –respondió Lucas.
Eso me regresó el alma al cuerpo. Por lo menos, él estaba bien. No me hubiese perdonado que algo le hubiese ocurrido de regreso a su casa.
Deseaba verlo y saber de él. Deseaba que me abrazara como el día anterior.
Lo que no me imaginé era lo que sucedería esse día después. Al terminar la clase, salí junto a Rebeca, afuera estacionado estaba el padre de ella, esperándola.
–¡Nos vemos mañana! –dijo Rebe mientras subía al auto.
Escuché cuando Don Darío, le preguntó si yo no iría con ellos. Rebeca emocionada me hizo señas, mientras gritaba:
–¡Sube, te llevamos!
Quise negarme, pero no quería hacerle un desplante a ella. Subí y desde que me senté en el asiento de atrás, la mirada escrutadora y libinidosa de su padre, me incomodaba. Para completar el cuento, él decidió dejar a Rebeca primero y llevarme a mí. No me gustó para nada esa idea, pero si algo tiene la enana, es que es buen insistente.
Me pidió pasarme para el asiento de adelante y accedí. Condujo hasta mi casa, pero sus ojos estaban clavados em mi busto y mis piernas. A rato, colocaba mus manos, intentando cubrirlas un poco, pero igual, era poco lo que lograba cubrir. Puse entonces mis cuadernos como si fuese un escudo.
–¿Tienes apuro? –me preguntó.
Me encojí de hombros, pues ciertamente no tenía nada que hacer.
–Tengo que poner gasolina. ¿Me acompañas?
Asentí algo nerviosa. Se supone que es el padre de mi amiga ¿no? Ese argumento me ayudó a tranquilizarme um poco. Se estacionó en el puesto de gasolina. Mientras llenaban el tanque, se bajó y entró a la tienda. Regresó con algunas bolsas de víveres.
Entró al auto y condujo hasta mi casa, durante el trayecto me hacía preguntas sobre el colegio. De pronto, no sé cómo comenzó a tocar asuntos algo más íntimos. Comentaba sobre lo difícil de vivir con alguien que no deseas hacerle el amor. Sé que se refería a doña Sarah, pero no quería oír sobre sus asuntos privacidos.
–¿Tienes novio, Marina?
–¡No! –contesté algo incómoda por la pregunta.
–¡Qué raro! Eres joven y muy hermosa.
No respondí a su comentario.
–Deben haber muchos chicos con ganas de...
Lo interrumpí inmediatamente:
–No lo sé y no me ocupan esos temas, Don Darío.
–Pensé que eras más liberal.
–¿Liberal? ¿A qué se refiere?
Él no responde. Doy por terminada la conversación. Conduce rumbo a mi casa. Cuando detiene el auto, toma la bolsa con víveres y me la ofrece.
–¿Qué es esto? –le pregunto con desconfianza.
–Sé que lo necesitas y sólo quiero ofrecerte mi ayuda.
–No puedo aceptarlo. Agradezco su acto de gentileza pero no estoy acostumbrada a recibir ese tipo de regalos. Me sentiría comprometida y no tengo como pagarle –le respondo devolviendo el paquete al asiento de atrás.
En ese momento, siento su enorme mano, sujetando mi pierna.
–Claro que tienes como pagarme, Marina.
Enfadada quito su mano de mi pierna. Pero él me toma por el antebrazo y me sujeta con fuerza. Me hala hacia él y me estampa un beso. Intento zafarse, pero no puedo, él me sostiene por el brazo y la cintura. No me queda outra opción que morderle el labio. Enfurecido me empuja cpn fuerza y mi cabeza se estrella contra el borde de la puerta.
–¡Perra! –dice tocándose el labio y halando para ver si sangra.
Aprovecho para bajarme rápido del auto. Corro hasta la puerta de mi casa, abro y entro. Él arranca, acelerando el automóvil y dejando las marcas de los neumáticos marcados en la carretera de tierra.
Cierro la puerta. Voy hasta la cocina, un vaso con agua. Sólo agua y luz tiene mi refrigerador. Río irónicamente al recordar los días de infancia cuando mamá se refería a que parecía que lo iba a vender de lo vacío que estaba el refrigerador.
–¡Mamá, cómo me haces falta! –digo y camino hacia el cuarto.
Me desvisto y me tiro en la cama. Siento ganas de llamar a Rebeca, pero no quiero contarle sobre lo ocurrido. Sé que no será fácil para ella. Finalmente me quedo dormida, será lo mejor para no pensar tanto, ni sentir tanta hambre.