Marina "La que nunca conoció el amor"
img img Marina "La que nunca conoció el amor" img Capítulo 4 Un día después de...
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Capítulo 6 La traición duele img
Capítulo 7 ¿Cómo se siente la traición img
Capítulo 8 Un giro de 180° img
Capítulo 9 Vendida img
Capítulo 10 Combatientes de la vida img
Capítulo 11 Las sombras se desvanecen img
Capítulo 12 Una pequeña sorpresa img
Capítulo 13 Por dentro y por fuera sigo siendo la misma p... img
Capítulo 14 La mujer de todos y de ninguno img
Capítulo 15 Cayendo img
Capítulo 16 Juegos sexuales img
Capítulo 17 La huida que temí img
Capítulo 18 El marido engañado img
Capítulo 19 Misión cupido img
Capítulo 20 Guadalupe un machista de antorcha img
Capítulo 21 Un psicópata narcisista img
Capítulo 22 100 minutos de placer img
Capítulo 23 100 minutos de placer inolvidable img
Capítulo 24 Expectativas vs realidad img
Capítulo 25 Sex! img
Capítulo 26 Tinder img
Capítulo 27 Tijeras img
Capítulo 28 Un adiós para siempre img
Capítulo 29 Traspasando los límites img
Capítulo 30 Mi perpetrador img
Capítulo 31 Punto y final al pasado img
Capítulo 32 Los hombres también aman... img
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Capítulo 4 Un día después de...

"En cambio en aquel momento, tuve la sensación nítida de que acababa de suceder algo. Algo que cambiaría el curso de mi vida."

Ernesto Sabato

El día siguiente a mi encuentro con Emilio, junto a Rebe, fuimos las primeras en llegar al colegio. Apenas estaba el portero y la profe Miguelina, quien al vernos nos sonrió con cierta picardía. ¿Acaso sospechaba lo que habíamos hecho? Eso era imposible. Luego supimos que cuando masturbarte aumenta tu oxitocina y serotonina, amaneces de buen ánimo.

Lo cierto es, que Don Darío, fue a buscarnos muy temprano para llevarnos hasta el colegio, aunque queda bastante cerca de mi casa. Empiezo a creer que fue sólo una excusa para verme, pues durante el corto trayecto no despegó ni un momento su mirada del retrovisor, ni de mis piernas.

Al llegar al patio central, no pude ver a Emilio, él no había llegado aún. Sonó el timbre de entrada, pasamos hasta el salón. En ese primer bloque debíamos tener clases de matemáticas, pero el profe Alfredo, nunca llegó.

–¿Viste a Emilio? –me pregunta Rebeca con curiosidad extrema.

–¡No! No estaba en el patio. Pero vamos a dar una vuelta por los pasillos de 5to. Tal vez ya haya llegado.

Ella se recostó de mi hombro mientras caminábamos hacia el salón donde debía estar Emilio. Discretamente miramos dentro, pero él no estaba. No había ido a clases. Eso era bastante raro pues solía ser de los que nunca falta.

Un pensamiento vino a mi mente ¿le habría ocurrido algo? Me estremecí al pensarlo.

–¡Estás pálida! ¿Te ocurre algo?

–No, estoy bien. Ha de ser hambre. No hemos comido aún.

–Vamos al cafetín. ¡Yo invito!

Caminamos hacia el cafetín del colegio, yo no tenía ni pizca de hambre, era sólo un vacío en el estómago de sólo imaginar que algo malo le hubiese sucedido a Emilio.

Mientras yo iba hacia una de los bancos a sentarme, Rebeca fue hasta el mostrador a pedir el desayuno de ambas.

La hora transcurrió volando. Sonó el timbre del segundo bloque y segundos después aparecían Lucas y Diego. ¿No sé si les ha pasado, que cuando hacen algo a escondidas, ven y sienten que todos los miran con dedo acusador? Así me sentía. Más aún cuando Diego me miró y río de forma burlona para luego susurrarle al oído algo a Lucas y que este me mirase de forma despectiva.

Pero eso, no me preocupaba. Sólo quería saber de Emilio. Y como dicen que existe la telepatía, una de las chicas de 3er año, se acercó a ellos y le preguntó lo que yo también deseaba saber.

–¿Dónde está el papacito de Emilio? –preguntó Sofía, una de las populares del colegio.

–No pudo venir hoy. Creo que su mamá está enferma –respondió Lucas.

Eso me regresó el alma al cuerpo. Por lo menos, él estaba bien. No me hubiese perdonado que algo le hubiese ocurrido de regreso a su casa.

Deseaba verlo y saber de él. Deseaba que me abrazara como el día anterior.

Lo que no me imaginé era lo que sucedería esse día después. Al terminar la clase, salí junto a Rebeca, afuera estacionado estaba el padre de ella, esperándola.

–¡Nos vemos mañana! –dijo Rebe mientras subía al auto.

Escuché cuando Don Darío, le preguntó si yo no iría con ellos. Rebeca emocionada me hizo señas, mientras gritaba:

–¡Sube, te llevamos!

Quise negarme, pero no quería hacerle un desplante a ella. Subí y desde que me senté en el asiento de atrás, la mirada escrutadora y libinidosa de su padre, me incomodaba. Para completar el cuento, él decidió dejar a Rebeca primero y llevarme a mí. No me gustó para nada esa idea, pero si algo tiene la enana, es que es buen insistente.

Me pidió pasarme para el asiento de adelante y accedí. Condujo hasta mi casa, pero sus ojos estaban clavados em mi busto y mis piernas. A rato, colocaba mus manos, intentando cubrirlas un poco, pero igual, era poco lo que lograba cubrir. Puse entonces mis cuadernos como si fuese un escudo.

–¿Tienes apuro? –me preguntó.

Me encojí de hombros, pues ciertamente no tenía nada que hacer.

–Tengo que poner gasolina. ¿Me acompañas?

Asentí algo nerviosa. Se supone que es el padre de mi amiga ¿no? Ese argumento me ayudó a tranquilizarme um poco. Se estacionó en el puesto de gasolina. Mientras llenaban el tanque, se bajó y entró a la tienda. Regresó con algunas bolsas de víveres.

Entró al auto y condujo hasta mi casa, durante el trayecto me hacía preguntas sobre el colegio. De pronto, no sé cómo comenzó a tocar asuntos algo más íntimos. Comentaba sobre lo difícil de vivir con alguien que no deseas hacerle el amor. Sé que se refería a doña Sarah, pero no quería oír sobre sus asuntos privacidos.

–¿Tienes novio, Marina?

–¡No! –contesté algo incómoda por la pregunta.

–¡Qué raro! Eres joven y muy hermosa.

No respondí a su comentario.

–Deben haber muchos chicos con ganas de...

Lo interrumpí inmediatamente:

–No lo sé y no me ocupan esos temas, Don Darío.

–Pensé que eras más liberal.

–¿Liberal? ¿A qué se refiere?

Él no responde. Doy por terminada la conversación. Conduce rumbo a mi casa. Cuando detiene el auto, toma la bolsa con víveres y me la ofrece.

–¿Qué es esto? –le pregunto con desconfianza.

–Sé que lo necesitas y sólo quiero ofrecerte mi ayuda.

–No puedo aceptarlo. Agradezco su acto de gentileza pero no estoy acostumbrada a recibir ese tipo de regalos. Me sentiría comprometida y no tengo como pagarle –le respondo devolviendo el paquete al asiento de atrás.

En ese momento, siento su enorme mano, sujetando mi pierna.

–Claro que tienes como pagarme, Marina.

Enfadada quito su mano de mi pierna. Pero él me toma por el antebrazo y me sujeta con fuerza. Me hala hacia él y me estampa un beso. Intento zafarse, pero no puedo, él me sostiene por el brazo y la cintura. No me queda outra opción que morderle el labio. Enfurecido me empuja cpn fuerza y mi cabeza se estrella contra el borde de la puerta.

–¡Perra! –dice tocándose el labio y halando para ver si sangra.

Aprovecho para bajarme rápido del auto. Corro hasta la puerta de mi casa, abro y entro. Él arranca, acelerando el automóvil y dejando las marcas de los neumáticos marcados en la carretera de tierra.

Cierro la puerta. Voy hasta la cocina, un vaso con agua. Sólo agua y luz tiene mi refrigerador. Río irónicamente al recordar los días de infancia cuando mamá se refería a que parecía que lo iba a vender de lo vacío que estaba el refrigerador.

–¡Mamá, cómo me haces falta! –digo y camino hacia el cuarto.

Me desvisto y me tiro en la cama. Siento ganas de llamar a Rebeca, pero no quiero contarle sobre lo ocurrido. Sé que no será fácil para ella. Finalmente me quedo dormida, será lo mejor para no pensar tanto, ni sentir tanta hambre.

            
            

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