Reviso el estante, algo de pan y margarina. Estoy de suerte; me preparo el emparedado y regreso a la cama. ¿Qué más me queda? Recuerdo entonces que debo hacer el ensayo de literatura sobre el poema de Becquer, será mejor que trabaje en ello, ¡mente distraída, olvida!
Me siento a trabajar, recibo um mensaje de Verónica, esto me salvará el día:
–¿Mar, me ayudas con el ensayo? Te pago por ello.
–¡Vale! Te lo tengo para dentro de dos horas.
Dejo a un lado lo mío y me ocupo en el ensayo de Verónica. Si lo termino rápido podré comprar algo para el almuerzo. Me dedico a ello; en menos de dos horas está terminado. Le aviso y veinte minutos después llega a buscarlo, me paga y como por obra divina, trae un envase con comida.
–Te traje algo de lo que preparó mi madre –me entrega el dinero y el envase.
–¡Gracias! Me cae como anillo al dedo, estaba fallando estudiando y no había preparado el almuerzo.
Ella sonríe, toma la carpeta y se marcha. Cierro la puerta y voy hasta la mesa. Destapo el envase, pasta con salsa bolognesa. El aroma es exquisito. Se ve espléndido.
Como una parte, guardo el resto para la noche. Me levanto y veo por la ventana, pienso en que tal vez Emilio, pudiera venir a verme. Deseo verlo y abrazarlo. Necesito su compañía.
Regreso a mi cuarto, leo, termino mo ensayo. Duermo un poco, despierto, ceno; otra vez a la cama. Ya es domingo. Voy hasta la tienda de Doña Isabel, compró algo de pan, unos retazos de cerdo ahumado. Qiedara bien con los granos que tengo en casa. La misma rutina del día anterior se repite. Llega la noche, me recuesto. Tengo sueño pero no me puedo dormir con tanta pensadera. Se me ocurre algo un tanto inusual, me masturbo y quedo exhausta, duermo como um lirón.
El fin de semana acabó y ya es lunes, podré ver a Emilio. Despierto antes del despertador sonar con entusiasmo y relajada. Me doy un baño, me alisto, una taza de café y a clases. Al llegar, veo a Rebeca bajando del auto de su padre. Alento el paso para esperar que se vaya y poder hablar con mi amiga.
Luego de ver que se aleja, apresuró el paso para a acercarme a ella. Va entretenida, le halo el bolso. Ella se voltea. Me mira y sonríe de forma diferente.
–¿Te pasa algo? –le pregunto.
Ella sólo mueve su cabeza para negar y camina hacia el salón. Está muy rara. Durante la clase no me mira. Algo tiene, de eso no cabe duda.
Al sonar el timbre de receso, salimos del salón. Me acerco a ella. Pero sigue ignorando mi presencia. La tomo del brazo y le pregunto:
–¿No me vas a decir qué te pasa?
–No estuvo bien lo que hiciste. Mi padre me prohibió volverte a tratar.
–¿Qué hice qué? –le preguntó sorprendida por sus palabras.
–Sé que le coqueteaste a mi padre, eso no se hace.
Permanezco atónita, quiero llorar pero evito hacerlo.
–¿Él te dijo eso? ¿No viste su labio? Lo mordí cuando intentó besarme.
–No mientas, tú lo hiciste porque él no quería cogerte. Estás acostumbrada a coquetearle a todos y luego dices que te violaron.
Sus palabras son como dagas que penetran mi pecho. Esta vez, me lleno de rabia, la miro fijamente, quiero decirle mil cosas; pero me contengo, la suelto del brazo y corro hasta el baño de chicas. Me encierro y lloro de tristeza e impotencia. Oigo el timbre de entrada, lavo mi rostro y regreso al salón. Sólo deseo irme a casa. No puedo creer que mi mejor amiga dude de mí.
Finalmente suena la hora de receso, trato de buscar a Emilio, necesito verlo. Voy hasta su salón, con discreción me asomó para ver si está, ya han salido de clase. Posiblemente esté en el cafetin. Bajo las escaleras apresuradamente, me topo son querer con Lucas, quien con un gesto burlón me mira. No, tampoco está, tal vez su madre sigue enferma.
Me regreso al salón, no tengo nada que hacer en aquel lugar, menos ahora que Rebeca no quiere saber de mí. Esto no puede estar pasando. Me siento tan sola como cuando mi madre murió.
Deseo que el día termine pronto y volver a casa. Allí, podré ser yo. Ya no tendré que ocultar mis lágrimas ni mi tristeza.
Finalmente suena el timbre, tomo mis cuadernos, salgo del salón, me encamino hasta mi casa, la brisa acaricia mi rostro y mis cabellos danzan al rededor de él. Eso me genera algo de calma. Pienso en ir a ver, el atardecer, pero recuerdo mi última tarde sola, en aquel lugar.
Llego a casa, dejo mis cosas sobre la mesa. Voy hasta mi habitación. No he terminado de quitarme el uniforme y las lágrimas comienzan a salir como despedidas por uma tubería de desagüe. Me lanzo en la cama, cubro mi rostro con ambas manos y una sola frase revolotea en miente: Rebeca ¿por qué no me creíste?
Estoy agotada de tanto llorar, así me voy quedando dormida hasta sentir los rayos del sol que me obligan a despertar. Veo el reloj, aún faltan algunos minutos para sonar la alarma. Voy al baño, me ducho, el agua fría me eriza la piel. Me visto y camino rumbo al colegio.
A lo lejos veo, el auto del padre de Rebeca. Ella desciende y entra. Detrás de este se estaciona el Audi R8 color gris, es el del padre de Emilio. Él baja del auto. Mi corazón se acelera y doy pasos agigantados para tratar de alcanzarlo.