/0/16863/coverbig.jpg?v=a81b02361d01cf6c3209cba0521c08ca)
Los días en la mansión Delacroix comenzaban a tener un ritmo distinto. Más cálido. Más vivo. Leo, aunque seguía siendo un niño reservado y de silencios largos, ya no se escondía detrás de las puertas ni evitaba el contacto con los adultos. Su risa, aún tímida, había comenzado a colarse por los pasillos, y cada vez que tomaba la mano de Celine o buscaba con la mirada a Adam, algo en la atmósfera de esa casa cambiaba.
Esa mañana, Celine lo encontró en la cocina, sentado en una de las banquetas, columpiando los pies en el aire.
-¿Desayunamos juntos hoy? -preguntó ella con dulzura.
Leo asintió con una sonrisa breve, y luego preguntó sin mirarla:
-¿Puedo ayudarte a hacer los huevos?
La pregunta tomó por sorpresa a Celine. No por el contenido, sino porque era la primera vez que él se ofrecía a hacer algo. Algo cotidiano. Algo compartido.
-Claro que sí -respondió ella, ocultando la emoción en su voz.
Juntos rompieron los huevos, él con torpeza y cuidado. Celine fingía asombro cada vez que lograba no dejar cáscaras dentro del bol, y él sonreía, enrojeciendo apenas. Había una belleza sencilla en esa cocina: una rutina construida con pasos tímidos y miradas suaves.
-¿Te puedo contar algo? -dijo Leo, mientras revolvía los huevos.
-Por supuesto.
-Anoche soñé que tenía una mamá que me acariciaba el cabello hasta que me dormía. Y olía a ti...
Celine se congeló unos segundos. El corazón le dio un vuelco. Se obligó a sonreír.
-Eso suena como un sueño muy bonito.
Leo asintió.
-Sí. Me desperté y estabas ahí. Me dio gusto que fuera un poquito real.
Ella se acercó, y le pasó los dedos por el cabello con delicadeza.
-A veces los sueños saben cosas que nosotros aún no.
Leo cerró los ojos un instante. El contacto le resultaba reconfortante. No sabía por qué, pero con Celine se sentía a salvo. Sentía que podía pertenecer.
Más tarde, ese mismo día, mientras Celine lo ayudaba con un rompecabezas, Adam regresó temprano del trabajo. Llevaba el teléfono pegado al oído y el rostro severo.
-¿Qué pasó? -preguntó Celine, al notar la tensión.
-Nada grave -respondió Adam, sin mirarlos. Su tono era distante-. Necesito tomar una llamada importante. Volveré en un momento.
Se dirigió al despacho y cerró la puerta tras de sí.
Leo, curioso, se quedó observando la puerta con el ceño fruncido. Luego, sin decir nada, se levantó sigilosamente y se acercó. Sabía que no debía, pero algo lo empujó a acercar el oído.
Desde adentro se escuchaba la voz de Adam, baja pero firme:
-Te lo he dicho mil veces: quiero que te deshagas de él. No quiero que esté cerca. Haz lo que tengas que hacer, pero lo quiero lejos.
El corazón de Leo se apretó en el pecho como si alguien lo hubiera encogido con fuerza. Sintió un frío recorriéndole la espalda. Sus piernas se movieron por impulso, alejándose del despacho con pasos temblorosos.
Celine lo vio pasar por el pasillo, y algo en su expresión le hizo dejar todo y seguirlo.
-Leo, ¿qué pasó? ¿Estás bien?
Pero él no respondió. Solo subió corriendo las escaleras hasta su cuarto y cerró la puerta con fuerza. Luego, corrió hacia la cama y se metió bajo las cobijas, tapándose hasta la cabeza.
Celine subió tras él, preocupada.
-Leo... cariño, ¿me dejas entrar?
No hubo respuesta.
Ella se quedó frente a la puerta, el corazón en la garganta.
-¿Hice algo que te molestó? ¿Te sentiste mal?
Silencio.
-Sé que no siempre es fácil confiar, Leo. Pero estoy aquí... de verdad.
Dentro del cuarto, Leo mordía el borde de la manta con fuerza. Sentía un nudo en la garganta que no sabía cómo deshacer. ¿Por qué Adam diría eso? ¿Por qué querría alejarlo? Tal vez nunca había sido sincero. Tal vez solo era cuestión de tiempo antes de que lo devolvieran. Como un paquete. Como algo sin valor.
Celine apoyó la frente en la puerta.
-No voy a irme. Me quedaré aquí, en el pasillo, hasta que quieras hablar. Puedes tardar lo que necesites. Pero no estás solo. Nunca más.
Del otro lado de la puerta, Leo cerró los ojos con fuerza. No sabía en quién podía confiar... pero algo en su corazón le decía que esa voz, suave y firme, podía ser su refugio... incluso si el mundo se caía otra vez.