Donde Crecen las Alas
img img Donde Crecen las Alas img Capítulo 4 El incendio
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Capítulo 6 El nombre que no se dice img
Capítulo 7 La mentira más dulce img
Capítulo 8 El sonido del disparo img
Capítulo 9 Lo que queda después del fuego img
Capítulo 10 Elegir volar img
Capítulo 11 Cartografía de las grietas img
Capítulo 12 La primera vez que me enseñaron a callar img
Capítulo 13 Las palabras que liberan img
Capítulo 14 El enemigo en las sombras img
Capítulo 15 Las sombras de mi padre img
Capítulo 16 Las palabras que liberan img
Capítulo 17 El quirófano arde img
Capítulo 18 La voz de Rafael img
Capítulo 19 El enemigo en las sombras img
Capítulo 20 El secuestro de Isabelita img
Capítulo 21 Un mensaje de rescate img
Capítulo 22 Amelia busca sola a su hermana img
Capítulo 23 El rescate img
Capítulo 24 Mauro es arrestado img
Capítulo 25 Funeral de Martina img
Capítulo 26 Tomás cae enfermo img
Capítulo 27 La promesa frente a la vida img
Capítulo 28 Isabelita se gradúa img
Capítulo 29 El nuevo hogar img
Capítulo 30 El último capítulo de La sirvienta que amó img
Capítulo 31 Publicación inesperada img
Capítulo 32 Éxito literario img
Capítulo 33 Un premio y una decisión img
Capítulo 34 El regreso de su padre img
Capítulo 35 Cara a cara con el pasado img
Capítulo 36 Un nuevo embarazo img
Capítulo 37 Un hombre nuevo img
Capítulo 38 Gabriel escribe su segundo libro img
Capítulo 39 El día del juicio final img
Capítulo 40 Amelia y el vestido rojo img
Capítulo 41 Luciano en el público img
Capítulo 42 Isabelita enamorada img
Capítulo 43 Martina en los recuerdos img
Capítulo 44 Se publica la segunda edición img
Capítulo 45 Cuando Luna volvió a nacer img
Capítulo 46 Nace Luna de la Vega (Flashback) img
Capítulo 47 Algo sucede con Gabriel img
Capítulo 48 Luciano desaparece img
Capítulo 49 Luciano enferma lejos de casa img
Capítulo 50 La verdad aún no ha sido dicha img
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Capítulo 4 El incendio

La madrugada cayó espesa y húmeda sobre la ciudad. En la habitación de Amelia, el silencio se rompió de golpe por el chillido estridente del teléfono fijo, ese que casi nunca sonaba y que parecía haberse quedado atrapado en otra época. Eran las 3:17 de la mañana.

Amelia despertó de un sueño inquieto, confundida, con el corazón, golpeando con fuerza en el pecho, como si ya supiera que esa llamada no traía buenas noticias. Extendió la mano con torpeza y lo descolgó.

-¿Hola? -murmuró, la voz aún tomada por el sueño.

-Amelia... -La voz del otro lado era inconfundible. Luciano. Pero había algo en su tono, una gravedad que la hizo sentarse de golpe-. Está pasando algo en la Fundación. Hubo un incendio.

Por un segundo, su cerebro no procesó las palabras. Incendio. Fundación. ¿Qué significaban, juntas? ¿Qué parte de su mundo acababa de arder?

-¿Qué... qué estás diciendo?

-Los bomberos están allá ahora. Alguien lo provocó, Amelia. No fue un accidente.

Sintió que algo se le quebraba en el pecho. Saltó de la cama, sin pensar. Se vistió a toda prisa, sin fijarse bien en lo que se ponía, temblando. Luciano seguía hablándole por el teléfono, con frases entrecortadas, escribiéndole el estado del edificio, los primeros hallazgos. Pero ella ya no escuchaba con claridad. Había entrado en un modo de urgencia que le hacía sentir cada latido como un golpe.

-Encontraron... algo en la puerta -dijo Luciano, más bajo, casi como si no quisiera que nadie más lo oyera.

-¿Qué cosa?

-Una fotografía. Al parecer... es de Rafael. Quemada, medio destruida. Es un mensaje.

Un silencio denso flotó entre ellos por la línea.

-Voy para allá -fue lo único que Amelia logró decir antes de cortar.

La ciudad parecía otra en la madrugada: húmeda, dormida, con sus calles brillando por la reciente llovizna. Amelia manejó sin mirar demasiado, con las manos heladas aferradas al volante. Su mente viajaba más rápido que el auto, repasando imágenes de la Fundación, de las personas que trabajaban allí, del propósito que habían construido con tanto esfuerzo.

Llegó a la escena treinta minutos después. Ya no había llamas, pero el olor era lo primero que la golpeaba: una mezcla nauseabunda de madera chamuscada, plástico derretido y algo más, algo agrio, como el rastro invisible del miedo. Los faroles de los bomberos parpadeaban todavía, y la calle estaba cercada con cinta amarilla. Los periodistas empezaban a aparecer, con cámaras en mano y preguntas frías.

Cuando Amelia bajó del coche, un bombero joven se le acercó.

-¿Es usted parte de la directiva?

-Soy Amelia De la Vega. Soy la fundadora.

El muchacho asintió con respeto y la condujo entre los escombros húmedos. El aire estaba cargado de humo y ceniza. Cada paso que daba se sentía como una traición: a los niños que se atendían allí, a los voluntarios, a los sueños que habían echado raíces en ese edificio. A su propia historia.

La puerta principal estaba calcinada, abierta de par en par, como una herida abierta. En el suelo, apoyada contra el marco, estaba la foto. Amelia la vio antes de que se la señalaran. Se agachó con lentitud, como si su cuerpo supiera que estaba a punto de cargar algo pesado.

Era una foto antigua, con los bordes chamuscados. Pero no había duda: era Rafael. Su padre. Implacable, con ese rostro de piedra que la había atormentado tanto tiempo. El hollín marcaba su frente como una máscara negra. Al reverso, alguien había garabateado una palabra con tinta corrida:

"Justicia."

Amelia sintió una arcada. El asco era físico, punzante. ¿Cómo podían usar la imagen de su padre, tan rota y violenta, como símbolo para enviar un mensaje tan cruel? ¿Cómo podían convertir la historia de su familia en una amenaza? Se quedó allí, agachada, respirando apenas, con el pecho apretado y las lágrimas luchando por salir.

Luciano llegó poco después. Llevaba el rostro tenso, y apenas la vio se acercó a pasos largos.

-Lo vi -le dijo-. Lo vi también. Alguien está jugando sucio, Amelia. Esto no es solo un ataque a la Fundación. Es personal.

Amelia lo miró sin decir nada, pero su rostro era un espejo de rabia contenida.

Tormento del pasado

Mientras los peritos comenzaban a tomar fotos y recoger restos, Amelia se apartó unos metros y se sentó en un banco de cemento. Miraba el edificio ennegrecido con los ojos llenos de recuerdos.

Recordó cuando colocaron la primera piedra, el primer aula pintada con colores, el primer niño al que le dieron una beca. El esfuerzo invertido no solo en ladrillos, sino en esperanza. Y ahora... todo ese esfuerzo estaba marcado por fuego y miedo.

-Esto no es solo vandalismo -dijo Luciano, sentándose a su lado-. Esto es una advertencia. Nos están diciendo que saben quiénes somos. Que quieren que recordemos de dónde venimos... y a quiénes no hemos perdonado.

Amelia cerró los ojos un momento. Rafael. El nombre quemaba más que el humo del incendio. ¿Cuánto quedaba sin cerrar en esa historia? ¿Qué heridas del pasado estaban regresando a cobrar un precio?

-Van a seguir, ¿verdad? -preguntó ella en voz baja.

-Sí. Y tenemos que estar preparados.

Las ruinas del presente

La policía tomó sus datos. Los bomberos terminaron de inspeccionar la estructura. Todo apuntaba a que el fuego se había iniciado en dos puntos distintos. Un ataque coordinado. Intencional. Premeditado.

La Fundación tendría que cerrar temporalmente. Los niños serían reubicados. El personal, suspendido hasta nuevo aviso. Y Amelia sintió que el fuego no había consumido solo un edificio. Había alcanzado su fe, su fortaleza, su idea de que lo peor había quedado atrás.

-Tenemos que proteger a los chicos -dijo de pronto-. A Gabriel. A Tomás. A Isabelita. Esto no se queda en las paredes.

Luciano asintió con los labios apretados. Y en su mirada había algo que ella no había visto en mucho tiempo: miedo real.

Cuando regresaron a casa, el amanecer empezaba a teñir el cielo de gris azulado. Amelia se detuvo un momento en el jardín delantero. Se acercó al almendro que tanto cuidaban con Gabriel y lo tocó con la palma abierta. Necesitaba anclarse a algo que no ardiera, que no pudiera ser destruido.

Miró hacia la casa y pensó en sus hijos. En sus secretos. En todo lo que todavía no sabían.

Esa noche, mientras el resto dormía, Amelia se sentó en su estudio. Abrió una caja de madera vieja que había guardado desde joven. Adentro, entre papeles, encontró una carta sin abrir de Rafael. Una que nunca se había atrevido a leer.

La sostuvo entre las manos con la misma sensación que se tiene antes de entrar a un incendio.

Ya no había marcha atrás.

            
            

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