Repetía el nombre en su cabeza como quien prueba la melodía de una canción nueva. Un apellido que le sonaba vagamente familiar, pero que no lograba ubicar. Quizá, pensaba, sería simplemente por su presencia en el mundo empresarial, ese círculo donde los apellidos a veces se convierten en marcas.
Se arregló con esmero. Esta vez, eligió un vestido azul marino, sobrio, entallado en la cintura, acompañado de tacones bajos. Quería proyectar seguridad, profesionalismo. Pero no pudo evitar pensar -mientras se miraba en el espejo- si acaso inconscientemente esperaba volver a cruzarse con él.
Al llegar al auditorio, el ambiente era mucho más dinámico que el día anterior. Las mesas de trabajo estaban organizadas por sectores y, como era costumbre, los asistentes comenzaban a buscar lugares estratégicos donde sentarse para maximizar las oportunidades de networking.
Marina avanzó con pasos decididos, saludando a algunos conocidos en el camino, hasta que encontró un asiento libre cerca del escenario. Tomó asiento y comenzó a revisar los documentos digitales del día en su tablet.
Entonces lo sintió.
Esa sensación particular, sutil, pero inconfundible: la presencia de alguien que te observa. Levantó la vista, casi por instinto, y allí estaban otra vez. Los ojos grises.
Julián estaba del otro lado del salón, de pie junto a un grupo de empresarios, conversando animadamente. Sin embargo, sus ojos estaban fijos en ella. No era un mirar casual. Era una mirada sostenida, de reconocimiento. De interés.
Durante un segundo eterno, se miraron sin palabras.
No hubo sonrisas inmediatas, ni gestos exagerados. Sólo una comunicación muda, cargada de una tensión difícil de describir.
Finalmente, Julián ladeó apenas la cabeza, en un saludo sutil, casi como quien reconoce un cómplice dentro de un juego que recién empieza. Marina, un poco sorprendida por su propia reacción, correspondió con una leve sonrisa y regresó su mirada a la pantalla de la tablet, aunque la mente ya no podía enfocarse.
Mientras la conferencia avanzaba, Marina intentaba centrarse en las exposiciones, pero su concentración fluctuaba. Cada tanto, sus ojos volvían a buscarlo. Julián no estaba siempre mirándola, pero cuando lo hacía, ella lo percibía incluso antes de levantar la vista. Era como si existiera un hilo invisible que los conectaba, un radar interno.
En el intermedio, los asistentes se dispersaron hacia la zona de café. Marina intentó distraerse charlando con algunos colegas, pero nuevamente, la figura de Julián se acercaba. Esta vez, sin intermediarios, sin pretextos.
-Parece que la conferencia nos sigue cruzando -comentó él con tono relajado, pero cargado de intención.
-Parece que sí -respondió ella, sintiendo el aceleramiento involuntario de su pulso.
-¿Cómo va su jornada? ¿Satisfecha con lo que está escuchando? -preguntó mientras tomaba una taza de café.
-Siempre es útil escuchar nuevas perspectivas. Aunque reconozco que, a veces, más interesante que las ponencias son las personas que uno conoce entre charla y charla.
La frase salió de sus labios con más osadía de la que esperaba. Y lo supo al instante por la leve sonrisa de Julián, quien percibió el subtexto.
-Coincido plenamente -asintió-. Justamente estaba pensando lo mismo cuando la vi entrar esta mañana.
Hubo un breve silencio. No incómodo. Todo lo contrario: denso de posibilidades no dichas.
-¿En qué sector se especializa? -preguntó ella, retomando un terreno más neutral.
-Consultoría de fusiones y adquisiciones. Trabajo con fondos de inversión en Europa y América Latina. Este año estamos explorando algunas alianzas estratégicas en este lado del Atlántico.
-Interesante -dijo Marina, genuinamente interesada-. Yo manejo una firma de asesoría financiera para empresas medianas que buscan reestructuración o expansión. Quizá haya puntos de coincidencia.
-Sin duda. Aunque, debo confesar, me interesó antes su nombre que su currículum -comentó con un tono más bajo, buscando su reacción.
Marina lo miró de frente, intentando mantener el control. Pero la piel de sus mejillas comenzó a arder con un leve rubor que no pudo ocultar.
-Supongo que eso puede ser... bueno o malo -respondió, jugando con el borde de su taza.
-En este caso, es bastante bueno -aseguró Julián, bajando aún más el volumen de su voz, como si sólo le hablara a ella, aunque estuvieran rodeados de decenas de personas.
Un nuevo anuncio por los altavoces indicó que la siguiente sesión estaba por comenzar. Ambos miraron hacia el auditorio.
-¿Le parece si al finalizar la jornada seguimos conversando? -preguntó él, sin perder la mirada fija.
Marina pensó por un instante. Sabía lo que implicaba ese tipo de invitación. Sabía que el juego sutil estaba tomando un ritmo cada vez más evidente.
Pero también sabía que algo en su interior deseaba aceptar. Y ese deseo le ganaba la batalla al buen juicio.
-Me parece -contestó finalmente.
Ambos caminaron hacia el auditorio, esta vez uno junto al otro, compartiendo un silencio cargado de expectativa. Los primeros pasos de algo que, sin saberlo aún, estaba a punto de cambiar sus vidas para siempre.